Crónicas

El impactante siniestro aéreo que enlutó a Venezuela

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
luisalbertoperozopadua@gmail.com
IG/TW: @LuisPerozoPadua

La catástrofe aérea, con repercusión internacional por su magnitud y por ser el tercer accidente aéreo comercial en Venezuela, dejó como saldo 12 víctimas fatales; tres tripulantes y sus nueve pasajero


La mañana del domin­go 30 de mar­zo de 1952, el Diario EL IMPULSO de Bar­quisime­to desplegó en su primera pági­na el ater­riza­je for­zoso de un avión en la región de Boca de Aroa, noti­cia pre­lim­i­nar que, a la una de la madru­ga­da, hora del cierre de aque­l­la edi­ción, informa­ba que el apara­to iden­ti­fi­ca­do como un Dou­glas DC‑3 dis­tin­gui­do con las siglas YV-C-AZU, perteneciente a la Línea Aérea TACA de Venezuela, “real­izó ayer tarde un ater­riza­je cer­ca del bal­n­eario de Boca de Aroa”.

 El apara­to había despe­ga­do del Aerop­uer­to de Mai­quetía que sirve a la ciu­dad de Cara­cas, el sába­do 29 de mar­zo a las 2:07 pm., con des­ti­no a Bar­quisime­to hacien­do escala en San Felipe, esta­do Yaracuy. El últi­mo reporte del avión lo recibió la torre de con­trol del Cam­po de Aviación de la cap­i­tal yaracuyana, en el cual se informa­ba que, volan­do sobre Ocumare de la Cos­ta el tiem­po había cam­bi­a­do brus­ca­mente obligan­do al capitán a remon­tar en un inten­to de evadir el tem­po­ral. Des­de allí no se supo más sobre el esta­do del vuelo.

Un avión Dou­glas DC‑3 de TACA de Venezuela en el Aeró­dro­mo de Bar­quisime­to, 1952

Momen­tos de consternación

Al cono­cerse la noti­cia de la desapari­ción de la aeron­ave, la ofic­i­na de la Línea Aérea Aero­postal Vene­zolana emi­tió un comu­ni­ca­do y se comu­nicó con el teniente Raúl Briceño Eck­er, rep­re­sen­tante del gob­er­nador de Lara, Dr., Car­los Felice Car­dot, con el obje­ti­vo de adop­tar medi­das de búsque­da y salvamento.

Entre­tan­to, famil­iares y alle­ga­dos de los pasajeros se aglom­er­aron en las afueras de los aerop­uer­tos de Bar­quisime­to y San Felipe, bus­can­do detalles de la angus­tiante noti­cia. Un camión cis­ter­na del Cuer­po de Bomberos sal­ió de Bar­quisime­to con des­ti­no a la región mon­tañosa de Yaracuy. Una de las hipóte­sis que cobra­ba may­or fuerza, era que la aeron­ave tuvo que desviarse a otro cam­po de aviación por el mal tiem­po en la región, por lo que Aero­postal envió aler­tas a todos los aerop­uer­tos cir­cun­dantes, pero des­de todas partes la respues­ta era neg­a­ti­va y nada se sabía de la aeronave.

La trip­u­lación del DC‑3 esta­ba con­sti­tu­i­da por el capitán Juan Fed­eri­co Bermot­ti, nati­vo de Valen­cia, esta­do Carabobo; el copi­lo­to Enrique Arcaya, de nacional­i­dad chile­na; y la aero­moza Olga Ocan­to, de 19 años, naci­da Mara­cai­bo, esta­do Zulia.

Cuan­do ya la deses­peración comen­z­a­ba a man­i­fes­tarse entre los famil­iares de los pasajeros y trip­u­lantes del DC‑3, ocur­rió el mila­gro y, a las 10 de la noche de aquel 30 de mar­zo de 1952, una comu­ni­cación tele­fóni­ca des­de San Felipe avisó que el avión había dis­puesto ater­rizar en un cam­po abier­to de Boca de Aroa, desta­can­do: “No hay víc­ti­mas afor­tu­nada­mente, y ni siquiera heridos”.

Con­forme iban pasan­do las horas, la alen­ta­do­ra noti­cia fue dis­olvién­dose en medio del silen­cio ensor­de­ce­dor de las autori­dades que ya pre­decían el hor­ror que esta­ban por presenciar.

