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La batalla de Guama, Matías Salazar, Guzman y la iglesia

 

Luis Heraclio Medina Canelón
Historiador

Esto dijo Salazar
Cuan­do esta­ba en el banquillo:
¡Como me mata Guzmán
Sien­do yo tan amarillo¡
(copla llan­era)

La batal­la de Gua­ma fue el deci­si­vo com­bate ocur­ri­do el 21 de Sep­tiem­bre de 1.870 entre las fuerzas de la rev­olu­ción lib­er­al de Guzmán Blan­co, coman­dadas por el gen­er­al Matías Salazar y las tropas con­ser­vado­ras. Este com­bate, en el cual se con­solidó el rég­i­men de Guzmán Blan­co, una dic­tadu­ra que duró muchos años, y que trans­for­mó rad­i­cal­mente a Venezuela, tuvo con­se­cuen­cias que se sien­ten todavía hoy en día.   Es intere­sante como se van conectan­do los hechos históri­cos, uno tras otro, para des­en­ca­denar resul­ta­dos que cono­ce­mos sin saber cuáles han sido sus orígenes.

A todos nos son famil­iares los prin­ci­pales edi­fi­cios sede de los poderes públi­cos, tales como los Capi­to­lios (Cara­cas y Valen­cia), el Pala­cio Fed­er­al, el Teatro Nacional, o el Pala­cio de las Acad­e­mias,  expropi­a­dos por Guzmán Blan­co a la Igle­sia, bien los edi­fi­cios o los ter­renos donde se encuen­tran con­stru­i­dos.  Pues bien, el ori­gen de estos edi­fi­cios públi­cos está en la batal­la de Guama.

Para Abril de 1870 Anto­nio Guzmán Blan­co había toma­do el poder con su “rev­olu­ción lib­er­al”, tras el com­bate cono­ci­do como la “Batal­la de Cara­cas” en la cual, uno de sus ofi­ciales,  el gen­er­al Matías Salazar, un audaz caudil­lo cojedeño con pro­fun­das vin­cu­la­ciones en Carabobo tuvo una deci­si­va par­tic­i­pación, batien­do a las fuerzas del gob­ier­no en “El Cal­vario” y con­sol­i­dan­do la toma de Cara­cas. Pero pese a que Guzmán había toma­do la cap­i­tal, todavía por todo el país existían brotes de resisten­cia de los con­ser­vadores.  El gen­er­al Matías Salazar era el jefe de las tropas del gob­ier­no en la región cen­tral del país y esta­ba operan­do aho­ra con­tra las guer­ril­las en Cojedes y Carabobo y la zona cen­tro-occi­den­tal.  El 11 de julio se reúne en Valen­cia un Con­gre­so de Plenipo­ten­cia­r­ios, pre­si­di­do por Anto­nio Leo­ca­dio Guzmán, Des­igna pres­i­dente pro­vi­sion­al a Guzmán Blan­co y segun­do des­ig­na­do (vicepres­i­dente) y segun­do jefe del ejérci­to al intrépi­do gen­er­al Matías Salazar.

La batalla

Pero las fuerzas con­ser­vado­ras (los azules) con­tinu­a­ban hosti­gan­do al gob­ier­no y Matías Salazar sale a batir­las.  Primera­mente com­bate en la zona occi­den­tal del país, en el sitio cono­ci­do como “La Mora”, donde es der­ro­ta­do, por lo que aban­dona Bar­quisime­to y se repl­ie­ga a San Felipe. Des­de allí nue­va­mente se enfrentan lib­erales y azules en el pueblo de Gua­ma.  Es una fer­oz y encar­niza­da batal­la de seis horas, la cual se decide a favor de Matías Salazar gra­cias a que las fuerzas cori­anas de los azules se pasan al lado lib­er­al seduci­dos por su paisano el guer­rillero León Colina. 

El sal­do del com­bate de Gua­ma es ter­ri­ble:  ochocien­tos muer­tos quedan en el cam­po guameño.  Doscien­tos sol­da­dos ene­mi­gos son hechos pri­sioneros y las fuerzas lib­erales se apoder­an de 600 fusiles y otro mate­r­i­al de guer­ra.  Las fuerzas azules en el cen­tro del país han queda­do destru­idas y huyen hacia el occi­dente. El gen­er­al Salazar las per­sigue has­ta Bar­quisime­to, donde se detiene, ya el cen­tro está dom­i­na­do y paci­fi­ca­do.   Gua­ma ha sel­l­a­do la guer­ra a favor de Guzmán.  Ape­nas quedan unos reduc­tos en Tru­jil­lo, Coro y Mara­cai­bo,  que caerán poco tiem­po después. Por la acción de Gua­ma Salazar recibe hon­ores y hom­e­na­jes y el pres­i­dente Guzmán lo des­igna pres­i­dente (gob­er­nador) del esta­do Carabobo.

