La Iglesia de San Juan Bautista de Carora, lugar de la memoria
Luis Eduardo Cortés Riera
Cronista de Carora
cronistadecarora@gmail.com
En la geografía sentimental de la antigua ciudad del semiárido larense, San Juan Bautista del Portillo de Carora, existen variados y extraordinarios “lugares de la memoria”, tal como los conceptúa el historiador de la memoria, el francés Pierre Nora (1931).
Los planteamientos de los “lugares de la memoria” de Nora se refieren, dice Olga Yanet Acuña Rodríguez, a los lugares como los espacios colectivos en que se privilegian las representaciones, las prácticas y los recuerdos de los grupos sociales.
El estudio de la memoria fue retomado desde la historia social para tratar de analizar el papel del colectivo social en la configuración de la memoria, esto con el fin de conocer los recuerdos de actores en conflicto, las representaciones míticas, las intencionalidades del silenciamiento represivo, y en general el recuerdo de otras voces que han sido omitidas o silenciadas.
Son responsables estos llamados “lugares de la memoria” del fuerte ethos o carácter común de los caroreños, una enérgica y decidida identificación con el solar nativo que sorprende a propios y extraños, y aún más en tiempos de la disolvente globalización anglosajona, blanca y protestante.
Lo que mantiene fuertemente unidos a los habitantes de la ciudad del Portillo es su historia, un contrato con la memoria muy firme que envidiarían otras ciudades de Venezuela y aún de Hispanoamérica. Tiene la urbe del semiárido larense varios apelativos de factura e impronta histórica: “Ciudad levítica de Venezuela”, “Ciudad procera de Venezuela”, “Refugio de la hispanidad”, “Ciudad goda y aristocrática”, “Patria de los cabezones carascolorá”. Y no ha faltado el envidioso insulto y la mofa venida insidiosamente de otros lares: “Ciudad de perezosos” “Dormilones”, “Ciudad de mondongos y siestas” “Ciudad de locos y orates”.
De entre estos “lugares de memoria”, que son muy diversos y complejos, podemos destacar libros, parajes, acontecimientos, y conceptos, tales como la famosa Leyenda del Diablo de Carora (siglo XVIII), los dos volúmenes de la obra de Ambrosio Perera Historial genealógico de familias caroreñas (1931, 1967), Cecilio “Chío” Zubillaga Perera (1887–1948) creador de vocablos y neologismos, su copioso Archivo Zubillaga, recién rescatado de la polilla y del olvido; los “godos carascolorá o patricios de caroreños”, su sentido mantuano de casta; la novela El gallo de las espuelas de oro del escritor Guillermo Morón; los asesinatos de Inés de Hinojosa en el siglo XVI; la famosa Maldición contra los godos del fraile Aguinagalde (siglo XIX); la cuadrícula colonial de la ciudad; la visita del Libertador Simón Bolívar en 1821 y el asunto de la “resbaladera” que se interpretó como intento de magnicidio; la Casa Amarilla donde estuvieron detenidos los Hernández Pavón, protagonistas de la Leyenda del Diablo; los asesinatos del patriota mestizo Indio Reyes Vargas en 1823 y el alevoso e infame crimen del Obispo Salvador Montesdeoca por los nazis en 1944; la “Ciudad levítica de Venezuela” por la gran cantidad de curas y sacerdotes acá nacidos: la gran inundación de 1973; la fundación del diario El Impulso por Federico Carmona en 1904, decano de la prensa nacional; el accidente de aviación donde mueren el pelotero grandeliga Carlos Santeliz y el propietario del equipo de baseball Cardenales de Lara BBC, don Antonio Herrera (1968); las figuras de los grandes guitarristas internacionales Alirio Díaz y Rodrigo Riera; la canción Raudo Vuelo, himno sentimental de los caroreños; las batallas de Parapara (1899) y El Cascajo (1902); y por supuesto, las emblemáticas edificaciones religiosas: la Capilla del Calvario, la Capilla del Cerro de La Cruz, la iglesia de San Dionisio Areopagita (siglo XVIII) y la Iglesia y Catedral de San Juan Bautista (siglo XVII).
