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Dos episodios militares en la historia de Puerto Cabello

José Alfredo Sabatino Pizzolante
Individuo de Número de la Academia
de Historia de Carabobo

Miembro correspondiente por Carabobo
de la Academia Venezolana de la Lengua

El desar­rol­lo urbano de Puer­to Cabel­lo está ínti­ma­mente lig­a­do al de sus for­ti­fi­ca­ciones. La ciu­dad adquiere fisonomía de una inex­pugnable plaza fuerte a finales del siglo XVIII, y no será sino a medi­a­dos del sigu­iente cuan­do comien­za a ser desmon­ta­do su sis­tema de for­ti­fi­ca­ciones para dar paso a la ciu­dad por­tu­ar­ia en la que más tarde se con­ver­tirá. Bue­nas razones había para ello, pues en tiem­pos tan tem­pra­nos como el siglo XVI, la antigua Bor­bu­ra­ta ‑primer asen­tamien­to por estos lares- recibía la fer­oz visi­ta del Tira­no Aguirre, ponien­do en fuga a sus ater­ror­iza­dos habi­tantes, vis­i­tas hos­tiles que repiten piratas y flotas ene­mi­gas aún después de desa­pare­ci­da Bor­bu­ra­ta y has­ta estable­ci­da la Com­pañía Guipuzcoana.

El com­er­cio sig­nifi­ca­ba riqueza, la ubi­cación estratég­i­ca sig­nifi­ca­ba poder y Puer­to Cabel­lo reunía mag­ní­fi­ca­mente estos dos ele­men­tos.  Por lo tan­to, a lo largo de los sig­los se con­ver­tiría en epi­cen­tro de luchas armadas. De los muchísi­mos episo­dios mil­itares que tienen como esce­nario su cal­ma­do mar y for­ti­fi­cadas tier­ras –el his­to­ri­ador Asdrúbal González cuen­ta al menos 5 sitios durante la guer­ra de inde­pen­den­cia- nos referire­mos de man­era muy espe­cial a dos, que la mar­can deter­mi­nan­te­mente, sien­do ellos el ataque inglés al man­do del Comodoro Charles Knowles (1743) y la toma de la ciu­dad por el gen­er­al José Anto­nio Páez (1823).

Muelle de Puer­to Cabel­lo. A la derecha Fuerte de San Felipe 1732

Cuando casi fuimos 
una colonia inglesa

Hacia 1739 las difer­en­cias entre Inglater­ra y España, pro­duc­to de las con­stantes dis­putas sobre el com­er­cio his­panoamer­i­cano, resulta­ban irrec­on­cil­i­ables al pun­to de que la primera le declara solem­ne­mente la guer­ra a los españoles. Des­de entonces los ingle­ses esta­ban deci­di­dos a pon­er pie en Por­to­belo, Carta­ge­na de Indias, La Guaira y Puer­to Cabel­lo, prin­ci­pales puer­tos del Caribe, cam­pañas que ter­mi­narían en rotun­dos fra­ca­sos; pre­ten­di­en­do sacar prove­cho del resen­timien­to que tenían los habi­tantes de estos domin­ios con­tra la Com­pañía Guipuz­coana. que había monop­o­liza­do el com­er­cio con el viejo con­ti­nente e intro­duci­do algún con­trol sobre el con­tra­ban­do, los ingle­ses con­fi­a­ban en cap­i­talizar ese descon­tento en ben­efi­cio de un libre comercio. 

El 16 de febrero de 1743, una nutri­da flota ingle­sa bajo las órdenes del Comodoro Charles Knowles, ancla­ba en Isla Tor­tu­ga con­vo­can­do de inmedi­a­to un con­se­jo de guer­ra para infor­mar a los ofi­ciales sobre las instruc­ciones que tenían. Knowles explicó a los pre­sentes que las órdenes eran tratar por todos los medios de tomar las for­ti­fi­ca­ciones de La Guaira y Puer­to Cabel­lo; y de ten­er éxi­to ocu­par tales plazas y “hac­er saber a los habi­tantes del país que el Inglés no venía a despo­jar­los de sus dere­chos, religión o lib­er­tades, sino que recibirían de nosotros una may­or seguri­dad y más feli­ci­dad que bajo la tiranía y cru­el­dad de la Com­pañía Guia­pesco (Guipuz­coana), de la que los veníamos a lib­er­tar”.[1]

El Almi­rante Charles Knowles

Las órdenes incluían tomar como botín cualquier cosa que en tier­ra o mar perteneciera a la men­ciona­da com­pañía y, de ser prac­ti­ca­ble, avan­zar sobre Puer­to Rico. Knowles había man­i­fes­ta­do que el prin­ci­pal obje­ti­vo de la expe­di­ción era “Por­to Cav­al­los”, aunque por razones no muy claras  el primero de los ataques se pro­duce con­tra La Guaira. Ignor­a­ba Knowles y sus hom­bres, sin embar­go, que su mis­ión no era sec­re­ta para la coro­na españo­la que meses antes cono­ció de ella a través de un espía en Lon­dres quien infor­mó al Príncipe de Cam­poflori­do y éste al Mar­qués de Villarias.

El 2 de mar­zo de 1743 aparece en el hor­i­zonte guaireño la nutri­da escuadra ingle­sa, sien­do las acciones para repel­er el ataque con­tun­dentes, bajo las órdenes del Capitán Gen­er­al Zuloa­ga, quien se había mov­i­liza­do des­de Cara­cas acom­paña­do de don José Itur­ria­ga y don Mateo Gual con seis com­pañías de mili­cia urbanas, para reforzar la guar­ni­ción de los balu­artes San Fer­nan­do, La Cale­ta y la Platafor­ma, y rec­haz­ar al ene­mi­go en caso de un desembarco. 

El repeti­do y acer­ta­do fuego des­de las baterías, las difi­cul­tades que tenía la escuadra para man­io­brar en mar abier­to y el humo que no per­mitía bue­na vis­i­bil­i­dad se con­fab­u­laron en con­tra de los ingle­ses, así que en cuestión de horas algunos buques quedaron fuera de combate. 

Luego de tres días de escara­muzas e inten­tos por parte de los ingle­ses de cor­tar las amar­ras de las embar­ca­ciones españo­las sur­tas en puer­to e, inclu­so, incen­di­ar­las, el día 6 en la noche parte de la escuadra ene­mi­ga se ale­ja­ba en direc­ción a sotaven­to, con­fir­mán­dose al día sigu­iente que en efec­to se habían reti­ra­do, de man­era tal que “las mar­eas arro­jaron cadáveres, tableros de costa­dos, lan­chas, botes y armas”.

Los reportes de inteligen­cias habla­ban de serios daños cau­sa­dos a la flota ingle­sa por las bom­bas de tier­ra y más de 900 muer­tos entre ofi­ciales y marinería; aho­ra la mal­trecha escuadra se hal­la­ba en Curazao para acome­ter repara­ciones, reforzar la dotación y reorganizarse.

Ataque inglés a Puer­to Cabel­lo en 1743, en un viejo plano con­ser­va­do en el Archi­vo Históri­co Mil­i­tar de Madrid

En la tarde del 26 de abril la escuadra ene­mi­ga fondea al Este de Puer­to Cabel­lo y al abri­go de la Isla de Bor­bu­ra­ta. Allí Knowles dic­ta una procla­ma para infor­mar a los veci­nos y moradores de Venezuela sobre sus inten­ciones, crit­i­can­do agri­a­mente las políti­cas de la coro­na en sus domin­ios, en su afán de con­vencer a los moradores sobre la jus­ti­cia de su proceder: 

“El Rey mi señor para mostrar los detestable, que le son semex­antes Bar­baros tratamien­tos y pro­ced­eres; pue son de gente que se rep­u­ta y tienen por chris­tianos, y espe­cial­mente con­tra sus sub­di­tos sirvientes, y marineros; me a man­da­do con una esquadra de sus navios, y tropas, á estos Par­ages, para que con el Dib­i­no favor haga y pueble una nue­va colo­nia en Puer­to Cabel­lo con los antigu­os, y libres españoles, con quien antigua­mente vivieron siem­pre los yngle­ses en tran­quila amis­tad, por lo cual me ha orde­na­do, que haga saber, como lo hago por esta, á todos, y á quan­tos Españoles, se quisier­an acoger, deba­jo de las pro­tec­ción de sus armas, y vivir ami­ga­ble­mente con sus súb­di­tos, que gozaran de su religión con todos sus dere­chos, pri­bilex­ios y efec­tos del pro­pio modo, y en la mis­ma igual­dad como si fuer­an ingle­ses propi­a­mente, y asi mis­mo les serán con­ce­di­dos sus sac­er­dotes, cav­il­dos, y todas las mas pre­rrog­a­ti­vas, tan­to en lo ecle­siás­ti­co como en lo sec­u­lar y por fin serán en todo pro­tex­i­dos, como súb­di­tos nativos de Su Mages­tad Bri­tan­i­ca…”.[2]

Al día sigu­iente (27 de abril) una bom­bar­da se acer­ca peli­grosa­mente al canal del puer­to y arro­ja varias bom­bas de mortero con­tra el castil­lo y los navíos de la Real Com­pañía Guipuz­coana sur­tos en la bahía, mien­tras que al amanecer del sigu­iente día otros buques ene­mi­gos arrecian el bom­bardeo sobre el castil­lo, con­sigu­ien­do dañar varias piezas y causar algunos muer­tos y heridos. 

El día 28 se pro­duce el desem­bar­co de un mil­lar de hom­bres entre Bor­bu­ra­ta y Pun­ta Bra­va, y aunque tomaron algu­nas posi­ciones y lograron insta­lar una batería de morteros, tam­bién encon­traron enér­gi­ca defen­sa en la batería de Pun­ta Bra­va, bajo el coman­do del Capitán de Navío Mar­tin de San Cirinea, causán­doles impor­tantes bajas. La estrate­gia ingle­sa con­sistía en ocu­par las islas Ratón, Bor­bu­ra­ta y Alca­traz insta­lan­do artillería para atacar la estratég­i­ca Pun­ta Bra­va, el castil­lo San Felipe y el Pueblo Nue­vo de la Con­cep­ción, esto es, el pequeño núcleo urbano. 

Los días fueron tran­scur­rien­do y con ellos arrecian­do el fuego cruza­do. Muchas bom­bas cayeron den­tro del castil­lo, oca­sio­n­an­do numerosas bajas, entre ellos el mis­mísi­mo inge­niero don Juan de Gayan­gos Lás­cari, quien es heri­do lev­e­mente en la cabeza. El Gob­er­nador Gen­er­al don Gabriel de Zuloa­ga se aper­sona en el puer­to el día 2 de mayo, para diri­gir per­sonal­mente las acciones. 

Los ingle­ses reforz­a­ban sus posi­ciones en tier­ra con piedra y mam­postería, mien­tras que los defen­sores hacían urgentes repara­ciones a los para­petos del castil­lo y reconocimien­tos a la Batería de San José, entre Playa de Muer­tos y Pun­ta Bra­va. La escuadra comien­za a acer­carse hacia la boca del puer­to, lo que hace supon­er un inmi­nente desem­bar­que, en vista de lo cual el Capitán Gen­er­al decide agru­par las mili­cias y for­mar cua­tro cuer­pos, ubi­can­do uno den­tro del castil­lo y el resto en la cor­tadu­ra del camino a Bor­bu­ra­ta, el valle de San Este­ban y playas de Goaigoaza, además de la sabana. Ya para el día 5 de mayo, a las 2:00 p.m., toda la escuadra esta­ba situ­a­da a “tiro de fusil” del castil­lo. Don Gabriel de Zuloa­ga no desea­ba dejar nada al azar, así que mandó a echar a pique el buque “Ysabe­lo”, que esta­ba en la boca obsta­c­ulizan­do así la entra­da a la bahía.

El día 6, la escuadra ene­mi­ga comien­za a ale­jarse para colo­carse fuera del alcance de los cañones del castil­lo, fondeán­dose en las inmedia­ciones de Isla Ratón e Isla Larga, con serios daños algunos de sus navíos oblig­a­dos a arro­jar al mar jar­cias, ver­gas y demás apare­jos, jun­to a algunos cadáveres. 

Luego de un breve bom­bardeo con­tra los buques de la Real Com­pañía Guipuz­coana, en la mañana del 7 de mayo se acer­caría un bote a Pun­ta Bra­va con ban­dera blan­ca y plie­gos para con­cer­tar el can­je de pri­sioneros y cese de hos­til­i­dades, a lo que accedió Zuloaga.

