Ellas en la historia
Mario R. Tovar G
Historiador y escritor
mtovar60@hotmail.com
“La historia de la mujer venezolana está escrita con sangre y con sacrificios inauditos (…) Por sus páginas corren los nombres gloriosos de las que instigaron a descubrir y fundar (…) de cualquier forma para la transformación de Venezuela”
Gladys Monroy de Pino (1995)
Se conmemora el “Día Internacional de la Mujer”, razón por la cual desde estas páginas quisiéramos rendir nuestro humilde tributo a ese maravilloso ser que nos dio la vida y acompaña día a día en sus diversos roles como esposa, hija, ama de casa, abnegada trabajadora, dirigente social, deportista, estudiante, artista o destacada intelectual, entre otros referentes.
Debido a ello, sea propicia la ocasión para reseñar un importante texto titulado Ellas en la Historia (1995), hermosamente escrito por la historiadora Gladys Monroy de Pino, quien nace en la Victoria, estado Aragua, donde ejerció por muchos años como maestra normalista; área en la que llegó a destacarse como instructora, guía y coordinadora en diferentes planteles de la región, además de ser una aventajada pintora.
Al escribir “Ellas en la Historia”, la profesora Gladys Monroy se propuso, como bien lo destaca: “Concientizar a la humanidad de la presencia de la mujer en los hechos trascendentales de la vida (…) Así podemos decir que la mujer es la creadora y ductora del individuo en la faz de la tierra, al llevar en su vientre el fruto de su amor, al amamantarlo, criarlo y conducirlo hacia la meta de su propio yo (…).
Por sus páginas corren los nombres gloriosos de las que instigaron a descubrir y fundar, las que fueron sacrificadas por la libertad, las que ofrecieron sus hijos para la lucha, las que dieron sus bienes, las que gobernaron y las que comprometieron su reputación, con tal de ayudar de cualquier forma para la transformación de Venezuela (…) vinculadas (…) con nuestra historia Patria”.
En suma, la autora honra y destaca profusamente en su texto a la Cacica Doña Isabel, a Guiomar (la mujer del Negro Miguel), Beatriz Díaz de Rojas, Doña Josefa Marín de Narváez; Juana y María Bilela, María de Alcalá Rendón, María Marín de Narváez, Ana Francisca Pérez, Josefa Melchora Ponte y Aguirre; y María Josefa de la Paz y Castillo, Las Costureras de Guanare, María Teresa del Toro y Alaiza de Bolívar, Isabel Gómez, Josefa Joaquina Sánchez, Josefa Camejo, Concepción Mariño, Luisa Cáceres de Arismendi, Cecilia Mujica y Juana Ramírez (La Avanzadora), Dominga Ortiz de Páez, Encarnación de Vargas, Olayza Buroz de Soublette, Clara Marrero de Monagas, Luisa Isabel Pachano de Falcón, Ana Teresa Ibarra de Guzmán, Jacinta Parejo de Crespo, Teresa Carreño, Tirabichi, Yoady, Manuelita del Río, Celina la Vasca, Candelaria, la negra Matea y a nuestra mítica María Lionza, entre otras admiradas y aguerridas mujeres venezolanas. Por lo pertinente del tema a continuación reseñamos la semblanza de algunas de estas insignes mujeres venezolanas.
María Teresa del Toro y Alaiza
Esta joven española con raíces venezolanas nació en Madrid el 15 de octubre de 1781, siendo la hija mayor del caraqueño Bernardo Rodríguez del Toro y Ascanio (hermano de Francisco, del marqués del Toro), y de la vallisoletana Benita Alaiza y Medrano. Durante los primeros meses del siglo XIX, le corresponde conocer al joven Simón Bolívar en la casa del anciano Jerónimo de Ustáriz y Tovar, marqués de Ustáriz, donde ambos comparten una tarde de música dedicada a Mozart, tras lo cual queda sellado para siempre un apasionado amor a primera vista.
