Crónicas

La Iglesia de San Juan Bautista de Carora, lugar de la memoria

Luis Eduardo Cortés Riera
Cronista de Carora
cronistadecarora@gmail.com

En la geografía sen­ti­men­tal de la antigua ciu­dad del semi­ári­do larense, San Juan Bautista del Por­tillo de Caro­ra, exis­ten vari­a­dos y extra­or­di­nar­ios “lugares de la memo­ria”, tal como los con­cep­túa el his­to­ri­ador de la memo­ria, el francés Pierre Nora (1931).

Los planteamien­tos de los “lugares de la memo­ria” de Nora se refieren, dice Olga Yanet Acuña Rodríguez, a los lugares como los espa­cios colec­tivos en que se priv­i­le­gian las rep­re­senta­ciones, las prác­ti­cas y los recuer­dos de los gru­pos sociales.

Cat­e­dral San Juan Bautista del Por­tillo de Caro­ra. Foto: Cro­nista de Carora

El estu­dio de la memo­ria fue retoma­do des­de la his­to­ria social para tratar de analizar el papel del colec­ti­vo social en la con­fig­u­ración de la memo­ria, esto con el fin de cono­cer los recuer­dos de actores en con­flic­to, las rep­re­senta­ciones míti­cas, las inten­cional­i­dades del silen­ci­amien­to repre­si­vo, y en gen­er­al el recuer­do de otras voces que han sido omi­ti­das o silenciadas.

Son respon­s­ables estos lla­ma­dos “lugares de la memo­ria” del fuerte ethos o carác­ter común de los caroreños, una enér­gi­ca y deci­di­da iden­ti­fi­cación con el solar nati­vo que sor­prende a pro­pios y extraños, y aún más en tiem­pos de la dis­ol­vente glob­al­ización anglosajona, blan­ca y protestante.

Lo que mantiene fuerte­mente unidos a los habi­tantes de la ciu­dad del Por­tillo es su his­to­ria, un con­tra­to con la memo­ria muy firme que envidiarían otras ciu­dades de Venezuela y aún de His­panoaméri­ca.  Tiene la urbe del semi­ári­do larense var­ios apel­a­tivos de fac­tura e impronta históri­ca: “Ciu­dad lev­íti­ca de Venezuela”, “Ciu­dad pro­cera de Venezuela”, “Refu­gio de la his­panidad”, “Ciu­dad goda y aris­tocráti­ca”, “Patria de los cabezones caras­col­orá”. Y no ha fal­ta­do el envidioso insul­to y la mofa veni­da insidiosa­mente de otros lares: “Ciu­dad de pere­zosos” “Dormilones”, “Ciu­dad de mon­don­gos y sies­tas” “Ciu­dad de locos y orates”.