Según las fuentes doc­u­men­tales el últi­mo día del ataque puede fijarse el 12 de mayo, cuan­do en medio del can­je de pri­sioneros, uno de los navíos ingle­ses se acer­có a la for­t­aleza hacien­do cua­tro dis­paros que alcan­zaron el cuar­tel San Fer­nan­do y causaron destro­zos, ale­ján­dose seguida­mente. El gesto inter­pre­ta­do por algunos como una señal de des­pe­di­da admite, indud­able­mente, otras interpretaciones.

Las cifras de ban­do y ban­do, al tér­mi­no del ataque, son con­trastantes. Durante la incur­sión de la escuadra ene­mi­ga, los ingle­ses arro­jaron 900 bom­bas sobre las for­ti­fi­ca­ciones y baterías, y tuvieron 175 muer­tos y un impor­tante número de heri­dos. Los defen­sores, sufren 30 muer­tos y 60 heri­dos, entre ellos algunos ofi­ciales de los navíos de la Com­pañía Guipuzcoana. 

De hecho las pér­di­das ingle­sas por enfer­medades, deser­ciones, muertes y heri­das incluyen­do tan­to La Guaira como Puer­to Cabel­lo, se esti­man en 2.000 hom­bres. En la defen­sa de ambos puer­tos la actuación de la Real Com­pañía Guipuz­coana fue deter­mi­nante, razón por la cual cuan­do el Capitán Gen­er­al repor­ta la vic­to­ria a España solic­i­tará el gra­do de capitán de fra­ga­ta para don Mar­tin de San Cirinea y don José de Goy­coechea, hom­bres de la com­pañía. La bril­lante con­duc­ta de don Gabriel de Zuloa­ga será rec­om­pen­sa­da con el otorgamien­to del títu­lo de Mar­qués de Torre Alta, que su Majes­tad le otorgó por Real Orden, fecha­da en Aran­juez a 30 de mayo de 1744.

Por­menores del ataque inglés, además, pueden extraerse del Diario de la expe­di­ción a la Guira y Puer­to Cav­al­los en las Indias Occi­den­tales, bajo el man­do del Comodoro Knowles según car­ta de un Ofi­cial a bor­do del “Bur­ford” a un ami­go suyo en Lon­dres. El plan de la incur­sión en Puer­to Cabel­lo, lucía bien dis­eña­do: Había que desem­bar­car un cuer­po de mari­nos para sor­pren­der y atacar las baterías de fag­i­na, quienes serían apoy­a­dos por todas las fuerzas de tier­ra, en caso de un serio rechazo. 

Los mari­nos avan­zarían a izquier­da y derecha, para dejar que las tropas avan­zaran con el cor­re­spon­di­ente fuego. Se pre­veía  hac­er una reti­ra­da en orden, caso de que el ene­mi­go fuera demasi­a­do poderoso, ase­gu­ran­do un posi­ble repliegue con el apoyo del “Assis­tance” ubi­ca­do cer­ca del ist­mo que con­duce a Bor­bu­ra­ta, cuya zona dom­ina­ba per­fec­ta­mente con sus cañones; y, por otra parte, se hal­la­ba fuera del alcance del fuego ene­mi­go. El desem­bar­co se debía hac­er por la tarde, pero avan­zan­do solo en medio de la noche, con la ayu­da de algunos guías holan­deses cono­ce­dores del ter­reno por haber sido prisioneros. 

El batal­lón de hom­bre estaría con­for­ma­do por 1.100 hom­bres. Los ata­cantes asumían que tomadas las baterías cer­canas al castil­lo y vuel­to los cañones con­tra aquél se podría abrir una brecha. Lo ante­ri­or per­mitía que la escuadra pos­te­ri­or­mente lan­zara un ataque gen­er­al con­tra el castil­lo, garan­ti­zan­do el éxi­to de la operación, facil­i­ta­do este ataque con la dis­trac­ción de los defen­sores con fuego con­stante, des­de el “Nor­wich” y el “Live­ly” situ­a­dos cer­ca de las baterías de fagina.

