CrónicasTodas Las Entradas

1855: El cólera en Barquisimeto

 

Ya en 1832 se hablaba del cólera en Venezuela y la prensa publicó trabajos acerca de la enfermedad y modos de combatirla. En 1849 la epidemia había llegado al continente suramericano y desde Canadá hacia el Sur, aterrorizaba a los estadounidenses después de haberlo hecho en Asia.

En la “Gac­eta de Bar­quisime­to”, de 1849, se pub­licó un tra­ba­jo donde se hacían recomen­da­ciones difun­di­das en 1832 para el caso de que la enfer­medad lle­gara a Venezuela.

Los sín­tomas eran, o son: alteración de la cara, inco­mo­di­dad de la cabeza, sor­dera incip­i­ente, lax­i­tud, ardor en la boca del estó­ma­go, retor­ti­jones, cóli­cos pasajeros, calofríos, despela­zos, para lo cual se recomend­a­ba: Con­ser­var la cal­ma, bue­na ven­ti­lación de las vivien­das, pocas per­sonas en una sola habitación, vasi­ja de agua con cloruro de cal o sosa en los dor­mi­to­rios, man­ten­er limpios recip­i­entes, cloa­cas, cañerías, pozos, lavaderos, albañales, depósi­tos y desagües; sacar ráp­i­da­mente la basura de las casas; usar “un ceñi­dor de lana alrede­dor del vien­tre, chale­co de franela pega­do a la cutis y el escarpín de lana…”, bañarse con agua tib­ia y por poco tiem­po; fric­cionar el cuer­po mañana y noche con brandy o ron mez­cla­do con vina­gre, mostaza, alcan­for, ajo moli­do, expuestos al sol en una botel­la por tres días; ali­men­tos bien coci­dos; abri­gar al enfer­mo con ropas de lana; pasar hier­ros calientes sobre las frazadas en el estó­ma­go, corazón y pies; pon­er cat­a­plas­mas tib­ias de hari­na, pimien­ta y mostaza en el vien­tre y espina­zo; botel­las de agua, saquil­los de ceniza o are­na caliente en los pies; baños de vapor con alcan­for y vina­gre der­ra­ma­dos sobre ladril­los calientes; tomar infu­siones de sauco, agua de amonía anisa­da, o yerbabue­na cada media hora; tomar car­bon­a­to de sosa, oximuri­a­to de potasa y sal común.

Tres de las recomen­da­ciones com­plac­i­eron a las esposas: “recogerse tem­pra­no y no pasar una parte de la noche par­tic­u­lar­mente si es fría y húme­da en par­tidas de juego, o entre­ga­dos a los exce­sos de com­er y beber”; man­ten­erse acti­vo en el tra­ba­jo aunque sin abusar del tiem­po ded­i­ca­do al mis­mo; y evi­tar el uso de licores pues esta­ba com­pro­ba­do que los afi­ciona­dos al alco­hol eran las primeras víc­ti­mas del cólera; igual­mente era fatal el licor en ayunas.

Sin embar­go, el fla­ge­lo no llegó ese ni en los próx­i­mos años, pero en abril de 1850 la Jun­ta de Sanidad solic­itó ayu­da para el caso de que el cólera invadiera la ciu­dad y el gob­er­nador Nicolás Martínez pre­sen­tó “un expe­di­ente doc­u­men­ta­do sobre la muerte de Ceferi­no Men­doza que se dice fue del Cólera Morbo”.

No me iré sin verte

En 1851, el gob­er­nador Aguina­galde, en su men­saje a la Diputación, sólo habló de una peste que afec­tó a mucha gente de Caro­ra y Bar­quisime­to, lla­ma­da “no me iré sin verte”, tran­si­to­ria y aunque mor­tal, cur­able con reme­dios caseros; en 1853 hubo epi­demias de fiebre amar­il­la y vómi­to pri­eto en algu­nas provincias.

En setiem­bre de 1854 empezó la alar­ma: Simón Planas, (cabu­dareño) min­istro de Inte­ri­or y Jus­ti­cia, alertó a los gob­er­nadores acer­ca de los estra­gos que esta­ba cau­san­do la epi­demia en USA y Trinidad y de la necesi­dad de tomar medi­das para evi­tar­la, ya que por la cer­canía de Trinidad, Venezuela se hal­la­ba “en inmi­nente peligro”.

Todavía el virus se man­tenía fuera del país pero la viru­ela había inva­di­do var­ios lugares de la provin­cia de Bar­quisime­to y así lo infor­mó el gob­er­nador interi­no el 28 de sep­tiem­bre, pidi­en­do ayu­da al gob­ier­no nacional: en la par­ro­quia Muñoz, había has­ta el 20 de ese mes, 54 afec­ta­dos de ambos sex­os y edades; en octubre la viru­ela no sólo afecta­ba a Caro­ra sino que había lle­ga­do a Yaritagua y Cabudare.

Tal como lo había anun­ci­a­do Planas, el cólera, final­mente, invadió a Mar­gari­ta, el 13 de sep­tiem­bre de 1854, pasó a Güiria y se declaró en la provin­cia de Cumaná según el Despa­cho de Inte­ri­or y Jus­ti­cia que orden­a­ba a los gob­er­nadores redoblar las medi­das, no para impedir la epi­demia, sino para minimizarla.

En 1855, el 17 de diciem­bre, la peste se declara en Bar­quisime­to con la muerte de Jose­fa Ramos, her­mana de próceres y esposa del coman­dante Per­fec­to Giménez quien escribió una necrología en la cual hace una curiosa invo­cación: “Si como dicen el cólera te privó de la exis­ten­cia, ojalá una víc­ti­ma la primera y tan impor­tante red­i­ma a un pueblo reli­gioso de este azote aso­lador ¡Quizás tus manes gratos a Dios y caros al que te cono­ció, se exal­tarán de gozo al com­pren­der que el pre­cio de tu vida con­ser­vará a mil­lares de criat­uras sus madres car­iñosas!”. La his­to­ria, en lo que sigue, aunque bas­tante ter­giver­sa­da, es más conocida.

Ramón Querales
Cronista de Iribarren

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *