De cómo los Estados Unidos detiene el bloqueo de Venezuela
Elías Pino Iturrieta
Historiador
Desde finales del siglo XIX Venezuela vive cargada de deudas. Las guerras civiles y la corrupción han fomentado la ruina del país, hasta provocar situaciones de carestía que impiden el desenvolvimiento normal de la vida. Según el detalle presupuestario de 1901, la república debe a la banca europea más de 120 millones de bolívares, y más de 88 millones a los acreedores domésticos. Debido a la depredación causada por la última de las “revoluciones” finiseculares, la Guerra Legalista, no tiene cómo cancelar las acreencias. Para sobrevivir, el gobierno debe recurrir a nuevos empréstitos, si encuentra incautos, o aprovechadores, que se atrevan a hacer negocios con un país irresponsable e insolvente.
Los financista de Europa, en especial los gerentes alemanes del Disconto Geshelfalt, pierden la paciencia y pretenden reclamar sus haberes por la fuerza. Los capitalistas de París, Londres y Roma, cansados de la morosidad, comparten tal ánimo. Pero saben que no pueden esperar mayor cosa. La fragilidad fiscal del país, el desorden administrativo, el incremento de las corruptelas, una calamitosa baja en el precio del café y la disminución del movimiento de las aduanas impiden el cumplimiento de los compromisos que los acreedores han resuelto arreglar por las malas. La tragedia queda cabalmente explicada en el libro del colega Manuel Rodríguez Campos, 1902: La crisis fiscal y el bloqueo de Venezuela, si necesitan mayor y mejor información.
El canciller de Venezuela, frente a las amenazas, argumenta que solo la vía diplomática y el respeto de la legislación nacional son canales adecuados para la solución del conflicto. En respuesta, los gobiernos de Alemania e Inglaterra, entre el 8 y el 9 de diciembre de1902, anuncian su unificación para ventilar el asunto de manera compulsiva. Acto seguido, y antes de declarar oficialmente el bloqueo de las costas, el comandante de una flota aliada ordena a sus acorazados la captura de unos lamentables bajeles que formaban la “armada” del país. También manda el desembarco de infantería para protección de las personas de los cónsules. Entonces Italia, Francia, Bélgica y España se unen a la coalición invasora. El mundo contra Venezuela, se pudiera afirmar, si olvidamos que, de momento, los Estados Unidos contemplan la acometida desde la lejanía.
Cipriano Castro no ha salido de un conflicto armado desde 1899, cuando hizo la invasión desde la frontera colombiana. Ha debido enfrentar los combates tempraneros del siglo XX, realizados por los caudillos del pasado que pretenden salir de un advenedizo. Ha triunfado por sus cualidades de conductor de tropas y por la debilidad de los enemigos, pero no ha tenido ocasión para pensar en problemas tan arduos como los de cargar el lastre de las deudas viejas y de las que él ha contraído para sobrevivir entre tanto guapo alzado. ¿Qué hace ahora, ante enemigos realmente poderosos? Enciende la llama del patriotismo mediante una emotiva alocución que se reproduce sin fatiga, organiza un desagravio a los símbolos patrios y ordena la libertad del más célebre de sus prisioneros, el Mocho Hernández. Además, dispone el acuartelamiento de un desgastado ejército y el combate, en caso de necesidad. No se rendirá ante los invasores, afirma en sus intervenciones públicas. Por último, contrata publicistas en París, Madrid, Bruselas y New York para cantarle su verdad al mundo.
La respuesta que espera de los gobiernos latinoamericanos brilla por su ausencia. Solo Argentina lo respalda a título oficial, a través de un documento doctrinario contra el cobro violento de acreencias a países pequeños y débiles. Pero logra la movilización de los sectores populares, cuyos miembros lo aclaman y lo comparan con Bolívar. Su reputación llega a la cúspide, mientras su soledad frente a los invasores es estentórea. Sin embargo, la gente del pueblo que acude a fervorosas manifestaciones le señala un camino para salir del atolladero: los Estados Unidos de América. Los manifestantes se presentan frente a las sedes de los consulados estadounidenses en Caracas y Maracaibo, al grito de ¡Viva la Doctrina Monroe!
Don Cipriano no imagina lo que puede significar el invitado por el cual clama el pueblo. La geopolítica del gallo de Capacho no pasa de afirmar, en numerosa correspondencia y en discursos sueltos, que se está ejecutando un asalto contra las “repúblicas intertropicales” del cual se salvarían, por ejemplo, naciones como Argentina, Uruguay y México; y cuya amenaza se superaría buscando tratos como los del siglo XIX, pero más ventajosos. Con ideas tan pobres sobre los intereses en juego, especialmente sobre los que apenas comienzan a despuntar, solo será un juguete de las circunstancias. Un juguete famoso, desde luego, pero nada más. De allí que de pronto, aunque sin dejar de pavonearse gracias al trabajo de las plumas de alquiler, se conforme con animar el coro monroista para ver cómo queda en la parada.
En la Casa Blanca se maneja información de gran importancia. Se enteran de cómo Inglaterra pretende establecimiento en las bocas del Orinoco, y de un plan de los alemanes para construir una base naval en la isla de Margarita. Por intermedio de su embajador en Caracas, y a través de mensajes enfáticos al Káiser y al Foreign Office, los Estados Unidos presionan para el cese de un bloqueo indeseable que, de acuerdo con sus mensajes, no solo interfiere la vida venezolana sino también los valores de la convivencia civilizada, según se entiende ella en el norte desde la fundación de la república. No permitiremos una penetración contraria a los postulados de la Doctrina Monroe, dice y repite la Secretaría de Estado. Castro se postra ante un valedor que parece tan decidido y tan cercano: permite que el gobierno de la potencia emergente reemplace al gobierno de Venezuela como interlocutor ante unos asaltantes que se marchan con el rabo entre las piernas, o sin hacer ruido, para cuidar el tipo.
Publicado por Prodavinci.com