No es difí­cil adver­tir en algunos pasajes que la suerte no siem­pre estu­vo con los ata­cantes, ya que las cosas no nece­sari­a­mente resul­tarían del todo como se esperaba:

“Cuan­do ya habían apre­sa­do a los com­po­nentes de la Guardia avan­za­da, al force­jear uno de los españoles con un ofi­cial de mari­na, parece que éste, impru­den­te­mente, lo mató con un tiro de pis­to­la, cosa que pudiera haber hecho mucho mejor con la bay­o­ne­ta o con el sable; esto sirvió de alar­ma. A par­tir de este momen­to, algunos de nue­stros hom­bres comen­zaron a hac­er fuego sin saber ellos a quién, porque el ene­mi­go no les había dis­para­do, o en real­i­dad no se le veía por parte algu­na. Una andana­da de dis­paros sigu­ió a otra; se sucedieron dos o tres más; todas eran hechas entre ellos mis­mos, por lo que se herían unos a otros. En un momen­to, se apoderó tal páni­co, tan espan­toso y poco común, de todo el ejérci­to, sol­da­dos y marineros, que las primeras filas cayeron sobre las que venían detrás; éstas sobre las inmedi­atas, has­ta caer por tier­ra unos con­tra otros y has­ta degener­ar en una con­fusión gen­er­al. Has­ta tal pun­to llegó su páni­co, que se tiraron al agua ellos mis­mos, por lo que algunos se ahog­a­ron y más habrían ter­mi­na­do así, si no hubier­an sido recogi­dos en botes. Durante este tiem­po, ni un ene­mi­go apare­ció enfren­tán­dose a ellos, ni les habían dis­para­do un solo tiro, has­ta que la propia con­fusión y fuego que establecieron entre ellos mis­mos alar­mó a las baterías de fag­i­na, las cuales dis­pararon dos o tres cañones; pero no podemos saber si éstos en real­i­dad hicieron algún daño. / Final­mente, saltan­do unos sobre otros, lle­garon cer­ca de donde esta­ba el “Assis­tance”, que los tomó a bor­do. Tuvi­mos var­ios hom­bres per­di­dos. Se supone que la may­oría de ellos se ahog­a­ron; algunos retornaron mal heri­dos; y dos, que fueron aban­don­a­dos en esta­do de inca­paci­dad, fueron hechos pre­sos por el ene­mi­go a la mañana sigu­iente. Muchos dejaron aban­don­adas sus armas, que pasaron a ser botín del ene­mi­go; botín ines­per­a­do y no bus­ca­do…”.[3]

Los ataques ingle­ses a ambos puer­tos no solo pusieron a prue­ba la capaci­dad de las for­ti­fi­ca­ciones has­ta entonces con­stru­idas, sino que tam­bién jus­ti­fi­carán algu­nas obras pos­te­ri­ores. Así, don José Itur­ria­ga, quien acom­pañara a don Gabriel de Zuloa­ga durante los acon­tec­imien­tos, pre­sen­ta un proyec­to de defen­sa tit­u­la­do “Una parte de las For­ti­fi­ca­ciones de Puer­to Cavel­lo”, dirigi­do a reforzar las defen­sas del puer­to, y que será eval­u­a­do por el inge­niero Gayan­gos Láscari. 

Al respec­to, escribe el his­to­ri­ador Juan Manuel Zap­a­tero que el proyec­to de Itur­ria­ga con­sistía en una obra avan­za­da de car­ac­terís­ti­cas seme­jantes a las de un balu­arte de flan­cos reti­ra­dos, cur­vos, con espal­das, toma­do el mod­e­lo del “Archi­tec­to Per­fec­to en el Arte Mil­i­tar” de Fer­nán­dez de Medra­no.[4]

Expli­ca Zap­a­tero que con el cor­rer de los años la prop­ues­ta de Itur­ria­ga no se mate­ri­alizará en su total­i­dad, es evi­dente que el con­flic­to anglo-his­pano ani­mó el desar­rol­lo de las for­ti­fi­ca­ciones siem­pre en espera de ataques e inva­siones por el frente mari­no, pero la guer­ra de inde­pen­den­cia trasla­da la defen­sa hacia la corti­na Sur entre los balu­artes del Príncipe y La Prince­sa en el sec­tor de La Esta­ca­da.

Esta últi­ma cir­cun­stan­cia expli­ca las Reales Órdenes de 1784 y 1791 dirigi­das a los veci­nos del arra­bal o pueblo exte­ri­or, pro­hi­bi­en­do la con­struc­ción de nuevas casas o recon­struc­ción de las que se dete­ri­o­raran, así como su demoli­ción “siem­pre que sea pre­ciso para la defen­sa en caso de ame­nazar una guer­ra” sin dere­cho a ind­em­nización, todo ello para no difi­cul­tar el “tiro del canon del frente de tier­ra de la Plaza”.

