Crónicas

La imprenta en Puerto Cabello

José Alfredo Sabatino Pizzolante
Historiador y escritor

ahcarabobo2018@gmail.com

La imprenta entra tardía­mente a las prin­ci­pales ciu­dades de Venezuela. Antes de 1830 solo Cara­cas, Valen­cia, Cumaná, Ciu­dad Bolí­var, Mara­cai­bo, Puer­to Cabel­lo y Bari­nas disponían de talleres que per­mitían la impre­sión de hojas sueltas y per­iódi­cos, más tarde de fol­letos y libros. No será sino a par­tir de 1860 cuan­do se intro­duce en San Anto­nio del Táchi­ra, Tru­jil­lo, Maturín, San Felipe y Caro­ra, entre otras, lo que con­fir­ma lo anterior.

Aunque algunos autores afir­man que a Puer­to Cabel­lo lle­ga en 1822 cuan­do es intro­duci­da por el español Per­mañer, otros como Alí Brett Martínez señalan que no será sino en 1825 cuan­do se estable­cen en el puer­to los talleres tipográ­fi­cos de Joaquín Jor­di y Juan Pío Macías. 

Es en la Imprenta Repub­li­cana del catalán Jor­di en la que se imprime el primer per­iódi­co porteño, El Vigía, otro de corte jocoso tit­u­la­do Plus Café, además de var­ios fol­letos rel­a­tivos a procla­mas del Lib­er­ta­dor, actas de cuer­pos delib­er­antes y dis­putas políti­co-mil­itares tales como el inci­dente de 1824, entre el Alcalde Ordi­nario Vicente Miche­le­na y el gen­er­al José Anto­nio Páez; sim­i­lar mate­r­i­al será impre­so por Juan Pío Macías y N. Per­mañer. Hacia 1850 tam­bién fun­ciona­ba en la ciu­dad la imprenta de Felipe Rivas del que sal­drían prin­ci­pal­mente hojas de corte político.

Dos nom­bres, sin embar­go, sobre­salen en el ofi­cio: Rafael Rojas y Juan Anto­nio Seg­restáa. En efec­to, el arte de la impre­sión exper­i­men­ta­rá sig­ni­fica­ti­vo pro­gre­so cuan­do abre sus puer­tas el taller de Rafael Rojas, quien podría con­sid­er­arse como el decano de los peri­odis­tas locales del siglo diecinueve. 

Juan Anto­nio Segrestáa

En su taller ven luz los dos primeros per­iódi­cos tamaño están­dar que se edi­tan en la ciu­dad: El Hor­i­zonte (1855) y La Regen­eración (1858). Even­tual­mente se lan­za al rue­do políti­co como diputa­do a la Hon­or­able Diputación Provincial. 

Sobre sus con­vic­ciones acer­ca de los deberes del peri­odista, habla muy bien el sigu­iente pár­rafo, de gran actu­al­i­dad, por lo que con­viene tran­scribir­lo en exten­so: “Si la mis­ión del peri­odista es en todo tiem­po ard­ua y ded­i­ca­da, en los momen­tos de cri­sis políti­cas como la que atrav­es­amos es por demás difí­cil ejercer esa especie de min­is­te­rio públi­co, cuya base es la opinión, que varía con las cir­cun­stan­cias y según lo exi­gen los suce­sos diar­ios que ocur­ren en la esce­na social. 

Los hom­bres que ini­cian las rev­olu­ciones o fig­u­ran en primer tér­mi­no en los grandes cam­bi­a­men­tos (sic) políti­cos, a poco andar, han mod­i­fi­ca­do sus opin­iones o se ven oblig­a­dos a seguir un rum­bo dis­tin­to del que al prin­ci­pio se pro­pusier­an, porque en la prác­ti­ca los pro­gra­mas al pare­cer mejor con­fec­ciona­dos tienen que sufrir alteraciones, y los actores com­pren­den luego que las ideas que en abstrac­to ofrecían hon­or y glo­ria a sus eje­cu­tores, en el hecho requieren más tra­ba­jo y sac­ri­fi­cios que util­i­dad positiva. 