De entre estos “lugares de memo­ria”, que son muy diver­sos y com­ple­jos, podemos destacar libros, para­jes, acon­tec­imien­tos, y con­cep­tos, tales como la famosa Leyen­da del Dia­blo de Caro­ra (siglo XVIII), los dos volúmenes de la obra de Ambro­sio Per­era His­to­r­i­al genealógi­co de famil­ias caroreñas (1931, 1967), Cecilio “Chío” Zubil­la­ga Per­era (1887–1948) creador de voca­b­los y neol­o­gis­mos, su copioso Archi­vo Zubil­la­ga, recién rescata­do de la polil­la y del olvi­do; los “godos caras­col­orá o patri­cios de caroreños”, su sen­ti­do man­tu­ano de cas­ta; la nov­ela El gal­lo de las espuelas de oro del escritor Guiller­mo Morón; los asesinatos de Inés de Hino­josa en el siglo XVI; la famosa Maldición con­tra los godos del fraile Aguina­galde (siglo XIX); la cuadrícu­la colo­nial de la ciu­dad; la visi­ta del Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var en 1821 y el asun­to de la “res­baladera” que se inter­pretó como inten­to de mag­ni­cidio; la Casa Amar­il­la donde estu­vieron detenidos los Hernán­dez Pavón, pro­tag­o­nistas de la Leyen­da del Dia­blo; los asesinatos del patri­o­ta mes­ti­zo Indio Reyes Var­gas en 1823 y el alevoso e infame crimen del Obis­po Sal­vador Mon­tes­deo­ca por los nazis en 1944; la “Ciu­dad lev­íti­ca de Venezuela” por la gran can­ti­dad de curas y sac­er­dotes acá naci­dos: la gran inun­dación de 1973; la fun­dación del diario El Impul­so por Fed­eri­co Car­mona en 1904, decano de la pren­sa nacional; el acci­dente de aviación donde mueren el pelotero grandeli­ga Car­los San­teliz y el propi­etario del equipo de base­ball Car­de­nales de Lara BBC, don Anto­nio Her­rera (1968); las fig­uras de los grandes gui­tar­ris­tas inter­na­cionales Alirio Díaz y Rodri­go Riera;  la can­ción Rau­do Vue­lo, him­no sen­ti­men­tal de los caroreños; las batal­las de Para­para (1899) y El Cas­ca­jo (1902); y por supuesto, las emblemáti­cas edi­fi­ca­ciones reli­giosas: la Capil­la del Cal­vario, la Capil­la del Cer­ro de La Cruz, la igle­sia de San Dion­i­sio Are­opagi­ta (siglo XVIII) y la Igle­sia y Cat­e­dral de San Juan Bautista (siglo XVII).

Sería demasi­a­do exten­so referirnos detal­lada­mente de cada uno de estos “lugares de la memo­ria” caroreños, que a veces están inter­conec­ta­dos, pues es la antigua ciu­dad de blan­cos del semi­ári­do larense un lugar de la memo­ria priv­i­le­gia­do que gen­era y pro­duce imag­i­nar­ios, mitos, cuen­tos y leyen­das de man­era pródi­ga y con­stante. Su excep­cional sen­ti­do del humor tiene impronta y mar­ca con­stru­i­da des­de la memo­ria. Los chistes y jocosi­dades caroreños podrían for­mar volúmenes enteros. 

Y lo pro­pio podría decirse de sus añe­jas y polisémi­cas pal­abras, sus imag­i­na­ti­vas e inteligentes con­se­jas. Sus per­son­ajes pop­u­lares y de élite asumen pro­por­ciones arquetípi­cas. Es una vetus­ta y ran­cia urbe del semi­ári­do del occi­dente vene­zolano, donde la real­i­dad se con­funde con la fic­ción, bajo un Sol inclemente que la cas­ti­ga durante todo el año.

La Igle­sia de San Juan

Es tal edi­fi­cación reli­giosa el lugar de memo­ria de un grupo minori­tario y hegemóni­co de raigam­bre man­tu­a­na: los “godos de Caro­ra”. Ellos han con­stru­i­do una sor­pren­dente hege­monía ide­ológ­i­ca y cul­tur­al como la entiende Anto­nio Gram­sci des­de la religión católi­ca y su lugar de res­i­den­cia y expan­sión que es el tem­p­lo bar­ro­co de San Juan Bautista, una his­to­ria que arran­ca en 1572 cuan­do el capitán Juan de Sala­man­ca reba­u­ti­za la ciu­dad con el nom­bre del eremi­ta del desier­to de Judea. 

Esta sobria edi­fi­cación, de un bar­ro­co casi espar­tano, es rep­re­sen­ta­ti­va del esti­lo insu­lar canario de con­stru­ir. Comen­zó a ser edi­fi­ca­da por albañiles, alar­ifes y ofi­ciales nat­u­rales del pueblo en 1610. Su ubi­cación astronómi­ca nos rev­ela lo devo­to de los lugareños, pues al entrar el feli­grés lo hará en direc­ción a Ori­ente, el lugar donde nace Jesu­cristo reden­tor de la humanidad.

 Las cofradías y hermandades

Ruinas de la Igle­sia La Pas­to­ra de Carora

En el inte­ri­or de la igle­sia de San Juan ocurre un hecho excep­cional, esto es, la fun­dación en 1585 de la Cofradía del San­tísi­mo Sacra­men­to, her­man­dad que era cono­ci­da en la lejana Irlan­da, España, Fran­cia, Islas Canarias, San­to Domin­go, Tun­ja, Cara­cas, Mara­cai­bo, Tru­jil­lo, Bar­quisime­to, y que se ha con­sti­tu­i­do en priv­i­le­gia­do lugar de memo­ria en sus antigu­os libros de reg­istro de her­manos que bus­ca­ban al “entrar” en ellas un sitio en el Reino de los Cie­los. Otras her­man­dades, estruc­turas de sol­i­dari­dad de base reli­giosa como las lla­ma Michel Vovelle, eran la del Dulce Nom­bre de Jesús, San­ta Vera Cruz, San Pedro, de las Ani­mas, San George, Nues­tra Seño­ra del Rosario.

Cen­tenares de her­manos entra­ban a estas cofradías para que el morir los her­manos asistier­an a sus velo­rios y can­taran misas can­tadas para alig­er­ar las sal­i­das del tene­broso pur­ga­to­rio, un ter­cer lugar en la geografía del más allá. Estar inscrito en una cofradía era una suerte de seguro social, pues los her­manos se com­pro­metían asi­s­tir a los enfer­mos, aux­il­iar a viu­das y huérfanos. 

Eran como prim­i­ti­vas insti­tu­ciones ban­car­ias pues presta­ban dinero a bajos intere­ses. La den­sa atmós­fera reli­giosa y el sen­ti­do mutu­al­ista que aún per­siste, la debe­mos a estas mag­nifi­cas insti­tu­ciones ecle­siás­ti­cas que exhi­bieron gran vig­or y oper­a­tivi­dad has­ta medi­a­dos del siglo pasado.

El altar mayor

El fron­doso y exu­ber­ante altar may­or de San Juan es obra arte de anón­i­mos carpin­teros y alar­ifes del siglo XVIII, en él podemos obser­var mar­cadas influ­en­cias novo­his­panas. Posee tres retab­los (de creador descono­ci­do) que datan de la época colo­nial. Esta impo­nente tal­la fue pro­duci­da en madera tal­la­da con hojil­la­do de oro y ensamblados. 

El retablo may­or es de tres cuer­pos y un fron­tis apoy­a­do sobre un muro de mam­postería que tiene un zóca­lo orna­men­ta­do en la parte infe­ri­or con motivos veg­e­tales que rematan en flo­res que rep­re­sen­tan amap­o­las. El zóca­lo coin­cide en el área cen­tral con un mar­co inter­no y rosetas. 

En los cuer­pos lat­erales tiene una hor­naci­na y plan­tas por cua­tro pequeñas colum­nas salomóni­cas con tres paños cie­gos: el del cen­tro tiene un rosetón y volu­tas y un fron­tis coro­n­a­do por una cruz de

madera tal­la­da con for­mas esféri­c­as y en el cen­tro un medal­lón con una leyen­da inscri­ta en la que se lee el día primero del siglo XX, se con­sagra Caro­ra al San­tísi­mo Sacra­men­to ubi­ca­do en el presbiterio.

Igual­mente, en este siglo fue insta­l­a­do su sober­bio órgano musi­cal, hogaño lam­en­ta­ble­mente descom­puesto. Con­ta­ba la ciu­dad en tal cen­turia de mae­stros de horganos (sic) asen­ta­dos en las cofradías.

Chío Zubil­la­ga

La casa espir­i­tu­al de los godos

Esta edi­fi­cación reli­giosa es refu­gio de la his­panidad y de sus deposi­tar­ios y cus­to­dios, los “patri­cios caroreños”, clase social con ras­gos de cas­ta que en su con­for­ma­ción con­tó con el aux­ilio de las dis­pen­sas mat­ri­mo­ni­ales que gen­erosa­mente otor­ga la Igle­sia Católi­ca caroreña, insti­tu­ción respon­s­able de la endogamia genéti­ca y cul­tur­al, su catoli­cis­mo mil­i­tante que exhiben hogaño los “cara col­oradas caroreños”. 