Por su parte María Teresa, aunque dos años mayor que Simón (con 17 años para la fecha), y sin ser bella, la anhelada compañera del futuro Libertador le ataría por su carácter y sólida educación, elevada por lo demás para los tiempos de corrían en aquella villa imperial.
A todas éstas, las crónicas familiares de la época la describen como suave, frágil, tímida, de ojos claros, profundos y tristes, pálida de tez, amable, inspiradora de honda ternura, avasallante y femenina dama, a quien Bolívar visitaría luego en el Puerto de Bilbao, tierra de ancestros, donde con su familia reside temporalmente en el otoño de 1801, cuando entonces, entre ternura y amistades, el hombre americano suspira y sueña sin cesar.
A este respecto, tal como lo apunta el historiador Ramón Urdaneta, en su obra. “Los Amores de Simón Bolívar y sus Hijos Secretos”, ya para mayo de 1802, Simón logra obtener la dispensa o permiso real que como todo militar le permitiría contraer nupcias, mientras dona a la prometida María Teresa y por costumbre habitual, en calidad de arras, la suma de 100 mil reales de vellón, tras lo cual en la segunda quincena, específicamente, el miércoles 26 de mayo de 1802, sin otras esperas, van al altar florido, ella cubierta de finos encajes y velos nupciales, con el fin de casarse en Madrid, en la parroquia de San Sebastián, por el presbítero Isidro Bonifacio Romano.
Una vez celebrada la boda, la joven pareja emprenden su viaje rumbo al puerto de La Guaira, desembarcadero natural de Caracas, lo que realizan partiendo de la Coruña en el navío “San Ildefonso”, el mismo que llevó a Bolívar a Europa por primera vez.
Al instalarse en Caracas en la casa de Las Gradillas, frente a la Plaza Mayor y en plena luna de miel, Bolívar decide encargarse de sus propiedades en los fértiles Valles de Aragua, viajando luego hacia San Mateo, donde fatalmente enferma y muere María Teresa del Toro y Alaiza, el 22 de enero de 1803 al contraer la fiebre amarilla; doloroso día que cambió el destino de Bolívar, porque como dijera una vez: “Si María Teresa no desaparece, tal vez hubiera sido un buen alcalde del pueblo de San Mateo”.
Josefa Joaquina Sánchez, valiente republicana
Durante la gesta emancipadora nacional, el papel de la mujer venezolana quedó relegado a un segundo plano, debido a los rígidos patrones heredados de la sociedad colonial de la época. Precisamente éste fue el rol que le tocó vivir a la heroína venezolana Josefa Joaquina Sánchez, esposa de José María España, uno de los principales comprometidos en la Conspiración de 1797, inspirada en los ideales legados por la Revolución Francesa. En este sentido, es pertinente agregar que la heroína Josefa Joaquina Sánchez nació en La Guaira, hace 254 años, el 18 de agosto de 1765, siendo hija de Joaquín Sánchez y de doña Ana María Bastidas. En relación a su padre, es oportuno señalar que era un rico comerciante de origen cumanés establecido en La Guaira, de espíritu liberal y amigo de los grupos que desde fines del siglo XVIII se organizaron para promover las ideas separatistas, republicanas y democráticas, tal como había sucedido en Francia.
En este ambiente familiar de nuevas ideas y de constante discusión de los entusiastas partidarios de la causa independentista, se va formando la hermosa “niña Joaquina”, como cariñosamente la llamaban, quien ampliaba sus estudios con lecturas hechas en la biblioteca familiar.
Durante el año de 1797, cuando su esposo José María España, implicado en una conspiración contra las autoridades coloniales, huye del país tras ser develada dicha conjura revolucionaria destinada a dar la libertad e igualdad al “pueblo soberano” de Venezuela; pero regresa clandestinamente a La Guaira en 1799, dispuesto a encabezar un levantamiento de negros esclavos y libertos, que diera plena libertad al país. Nuevamente delatado es apresado, mientras que su esposa Josefa también es hecha prisionera y encarcelada en la Casa de Misericordia de Caracas, el 30 de marzo de 1799.
Dentro de este contexto Josefa Joaquina, a pesar del aislamiento a que es sometida, le llega la noticia del ahorcamiento y posterior decapitación de su esposo, hecho ocurrido el 08 de mayo de 1799, mientras que a ella, en febrero de 1800, se le condena a 08 años de reclusión en la Casa Hospicio de Caracas, se le separa de sus hijos y se le confiscan todos sus bienes. Es liberada en junio de 1808, después de pagar ocho años de cárcel, es obligada a desterrarse con sus hijos en Cumaná, con prohibición de volver a Caracas y a La Guaira.
Finalmente, tras los sucesos del 19 de Abril de 1810 y la posterior Declaración de la Independencia en 1811, la animaron a volver a Caracas para participar en el nacimiento de la República. Por último, en 1811 solicita del nuevo gobierno una pensión, concedida en agosto de dicho año, pero lamentablemente muere en Caracas en fecha incierta por esa época, cuando contaba 46 años de edad.
La heroína Luisa Cáceres de Arismendi
Esta valerosa mujer venezolana vino al mundo en la ciudad de Caracas el 25 de septiembre de 1799, siendo hija de José Domingo Cáceres. Según el autor de la primera biografía sobre Luisa Cáceres de Arismendi, don Mariano de Briceño, citado por la escritora Ana Lucila García-Maldonado, recuerda que en las fiestas de Nochebuena de 1813, se conocieron Juan Bautista Arismendi y Luisa Cáceres Díaz, al ser presentados por José Félix Ribas.
Desde allí, Arismendi quedaría profundamente impresionado por los encantos personales, la inteligencia y personalidad de la joven; éste era viudo de doña María del Rosario Irela. Mientras tanto, las necesidades obligan al general Arismendi a marcharse a la Isla de Margarita, en donde reclamaban con urgencia su presencia, ya que las huestes realistas de Boves están destruyendo la Segunda República, creada por El Libertador en sus jornadas admirables de 1813, va a empezar la emigración de caraqueños a Oriente como única manera de poder conservar la vida y continuar la lucha.
Dentro de este contexto, los Cáceres logran llegar a Cumaná y ante la amenaza de Boves que sitia la ciudad, huyen a la Isla de Margarita, en donde Juan Bautista Arismendi, los recibe con alegría y el 4 de diciembre de 1814, celebra su matrimonio con Luisa Cáceres.
Pocas semanas más tarde comenzando el año de 1815, el general Arismendi asume las funciones de Gobernador Provisional de Margarita, pero muy pronto se altera la paz de la isla, con la llegada de la poderosa expedición que a bordo de una escuadra naval trae el general español Pablo Morillo. Arismendi se atrinchera, junto con su esposa, en la parte norte de Margarita. Sin embargo, el 24 de septiembre Cobián ordena la prisión de Luisa Cáceres de Arismendi, la cual es conducida primero a la Asunción y días más tarde, es encerrada en las bóvedas del Castillo de Santa Rosa.
En su condición de prisionera, Luisa Cáceres de Arismendi daría a luz en su celda del castillo margariteño a una niña que nació muerta, a causa de los malos tratos que durante todo su embarazo recibió su madre. Tiempo después, sería trasladada al Convento de la Concepción de Caracas y luego a España, desde donde logra escapar con ayuda de amigos en 1817, para dirigirse a Estados Unidos y desde allí, emprende retorno hacia Margarita donde es recibida como toda una heroína.
Finalmente, moriría hace 151 años en Caracas, a la edad de sesenta y siete años, el 02 de junio de 1866, siendo la primera mujer venezolana cuyos restos ingresaron en el Panteón Nacional, como homenaje póstumo por sus sobrados méritos como insigne patriota y heroína venezolana.
Teresa Carreño, Pianista y Compositora
La reconocida pianista y compositora María Teresa Gertrudis de Jesús Carreño García, mejor conocida como Teresa Carreño, nació en Caracas el 22 de diciembre de 1853. Fue hija de Manuel Antonio Carreño, sobrino de don Simón Rodríguez y de Clorinda García Sena y Toro, sobrina de la esposa del Libertador Simón Bolívar.
