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La historia se repite como tragedia

Ángel Rafael Lombardi Boscán
Historiador
@lombardiboscan

Pocos intelectuales han tenido el valor de estudiar nuestro pasado de una forma cruda como Salvador de la Plaza (1896–1970) o el mismo Arturo Uslar Pietri (1906–2001) con su admirable: “Las Lanzas Coloradas” (1931), nuestra gran novela de la Independencia


Sí en tiem­pos de la Inde­pen­den­cia (1749–1830) los ascen­sos mil­itares se pro­ducían por el número de narices, ore­jas y cabezas fritas de los adver­sar­ios, no hay duda que en pleno siglo XXI hemos evolu­ciona­do: aho­ra se con­dec­o­ra por eruc­tos, empu­jones y bási­ca­mente por adu­lan­cia y sumisión. 

Los Var­gas siguen aplas­ta­dos por los Caru­jos de turno. Y la His­to­ria Ofi­cial pro­fun­diza el maquil­la­je de los denuestos de un Poder prim­i­ti­vo. Seguir glo­ri­f­i­can­do la “Guer­ra a Muerte” (1813) es un ejer­ci­cio del absur­do, no obstante, esa manía por destru­ir y matar, quedó como una mar­ca de hierro.

Luego de 1830, los Lib­er­ta­dores devienen en caudil­los y “gen­darmes nece­sar­ios” que en alian­za con los propi­etar­ios sobre­vivientes hacen los que les da la gana. Todo el repub­li­can­is­mo con­sti­tu­cional ter­minó sien­do una for­mal­i­dad encubri­do­ra de prác­ti­cas caníbales des­de una anar­quía indómi­ta. Pocos int­elec­tuales han tenido el val­or de estu­di­ar nue­stro pasa­do de una for­ma cru­da como Sal­vador de la Plaza (1896–1970) o el mis­mo Arturo Uslar Pietri (1906–2001) con su admirable: “Las Lan­zas Col­oradas” (1931), nues­tra gran nov­ela de la Independencia.

Vicen­cio Pérez Soto

Una mues­tra de lo que dec­i­mos es éste tes­ti­mo­nio sobrecoge­dor acer­ca de Vicen­cio Pérez Soto (1883–1955), fiel rep­re­sen­tante del “Cesaris­mo Democráti­co” gomecista, y para más señas, “ilus­tre” Gob­er­nador del Esta­do Zulia (1926–1935), y según la cróni­ca peri­odís­ti­ca palan­grista, un gob­er­nante “pro­gre­sista” y amante de la cul­tura, ya que: “… le dio gen­eroso impul­so, lla­man­do a colab­o­rar a su lado a prestantes int­elec­tuales del país”. (El Impul­so, 1955, Nº 16.311). 

“En las manos de Pérez Soto cae un pri­sionero. Pérez Soto revisa el esta­do Apure y per­sigue a unos rev­olu­cionar­ios; estos no tienen otro peca­do que sub­l­e­varse a tan­ta fero­ci­dad. Pues bien Pérez Soto mata al pri­sionero, le cor­ta la cabeza y la ocul­ta en un saco; luego, se dirige al hato del muer­to. Lle­ga­do a él solici­ta a la seño­ra y le pre­gun­ta si tiene horno, la pobre seño­ra se des­vive por atenderle.

No hay duda que en pleno siglo XXI hemos evolu­ciona­do: aho­ra se con­dec­o­ra por eruc­tos, empu­jones y bási­ca­mente por adu­lan­cia y sum­isión. Los Var­gas siguen aplas­ta­dos por los Caru­jos de turno

El temor la sug­es­tiona, está embaraza­da y difí­cil­mente puede sosten­erse sobre sus pier­nas débiles. Calen­ta­do el horno (mien­tras Pérez Soto con­ver­sa con sus secuaces en el corre­dor de la casa; chis­tosa es su con­ver­sación, hablan de bailes y fies­tas para su jefe), viene presurosa la seño­ra a avis­ar­lo. Entonces éste crim­i­nal le dice que desea desayu­narse, que le gus­ta mucho la carne asa­da, que busque en aquel saco una cabeza de gana­do y la hornee, que mien­tras esto él espera. 

La seño­ra abre el saco, la cabeza de gana­do no existe. La seño­ra cae muer­ta: entre sus manos crispadas agar­ra una cabeza de hom­bre. Un chico dice “papá”; era el esposo, era el padre que huía. Pérez Soto se ríe y muy con­tento vuelve a su cabal­lo y sigue la mar­cha”. Sal­vador de la Plaza: (“Diario”). Las rem­i­nis­cen­cias con la actu­al real­i­dad de una repre­sión fer­oz con­traria a los Dere­chos Humanos, ya podemos inferir, de dónde proviene. 

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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