Allí asistieron durante sig­los a las misas domini­cales, allí fueron bau­ti­za­dos, allí con­tra­jeron mat­ri­mo­nios, allí dijeron sus primeras misas los sac­er­dotes de “la godar­ria caroreña” (la expre­sión es de Chío Zubil­la­ga), allí se les hicieron las largas y pun­til­losas exe­quias, se can­taron las innu­mer­ables misas para alig­er­ar la sal­i­da del difun­to de ese tene­broso ter­cer lugar de la geografía del más allá: el pur­ga­to­rio, en sus pare­des fueron tapi­a­dos los restos de esta alti­va clase social, orgul­losa y pro­tec­to­ra de su lina­je que, según hemos des­cu­bier­to no es prog­e­nie o abolen­go colo­nial como se creía, sino que su sen­ti­do de exclusión arran­ca tardía­mente a finales del siglo XVIII y se con­sol­i­da en el siglo antepasa­do, esto es, el siglo XIX. Es un suce­so que podría cal­i­fi­carse en pal­abras de Eric Hob­s­bawm, como una “inven­ción de la tradición”.

La Ciu­dad Levítica

En ese vetus­to edi­fi­cio reli­gioso se con­for­ma la mem­bresía de “Ciu­dad lev­íti­ca de Venezuela” que le endil­ga con certeza el Pbro. Car­los Borges en 1918, sede de antigua par­ro­quia ecle­siás­ti­ca que des­de el siglo XVI jamás ha queda­do acé­fala por fal­ta de sacerdotes. 

Es poco menos que asom­broso que ya en el genési­co siglo XVI haya entonces min­istros reli­giosos nativos de la ciu­dad del Por­tillo. Hogaño son casi un mil­lar de curas y sac­er­dotes natales de la ciu­dad del Por­tillo y del Dis­tri­to Torres.

San Juan es epi­cen­tro de fes­tivi­dades y con­mem­o­ra­ciones reli­giosas excep­cionales, una de las cuales es la “pro­ce­sión de las car­reri­tas” que se escenifi­ca los Domin­gos de Res­ur­rec­ción al final de la vis­tosa y exu­ber­ante Sem­ana May­or caroreña. 

Exis­tió la ya lam­en­ta­ble­mente desa­pare­ci­da fies­ta del Día de los San­tos Inocentes cada 28 de diciem­bre, fes­tivi­dad que puede ser resuci­ta­da y saca­da del olvi­do tal como lo han hecho con gran éxi­to ciu­dades y vil­las en Fran­cia y otros país­es europeos, y que he prop­uesto realizar algo seme­jante acá en mi condi­ción de Cro­nista Ofi­cial del Munici­pio Torres.

Un Archi­vo excepcional

La par­ro­quia de San Juan ha ate­so­ra­do valiosísi­mos doc­u­men­tos con gran celo des­de muy antiguo. Esa colec­ción con­for­ma el Archi­vo de la Dióce­sis de Caro­ra, al cual tuvi­mos acce­so gra­cias al Obis­po Eduar­do Her­rera Riera y al Pbro. Alber­to Álvarez Gutiér­rez, gra­cias a lo cual pude inves­ti­gar durante años para realizar mi Tesis Doc­tor­al Igle­sia Católi­ca, cofradías y men­tal­i­dad reli­giosa en Caro­ra, sig­los XVI al XIX (Uni­ver­si­dad San­ta María, 2003).

Cat­e­dral San Juan Bautista de Carora

 

Ese mag­ní­fi­co repos­i­to­rio a car­go de la inge­niera Emma Rosa Oropeza de Her­rera, es el priv­i­le­gia­do lugar de memo­ria de nues­tra ciu­dad, pues allí están asen­ta­dos los nacimien­tos, defun­ciones, mat­ri­mo­nios de la feli­gresía caroreña. 

Quien escribe puso espe­cial aten­ción en los libros de cofradía, unas 14 de estas mag­nifi­cas “estruc­turas de sol­i­dari­dad de base reli­giosa” según las lla­ma Michel Vovelle, que han sido des­de antaño las respon­s­ables de que se haya con­for­ma­do una firme y tup­i­da men­tal­i­dad reli­giosa entre nosotros que creíamos errónea­mente era pat­ri­mo­nio espir­i­tu­al exclu­si­vo de las ciu­dades and­i­nas de Venezuela. 

Es sor­pren­dente con­statar que este repos­i­to­rio haya sido dig­i­tal­iza­do por la sec­ta esta­dounidense de los Mor­mones y que puede ser con­sul­ta­do por inter­net en el sitio Reg­istros genealógi­cos en línea.

San Juan como auditorio

Ha sido esce­nario d even­tos académi­cos y musi­cales muy impor­tantes. Des­de 1890 se real­iz­a­ban es sus espa­cios los actos académi­cos de los bachilleres egre­sa­dos del Cole­gio La Esper­an­za o Fed­er­al Caro­ra, insti­tu­ción dirigi­da por los doc­tores Ramón Pom­pilio Oropeza y Lucio Anto­nio Zubil­la­ga. En el siglo XX el Sis­tema de Orques­tas Infan­tiles y Juve­niles, crea­do por el odon­tól­o­go caraque­ño Juan Martínez Her­rera en 1974 llen­a­ba de notas musi­cales ese recin­to dota­do de una acús­ti­ca excelente.

En la déca­da de 1960 fue este inmue­ble reli­gioso esce­nario de diver­sos suce­sos, políti­cos unos y otros difí­ciles de clasi­ficar. En esos años el pár­ro­co de San Juan era el Pbro. Eduar­do Her­rera Riera quien des­de el pul­pi­to arenga­ba a los fieles a protes­tar con­tra la cróni­ca escasez de agua que sufre la ciudad. 

La protes­ta se dirigió al Insti­tu­to Nacional de Obras San­i­tarias (INOS) y que se expresó en la rotu­ra y destruc­ción de los odi­a­dos medi­dores del vital líqui­do. Eran los tiem­pos de los gob­ier­nos de Acción Democráti­ca y tal acción de repu­dio se podría inter­pre­tar como de la oposi­ción social­cris­tiana al gob­ier­no, pues es sabido la sim­patía por Copei, par­tido políti­co al que se adscribía el sac­er­dote de San Juan. 

La par­ro­quia fue cen­tro de aco­pio de la ayu­da esta­dounidense de la Alian­za para el Pro­gre­so y has­ta habili­ta un feo galpón con­stru­i­do al lado del tem­p­lo para su depósi­to. Resul­ta como paradóji­co que estos ali­men­tos prove­nientes de un país evangéli­co y protes­tante lo admin­is­traran fer­vorosos y prac­ti­cantes católicos.

La restau­ración del templo 

En ocasión del Cua­tri­cen­te­nario de la ciu­dad en 1969, fue obje­to San Juan de una restau­ración que estu­vo a car­go del recono­ci­do arqui­tec­to ital­iano Graziano Gas­pari­ni. Los godos y otras per­sonas de la colec­tivi­dad de Caro­ra se mov­i­lizaron inten­sa­mente para pro­ducir recur­sos mon­e­tar­ios hacien­do rifas, colo­can­do bonos, sorte­an­do vacas y toretes. Esta­ban los patri­cios caroreños res­guardan­do de esa man­era su casa y refu­gio espir­i­tu­al. Se que­jaron ellos, empero, del ele­va­do cos­to del tra­ba­jo restau­rador del arqui­tec­to veneciano.

Som­bras

Ha tenido la par­ro­quia de San Juan una exce­lente hoja de ser­vi­cios durante más de cua­tro cen­turias y media. Sin embar­go, como en toda empre­sa humana, hay aspec­tos que arro­jan som­bras sobre la par­ro­quia caroreña. El más polémi­co ha sido el sen­ti­do de exclusión man­tu­a­na que en ese recin­to se expresa­ba con los ban­cos y recli­na­to­rios, mue­bles que eran para uso exclu­si­vo y priv­i­le­gia­do de los “godos o patri­cios caroreños”. 

