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De cómo los Estados Unidos detiene el bloqueo de Venezuela

 

Elías Pino Iturrieta
Historiador

Los suce­sos del blo­queo de Venezuela, ocur­ri­dos durante el rég­i­men de Cipri­ano Cas­tro, han sido hos­pi­ta­lar­ios con la hipér­bole. Per­mi­tieron a los entu­si­as­tas la edi­fi­cación de la estat­ua hero­ica de El Cabito, y la pro­mo­ción de una leyen­da de cora­je con­tra los poderosos que lle­ga has­ta nue­stros días. Chávez llevó los restos del caudil­lo andi­no has­ta el Pan­teón Nacional, y  Maduro bus­ca analogías con las bra­vatas actuales de Trump y  la con­duc­ta de su gob­ier­no, para tejer el hilo de una épi­ca sin­gu­lar. Trate­mos aho­ra de describir la situación sin aban­donar los límites del equi­lib­rio, a ver si limpiamos un poco la memo­ria de exagera­ciones y patrañas.

Des­de finales del siglo XIX Venezuela vive car­ga­da de deu­das. Las guer­ras civiles y la cor­rup­ción han fomen­ta­do la ruina del país, has­ta provo­car situa­ciones de carestía  que impi­den el desen­volvimien­to nor­mal de la vida. Según el detalle pre­supues­tario de 1901, la repúbli­ca  debe a la ban­ca euro­pea más de 120 mil­lones de bolí­vares, y más de 88 mil­lones a los acree­dores domés­ti­cos. Debido a la depredación cau­sa­da por la últi­ma de las “rev­olu­ciones” finisec­u­lares, la Guer­ra Legal­ista, no tiene cómo can­ce­lar las acreen­cias. Para sobre­vivir, el gob­ier­no debe recur­rir a nuevos emprésti­tos, si encuen­tra incau­tos, o aprovechadores, que se atre­van a hac­er nego­cios con un país irre­spon­s­able e insolvente.

Buques que se apos­taron en la cos­ta de Venezuela durante el bloqueo

Los financista de Europa, en espe­cial los ger­entes ale­manes del Dis­con­to Geshelfalt, pier­den la pacien­cia y pre­tenden recla­mar sus haberes por la fuerza. Los cap­i­tal­is­tas de París, Lon­dres y Roma, cansa­dos de la morosi­dad, com­parten tal  áni­mo. Pero saben que no pueden esper­ar may­or cosa. La frag­ili­dad fis­cal del país, el des­or­den admin­is­tra­ti­vo, el incre­men­to de las cor­rupte­las, una calami­tosa baja en el pre­cio del café y la dis­min­u­ción del movimien­to de las adu­a­nas  impi­den el cumplim­ien­to de los com­pro­misos que los acree­dores han resuel­to arreglar por las malas. La trage­dia que­da cabal­mente expli­ca­da en el libro del cole­ga Manuel Rodríguez Cam­pos, 1902:  La cri­sis fis­cal y el blo­queo de Venezuela, si nece­si­tan may­or y mejor información.

El can­ciller de Venezuela,  frente a las ame­nazas, argu­men­ta que solo la vía diplomáti­ca y el respeto de la leg­is­lación nacional son canales ade­cua­dos para la solu­ción del con­flic­to. En respues­ta, los gob­ier­nos de Ale­ma­nia e Inglater­ra, entre el 8 y el 9 de diciem­bre de1902, anun­cian su unifi­cación para ven­ti­lar el asun­to de man­era com­pul­si­va. Acto segui­do, y antes de declarar ofi­cial­mente el blo­queo de las costas, el coman­dante de una flota ali­a­da orde­na a sus aco­raza­dos la cap­tura de unos lam­en­ta­bles baje­les que forma­ban la “arma­da” del país. Tam­bién man­da  el desem­bar­co de infan­tería para pro­tec­ción de las per­sonas de los cón­sules. Entonces Italia, Fran­cia, Bél­gi­ca y España se unen a la coali­ción inva­so­ra. El mun­do con­tra Venezuela, se pudiera afir­mar, si olvi­damos que, de momen­to, los Esta­dos Unidos con­tem­plan la acometi­da des­de la lejanía.

Cipri­ano Cas­tro fue pres­i­dente de Venezuela entre 1899 y 1908. En un prin­ci­pio, llegó al poder tras una guer­ra civil

Cipri­ano Cas­tro no ha sali­do de un con­flic­to arma­do des­de 1899, cuan­do hizo la invasión des­de la fron­tera colom­biana. Ha debido enfrentar los com­bat­es tem­praneros del siglo XX, real­iza­dos por los caudil­los del pasa­do que pre­tenden salir de un advenedi­zo. Ha tri­un­fa­do por sus cual­i­dades de con­duc­tor de tropas y por la debil­i­dad de los ene­mi­gos, pero no ha tenido ocasión  para pen­sar en prob­le­mas tan ardu­os como los de car­gar el las­tre de las deu­das vie­jas y de las que él ha con­traí­do para sobre­vivir entre tan­to guapo alza­do. ¿Qué hace aho­ra, ante ene­mi­gos real­mente poderosos? Enciende la lla­ma del patri­o­tismo medi­ante una emo­ti­va alocu­ción que se repro­duce sin fati­ga,  orga­ni­za un desagravio a los sím­bo­los patrios y orde­na la lib­er­tad del más céle­bre de sus pri­sioneros, el Mocho Hernán­dez. Además, dispone el acuar­te­lamien­to de un des­gas­ta­do ejérci­to y el com­bate, en caso de necesi­dad. No se rendirá ante los inva­sores, afir­ma en sus inter­ven­ciones públi­cas. Por últi­mo, con­tra­ta pub­licis­tas en París, Madrid, Bruse­las y New York para can­tar­le su ver­dad al mundo.

La respues­ta que espera de los gob­ier­nos lati­noamer­i­canos bril­la por su ausen­cia. Solo Argenti­na lo respal­da a títu­lo ofi­cial, a través de un doc­u­men­to doc­tri­nario con­tra el cobro vio­len­to de acreen­cias a país­es pequeños y débiles. Pero logra la mov­i­lización de los sec­tores pop­u­lares, cuyos miem­bros lo acla­man y lo com­paran con Bolí­var. Su rep­utación lle­ga a la cúspi­de, mien­tras su soledad frente a los inva­sores es esten­tórea. Sin embar­go, la gente del pueblo que acude a fer­vorosas man­i­festa­ciones le señala un camino para salir del atol­ladero: los Esta­dos Unidos de Améri­ca. Los man­i­fes­tantes se pre­sen­tan frente a las sedes de los con­sula­dos esta­dounidens­es en Cara­cas y Mara­cai­bo, al gri­to de ¡Viva la Doc­t­ri­na Monroe!

Don Cipri­ano no imag­i­na lo que puede sig­nificar el invi­ta­do por el cual cla­ma el pueblo. La geopolíti­ca del gal­lo de Capa­cho no pasa de afir­mar, en numerosa cor­re­spon­den­cia y en dis­cur­sos suel­tos, que se está eje­cu­tan­do un asalto con­tra las “repúbli­cas intertrop­i­cales” del cual se sal­varían, por ejem­p­lo,  naciones como Argenti­na, Uruguay y Méx­i­co; y  cuya ame­naza se super­aría  bus­can­do tratos como los del siglo XIX, pero más ven­ta­josos. Con ideas tan pobres sobre los intere­ses en juego, espe­cial­mente sobre los que ape­nas comien­zan a despun­tar, solo será un juguete de las cir­cun­stan­cias. Un juguete famoso, des­de luego, pero nada más. De allí que de pron­to, aunque  sin dejar de pavon­earse gra­cias al tra­ba­jo de las plumas de alquil­er,  se con­forme con ani­mar  el coro mon­roista  para ver cómo que­da en la parada.

En la Casa Blan­ca se mane­ja infor­ma­ción de gran impor­tan­cia. Se enter­an de cómo Inglater­ra pre­tende establec­imien­to en las bocas del Orinoco, y de un plan de los ale­manes para con­stru­ir una base naval en la isla de Mar­gari­ta. Por inter­me­dio de su emba­jador en Cara­cas, y a través de men­sajes enfáti­cos al Káis­er y al For­eign Office, los Esta­dos Unidos pre­sio­n­an para el cese de un blo­queo inde­seable que, de acuer­do con sus men­sajes,  no solo inter­fiere la vida vene­zolana sino tam­bién los val­ores de la con­viven­cia civ­i­liza­da,  según se entiende ella  en el norte des­de la fun­dación de la repúbli­ca. No per­mi­tire­mos una pen­e­tración con­traria a los pos­tu­la­dos de la Doc­t­ri­na Mon­roe, dice y repite la Sec­re­taría de Esta­do. Cas­tro se pos­tra ante un vale­dor que parece tan deci­di­do y tan cer­cano: per­mite que el gob­ier­no de la poten­cia emer­gente reem­place al gob­ier­no de Venezuela como inter­locu­tor ante unos asaltantes que se marchan con  el rabo entre las pier­nas, o sin hac­er rui­do,  para cuidar el tipo.

Pub­li­ca­do por Prodavinci.com

CorreodeLara

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