El juicio a Santander frente al atentado a Simón Bolívar
En septiembre de 1826, el Libertador, presidente vitalicio y dictador del Perú, regresó a Bogotá. Había creado a Bolivia, regida por su Constitución de Presidencia perpetua e irresponsable, que no podía imponerse en Colombia, como lo deseaba, por cuanto la Constitución de Cúcuta era inmodificable y regía hasta 1831.
Asumió la Presidencia y se atribuyó facultades extraordinarias. Contra el querer de Santander y el movimiento republicano y demócrata que lo seguía, el Congreso, a instancias de Bolívar, convocó una constituyente que debía reunirse en Ocaña para modificar la Carta.
La Convención, donde midieron fuerzas bolivarianos y santanderistas, aunque de mayoría santanderista, se reunió el 9 de abril de 1828. Sesionó por tres meses, entre agitados debates. Al cabo, viendo los bolivarianos que se imponía el proyecto santanderista, se retiraron, y la malograda Asamblea se clausuró.
Tras este fracaso, el 27 de agosto de 1828, el Libertador Presidente expidió el Decreto Orgánico, por el cual abolía la Constitución de Cúcuta y suprimía la Vicepresidencia de la República, en cabeza de Francisco de Paula Santander.
Contra el gobierno autocrático y militarista del Libertador se organizó la conjura que se precipitó el 25 de septiembre siguiente. Conmocionado por el atentado, el Libertador pensó en dimitir e indultar a los comprometidos; pero, presionado por el general Rafael Urdaneta, secretario de Guerra y Marina, cambió de parecer y ordenó iniciar procesos contra los autores y cómplices.
El 28, interrogaron al francés Agustín Hormet sobre el objetivo del asalto a la Casa de Gobierno y respondió que era “apoderarse de la persona del general Bolívar y restablecer en la fuerza y vigor la Constitución de Cúcuta”. Y que a quién querían poner a la cabeza del gobierno, si no era a Santander. Dijo que para no darle al movimiento un sentido partidista, “se creyó más político (…) nombrar la comisión gubernativa de que se ha hecho mención, pues de este modo se alejaba toda sospecha de que la revolución se había emprendido en favor de ninguna persona determinada”.
El mismo día le preguntaron a Santander si “tuvo algún antecedente de lo acaecido en la noche del 25 u oyó alguna expresión que pudiera así indicarlo y a quién”. Respondió que “no tenía conocimiento de que hubiera algún plan para hacer cualquier cambio, y que aunque lo hubiera habido no se lo habrían comunicado”.
Por qué decía que ‘no se lo habrían comunicado’, le cuestionaron. Replicó que a quien le hablaba de asuntos políticos le decía que no quería mezclarse en nada, pues solo quería irse del país. A la pregunta de con quién conversaba de asuntos políticos, Santander citó a varios, entre ellos a Florentino González.
El 29, juzgados sumariamente, sentenciaron a muerte a Agustín Hormet, Wenceslao Zuláibar, Rudesindo Silva, Cayetano Galindo y José López. Se absolvió a Pedro Celestino Azuero, y se condenó a ocho años de presidio al coronel Ramón Nonato Guerra.
Se disuelve el tribunal
Encolerizado, el Libertador disolvió el tribunal, nombró al general Córdoba en el cargo de Urdaneta, quien pasó a ser juez único instructor del proceso. El 30, se llevaron al patíbulo a los primeros cinco condenados. Luego, Urdaneta revisó las sentencias ejecutoriadas de Ramón Nonato Guerra y Pedro Celestino Azuero, las revocó y los condenó a muerte.
El 1.º de octubre, el coronel Guerra, en capilla, pidió una nueva declaración para recomendar a su familia “que quedaba en la orfandad y en la indigencia”. Urdaneta aprovechó para decirle que el Gobierno “podría usar con él alguna indulgencia si en la situación en que se encontraba, próximo a dar cuentas a Dios, tenía la franqueza de decir quiénes más eran cómplices de esta conspiración y quiénes sus autores”.
Guerra dijo, como lo había expuesto en su confesión, que cuando Carujo se le presentó para hablarle del plan “le dijo que contaba con el general Padilla y con el general Santander, asegurándole que en cuanto a este, lo sabía por Florentino González”; que después fue a ver al general Santander para preguntarle si eso era cierto y que el general “le dijo que por Dios se dejasen de eso, que eso era comprometerlo más que al Libertador, que él no deseaba sino irse de Colombia”.
Inmediatamente, Urdaneta mandó comparecer a Santander para un careo con Ramón Guerra. El Vicepresidente, inculpado del delito de conspiración, dijo en la audiencia que negaba el cargo “en las propias palabras en que se expresaba el coronel Guerra”.
El 2 de octubre, en medio de un ostentoso aparato, el coronel Guerra pasó al patíbulo acompañado del general José Prudencio Padilla, quien no tuvo que ver en el asunto. El 14, con otro grupo de conspiradores fue pasado por las armas Pedro Celestino Azuero, de 21 años. No quiso confesarse. Le dijo al confesor: “El único remordimiento que llevo al sepulcro es el de no haber dado muerte al tirano de mi patria”.
