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Francisco de Miranda: nuestro más universal y olvidado prócer

Juan José Peralta
Periodista

El 28 de marzo de 1750 nació el venezolano más universal, Sebastián Francisco de Miranda, en aquella pueblerina y bucólica Caracas de mediados del siglo XVIII que nunca olvidará, descrita por el cronista Oviedo y Baños de “un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del frío afligen”


Allí tran­scur­rieron los primeros veinte años de quien sería Pre­cur­sor de la Inde­pen­den­cia de Améri­ca, en su ciu­dad natal según Oviedo y Baños plan­ta­da “en un her­moso valle, tan fér­til como ale­gre y tan ameno como deleitable (…) al pie de unas altas sier­ras, que con dis­tan­cia de cin­co leguas la div­i­den del mar en el recin­to que for­man cua­tro ríos, que porque no le fal­tase cir­cun­stan­cia para acred­i­tar­la paraí­so, la cer­can por todas partes, sin pade­cer sus­to de que la aneguen: tiene su situación la ciu­dad de Caracas”.

Sus padres fueron Sebastián de Miran­da y doña Fran­cis­ca Rodríguez. Estudió med­i­c­i­na en la Uni­ver­si­dad de Cara­cas, pero lo inter­rumpió para trasladarse a España y seguir la car­rera militar.

Cuarenta años estu­vo Miran­da ausente de su ciu­dad natal, des­de su par­ti­da en enero de 1771, próx­i­mo a cumplir 21 años al embar­carse en La Guaira con des­ti­no a España, has­ta diciem­bre de 1810, a su regre­so de 60 años de edad.

Su decisión de irse a Europa no parece coin­ci­den­cia después del “incó­mo­do y escan­daloso inci­dente pro­movi­do por los criol­los prin­ci­pales de la cap­i­tal con­tra Sebastián Miran­da, su padre, en abril de 1769”, sostiene Inés Quin­tero, bel­la e inteligente his­to­ri­ado­ra y académi­ca vene­zolana en su libro exi­toso libro “El hijo de la panadera. Fran­cis­co de Miran­da”, pub­li­ca­do en 2014 por Edi­to­r­i­al Alfa.

Quin­tero cita “El pro­ce­so con­tra don Sebastián Miran­da, padre del pre­cur­sor de la Inde­pen­den­cia con­ti­nen­tal”, de Ángel Grisan­ti, su obra “El últi­mo mar­qués” y su tesis doc­tor­al “El mar­que­sa­do del Toro 1732–1851”, en su pro­mo­ciona­do libro.

El por­venir del Pre­cur­sor, según Quin­tero no ofrecía muchas opciones en una sociedad fuerte­mente jer­ar­quiza­da como la caraque­ña del siglo XVIII y todavía fres­co el inci­dente de su papá con los prin­ci­pales man­tu­anos de la ciu­dad, el joven “tenía dos posi­bil­i­dades: o se con­forma­ba con vivir en un entorno en el cual sería con­sid­er­a­do y val­o­rado como el hijo de la panadera, un suje­to ordi­nario y de baja esfera, o se disponía a labrarse un futuro difer­ente fuera de su lugar natal. Fran­cis­co de Miran­da optó por lo segundo”.

Mucho nos fal­ta por cono­cer de la per­son­al­i­dad múlti­ple del más uni­ver­sal de los hijos de Cara­cas y de Améri­ca, señala el helenista y tra­duc­tor, pro­fe­sor de la Uni­ver­si­dad de Chile Miguel Ángel Castil­lo Didi­er en el pról­o­go del Diario de Via­jes de Fran­cis­co de Miran­da, (Monte Ávi­la Edi­tores, 1992) y cita al his­to­ri­ador José Luis Sal­cedo Bas­tar­do: “Venezuela y Lati­noaméri­ca están en deu­da con aquel que, el primero, con­cibió la lib­er­tad y la unidad de los país­es his­panoamer­i­canos y entregó a esa causa su vida, sien­do pre­cur­sor, após­tol, héroe y már­tir de la inde­pen­den­cia amer­i­cana”.  Aún no lo cono­ce­mos bien; no hemos aquilata­do en todas sus dimen­siones su aporte a ésa y otras causas que siguen tenien­do hoy com­ple­ta vigen­cia, sostiene Castil­lo Didi­er. “Miran­da luchó por la lib­er­tad del hom­bre; primero en Esta­dos Unidos, luego en Fran­cia, después en Venezuela; prop­i­ció la eman­ci­pación y un des­ti­no común para las naciones her­manas de Latinoamérica”.

“Alzó por doquier su pal­abra en defen­sa de los dere­chos humanos, des­de la época en que recor­rió las más diver­sas lat­i­tudes euro­peas, has­ta los tristes tiem­pos de su injus­ta prisión final; hizo oír su voz con­de­na­to­ria con­tra la prác­ti­ca de la tor­tu­ra, la inhu­manidad de los regímenes carce­lar­ios, las arbi­trariedades y la fal­ta de garan­tías judiciales”.

