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El Miranda de Mariano Picón Salas 

 

Ángel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ
@lombardiboscan

Leer a los grandes escritores es un auténtico placer más allá de sus interpretaciones, las cuáles por lo general, son siempre acertadas, aunque habrá una que otra que no convalidemos, pero eso es lo de menos. He leído mucho sobre el tema de nuestra Independencia Nacional (1750–1830) y son pocos los textos realmente originales y buenos


Aho­ra acabo de ter­mi­nar la “Biografía de Fran­cis­co de Miran­da” (1946) de Mar­i­ano Picón Salas (1901–1965). Ya antes, en mi for­ma­ción uni­ver­si­taria me había topa­do con: “De la Con­quista a la Inde­pen­den­cia” (Méx­i­co, 1944) y “Los días de Cipri­ano Cas­tro” (1953), tex­tos impre­scindible para enten­der nues­tra andadu­ra histórica.

Mar­i­ano Picón Salas

Lo primero que sor­prende de la “Biografía de Fran­cis­co de Miran­da” es la cal­i­dad de la escrit­u­ra. Uno no sabe si está ante un tex­to históri­co o una nov­ela cuyo pro­tag­o­nista es la vida fasci­nante de Fran­cis­co de Miran­da (1750–1816). “El otoño se pro­lon­ga, a veces, avan­zan­do hacia el Sur, por las ric­as tier­ras de Mary­land y de Vir­ginia, tan abun­dantes de aguas y flo­res­ta. Algunos árboles lucen todavía aque­l­la sun­tu­osa col­oración que se degra­da del bermel­lón al vio­le­ta y que tor­na la caí­da de las hojas y la tarde otoñal del paisaje yan­qui en inolvid­able fies­ta policroma. 

El otoño no es aquí triste como en Europa, sino que pin­ta sobre el hor­i­zonte la mul­ti­pli­cación de sus cela­jes esper­an­za­dos. Y porque el hom­bre norteam­er­i­cano toma la vida a grandes saltos, sin demasi­a­do tiem­po para la tregua y el reposo, se pasa del otoño a un invier­no brus­co y vir­il que ofrece simultánea­mente la bofe­ta­da del vien­to –del joven vien­to can­tor que viene de las praderas y de los grandes lagos del Norte- y los pedr­us­cos del grani­zo. Por un ondu­la­do camino de arboledas que se desnudan del últi­mo fol­la­je, avan­za el coche de Fran­cis­co de Miran­da hacia la ciu­dad de Washington”.


Sen­cil­la­mente her­moso. Todo éste tex­to es una especie de orfebr­ería de la pal­abra, escrit­u­ra de alto vue­lo de parte de un mae­stro del ensayo y la cul­tura en grande


¿Cómo encaró éste gran escritor la figu­ra polié­dri­ca y abis­mal del primer gran vene­zolano “uni­ver­sal”? Sin lugar a dudas des­de una pro­fun­da e indis­im­u­la­da admiración. Toda biografía es auto­bi­ografía de una u otra for­ma. Mar­i­ano Picón Salas huyen­do del sátra­pa Juan Vicente Gómez (1857–1935) tuvo que vivir de via­je en via­je procu­ran­do sobre­vivir a un des­ti­no aci­a­go dis­tante del ter­ruño. Su visión lati­noamer­i­can­ista entron­ca con la aspiración miran­d­i­na de unidad con­ti­nen­tal bajo los aus­pi­cios de una cul­tura e iden­ti­dad com­par­ti­da: la his­páni­ca y mestiza.

El Miran­da de Picón Salas es una figu­ra toca­da por la trage­dia y la incom­pren­sión de sus con­tem­porá­neos. Miran­da es el via­jero incans­able, un “colec­cionista de rela­ciones humanas”, un auto­di­dac­ta con una bib­liote­ca de 60.000 volúmenes y el gus­to por el apren­diza­je de idiomas extran­jeros. Es tam­bién el aven­turero y con­spir­ador emped­ernido, el ide­al­ista for­ma­do por los enci­clo­pe­dis­tas, el rev­olu­cionario que par­ticipó en la Inde­pen­den­cia de los Esta­dos Unidos (1776), la Rev­olu­ción France­sa (1789) y la Inde­pen­den­cia de His­panoaméri­ca (1810). Un ide­al­ista cuya utopía era la repub­li­ca patri­cia bajo el impe­rio de las leyes y la pau­ta de hom­bres hon­or­ables en las fun­ciones de gobierno.

Miran­da casi siem­pre se encuen­tra en el ban­do de los perde­dores víc­ti­ma del prag­ma­tismo y las maquina­ciones de los políti­cos ine­scrupu­losos y real­is­tas. No es desca­bel­la­do entonces aso­ciar sus actua­ciones como las de un Qui­jote moderno.

Lo que más sor­prende de la vida de Miran­da de acuer­do a Mar­i­ano Picón Salas es su aut­en­ti­ci­dad, su bue­na fe en aque­l­las empre­sas por las cuales creyó y arries­gó el pelle­jo. Imag­i­narlo a los 56 años como jefe de una expe­di­ción inva­so­ra sobre la cos­ta vene­zolana es algo com­ple­ta­mente alu­ci­nante, y has­ta kafkiano. Enar­bo­lar el tri­col­or nacional de una repub­li­ca invis­i­ble y descen­der con una imprenta para dis­tribuir entre la población anal­fa­be­ta la “Car­ta a los Españoles Amer­i­canos” del jesui­ta peru­ano Juan Pablo Vis­car­do y Guzmán (1748–1798) fue un acto de extrema auda­cia como inútil. Este hecho y tan­tos otros rev­e­lan el vol­un­taris­mo qui­jotesco de Miran­da y su soledad.

Miran­da es un aristócra­ta pop­ulista, un rev­olu­cionario caí­do y sin suerte, un pom­poso der­ro­ta­do. Su arri­bo en 1810 a Venezuela para encabezar la incip­i­ente rev­olu­ción nos lo mues­tra den­tro de una atmos­fera cuyo oxigeno está roí­do por las intri­gas y chismes de unos man­tu­anos que le perciben como un extraño, un ene­mi­go de su clase social. Sólo las adver­sas cir­cun­stan­cias le harán sobre­salir sobre la medi­anía de sus com­pa­tri­o­tas para hac­er recaer en su altivez de dandy la respon­s­abil­i­dad del fra­ca­so de la “Patria Boba” (1811–1812). 

La felonía de Bolí­var al entre­gar a Miran­da a Mon­teverde tiene que inter­pre­tarse como el resul­ta­do inevitable de un sub­or­di­na­do resen­ti­do con­tra su jefe. Y la ven­gan­za de la clase social man­tu­a­na sobre un Miran­da pro­totipo de un desclasa­do sobre­saliente, emu­lo de una aspiración democráti­ca de igualación social cuya premisa era ina­cept­able para los ini­ci­adores de la Inde­pen­den­cia en Cara­cas. Mar­i­ano Picón Salas, tiene la vir­tud de no dejarse arropar por el mito, de no ced­er al chan­ta­je patrióti­co nacional­ista que desvirtúa per­son­ajes y situa­ciones sin com­ple­jos de cul­pas. Su pro­bidad int­elec­tu­al y su destreza en el mane­jo del lengua­je es una invitación al redes­cubrim­ien­to de per­son­ajes como Miran­da que de tan­to exal­tar­lo y defor­mar­lo ter­mi­namos por desconocerlo.

 

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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