Por eso es tan raro el méri­to de los caudil­los que marchan fijos a la eje­cu­ción de su idea prim­i­ti­va, y es indis­pens­able que algu­na vez se usen de medios extra­or­di­nar­ios para no dejarse arras­trar por los vien­tos encon­tra­dos de las pasiones políti­cas. / El peri­odista, órgano de la opinión públi­ca, está oblig­a­do a diri­girla y sal­var­la en los momen­tos de incer­tidum­bre en que ella fluc­túa com­bat­i­da por las ráfa­gas vio­len­tas de los intere­ses frac­cionar­ios…”. Rojas edi­tará en 1854 una sobria edi­ción de Los mis­te­rios del pueblo de Euge­nio Sue, en cua­tro tomos.

Dis­cípu­lo de Rojas lo será el porteño Juan Anto­nio Seg­restáa, tra­duc­tor de la edi­ción de Sue antes men­ciona­da, a quien por muchos años se le tuvo por francés. Afir­ma Brett Martínez, citan­do al recor­da­do cro­nista don Miguel Elías Dao, que la imprenta de Rojas será adquiri­da por Seg­restáa; no obstante, la infor­ma­ción no parece correcta. 

Rojas comen­zó a imprim­ir La Regen­eración luego de los suce­sos de la Rev­olu­ción de Mar­zo que der­ro­ca al gob­ier­no de los Mon­a­gas, más tarde funge como su redac­tor en susti­tu­ción de R. Ramírez. Al mis­mo tiem­po se imprimía en su taller tipográ­fi­co El Diario Mer­can­til, que había comen­za­do a cir­cu­lar alrede­dor de 1850. Este per­iódi­co aún se imprime en noviem­bre de 1860, con­jun­ta­mente con El Vig­i­lante que sale a la luz el mes de octubre de 1859 de la Imprenta del Com­er­cio, propiedad de Epi­fanio Sánchez. 

De tal man­era tal que Seg­restáa se ini­cia en el ofi­cio de impre­sor con un taller dis­tin­to al de Rafael Rojas, esto es, el que com­prara a Epi­fanio Sánchez. Un avi­so apare­ci­do en la pren­sa local en mar­zo de 1861 no deja dudas al respec­to, pues Rafael Domínguez ofrece en ven­ta “la imprenta que fue del señor Rafael Rojas, y que existe en este puerto”.

 
Por casi cua­tro décadas el taller de Seg­restáa desar­rol­la una inten­sa activi­dad en la que ven luz infinidad de hojas sueltas, fol­letos, libros y per­iódi­cos,  imprim­ien­do inclu­so para edi­tores caraque­ños como Rojas Her­manos y Alfred Rothe. Colab­o­radores en la imprenta fueron Epi­fanio Sánchez, Fran­cis­co Genaro del Castil­lo, Simón Cin­ci­na­to Salom y Fer­nan­do Vicente Olavar­ría Maytín, cor­re­spon­di­en­do a este últi­mo la cor­rec­ción de los textos. 
 
Seg­restáa tra­duce y edi­ta incasable­mente a los autores france­ses y españoles, con el afán de pon­er los libros al alcance de los lec­tores a un pre­cio ase­quible, y sin impor­tar­le perder dinero en el inten­to, no en balde don Ramón J. Velásquez lo lla­ma el mila­gro edi­tor.
 
Se había estable­ci­do así su taller tipográ­fi­co, el mis­mo que bajo la denom­i­nación de Imp. de J. A. Seg­restáa, más tarde Imprenta y Libr­ería de J. A. Seg­restáa, fun­cionará inin­ter­rump­i­da­mente has­ta la primera déca­da del siglo pasado.

CorreodeLara

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