Casa Eustoquio Gómez exalta a un tirano
Juan José Peralta
Periodista
Es contradictorio que mientras nos empeñamos en recuperar un país democrático y libre, tengamos vecino al sillón del alcalde un lugar donde se le rinde culto a la dictadura del general Juan Vicente Gómez, la más larga y feroz de nuestra era republicana en el nombre de uno de sus sátrapas: Casa Eustoquio Gómez. Este general de montoneras no merece ese homenaje.
Al llegar el general Cipriano Castro al poder en 1899 los andinos hicieron suya a Caracas y eran temidas sus parrandas en la capital. En una de sus borracheras Eustoquio Gómez llegó el 27 de enero de 1.907 cerca de las cuatro de la tarde al bar “Bois de Boulogne” en la zona de Puente Hierro con los coroneles Isaías Niño y Eloy Tarazona. Ante el escándalo armado, el prefecto general Domingo Antonio Carvajal envió un pelotón de policías a poner orden y lo notificó al gobernador, general Luis Mata Illas.
Por ese tiempo había en Caracas una conspiración denominada “la conjura” para tratar de impedirle al vicepresidente Gómez, sustituir al presidente Cipriano Castro, por presentar problemas de salud. El gobernador Mata Illas, uno de los conjurados se hallaba cerca del sitio, se presentó y pidió a los alborotados borrachos retirarse. Cuando discutían llegó la policía y esto provocó la ira de Eustoquio Gómez, quien acusó a Mata Illas de tenderle una emboscada y le vació la carga del revólver. Lo mismo hizo el coronel Niño y huyeron. Fueron enjuiciados y sentenciados.
Cuando Juan Vicente Gómez dio el golpe a Cipriano Castro una de sus primeras decisiones aquel diciembre de 1908, fue ordenar la libertad de su primo Eustoquio sentenciado a 15 años de cárcel que pagaba en la prisión La Rotunda.
Por el alzamiento en montañas trujillanas del general José Rafael Gabaldón, en abril de 1929 Gómez designó a su primo presidente del Estado Lara, quien llegó precedido de muy mala fama: menos de dos años de cárcel había pagado por el asesinato de Mata Illas. Eustoquio Gómez se apropió de la casa construida por el general Pedro Lizarraga en la carrera 17 con la calle 25 hoy torpemente llamada con su nombre para vergüenza del gentilicio barquisimetano.
El nuevo gobernador puso orden en la pueblerina capital. Ordenó recoger de las calles a los mendigos y los animales realengos, puercos, burros, chivos, gallinas. Una razzia social recogió las puticas para recluirlas y pavimentó algunas calles para transitar su Lincoln negro de lujo llamado por la gente “la urna”.
Eustoquio concluyó el palacio de gobierno, construyó el cuartel Jacinto Lara, el acueducto y el parque Ayacucho y ordenó la erección de la estatua ecuestre de Simón Bolívar traída de Europa, estrenada en diciembre de 1930 entre música y fuegos artificiales, para conmemorar el centenario de la muerte del Libertador. También un año más del golpe de estado que su primo el general Gómez le dio en diciembre de 1908 a su compadre Cipriano Castro, a quien no dejó entrar al país cuando fue a Alemania, a curarse la próstata enferma de sus desórdenes.
Se cumplió un dicho popular
Quien a hierro mata no puede morir a sombrerazos, como reza el adagio popular: El 21 de diciembre de 1935, luego de las exequias de Juan Vicente Gómez en Maracay, Eustoquio se fue a Caracas a hablar con el presidente encargado, general Eleazar López Contreras quien supuestamente le temía. En una trampa para quitárselo de encima lo mandó a pedirle al general Félix Galavís le entregara la gobernación del Distrito Federal y le avisó por teléfono para que lo atendiera con la debida precaución. En un altercado, Eustoquio intentó sacar su revólver y Galavís se le fue encima y se lo impidió. Dos disparos se escucharon, ambos de muerte. Lo dejaron desangrar al retener a sus acompañantes. El médico examinó al herido y le dijo al general Galavís que era un caso perdido. “Querido doctor, cómo se ve que usted no sabe de política, es un caso ganado”, respondió Galavís.
No se entiende que la casa donde viviera Eustoquio Gómez en Barquisimeto, hoy patrimonio del municipio Iribarren, lleve el nombre de quien representa la más larga tiranía militar sufrida por Venezuela en la era republicana.
Honorable propuesta
Proponemos para esa propiedad municipal el nombre de Hermann Garmendia en homenaje al Tercer Cronista Oficial de Barquisimeto entre 1967 y 1990, periodista, escritor, humorista, crítico de arte e historiador, quien por varias décadas nos legó importantes páginas sobre la vida de la ciudad desde su fundación y su historia, además de otras sobre arte, filosofía, poesía, música, teatro, danza y cine.
Sobre Garmendia escribió otro Cronista de la Ciudad, Ramón Querales: “Amaba la escritura llana mediante la cual expresaba su apasionado deseo de llegar a las más amplias capas de la población para entregarles los vastos conocimientos que poseía tomados de los libros y experimentados de su propio vivir. Profundizó en la sabiduría que dimana del pueblo y fue también acucioso folklorista, como tal nos entregó ricas páginas sobre las costumbres y usos del pueblo larense en crónicas salpicadas de buen humor y decir elegante”. Su columna “El camino y el espejo” publicada por años primero en El Impulso y después en El Informador, era espacio de necesaria consulta para sus lectores quienes la apreciaron como “inestimable y culta fuente de información y aprendizaje”.
Querales también recordó la publicación los lunes de la “Reseña de la Añoranza, polifacético reportaje fotográfico de la vida y milagro de la ciudad de todos los tiempos”. Gracias a su gestión personal logró la publicación de importantes trabajos donde destacó su labor de investigación como activo y agudo periodista. También destaca sus buenos modales, fino sentido del humor y su vínculo con su hermano menor más reconocido como escritor y hombre del cine y la televisión Salvador Garmendia.
El busto erigido a Hermann Garmendia en la avenida que lleva su nombre en una primera ocasión fue desfigurado y tiempo después desapareció. La ocasión es oportuna para hacerle una nueva estatua y rendirle otros honores muy merecidos y solicitamos al alcalde de Iribarren, Luis Jonás Reyes, darle el de quien representa el sentir de los larenses y que allí se establezca la sede del Cronista de la Ciudad, despacho obligado a recoger nuestras historias, una vez recuperada esta actividad de las garras de quienes modificaron las bases para designar Cronista a quien nada ha hecho por la memoria de la Nueva Segovia de Barquisimeto.