Sus sonoros apel­li­dos man­tu­anos esta­ban impre­sos en estos polémi­cos mue­bles: Oropeza, Her­rera, Riera, Zubil­la­ga, Gutiér­rez, Per­era, Álvarez, Mon­tes­deo­ca, González, odiosa prác­ti­ca que fue elim­i­na­da en 1953 por los sac­er­dotes esco­la­pios, reli­giosos persegui­dos por la dic­tadu­ra fran­quista españo­la. Este “apartheid reli­gioso” con­cluye en 1969 cuan­do los polémi­cos ban­cos y recli­na­to­rios fueron a dar al basurero de la historia.

Des­de la Par­ro­quia de San Juan se ade­lan­tó la repul­sa y exe­cración del Pbro. Dr. Car­los Zubil­la­ga, un ade­lan­ta­do de la Teología de la Lib­eración Lati­noamer­i­cana (Luis Bel­trán Guer­rero dix­it) y que ter­mi­na con el trasla­do fuera de Caro­ra de este mag­ní­fi­co sac­er­dote que echó ade­lante una igle­sia social entre los pobres inspi­ra­da en la Encícli­ca Rerum Novarum del papa León XIII, con­struye con­jun­ta­mente con el Pbro. Lisí­ma­co Gutiér­rez una sede del Hos­pi­tal San Anto­nio de Pad­ua e impri­men el per­iódi­co El Ami­go de los Pobres, abrieron escue­las noc­tur­nas para obreros. En Dua­ca con­seguirá Car­los una trág­i­ca muerte en 1911 al creerse imag­i­nar­i­a­mente persegui­do por un feli­no y res­balar de una altura con­sid­er­able para caer pesada­mente y agoni­zar durante cin­co lar­gos y ter­ri­bles días.

Quizás por el hecho de estar dis­tan­ci­a­do en el tiem­po poca gente sabe que la Igle­sia Católi­ca en Caro­ra poseía unas exten­sas y ric­as hacien­das lla­madas del Mon­tón, al Oeste de la ciu­dad y que eran explotadas con mano de obra escla­va, unos 80 negros de la etnia “tare” de África.

Los sac­er­dotes y sac­ristanes de San Juan se qued­a­ban con más del 80% de las ganan­cias pro­duci­das por estas hacien­das y los may­or­do­mos y cap­at­aces man­tenían a los negros apacigua­dos pues tenían dos cárce­les para man­ten­er­los a raya. 

Cuan­do explota la rebe­lión con­tra España y su monar­quía en 1810, ambos ban­dos en con­flic­to, repub­li­canos y colo­nial­is­tas, recibían ayu­da en hom­bres, dinero, bes­tias y comi­da de estas hacien­das ubi­cadas en Burere, actu­al Par­ro­quia Las Mercedes. 

A ello se agre­ga que estas exten­sas pos­e­siones ecle­siás­ti­cas, que lind­a­ban con el Estra­do Zulia, fueron a dar a otras manos y sus propi­etar­ios, que no eran otros que curas y sac­er­dotes caroreños, fueron inca­paces y no tuvieron el val­or de reclamarlas.

En 1900, cuan­do recién pasa por estos lares el gen­er­al Cipri­ano Cas­tro, sucedieron unas muy incó­modas situa­ciones en la igle­sia par­ro­quial de San Juan, conocimien­to que nos lle­ga de la mano del Pbro. Lisí­ma­co Gutiér­rez en su muy intere­sante per­iódi­co El Ami­go de los Pobres. 

Fray Idel­fon­so Aguinagalde

Por este medio se alar­ma el levi­ta porque el recin­to ecle­sial se ha con­ver­tido en refu­gio de mar­ra­nos y per­ros calle­jeros, los hom­bres entran a la igle­sia con armas de fuego, no atien­den las pal­abras de los sac­er­dotes y comen chimó durante los oficios.

