El caballo contra la máquina
Omar Garmendia
Cronista y escritor
En ese pleito quienes terminan desapareciendo son los coches y los caballos. El automóvil entra victorioso en la vida barquisimetana. Los coches y los caballos irán retirándose a menesteres más modestos, como los cortejos fúnebres.
El primer automóvil que llegó al estado Lara no llegó a posar sus llantas en Barquisimeto. Ni siquiera llegó por sus propios medios de fuerza mecánica. Este automóvil arribó primero al puerto de Tucacas en 1904 a bordo de un vapor procedente de Puerto Cabello, adonde había llegado proveniente de Europa.
Del puerto de Tucacas es enviado por el ferrocarril Bolívar hasta Duaca. Era de fabricación francesa, probablemente un Panhard Levassor y había la circunstancia de que el primer vehículo que existió en Venezuela para esa fecha lo había traído doña Zoila de Castro, esposa del Presidente de la República, Cipriano Castro, en 1904, de modo que podría suponerse que este automóvil ha debido ser uno de los primeros en Venezuela.
En Duaca el automóvil fue objeto de un recibimiento apoteósico y el Eco Industrial, periódico barquisimetano, anuncia que próximamente sería exhibido en Barquisimeto, pero con el entusiasmo, la novelería de los paseos por Duaca y sus alrededores, se consumió todo el combustible. El carburante nunca llegó.
El automóvil que está enfermo en esta ciudad y privado por consiguiente de paseos, lo embarcaron ayer para Caracas, en busca de mejores aires para su salud quebrantada; y ver que tan bien le fue en Duaca, seguramente que por la temperatura igual a la de Caracas y parecida a la de Europa, de donde es oriundo. El calor de aquí le hizo mal y se fue en solicitud de otros aires. Lástima que no hubiéramos tenido el orgullo de verlo corretear por nuestros paseos. El mal de esta tierra.
El paciente melancólico
- Pues, verá doctor, extraño el corretear por las calles de la Place Saint Michel, cuando íbamos rumbo a la rue Mouffetard y las encantadas callejuelas del mercado de la Place Contrescarpe. En verano paseaba con las ventanas abiertas por los lados de la Ile Saint Louis y La Tour d’ Argent donde la brisa chocaba contra mi frente al descubierto, levantando una polvareda de arena fina. En primavera el fresco viento del norte me reconfortaba y sentía que la vida me hablaba de la felicidad.
-Pero de pronto –continuó el aquejado- alguien me arrancó de mi lar nativo sin saber por qué y sin poder moverme por mí mismo me embarcaron desde el puerto de Le Havre hasta el trópico, a un lugar extraño y caluroso. Llegamos un día a un puerto que llamaban La Guaira y me desarmaron. Me quitaron los zapatos y mi gorra y no me dieron mi alimento, sino que por el contrario lo depositaron en unos envases metálicos. Ahora, después de todos los vaivenes de la mar, me encuentro en esta ciudad que llaman Duaca, a la que me trajeron en ferrocarril desde un puerto que denominan Tucacas. Aquí en este poblado me maltrataron, Todos se me subían encima, los niños brincaban y me ensuciaban con sus embarrados pies. Me llevaron por calles de amargura, me dolían las extremidades con tanta piedra, idas y venidas. Sufrí mucho. Un día dejaron de darme comida y en medio de la algarabía de unas damiselas que daban grititos de estupefacción, quedé paralizado y no pude más. El calor, el cansancio y el peso de tanta gente me quebraron el espinazo y claudiqué.