El tedeum, la petición de amnistía y la ruptura con la iglesia

Una vez cono­ci­da la vic­to­ria de Gua­ma, Guzmán Blan­co, des­de Puer­to Cabel­lo, le infor­ma del tri­un­fo al min­istro encar­ga­do de la pres­i­den­cia Diego Bautista Urbane­ja y le solici­ta: “Pida Ud. al Arzo­bis­po un “Te Deum” (misa solemne) por la paz logra­da al que asi­s­tirá el gob­ier­no a dar gra­cias a Dios en rep­re­sentación de todos los lib­erales de Venezuela”.  A esto, el Arzo­bis­po Sil­vestre Gue­vara y Lira, que poco sim­pa­ti­z­a­ba con los lib­erales,   con­testó que sólo cel­e­braría esta misa si Guzmán dec­re­tara una amnistía gen­er­al que prop­i­cia­ra el perdón y un ambi­ente de paz y con­cor­dia en el país, que “un gob­ier­no que per­dona y olvi­da es más fuerte que uno que per­sigue y cas­ti­ga”, que “la mag­na­n­im­i­dad sien­ta muy bien a quien nada teme y a quien no duda de su victoria”. 

El min­istro encar­ga­do de la pres­i­den­cia, un furi­bun­do masón anti­cler­i­cal,   mon­ta en cólera y orde­na la expul­sión del Arzo­bis­po del país.  Suce­si­va­mente se rompen las rela­ciones diplomáti­cas entre Venezuela y El Vat­i­cano, Guzmán logra que su Con­gre­so dicte una ley que orde­na el cierre de los con­ven­tos, la expul­sión de varias ordenes ecle­siás­ti­cas y la expropiación de tem­p­los, con­ven­tos e iglesias.

Entre los edi­fi­cios con­fis­ca­dos o destru­i­dos están el con­ven­to  cuyas insta­la­ciones pasaron a ser el Capi­to­lio de Valen­cia, y el beat­e­rio que se con­vir­tió primera­mente en sede de la Uni­ver­si­dad Cen­tral de Venezuela, hoy Pala­cio de las Acad­e­mias, otro tem­p­lo con­ver­tido en el Pan­teón Nacional y fueron destru­i­dos otros con­ven­tos, en cuyos ter­renos se con­struyó el Pala­cio Fed­er­al Leg­isla­ti­vo y el Teatro Guzmán Blan­co, hoy Teatro Nacional. Mas tarde en 1876 Guzmán lle­ga al extremo de pedir al Con­gre­so la creación de una Igle­sia vene­zolana inde­pen­di­ente del Vat­i­cano y has­ta des­igna a un arzobispo.

Guzmán aprovechador                             Si bien las ren­cil­las entre Guzmán Blan­co y la Igle­sia Católi­ca tenían ele­men­tos políti­cos, filosó­fi­cos o doc­tri­nar­ios, tam­bién tuvo impor­tan­cia en este con­flic­to el desmesura­do deseo de Guzmán Blan­co por enrique­cerse cada vez más. Prác­ti­ca­mente todos los his­to­ri­adores están de acuer­do en que Anto­nio Guzmán Blan­co fue el ladrón más grande que exis­tió en Venezuela en todo el siglo XIX, sólo super­a­do en el siglo XX por el máx­i­mo ladrón, Juan Vicente Gómez.  Si bien los edi­fi­cios o ter­renos de con­ven­tos e igle­sias tales como los con­ven­tos de Carmeli­tas, Con­cep­ciones y Domini­cas y las igle­sias de San Jac­in­to, San Pablo, San Lázaro, la Trinidad y la Capil­la del Cal­vario fueron adju­di­ca­dos a insti­tu­ciones públi­cas, las valiosas alha­jas estos (cál­iz y cru­ci­fi­jos de oro y pla­ta, coro­nas de san­tos, rosar­ios de piedras pre­ciosas, vina­jeras e incen­cia­r­ios de met­ales pre­ciosos, etc) pasaron a aumen­tar la for­tu­na per­son­al del dic­ta­dor. Tan­to así que en 1877 Guzmán envió a su pala­cio en Fran­cia una serie de pesa­dos cajones. El día que los cajones lle­garon al puer­to de Saint Nazarie los fun­cionar­ios de la adu­a­na insistieron en revis­ar­los y al abrir­los ante su sor­pre­sa los encon­traron reple­tos de las joyas de las igle­sias de Cara­cas, robadas por órdenes de Guzmán para su prove­cho per­son­al.  Tam­bién se cuen­ta que los mate­ri­ales nobles pro­duc­to de la demoli­ción de las igle­sias ( már­moles, maderas exóti­cas, can­de­labros, etc.) fueron des­ti­na­dos a la con­struc­ción de sus casas particulares.*