Ha sido muy tibio el apoyo que ha dado la Igle­sia para ele­var a los altares al Obis­po már­tir Sal­vador Mon­tes­deo­ca, asesina­do por las tropas nazis en retiro en Italia por dar refu­gio a unos par­ti­sanos. De igual modo ha dado poco relieve al Pbro. Dr. Car­los Zubil­la­ga, con­struc­tor de una Igle­sia social al ser­vi­cio de los pobres, una expe­ri­en­cia real­iza­da por breve tiem­po en su ciu­dad de nacimien­to.  Muere Car­los, her­mano may­or de Chío Zubil­la­ga, de trág­i­ca man­era en 1911.

En San Juan fue recibido en 5 de octubre de 1965 por “muchas per­sonas” el sac­er­dote anzoa­t­iguense, res­i­dente en Ciu­dad Bolí­var Pbro. Luis Ramón Biag­gi, sospe­choso de haber asesina­do a Les­bia Biag­gi, su propia her­mana, un caso que pro­du­jo enorme escán­da­lo en todo el país. Un crimen que nun­ca tuvo cul­pa­bles. Desconoz­co los sac­er­dotes que pro­movieron esa inco­mo­da recep­ción en la par­ro­quia de San Juan en aquél­la oportunidad.

Y muy recien­te­mente hubo un fuerte enfrentamien­to entre sac­er­dotes en Caro­ra que ter­mi­na con la remo­ción del Obis­po y sociól­o­go Luis Arman­do Tineo Rivera (Cara­cas, 1948), tras duras acusa­ciones entre ban­dos que lo apoy­a­ban o no, debió salir Mon­señor Tineo de la jefatu­ra de la Dióce­sis de Caro­ra en junio de 2020. Parece que no entendió la firme idios­in­cra­sia de los locales. Fue susti­tu­i­do por nue­stro paisano, ami­go y con­tem­porá­neo Mon­señor Car­los Curiel Her­rera, médi­co aneste­siól­o­go, amante de la cul­tura y del “Sép­ti­mo Arte”.

Calle del cen­tro de Carora

Con­sid­era­ciones finales

En Lati­noaméri­ca España es nue­stro lugar común. Esta otro­ra poten­cia impe­r­i­al sem­bró entre nosotros la lengua castel­lana y el catoli­cis­mo del Con­cilio de Tren­to, dos com­po­nentes esen­ciales de nues­tra cul­tura. Con todos sus errores y omi­siones, el catoli­cis­mo nos da una iden­ti­dad que nos pro­tege de la avalan­cha de la glob­al­ización anglosajona y protes­tante. Ha hecho del pueblo vene­zolano una nación igual­i­tarista, sin mar­ca­dos odios étni­cos o de fe.

En Caro­ra ha per­mi­ti­do el catoli­cis­mo la con­viven­cia pací­fi­ca entre los godos y las clases pop­u­lares. Ha sem­bra­do un espíritu mutu­al­ista y de sol­i­dari­dad que no cono­cen los país­es del Norte. Es además respon­s­able de que se crear­an entre nosotros dos potentes imag­i­nar­ios colec­tivos: la Leyen­da del Dia­blo de Caro­ra y la Maldición del Fraile. Ningu­na sociedad carece de imag­i­nar­ios y ellos son respon­s­ables de la iden­ti­dad de los pueblos.

La Igle­sia Cat­e­dral de San Juan Bautista es el lugar de la memo­ria de una sociedad que obser­va con­stan­te­mente su rico pasa­do para avan­zar hacia el futuro. Ningu­na otra insti­tu­ción tiene entre nosotros una pen­e­tración tan inten­sa e impor­tante como la Igle­sia Católi­ca. Ella es parte con­sti­tu­ti­va de la sociedad, viene des­de un pasa­do genési­co muy remo­to y nos seguirá acom­pañan­do durante muchas cen­turias más.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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