 


 

Gen­er­alísi­mo Fran­cis­co de Miranda

 

 

 

 

 

 

 

En ple­na Rev­olu­ción France­sa –sostiene el cat­e­dráti­co chileno– Miran­da denun­ció la incon­se­cuen­cia de negar a la mujer los dere­chos cívi­cos; se opu­so a las con­quis­tas como incom­pat­i­bles con el espíritu lib­er­tario, y así lo expresó a los france­ses con ser­e­na firmeza; se enfren­tó al Direc­to­rio y a Napoleón, con­de­nan­do el saqueo de los tesoros artís­ti­cos de Italia y de otros pueb­los; la instruc­ción pop­u­lar fue una de sus pre­ocu­pa­ciones más con­stantes. “En fin, no es posi­ble señalar una causa noble que no haya con­ta­do con su amplio y leal apoyo”.

Miem­bro de la Real Acad­e­mia Españo­la y de la Acad­e­mia Chile­na de la Lengua, Castil­lo Didi­er nos invi­ta a cono­cer más a este cos­mopoli­ta héroe caraque­ño en sus escritos y en espe­cial de sus Diar­ios, parte de los 63 tomos de sus archivos que él mis­mo hizo encuadernar, colec­ción de pape­les sis­temáti­ca­mente reunidos des­de su via­je a España en 1771, preser­va­dos con celo a través de sus azares y peripecias bajo el nom­bre gen­er­al de Colombeia, ele­va­dos en 2007 por la Unesco al Reg­istro Mundi­al de la memo­ria del mundo.

De regre­so en diciem­bre de 1810 lo reciben con hon­ores en La Guaira y Cara­cas le con­fiere el gra­do de gen­er­al del ejérci­to. Diputa­do por El Baúl, el 5 de julio de 1811 Miran­da fir­ma con reser­vas el Acta de la Declaración de la Inde­pen­den­cia. Con el ran­go de gen­er­alísi­mo y gic­ta­dor asum­ió la con­duc­ción del naciente ejérci­to patriota.

Tras las primeras escara­muzas al frente de unas indis­ci­plinadas tropas, la caí­da de la plaza de Puer­to Cabel­lo al man­do del coro­nel Simón Bolí­var, la rebe­lión de los esclavos de Barloven­to, el rec­ha­zo a la ges­ta de la inde­pen­den­cia por la sociedad vene­zolana, quienes jus­ti­fi­ca­ban el ter­re­mo­to del 26 de mar­zo de 1812 como “cas­ti­go del cielo”, fueron razones para la capit­u­lación de Miran­da ante el gen­er­al español Domin­go de Mon­teverde el 25 de julio de 1812 en San Mateo, cuan­do se cumplían 245 años de la fun­dación de Caracas.

Por temor a la der­ro­ta y el desconcier­to, el gen­er­alísi­mo plane­a­ba salir en bus­ca de apoyo para reini­ciar la lucha, pero los jóvenes patri­o­tas lo inter­pre­taron como una traición y antes de embar­carse un grupo de ofi­ciales encabeza­dos por Bolí­var lo apresó en La Guaira y lo entre­garon al coman­dante mil­i­tar del puer­to coro­nel Manuel de las Casas, quien se pasó al ban­do real­ista y lo entregó a Mon­teverde y orde­nan su trasla­do al castil­lo San Felipe, de Puer­to Cabello.

A comien­zos de 1813 el gen­er­alísi­mo escribe a la Real Audi­en­cia de Cara­cas un memo­r­i­al exigien­do cumplir la capit­u­lación de San Mateo, pero la respues­ta fue su trasla­do en junio de ese año al castil­lo San Felipe del Mor­ro, en Puer­to Rico y de allí a España, donde es encer­ra­do en una cel­da alta y espa­ciosa en el penal de las cua­tro tor­res del arse­nal de la Car­ra­ca, en Cádiz.

Con­movi­da cita Inés Quin­tero en su libro la car­ta de Miran­da a su mujer Sarah Andrews (Sal­ly) en 1814 en la cual resalta una frase que expli­ca las razones de su cau­tive­rio y su vida políti­ca: “todos estos sac­ri­fi­cios han sido hechos por amor a mi país natal, y por esta mis­ma razón, debo sobrell­e­var­los con con­stan­cia y resignación”.

Cuan­do plane­a­ba su fuga hacia Gibral­tar, el 14 de julio de 1816, fecha en su memo­ria de 27 años de la Toma de la Bastil­la, de 66 años un acci­dente cere­brovas­cu­lar le causó la muerte en triste coin­ci­den­cia en un aniver­sario de la Rev­olu­ción por la que luchó, que sig­nificó la rup­tura entre la sociedad occi­den­tal feu­dal y la sociedad occi­den­tal con­tem­poránea, cuan­do se dio el trán­si­to de la sociedad esta­men­tal y hered­era del feu­dal­is­mo, a la sociedad mod­er­na, con la declaración de los dere­chos del hom­bre y del ciu­dadano como bandera.

Sin famil­iares ni ami­gos que rescataran sus restos, fueron enter­ra­dos en una fosa común en el cemente­rio del arse­nal y fue mucho después cuan­do la noti­cia llegó a Cara­cas, más allá de espec­u­la­ciones y rumores. Infruc­tu­osa­mente, cien­tí­fi­cos, inves­ti­gadores e his­to­ri­adores han trata­do de dar con sus huesos.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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