Avión de TACA, fil­ial Venezuela, en Bar­quisime­to, años 50. Colec­ción Luis Her­a­clio Med­i­na Canelón

Sin localizar el DC‑3

La mañana del martes 1 de abril de 1952, la búsque­da del DC‑3 esta­ba com­pues­ta por la Fuerza Aérea que con helicópteros y aviones sobrevola­ban las cimas de las exu­ber­antes mon­tañas yaracuyanas donde se creía había caí­do el avión. En tier­ra efec­tivos del Ejérci­to y la Guardia Nacional, bomberos y civiles, pein­a­ban la zona de la costa.

A estas labores se sumaron aviones de LAV, Aven­sa, TACA y Ransa; así como un gran número de vol­un­tar­ios bar­quisimetanos lid­er­a­dos por el joven Edgar Yepes Gil y don Jorge Aré­va­lo González, ambos famil­iares de var­ios inte­grantes de la aeron­ave, se sumaron a las tar­eas de rescate y explo­ración de la zona selváti­ca de los cer­ros Bom­bón, Bucar­al y Río Amarillo.

Por otra parte, veci­nos de Cam­po Elías (Yaracuy), ase­gu­raron haber vis­to pasar el sába­do en la tarde, un avión a baja altura para luego escuchar un estru­en­doso sonido en una sier­ra cer­cana, sonido que con­fir­maron igual­mente habi­tantes de Río Claro (Lara), ver­siones que pre­cis­aron que el suce­so ocur­rió a las 5:30 de la tarde, aprox­i­mada­mente. Sin embar­go, fue infruc­tu­osa la búsque­da durante todo ese segun­do día, donde se inspec­cionaron todos los pre­dios de las regiones descritas. La desapari­ción del DC‑3 había sem­bra­do con­ster­nación y angus­tia en todo el país.

Aglom­er­a­dos frente a la sede de var­ios per­iódi­cos cap­i­tal­i­nos, veci­nos y famil­iares se man­tu­vieron expec­tantes durante toda la noche has­ta el amanecer del 2 de abril, esperan­do por noti­cias de últi­ma hora, y en todos los ros­tros solo se con­fig­ura­ba dolor y desesperanza.

EL IMPULSO 2 de abril de 1952

Dev­as­ta­do­ra noticia

Y la noti­cia que nadie quería cono­cer llegó después de tres días de inten­sas jor­nadas de búsque­da infruc­tu­osa, cuan­do el martes 1 de abril, a las 6:10 pm., el capitán J. V. Lava­da sobrevola­ba en un avión de TACA, unas ser­ranías cono­ci­das como Cer­ro Grande, al sureste de San Felipe a solo nueve kilómet­ros del caserío San Juan de la Paula, y a cua­tro min­u­tos de vue­lo del Cam­po de Aviación de esa ciudad.

El capitán Lava­da avistó el timón de cola y un plano en una mon­taña denom­i­na­da Cer­ro El Zap­a­tero. Inmedi­ata­mente un helicóptero de la Guardia Nacional inten­tó descen­der en el lugar, pero por la den­sa veg­etación no pudo realizar la man­io­bra. En con­se­cuen­cia, se for­mó un con­tin­gente que a pie llegó a un sitio indi­ca­do y menos escarpa­do en donde impro­vis­aron un pun­to de ater­riza­je para el helicóptero, a dos horas dis­tante del lugar del siniestro.

El armatoste yacía sepul­ta­do entre la maleza y los árboles der­rib­a­dos por el impacto, for­man­do un gran amasi­jo de hier­ro humeante, pues se había incen­di­a­do al estrel­larse. Todos los ocu­pantes habían pere­ci­do. El teniente Jesús Briceño Eck­er acom­paña­do del Dr. Anto­nio Rodríguez Cir­imeli, fueron los primeros en lle­gar al área del desas­tre, recono­cien­do así a algunos de los fal­l­e­ci­dos. Entre los rescatis­tas esta­ban don Daniel Yepes Gil, padre de dos de las víc­ti­mas; y el Dr. Julián Sequera Car­dot, esposo de una de ellas.

Las víc­ti­mas mortales

La catástrofe aérea, con reper­cusión inter­na­cional por su mag­ni­tud y por ser el ter­cer acci­dente aéreo com­er­cial en Venezuela, dejó como sal­do 12 víc­ti­mas fatales; tres trip­u­lantes y sus nueve pasajeros. Aquel aci­a­go día quedaría mar­ca­do con hor­ror en la exis­ten­cia de muchos.

