La muerte del obispo y las coristas
Luis Heraclio Medina Canelón
Abogado — Historiador
La historia es como ocurrió y es una necedad o una falta de honestidad ocultar algunos hechos por más sórdidos que puedan parecer. Las circunstancias que rodean la muerte del primer obispo de Valencia han sido omitidas por la mayoría de los cronistas por un pudor o una vergüenza que no tienen lugar, mas aún cuando fue un suceso que avergonzó y conmovió a la ciudadanía, enaltecen a la figura del agraviado y delatan el clima de corrupción moral de autoridades y gobernados para la época
Las tiranías a la par que coartan las libertades y las posibilidades de realizarse y superarse los ciudadanos tratan de embrutecerlos y corromperlos para lograr más fácilmente su dominación. Para mediados de los veinte en Venezuela las universidades permanecían cerradas mientras que los garitos y prostíbulos propiedad de los miembros del gobierno se esparcían por todo el país. No había liceos, pero los cuarteles estaban en todas las ciudades. En esos tiempos Valencia tenía por primera vez un obispo: el carabobeño oriundo de Montalbán Francisco Antonio Granadillo; había sido consagrado en dicha dignidad en 1923. La gobernación (o presidencia del estado) estaba a cargo de Ramón Ramos.
Nada de libertad de prensa y todo el que se opusiera de cualquier manera al gobierno de Juan Vicente Gómez era reprimido brutalmente y terminaba en la cárcel. La policía era celosa vigilante de cualquier comentario privado o público en contra del gobierno y actuaba con terrible celeridad.
A principios de diciembre des 1926 llegó a Valencia una llamada “revista de variedades” que comenzó a presentarse en el Teatro Municipal, que estaba en manos de Diego Luis Pereira. Su nombre era “Revista Follies Méndez”. Se trataba de un espectáculo de show picaresco en el que actuaban más de una docena de mujeres, entre españolas y cubanas, todas de unos cuerpos exuberantes, que se exhibían al público bien escasas de ropas. Debió haber sido algo parecido a lo que hoy llamamos “striptease” o algo así.
Había tres funciones o “tandas”: la blanca, a eso de las seis y media de la tarde, la “azul” a las ocho y media y la “tanda roja” a eso de las once. Mientras más tarde era la función mas atrevidas se portaban las “chicas” en su show.
El público de aquel espectáculo de la ciudad de primer cuarto de siglo no eran las cultas familias que asistían en ese mismo teatro a las zarzuelas o a los conciertos, sino prácticamente hombres solos y mayormente el pueblo bajo, gente sin ninguna educación que nunca habían visto un show de ese tipo y convertían aquello en un torneo de vulgaridad, groserías y procacidades.
Para rematar, a la salida de la ultima función se veían gran cantidad admiradores de “las artistas” quienes frecuentemente se iban con sus fans a rematar la jornada y completar su sueldo encerradas en las cuatro paredes de algún hotelucho o pensión. Del mismo modo algunas “caminadoras” se apostaban en las esquinas en cacería de algún espectador que hubiera salido “alborotado” de la función. Una escena de descaro que le desagradaba a mucha gente.
La cuestión del espectáculo y los alborotos a la salida empezó a ser el comentario de las familias en una ciudad que no estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones, que se preocupaban por lo poco edificante de la situación. Pero intempestivamente el empresario del teatro Diego Luis Pereira canceló la temporada e inició la reparación del teatro, que había sido severamente maltratado por la chusma.
Pasaron unos quince días y para sorpresa de todos se anunció ahora en el Cine Mundial, en la Calle Colombia cruce con Farriar, por medio de un cartel en la puerta, la apertura de una nueva temporada de la revista “Mendez Follies”con el añadido de una advertencia: “UNA SOLA FUNCIÓN — SOLO PARA HOMBRES”, que más que una advertencia era un gancho que atrajo a muchos de los admiradores del espectáculo que seguramente esperaban algo todavía mas atrevido que lo presentado en el Municipal.
El día de la “premier” desde muy temprano estaba el público esperando la apertura del cine para comprar sus entradas y lograr ubicación lo más cerca del escenario, pero pasaba el tiempo y nada que abrían las taquillas.
De repente alguien salió de la parte interna del cine y colocó un aviso: “Suspendida la función por orden superior”. Ante esto espectadores frustrados entraron en cólera, lanzaron piedras en contra de la fachada y trataron de violentar la reja del establecimiento. Arrancaron los carteles que anunciaban las películas y a pedradas rompieron los faroles de las esquinas. Mujerzuelas y zagaletones que merodeaban por el sector se unieron al tumulto.
La gente comentaba y daba sus opiniones. Uno señaló que la situación frente al cine era lamentable, más allá alguien dijo que el espectáculo del show era prosaico e inmoral, otro comentó que varias familias se habían quejado en la curia ante monseñor Granadillo para que interviniera y ponerle un freno a la vulgaridad … y esto prendió la mecha… A alguien se le ocurrió que el culpable de la cancelación era el obispo de la ciudad.
-Vamos donde el obispo¡-
Sugirió otro y el tropel de revoltosos se dirigió a la residencia obispal, al lado de la Catedral, frente a la Plaza Bolívar.
Al llegar los amotinados a la fachada del “palacio” del obispo arremetieron en contra del inmueble: piedras y botellas, patadas contra la puerta. Parecía que trataban de saquear la residencia. Eran una especie de “colectivos” de hace casi cien años, que actuaban fuera de la ley libremente. Paradójicamente, en tiempos de “mano dura” y de “orden”, no hubo ninguna autoridad en todo el frente del Palacio Municipal y la Plaza Bolívar que impusiera la ley. Ante la vista complaciente de policías y autoridades los malhechores, una vez más, actuaban a sus anchas.
Aun así, monseñor, Francisco Antonio Granadillo, quien ya estaba viejo y enfermo, abrió la ventana y trató de mediar con la muchedumbre, pero recibió pedradas, groserías y escupitajos. Angustiado y tembloroso, con la cara llena de tierra y saliva, monseñor se retiró de la ventana indignado y preocupado por lo que ocurría frente a su casa. Empezó a sentirse mal y al poco rato sufrió un ataque al corazón, muriendo instantes después. Era el 13 de enero de 1927. Ese fue el triste final del primer obispo de Valencia.
FUENTE:
Vasquez Romero, Miguel. “Recuerdos de mi terruño”