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La novia del Libertador

Douglas Zabala
Biógrafo e historiador

A 200 años del primer encuentro de Bolívar y Manuelita 

Al decir de Luis Perú de la Croix fueron aque­l­los días de sosiego y com­bate en el Cuar­tel Gen­er­al de la Mag­dale­na en Lima, cuan­do a su coman­dante se le ocur­rió echarle el cuen­to nada triv­ial, de la escara­muza que le tocó librar con quien, en más de una vez, lo arries­gó todo para evi­tar que a él nada le pasara ante los embat­es de sus enemigos. 

Señala el gen­er­al francés que Bolí­var des­de su hamaca, atraí­do por el hál­i­to de su amante le deja cor­rer: ¡Encuen­tre ust­ed algu­na! Esta me domó. Sí, ni las cati­ras de Venezuela que tienen fama de jodi­das lo hicieron.

Así tuvo que haber sido porque aque­l­la fiere­cil­la indómi­ta, le voló enci­ma a Simón con la mis­ma fuerza, celo y amor que le demostra­ba cuan­do sospech­a­ba algu­na desleal­tad de cualquier san­tanderista, cuan­do al menor des­cui­do le daba por con­spir­ar con­tra su amado.

“Ningu­na, oiga bien esto señor que para eso tiene oídos: ningu­na per­ra va a volver a dormir con ust­ed en mi cama. No porque ust­ed lo admi­ta, tam­poco porque se lo ofrez­can”. Le espetó Manuela Sáenz enseñán­dole el zarcil­lo de otra mujer, encon­tra­do por ella deba­jo de las sábanas de la cama del libertador.

Lo amó des­de aquel 16 de junio de 1822 cuan­do le lanzó un mano­jo de lau­re­les y has­ta en el últi­mo sus­piro de su vida. “Seño­ra: Nun­ca después de una batal­la encon­tré a un hom­bre tan mal­trata­do y mal­tre­cho como yo mis­mo me hal­lo aho­ra, y sin el aux­ilio de ust­ed. ¿Quisiera ust­ed ced­er en su eno­jo y darme una opor­tu­nidad para explicárse­lo?… Su hom­bre que muere sin su pres­en­cia”. Ter­mi­na des­pidién­dose Bolí­var, en su epís­to­la donde le pide cacao, con­sciente de su infi­del­i­dad conyu­gal, a quien después en una fría noche bogotana, en con­tra­parti­da de su amor, le sal­vará la vida.

Cuen­ta la propia coro­nela, que aquel día cuan­do Bolí­var se acer­ca­ba al paso de su bal­cón, tomó la coro­na de rosas y se la arro­jó para que cay­era al frente del cabal­lo de Su Exce­len­cia; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caí­da, a la casaca, jus­to en el pecho de su excelencia.

Ful­gu­rante y pro­fun­da fue la relación entre esa pare­ja de gigantes. En tam­poco tiem­po tuvieron la opor­tu­nidad de librar para sí y para la humanidad, las más bel­las batal­las de amor y lib­er­tad; ella lo reafir­ma en la postrimería de su vida donde ter­minó ven­erán­do­lo y per­donán­dole lo de aquel zarcil­lo infiel. Este es otro saber republicano.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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