¿Y quién era Matías Salazar?

El vence­dor de Gua­ma es el exac­to pro­totipo del caudil­lo vene­zolano del siglo XIX:  el pro­pio gen­er­al de mon­ton­era. Llanero cien­to por cien­to, naci­do y cri­a­do en los llanos cojedeños, jinete exce­lente, hom­bre de un val­or per­son­al extra­or­di­nario que le per­mi­tió super­ar jer­ar­quías ráp­i­da­mente en el cam­po de batal­la.  Sin ser un hom­bre de may­or cul­tura, tam­poco era un anal­fa­be­ta: de joven tra­ba­jó como escri­bi­ente en un escrito­rio jurídi­co muy cono­ci­do de Valen­cia, donde renun­ció para tra­ba­jar un tiem­po como mae­stro de pueblo.  Tam­bién tra­ba­jo como torero, cul­ti­van­do bue­na fama en estas activi­dades, inclu­so has­ta toreó en Colombia. 

Como torero era cono­ci­do como “Mati­itas” por su escasa estatu­ra. Luego se incor­poró a los lib­erales en la guer­ra fed­er­al, dedicán­dose a la políti­ca y la guer­ra has­ta el momen­to de su pre­matu­ra muerte. Su enorme ambi­ción esta­ba a la par de su valen­tía, pero le falta­ba dis­ci­plina.  Fue diputa­do por Cojedes y gob­er­nador de Carabobo, en ambos esta­dos tenía pro­fun­do arrai­go pop­u­lar y gran influ­en­cia entre la sol­dadesca. Tam­bién se le acusó de asaltante de caminos, cono­ci­do con el remo­quete de “el Encar­bona­do” por un asalto a una car­a­vana de com­er­ciantes en el camino entre Valen­cia y Tinaquil­lo en el que él y sus secuaces se tiñeron los ros­tros con negro car­bón.  Muchas veces des­obe­de­ció las ordenes supe­ri­ores, a veces para dedi­carse a su pasatiem­po de las peleas de gallos. 

Después de sus vic­to­rias ce Cara­cas y Gua­ma, poco a poco va ale­ján­dose de su jefe Guzmán Blan­co, a quien con­sid­er­a­ba indig­no de ser el pres­i­dente de los lib­erales y lo veía como un nue­vo aristócra­ta… va tra­man­do la con­spir­ación: con­tac­ta a los ene­mi­gos del lib­er­al­is­mo, incumple con sus obliga­ciones políti­cas y mil­itares has­ta que trató de hac­er asesinar al pro­pio Guzmán en una visi­ta a Valen­cia, en lo que se conoce como “la noche de San Bernardi­no”. Al ser des­cu­bier­to el com­plot, aban­donó Valen­cia con sus tropas, pero al poco tuvo que regre­sar; Guzmán lo per­donó y lo envió al extran­jero, pero el ter­co Salazar no tardó en tratar de regre­sar para hac­er­le la guer­ra a su antiguo jefe, has­ta que final­mente fue cap­tura­do por las tropas del gob­ier­no y tras un extraño y amaña­do juicio, que en el fon­do era una farsa mon­ta­da por Guzmán, fue con­de­na­do a muerte, en un país que había aboli­do la pena capital. 

Matías Salazar fue fusila­do en Taguanes acu­sa­do entre otras cosas de “traición a la causa lib­er­al” el 17 de mayo de 1.872. Tenía 44 años. Casi todos los gen­erales miem­bros de Gran Tri­bunal que lo con­denó traicionarían mas tarde o más tem­pra­no a su jefe Guzmán Blanco.

*(Rondón Márquez. R.A. “GUZMAN BLANCO, EL AUTOCRATA CIVILIZADOR” Imprenta Gar­cía Vicente. Madrid 1952

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