Dentro de este contexto, es pertinente acotar que Teresa Carreño comenzó sus estudios musicales desde los cinco años, mientras que a los seis años vería publicada su primera obra dedicada a su maestro Gottschalk, agotada en tres ediciones sucesivas en un solo año.
En 1862 la familia Carreño abandona Venezuela motivado a la difícil situación política y económica que atravesaba el país. En este sentido, el 1º de agosto de ese año, la familia parte hacia Nueva York, ciudad a la que llegan un 23 de agosto e inmediatamente Teresita comienza a dar pequeños conciertos privados a amigos de la familia, dando a conocer sus progresos con el piano y acrecentando su fama entre las élites. Pasado un tiempo, a los nueve años debuta como solista con la Orquesta Filarmónica de de Boston y con la Sinfónica de Londres.
A los 13 años, esta niña prodigio se encuentra con su familia en París, donde conoce a celebridades como Rosini, Gounod, Ravel, Debussy y Vivier, entre otros. En 1866 muere su madre por una epidemia de cólera; sin embargo, esto no la detiene y viaja a España donde ofrece conciertos en diversas ciudades, y posteriormente se traslada para volver a Estados Unidos y continuar su gira de conciertos.
En 1862, cuando apenas contaba con 19 años, contrae matrimonio con Emile Sauret, violinista hábil pero irresponsable y débil de carácter. De esta unión nace su hija Emilia Sauret Carreño, quien es dejada por Teresa bajo el cuidado de una señora alemana de apellido Bichoff, por cuanto saldría de gira con su esposo.
Tras su divorcio, Teresa Carreño viaja a Boston en 1876, presentándose como cantante y conoce al barítono italiano Giovanni Tagliapietra, integrante de la compañía con la que estaba de gira. Se casan el mismo año y de esta unión nacerían sus hijos: Lulú (1878), Teresita (1882) y Giovanni (1885).
En 1887 llega a Venezuela invitada por el entonces presidente Antonio Guzmán Blanco, pero la gira resulta un fracaso. Al poco tiempo, con la ayuda de Guzmán Blanco, parte a Nueva York el 23 de agosto de 1887. Finalmente, ésta reconocida pianista, cantante y compositora venezolana muere en Nueva York, el 12 de junio de 1917 y sus restos serían repatriados en 1938.
María Lionza y su Utópico Reino Desconocido
Al hablar sobre el camino hacia lo subjetivo, estamos tocando las vías a lo desconocido, al igual que lo sagrado, que monopolizó durante mucho tiempo el acceso hacia el yo, es decir a lo ignoto.
En tal sentido la autopista hacia lo desconocido es pues, lo sagrado y éste, gracias a las leyes de la continuidad y de asociación, hace referencia a un conjunto de elementos inconscientes; tema estudiado por Gustavo Martín en su riguroso ensayo titulado: “María Lionza, la Búsqueda de lo Desconocido”, donde abordó la relación con la madre, sobre todo con la gran madre primordial, así como también con la presencia seductora de la muerte, como los dos ejes que se mueven hacia lo desconocido.
Para Martín, cultos permeables como el de María Lionza, ejemplifican el carácter espúreo de nuestra sociedad, penetrada por elementos exógenos que están muy lejos de representar nuestra verdadera identidad como pueblo.
Por ello, Sorte es un viaje hacia nuestro inconsciente, con todo lo que tiene de bueno y malo. En ese contexto, la montaña y nuestro imaginario son estructuras homólogas, y de allí deriva la relativa eficacia de los ritos, quizás gracias a la ambivalencia que montaña e imaginario evocan y que derivan en mitos y ritos.
En tal sentido, los mitos intentan sintetizar lo imaginario, lo opuesto: el misterio de la vida y su reproducción con la muerte, que anula el tiempo lineal entre la vida y la muerte, o en todo caso, si lo que vivimos es el pasado, el presente o el futuro. Por lo tanto, este detenimiento, esta muerte ritual, es el pre-requisito fundamental para la resurrección; razón por la cual todos los ritos de iniciación y de pasaje, puntualiza Martín, como los sagrados de Sorte o los secularizados de los terapistas, implican ese renacer a una nueva vida, previa muerte al mundo del pecado o a la neurosis.