Sería demasiado extenso referirnos detalladamente de cada uno de estos “lugares de la memoria” caroreños, que a veces están interconectados, pues es la antigua ciudad de blancos del semiárido larense un lugar de la memoria privilegiado que genera y produce imaginarios, mitos, cuentos y leyendas de manera pródiga y constante. Su excepcional sentido del humor tiene impronta y marca construida desde la memoria. Los chistes y jocosidades caroreños podrían formar volúmenes enteros.
Y lo propio podría decirse de sus añejas y polisémicas palabras, sus imaginativas e inteligentes consejas. Sus personajes populares y de élite asumen proporciones arquetípicas. Es una vetusta y rancia urbe del semiárido del occidente venezolano, donde la realidad se confunde con la ficción, bajo un Sol inclemente que la castiga durante todo el año.
La Iglesia de San Juan
Es tal edificación religiosa el lugar de memoria de un grupo minoritario y hegemónico de raigambre mantuana: los “godos de Carora”. Ellos han construido una sorprendente hegemonía ideológica y cultural como la entiende Antonio Gramsci desde la religión católica y su lugar de residencia y expansión que es el templo barroco de San Juan Bautista, una historia que arranca en 1572 cuando el capitán Juan de Salamanca rebautiza la ciudad con el nombre del eremita del desierto de Judea.
Esta sobria edificación, de un barroco casi espartano, es representativa del estilo insular canario de construir. Comenzó a ser edificada por albañiles, alarifes y oficiales naturales del pueblo en 1610. Su ubicación astronómica nos revela lo devoto de los lugareños, pues al entrar el feligrés lo hará en dirección a Oriente, el lugar donde nace Jesucristo redentor de la humanidad.
Las cofradías y hermandades
En el interior de la iglesia de San Juan ocurre un hecho excepcional, esto es, la fundación en 1585 de la Cofradía del Santísimo Sacramento, hermandad que era conocida en la lejana Irlanda, España, Francia, Islas Canarias, Santo Domingo, Tunja, Caracas, Maracaibo, Trujillo, Barquisimeto, y que se ha constituido en privilegiado lugar de memoria en sus antiguos libros de registro de hermanos que buscaban al “entrar” en ellas un sitio en el Reino de los Cielos. Otras hermandades, estructuras de solidaridad de base religiosa como las llama Michel Vovelle, eran la del Dulce Nombre de Jesús, Santa Vera Cruz, San Pedro, de las Animas, San George, Nuestra Señora del Rosario.
Centenares de hermanos entraban a estas cofradías para que el morir los hermanos asistieran a sus velorios y cantaran misas cantadas para aligerar las salidas del tenebroso purgatorio, un tercer lugar en la geografía del más allá. Estar inscrito en una cofradía era una suerte de seguro social, pues los hermanos se comprometían asistir a los enfermos, auxiliar a viudas y huérfanos.
Eran como primitivas instituciones bancarias pues prestaban dinero a bajos intereses. La densa atmósfera religiosa y el sentido mutualista que aún persiste, la debemos a estas magnificas instituciones eclesiásticas que exhibieron gran vigor y operatividad hasta mediados del siglo pasado.
El altar mayor
El frondoso y exuberante altar mayor de San Juan es obra arte de anónimos carpinteros y alarifes del siglo XVIII, en él podemos observar marcadas influencias novohispanas. Posee tres retablos (de creador desconocido) que datan de la época colonial. Esta imponente talla fue producida en madera tallada con hojillado de oro y ensamblados.
El retablo mayor es de tres cuerpos y un frontis apoyado sobre un muro de mampostería que tiene un zócalo ornamentado en la parte inferior con motivos vegetales que rematan en flores que representan amapolas. El zócalo coincide en el área central con un marco interno y rosetas.
En los cuerpos laterales tiene una hornacina y plantas por cuatro pequeñas columnas salomónicas con tres paños ciegos: el del centro tiene un rosetón y volutas y un frontis coronado por una cruz de
madera tallada con formas esféricas y en el centro un medallón con una leyenda inscrita en la que se lee el día primero del siglo XX, se consagra Carora al Santísimo Sacramento ubicado en el presbiterio.