El 1.º de noviembre hubo careo entre Santander y Florentino González. Santander expuso que “sin anuencia ni previo conocimiento del exponente, se estaba preparando un plan de revolución con motivo del decreto orgánico (…) que el exponente no ha dirigido, como lo tiene asegurado, el plan de conjuración…”. Que una noche en su casa González le preguntó si por las circunstancias del país se verificase un cambio se pondría al frente del Gobierno y le dijo que no se mezclaría en ninguna conspiración.
Que lo había invitado a formar sociedades para estudiar la situación del país, con las cuales se entendiera el Libertador, pues así estaría ante un pronunciamiento nacional. Y que mientras él estuviera en Colombia “se opondría al proyecto que traían entre manos”. González dijo que creía “que el general Santander no tuviese conocimiento alguno de la conjuración a que se alude…”.
Como por todos los medios se buscaba comprometer a Santander, el Gobierno comisionó al general Pedro Alcántara Herrán, intendente de Cundinamarca, para que acordara con Carujo los términos del indulto y la promesa del salvoconducto para salir del país, exigidos por el venezolano que intentó matar a Bolívar en Soacha, para entregarse y declarar.
Herrán le escribió: “Señor Comandante Pedro Carujo. Bogotá, octubre 22 de 1828. Yo me alegro de ser el órgano para dirigir el salvoconducto que le ofrecí en los términos en que va. He hablado al Libertador sobre su contenido y me ha infundido absoluta confianza. Consúltese usted consigo mismo y resuélvase sin dilación. Muy satisfactorio me sería haber tenido alguna parte en la salvación de su vida y me hallo demás decidido absolutamente a hacer a usted cualquier servicio compatible con mi destino público”.
Ese día, provisto del salvoconducto, se entregó el jefe de la conspiración y asesino de Guillermo Ferguson en el asalto al palacio. Lo interrogaron por 48 horas y, al no hallar lo que buscaban, engrillado, lo encerraron en un calabozo y lo amenazaron de muerte “por no decir nada de importancia”.
El 2 de noviembre Carujo tuvo después un careo con González y con Santander, quien declaró que una noche aquel estuvo en su casa, con motivo de dar los parabienes al señor Vallarino, “seguramente a participarle su nuevo matrimonio”. Que era la segunda vez que se veían en Bogotá. Que jamás se habían tratado y que Carujo le habló de esfuerzos que se estaban haciendo para restablecer la Constitución. Pero le comentó que ya González le había hecho sobre eso alguna indicación, y que le respondió que se opondría a todo acto mientras él estuviese en Colombia.
Y aclaró que cuando Carujo le dijo que iban a matar a Bolívar en Soacha, le contestó que “por ningún motivo se pensase en ello: que en el momento fuera a impedirlo”. Y que Carujo le prometió impedir el atentado. Dijo Santander que él no tenía nada que ver con la conspiración. Que con nadie había hablado de eso, y que su nombre era usado para ganar adeptos. Carujo se declaró conforme con lo expuesto.
Pena capital
El 7 de noviembre, Urdaneta sentenció a la pena de muerte a Santander. El 10, el Consejo de Ministros pidió la conmutación de la pena: “Si contra el general Santander existieran las pruebas de su cooperación en la noche del 25 (…), el Consejo no titubearía en aconsejar al Libertador Presidente que mandase ejecutar la sentencia pronunciada el 7 de este mes (…), pero no existiendo estas pruebas (…) y no perdiendo de vista que el general Santander ha manifestado que impidió el asesinato del Libertador, que se intentó cometer en el pueblo de Soacha (…) es de opinión que el Gobierno obraría mejor conmutando la pena de muerte en de destitución de su empleo y extrañamiento de la República…”.
El Libertador conmutó la pena a Santander por exilio perpetuo. ¿Y quién podría pasar al patíbulo al general Santander, vicepresidente de Colombia, el hombre más importante de la Nueva Granada, cuando en el sur Obando y López se levantaban para “imponer freno a la furia del dictador y salvar del suplicio a algunas personas comprometidas en el asunto del 25 de septiembre?”.
El 15 de noviembre Santander salió al exilio. Manuela Sáenz (que ya lo había hecho fusilar en efigie) le puso un espía para que la mantuviera informada de cada paso suyo, y, secretamente, Bolívar ordenó a Mariano Montilla detenerlo en Cartagena. Nueve meses lo tuvieron encerrado en las bóvedas de Bocachica.
De allí, obligados por las exigencias de notables y por su grave estado de salud, lo enviaron a La Guaira, pensando en que Páez extremaría las medidas contra él; pero el León de Apure lo hizo embarcar para Hamburgo, el 20 de agosto de 1829. De esta caja de Pandora de la Convención de Ocaña aún siguen saliendo las calamidades…
‘Joder a ese viejo Bolívar’
La conjura fue descubierta porque uno de los complotados, borracho, contó a un soldado que el 28 iban a “joder a ese viejo Bolívar”. Lo cual precipitó los hechos. Para apoderarse de Bolívar “vivo o muerto” (mientras unas comisiones atacaban los cuarteles), un grupo de conspiradores, encabezado por Pedro Carujo, a la medianoche asaltó el palacio.
Bolívar, despertado por los ladridos de los perros y por los gritos de “¡Viva la libertad!”, se levantó y, armado, quiso enfrentar a sus enemigos; pero Manuela Sáenz lo convenció de que saltara por la ventana y se pusiese a salvo. Ayudado por un criado, fue a refugiarse debajo del puente del Carmen, sobre las aguas del riachuelo de San Agustín, mientras Manuela enfrentaba a los asaltantes.