Se iden­ti­fi­caron los cuer­pos de Lirio Cir­imeli de Rodríguez, de 51 años, esposa del Dr. Pedro Rodríguez Ortiz, poeta, médi­co, ex senador de la Repúbli­ca y ex gob­er­nador del esta­do Por­tugue­sa; Car­los Romero Agüero de 41 años, sec­re­tario del Despa­cho del Gob­er­nador del Esta­do Yaracuy, Héc­tor Blan­co Fom­bona; Máx­i­mo Fon­se­ca de 28 años, com­er­ciante y nat­ur­al de Bar­quisime­to; Miguel Vidal, de 33 años, de Cara­cas Fis­cal de Obras Públi­cas Nacionales; Yolan­da Med­i­na, estu­di­ante del Ser­vi­cio Social; María Luisa Mon­tesinos, larense de 25 años.

Igual­mente fal­l­ecieron Gil­da Yepes Gil, de 21 años, con­sid­er­a­da una de las mujeres más bel­las de Bar­quisime­to, que regresa­ba de Curazao tras com­prar el tra­je de novia, pues con­traería nup­cias en los días pos­te­ri­ores al acci­dente con el capitán de navío Ramón Aris­men­di, que esta­ba en Wash­ing­ton DC en entre­namien­to de rig­or al momen­to de la trage­dia; y Dil­cia Yepes Gil de Sequera, esposa del Dr. Julián Sequera Car­dot; ambas hijas de Don Daniel Yepes Gil, expres­i­dente (e) del Con­se­jo Munic­i­pal de Irib­ar­ren y fun­dador del Cen­tral Tara­bana, y doña Nel­ly Aré­va­lo, hija del recono­ci­do peri­odista, telegrafista y escritor, opos­i­tor al rég­i­men de Juan Vicente Gómez. Las tren­zas en la cabellera de Gil­da y el anil­lo de com­pro­miso de Dil­cia fueron deter­mi­nantes para Don Daniel recono­cer los cuer­pos cal­ci­na­dos de sus hijas. De igual for­ma muere Eddy Luz Yepes Gil Oropeza, de 23 años, casa­da con Pedro Rodríguez Cir­imeli; hija de don Mar­i­ano Yepes Gil, fun­dador del Cen­tral Tara­bana y hom­bre lig­a­do al pro­gre­so del esta­do Lara.

Error de cálculos o falla mecánica

Sobre las posibles causas del aparatoso accidente aéreo, se conoció extraoficialmente dos hipótesis: la primera sería que el DC-3 venía realizando un vuelo instrumental debido al mal tiempo y la nula visibilidad. Cuatro minutos antes de llegar al Campo de Aviación de San Felipe, el piloto se comunicó con la torre de control, solicitando la dirección del viento.

Informó igualmente que volaban a 4.000 pies de altura y que estaban un poco desviados hacia el norte de la ruta ordinaria. Otra de las hipótesis fue que el aparato presentó fallas y el piloto erró en sus cálculos, lo que devino en el impacto contra el macizo yaracuyano.
 

Con­cluyen cin­co días de tensión 

Los restos mor­tales de 10 de las 12 infor­tu­nadas víc­ti­mas del trági­co acci­dente del Dou­glas DC‑3 de TACA, fueron saca­dos del escabroso lugar en bol­sas negras y traslada­dos has­ta el caserío San Juan de la Paula, y de allí has­ta el hos­pi­tal Plá­ci­do Daniel Rodríguez Rivero de San Felipe. Los otros dos cadáveres quedaron den­tro del avión siniestra­do debido a la penum­bra y la fati­ga que pre­senta­ban los rescatistas.

Pos­te­ri­or­mente los 12 féret­ros fueron colo­ca­dos frente al altar del tem­p­lo San Rafael. Ocho de las víc­ti­mas fueron trasladadas a Bar­quisime­to, tres a Cara­cas y una quedó en San Felipe. Las exe­quias en las tres ciu­dades fueron mul­ti­tu­di­nar­ias. Los cuer­pos lle­garon al Aeró­dro­mo de Bar­quisime­to ya casi a la una de la tarde del jueves 3 de abril de 1952. La muchedum­bre atavi­a­da de luto llora­ba a sus deu­dos y la aflic­ción se hizo colec­ti­va al obser­var como descendían los ataúdes. El corte­jo fúne­bre fue real­mente impresionante.

Los ofi­cios reli­giosos se efec­tu­aron con gran solem­nidad en el tem­p­lo de la Inmac­u­la­da Con­cep­ción de Bar­quisime­to, cuyos espa­cios, tan­to den­tro y fuera de la igle­sia, fueron col­ma­dos por la mul­ti­tud tac­i­tur­na. Los actos reli­giosos fueron pre­si­di­dos por el exce­len­tísi­mo mon­señor Críspu­lo Benítez Fontúrvel, obis­po de la Dióce­sis, acom­paña­do de altos dig­natar­ios del clero barquisimetano.

Durante el sepe­lio en el Cemente­rio Bel­la Vista, se observó una impo­nente man­i­festación de due­lo públi­co, una con­move­do­ra esce­na de cin­tos de per­sonas para ofre­cer su adiós perpetuo.

El últi­mo men­saje a su prometi­do                                                                          El capitán de navío, Ramón Aris­men­di, voló casi 12 horas des­de el Aerop­uer­to de Wash­ing­ton DC has­ta Bar­quisime­to, para inte­grarse a las labores de búsque­da de la aeron­ave donde via­ja­ba su prometi­da, Gil­da Yepes Gil. Se enteró de la infaus­ta noti­cia gra­cias al agre­ga­do mil­i­tar de la Emba­ja­da de Venezuela en Esta­dos Unidos, quien recibió el cable del sece­so. Cuan­do este ofi­cial de la mari­na entró a su aparta­men­to, encon­tró una tar­je­ta postal envi­a­da por Gil­da des­de Curazao con unas her­mosas líneas: “…Y siem­pre estás en mis pen­samien­tos. Te ado­ra, Gil­da Yepes-Gil”.  

El avi­so de la muerte 

Varias de las víc­ti­mas del ter­ri­ble suce­so aéreo que con­mo­cionó a Venezuela entera aquel 29 de mar­zo de 1952, no querían hac­er el via­je. El des­ti­no inex­orable parecía que tenía sig­na­da aque­l­la trage­dia para var­ios de los pasajeros del Dou­glas DC‑3 de TACA, tal es el caso de la señori­ta Gil­da Yepes-Gil Aré­va­lo, que des­de el prin­ci­pio exhibió intran­quil­i­dad para efec­tu­ar el viaje.

Unas horas antes de abor­dar el avión, estando Gil­da peinan­do su cabel­lo tomó un espe­jo y al inten­tar mirarse, se le res­baló de las manos y al caer al sue­lo se despedazó. Entre los nervios de lo suce­di­do se lo comen­tó a var­ios famil­iares, argu­men­tan­do que por super­sti­ción no realizaría el via­je, pero quienes pres­en­cia­ron el hecho la tran­quil­izaron y alen­taron de desi­s­tir de esas ideas desatinadas.

No obstante, Gil­da, tenía sobradas razones para temer­le a este nue­vo via­je, pues, antes había sufri­do dos acci­dentes aére­os de los que había sali­do ile­sa. Años atrás, en un via­je de Argenti­na a Chile, el avión en donde via­ja­ba fue cas­ti­ga­do por una tor­men­ta vio­len­ta has­ta el pun­to de acti­varse los pro­to­co­los de caí­da. Al ater­rizar, las imá­genes del esta­do del fuse­la­je de la aeron­ave eran aterradoras.

Sepe­lio en Bar­quisime­to de las víc­ti­mas del DC‑3 de TACA

Pasa­do un tiem­po, en un via­je des­de Mai­quetía con des­ti­no a Bar­quisime­to, el avión eje­cutó una extraña man­io­bra al despe­gar e inmedi­ata­mente se inclinó abrup­ta­mente sobre el bor­de de la pista destrozán­dose una de las alas. Por for­tu­na, Gil­da ocu­pa­ba uno de los primeros asien­tos de la aeron­ave, por lo que no sufrió daño alguno.

En cuan­to a Eddy Luz Yepes-Gil Oropeza, hubo quien le acon­se­jara que can­ce­lara el via­je toda vez “habían ocur­ri­do var­ios acci­dentes de avión últi­ma­mente”, pero esa mis­ma per­sona al ver su reac­ción, más bien se inhibió y le acon­se­jó que hiciera aquel via­je en com­pañía de la seño­ra Lirio de Rodríguez Ortiz, quien tam­poco mostra­ba áni­mos para realizar la travesía.

Hon­ras fúne­bres de las víc­ti­mas del DC‑3 de TACA en 1952

Fuente: Cen­tro Inter­no de Doc­u­mentación del Diario EL IMPULSO.

Fotos: Diario EL IMPULSO / Luis Her­a­clio Med­i­na Canelón

CorreodeLara

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