Igualmente, en este siglo fue instalado su soberbio órgano musical, hogaño lamentablemente descompuesto. Contaba la ciudad en tal centuria de maestros de horganos (sic) asentados en las cofradías.
La casa espiritual de los godos
Esta edificación religiosa es refugio de la hispanidad y de sus depositarios y custodios, los “patricios caroreños”, clase social con rasgos de casta que en su conformación contó con el auxilio de las dispensas matrimoniales que generosamente otorga la Iglesia Católica caroreña, institución responsable de la endogamia genética y cultural, su catolicismo militante que exhiben hogaño los “cara coloradas caroreños”.
Allí asistieron durante siglos a las misas dominicales, allí fueron bautizados, allí contrajeron matrimonios, allí dijeron sus primeras misas los sacerdotes de “la godarria caroreña” (la expresión es de Chío Zubillaga), allí se les hicieron las largas y puntillosas exequias, se cantaron las innumerables misas para aligerar la salida del difunto de ese tenebroso tercer lugar de la geografía del más allá: el purgatorio, en sus paredes fueron tapiados los restos de esta altiva clase social, orgullosa y protectora de su linaje que, según hemos descubierto no es progenie o abolengo colonial como se creía, sino que su sentido de exclusión arranca tardíamente a finales del siglo XVIII y se consolida en el siglo antepasado, esto es, el siglo XIX. Es un suceso que podría calificarse en palabras de Eric Hobsbawm, como una “invención de la tradición”.
La Ciudad Levítica
En ese vetusto edificio religioso se conforma la membresía de “Ciudad levítica de Venezuela” que le endilga con certeza el Pbro. Carlos Borges en 1918, sede de antigua parroquia eclesiástica que desde el siglo XVI jamás ha quedado acéfala por falta de sacerdotes.
Es poco menos que asombroso que ya en el genésico siglo XVI haya entonces ministros religiosos nativos de la ciudad del Portillo. Hogaño son casi un millar de curas y sacerdotes natales de la ciudad del Portillo y del Distrito Torres.
San Juan es epicentro de festividades y conmemoraciones religiosas excepcionales, una de las cuales es la “procesión de las carreritas” que se escenifica los Domingos de Resurrección al final de la vistosa y exuberante Semana Mayor caroreña.
Existió la ya lamentablemente desaparecida fiesta del Día de los Santos Inocentes cada 28 de diciembre, festividad que puede ser resucitada y sacada del olvido tal como lo han hecho con gran éxito ciudades y villas en Francia y otros países europeos, y que he propuesto realizar algo semejante acá en mi condición de Cronista Oficial del Municipio Torres.
Un Archivo excepcional
La parroquia de San Juan ha atesorado valiosísimos documentos con gran celo desde muy antiguo. Esa colección conforma el Archivo de la Diócesis de Carora, al cual tuvimos acceso gracias al Obispo Eduardo Herrera Riera y al Pbro. Alberto Álvarez Gutiérrez, gracias a lo cual pude investigar durante años para realizar mi Tesis Doctoral Iglesia Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora, siglos XVI al XIX (Universidad Santa María, 2003).
Ese magnífico repositorio a cargo de la ingeniera Emma Rosa Oropeza de Herrera, es el privilegiado lugar de memoria de nuestra ciudad, pues allí están asentados los nacimientos, defunciones, matrimonios de la feligresía caroreña.
Quien escribe puso especial atención en los libros de cofradía, unas 14 de estas magnificas “estructuras de solidaridad de base religiosa” según las llama Michel Vovelle, que han sido desde antaño las responsables de que se haya conformado una firme y tupida mentalidad religiosa entre nosotros que creíamos erróneamente era patrimonio espiritual exclusivo de las ciudades andinas de Venezuela.
Es sorprendente constatar que este repositorio haya sido digitalizado por la secta estadounidense de los Mormones y que puede ser consultado por internet en el sitio Registros genealógicos en línea.
San Juan como auditorio
Ha sido escenario d eventos académicos y musicales muy importantes. Desde 1890 se realizaban es sus espacios los actos académicos de los bachilleres egresados del Colegio La Esperanza o Federal Carora, institución dirigida por los doctores Ramón Pompilio Oropeza y Lucio Antonio Zubillaga. En el siglo XX el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles, creado por el odontólogo caraqueño Juan Martínez Herrera en 1974 llenaba de notas musicales ese recinto dotado de una acústica excelente.
En la década de 1960 fue este inmueble religioso escenario de diversos sucesos, políticos unos y otros difíciles de clasificar. En esos años el párroco de San Juan era el Pbro. Eduardo Herrera Riera quien desde el pulpito arengaba a los fieles a protestar contra la crónica escasez de agua que sufre la ciudad.
La protesta se dirigió al Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) y que se expresó en la rotura y destrucción de los odiados medidores del vital líquido. Eran los tiempos de los gobiernos de Acción Democrática y tal acción de repudio se podría interpretar como de la oposición socialcristiana al gobierno, pues es sabido la simpatía por Copei, partido político al que se adscribía el sacerdote de San Juan.
La parroquia fue centro de acopio de la ayuda estadounidense de la Alianza para el Progreso y hasta habilita un feo galpón construido al lado del templo para su depósito. Resulta como paradójico que estos alimentos provenientes de un país evangélico y protestante lo administraran fervorosos y practicantes católicos.
En ocasión del Cuatricentenario de la ciudad en 1969, fue objeto San Juan de una restauración que estuvo a cargo del reconocido arquitecto italiano Graziano Gasparini. Los godos y otras personas de la colectividad de Carora se movilizaron intensamente para producir recursos monetarios haciendo rifas, colocando bonos, sorteando vacas y toretes. Estaban los patricios caroreños resguardando de esa manera su casa y refugio espiritual. Se quejaron ellos, empero, del elevado costo del trabajo restaurador del arquitecto veneciano.
Sombras
Ha tenido la parroquia de San Juan una excelente hoja de servicios durante más de cuatro centurias y media. Sin embargo, como en toda empresa humana, hay aspectos que arrojan sombras sobre la parroquia caroreña. El más polémico ha sido el sentido de exclusión mantuana que en ese recinto se expresaba con los bancos y reclinatorios, muebles que eran para uso exclusivo y privilegiado de los “godos o patricios caroreños”.
Sus sonoros apellidos mantuanos estaban impresos en estos polémicos muebles: Oropeza, Herrera, Riera, Zubillaga, Gutiérrez, Perera, Álvarez, Montesdeoca, González, odiosa práctica que fue eliminada en 1953 por los sacerdotes escolapios, religiosos perseguidos por la dictadura franquista española. Este “apartheid religioso” concluye en 1969 cuando los polémicos bancos y reclinatorios fueron a dar al basurero de la historia.
Desde la Parroquia de San Juan se adelantó la repulsa y execración del Pbro. Dr. Carlos Zubillaga, un adelantado de la Teología de la Liberación Latinoamericana (Luis Beltrán Guerrero dixit) y que termina con el traslado fuera de Carora de este magnífico sacerdote que echó adelante una iglesia social entre los pobres inspirada en la Encíclica Rerum Novarum del papa León XIII, construye conjuntamente con el Pbro. Lisímaco Gutiérrez una sede del Hospital San Antonio de Padua e imprimen el periódico El Amigo de los Pobres, abrieron escuelas nocturnas para obreros. En Duaca conseguirá Carlos una trágica muerte en 1911 al creerse imaginariamente perseguido por un felino y resbalar de una altura considerable para caer pesadamente y agonizar durante cinco largos y terribles días.
Quizás por el hecho de estar distanciado en el tiempo poca gente sabe que la Iglesia Católica en Carora poseía unas extensas y ricas haciendas llamadas del Montón, al Oeste de la ciudad y que eran explotadas con mano de obra esclava, unos 80 negros de la etnia “tare” de África.
Los sacerdotes y sacristanes de San Juan se quedaban con más del 80% de las ganancias producidas por estas haciendas y los mayordomos y capataces mantenían a los negros apaciguados pues tenían dos cárceles para mantenerlos a raya.
Cuando explota la rebelión contra España y su monarquía en 1810, ambos bandos en conflicto, republicanos y colonialistas, recibían ayuda en hombres, dinero, bestias y comida de estas haciendas ubicadas en Burere, actual Parroquia Las Mercedes.
A ello se agrega que estas extensas posesiones eclesiásticas, que lindaban con el Estrado Zulia, fueron a dar a otras manos y sus propietarios, que no eran otros que curas y sacerdotes caroreños, fueron incapaces y no tuvieron el valor de reclamarlas.
En 1900, cuando recién pasa por estos lares el general Cipriano Castro, sucedieron unas muy incómodas situaciones en la iglesia parroquial de San Juan, conocimiento que nos llega de la mano del Pbro. Lisímaco Gutiérrez en su muy interesante periódico El Amigo de los Pobres.
Por este medio se alarma el levita porque el recinto eclesial se ha convertido en refugio de marranos y perros callejeros, los hombres entran a la iglesia con armas de fuego, no atienden las palabras de los sacerdotes y comen chimó durante los oficios.
Ha sido muy tibio el apoyo que ha dado la Iglesia para elevar a los altares al Obispo mártir Salvador Montesdeoca, asesinado por las tropas nazis en retiro en Italia por dar refugio a unos partisanos. De igual modo ha dado poco relieve al Pbro. Dr. Carlos Zubillaga, constructor de una Iglesia social al servicio de los pobres, una experiencia realizada por breve tiempo en su ciudad de nacimiento. Muere Carlos, hermano mayor de Chío Zubillaga, de trágica manera en 1911.
En San Juan fue recibido en 5 de octubre de 1965 por “muchas personas” el sacerdote anzoatiguense, residente en Ciudad Bolívar Pbro. Luis Ramón Biaggi, sospechoso de haber asesinado a Lesbia Biaggi, su propia hermana, un caso que produjo enorme escándalo en todo el país. Un crimen que nunca tuvo culpables. Desconozco los sacerdotes que promovieron esa incomoda recepción en la parroquia de San Juan en aquélla oportunidad.
Y muy recientemente hubo un fuerte enfrentamiento entre sacerdotes en Carora que termina con la remoción del Obispo y sociólogo Luis Armando Tineo Rivera (Caracas, 1948), tras duras acusaciones entre bandos que lo apoyaban o no, debió salir Monseñor Tineo de la jefatura de la Diócesis de Carora en junio de 2020. Parece que no entendió la firme idiosincrasia de los locales. Fue sustituido por nuestro paisano, amigo y contemporáneo Monseñor Carlos Curiel Herrera, médico anestesiólogo, amante de la cultura y del “Séptimo Arte”.
Consideraciones finales
En Latinoamérica España es nuestro lugar común. Esta otrora potencia imperial sembró entre nosotros la lengua castellana y el catolicismo del Concilio de Trento, dos componentes esenciales de nuestra cultura. Con todos sus errores y omisiones, el catolicismo nos da una identidad que nos protege de la avalancha de la globalización anglosajona y protestante. Ha hecho del pueblo venezolano una nación igualitarista, sin marcados odios étnicos o de fe.
En Carora ha permitido el catolicismo la convivencia pacífica entre los godos y las clases populares. Ha sembrado un espíritu mutualista y de solidaridad que no conocen los países del Norte. Es además responsable de que se crearan entre nosotros dos potentes imaginarios colectivos: la Leyenda del Diablo de Carora y la Maldición del Fraile. Ninguna sociedad carece de imaginarios y ellos son responsables de la identidad de los pueblos.
La Iglesia Catedral de San Juan Bautista es el lugar de la memoria de una sociedad que observa constantemente su rico pasado para avanzar hacia el futuro. Ninguna otra institución tiene entre nosotros una penetración tan intensa e importante como la Iglesia Católica. Ella es parte constitutiva de la sociedad, viene desde un pasado genésico muy remoto y nos seguirá acompañando durante muchas centurias más.