Así tenemos que mientras el mito de María Lionza implica una vuelta a la libertad de la naturaleza y a la omnipotencia ilusoria, en el rito entran en juego numerosos factores represivos y como contrapartida, el sujeto se ve sometido a la canalización represiva de sus sentimientos, y por lo mismo, su responsabilidad individual es relegada totalmente en este tipo de terapia shamanística o espiritista, al provocar una crisis de conciencia, preparando al individuo para su “curación”.
En suma, María Lionza, como madre diosa, nos transmite el mensaje que es posible escapar al destino, que podemos superar nuestros fantasmas infantiles y que en ella se funden la naturaleza y la cultura al mismo tiempo; el yo y el otro, la presencia y ausencia, y en cuyo utópico reino desconocido, finalmente impera la autenticidad, el amor y la comunión de las conciencias.
Teresa de la Parra, defensora de la causa femenina
La ilustre novelista venezolana y activa defensora de los derechos de la mujer, Ana Teresa Parra Sanojo, mejor conocida como Teresa de la Parra, vino al mundo en París el 05 de octubre de 1889, siendo sus padres Rafael Parra Hernáiz y doña Isabel Sanojo. En 1902 viene con su familia a Venezuela, trasladándose luego hasta su hacienda de Tazón, en las cercanías de El Valle.
Posteriormente en 1906 al morir su padre, se traslada a España para cursar estudios en el Colegio Sacré Coeur de Valencia; mientras que en 1915 sale del colegio y viaja a París donde permanece algún tiempo antes de regresar a Caracas.
En 1924, obtiene el primer premio en un concurso de escritores por su novela “Ifigenia”, que es publicada ese mismo año por el Instituto Hispanoamericano de cultura francesa en París; para 1926 se encuentra en esa misma ciudad presidiendo un círculo literario. En 1927 viaja a Cuba para representar a Venezuela en la Conferencia Interamericana de periodistas y diserta sobre “La Influencia Oculta de las Mujeres en el Continente y en la Vida de Bolívar”.
Pasa luego a Colombia invitada por el gobierno de ese país y dicta una serie de conferencias que tienen por tema: “Importancia de la Mujer Durante la Colonia y la Independencia”. En 1928 regresa a Europa y comienza a escribir su segunda novela titulada: “Memorias de Mamá Blanca”.
Su novela “Ifigenia”, escrita a manera de “diario” y en forma epistolar, plantea el drama de la mujer frente a una sociedad que no le permite expresar sus ideas, ni elegir su destino. Al mismo tiempo, presenta cuadros costumbristas que ilustran el transcurrir de la vida de Caracas.
Mientras que en las “Memorias de Mamá Blanca”, recrea el ambiente de su niñez e introduce el “tiempo existencial”, cargando el tiempo cronológico con una nueva dimensión dada por el “fastidio” de la protagonista de “Ifigenia”, señalando además, los defectos de una sociedad decadente y llena de prejuicios, fiel testimonio de la Caracas y de la Venezuela de su tiempo, de las luchas entre las tradiciones y los viejos prejuicios con la vida moderna y sus costumbres nuevas. En 1986 esta obra sería llevada al cine por el director Iván Feo.
Finalmente, tras su muerte en Madrid el 13 de abril de 1936, su cuerpo sería traído a Caracas en 1947, para ser sepultada en el Cementerio General del Sur y posteriormente sus restos serían trasladados al Panteón Nacional, el 07 de noviembre de 1989, dada su reconocida trayectoria como escritora y activa defensora de los derechos de la mujer.
Finalmente, muchas de estas y otras destacadas mujeres venezolanas, han sido las grandes ausentes de nuestra narrativa contemporánea, al no aparecer debidamente registrada su vida y obra en un lugar preponderante, ganado en buena lid, por lo que merecen ser exaltadas y dignificadas gracias al papel protagónico que tuvieron, sin duda alguna, Ellas en la Historia.