El último bastión de Castilla

Un hecho con fre­cuen­cia soslaya­do es que Puer­to Cabel­lo, a lo largo de la guer­ra inde­pen­den­tista, per­maneció en manos de los real­is­tas. En efec­to, en junio de 1812 el entonces Coro­nel Simón Bolí­var a quien le había sido con­fi­a­do el con­trol de la plaza, enfrenta momen­tos aci­a­gos cuan­do la pierde como con­se­cuen­cia del alza­mien­to del coman­dante de la for­t­aleza de San Felipe, el ofi­cial Fran­cis­co Fer­nán­dez Vinoni. Ape­nas dos meses antes Bolí­var pre­senta­ba sus cre­den­ciales como Jefe Políti­co y Mil­i­tar ante el cabil­do porteño, com­puesto por Manuel de Ayala, José Domin­go Gonell, Car­los de Areste y Reina, José de Lan­da, Simón Luyan­do, Rafael Martínez y José Nicolás Olivero.

Las cir­cun­stan­cias imper­antes por aque­l­los tiem­pos eran ver­dadera­mente críti­cas, por el ase­dio de los real­is­tas y la fal­ta de pro­vi­siones den­tro de la plaza, tal y como se advierte del acta lev­an­ta­da durante la sesión del cabil­do fecha­da a 29 de junio de 1812, el mis­mo día en que se pro­duce la fatídi­ca pér­di­da de la plaza: 

“… y estando así jun­tos [Bolí­var y autori­dades munic­i­pales] como igual­mente un cre­ci­do número de veci­nos que con­cur­rieron el acto con moti­vo de haberse con­vo­ca­do al pueblo por carte­les fija­dos en puestos públi­cos, el ciu­dadanos Coman­dante Políti­co y Mil­i­tar de la plaza hizo saber el con­cur­so: que el obje­to de esta con­vo­ca­to­ria era para que ten­er cor­ta­da los ene­mi­gos la comu­ni­cación ante­ri­or y ser pocas las pro­vi­siones marí­ti­mas, ha toma­do la pru­dente prov­i­den­cia de reti­rar las mujeres, ancianos, niñas e inváli­dos como inútiles para la guer­ra, con el fin de que sea menos el con­sumo de los man­ten­imien­tos en la pre­sente cri­sis, porque con­tin­uan­do y exce­di­en­do la mis­ma escasez, deben temerse sus fatales con­se­cuen­cias, nada favor­able a la patria y aun trascen­den­tales a la con­fed­eración, no obstante el entu­si­as­mo de los habi­tantes y de hal­larnos en una plaza fuerte seria ven­ta­josa al ene­mi­go si lograse rendirla, por nues­tra des­gra­cia; que les hacía pre­sente lo referi­do para que reflex­ionasen, dis­cutiesen y pro­pusiesen las pro­vi­siones de víveres nece­sarias, a pre­caver o de lle­varse a efec­to la emi­gración de las per­sonas de que se ha hecho mer­i­to, sin escasear­le sobre tan impor­tante mate­ria cuan­tas medi­das se le ocur­riesen dig­nas de aten­ción al remedio”. 

Se acor­daría durante aque­l­la reunión la recolec­ción de todos los fru­tos que se hal­laren den­tro de la juris­dic­ción y almacenes del com­er­cio para orga­ni­zar su expen­dio de mejor man­era; la recolec­ción del gana­do vac­uno, lanar, cabrío y de cer­do para con­tro­lar su ven­ta; la inspec­ción de las exis­ten­cias en las bode­gas y pulperías y, final­mente, la reg­u­lación y con­trol sobre la ven­ta del pan.

La sesión final­izó abrup­ta­mente, pues como lo refe­r­i­mos, ese mis­mo día se pro­duce el lev­an­tamien­to de la for­t­aleza, ausente Bolí­var de aquél­la por estar pre­si­di­en­do la reunión del cabil­do, even­to que indud­able­mente ten­drán peso deter­mi­nante en la pér­di­da de la primera de la primera repúbli­ca, de allí las céle­bres pal­abras del gen­er­al Fran­cis­co de Miran­da al cono­cer la noti­cia: “Venezuela está heri­da en el corazón”. 

El 6 de julio, el joven Coro­nel Bolí­var y sus hom­bres aban­do­nan la plaza a través del puer­to de Bor­bu­ra­ta, quedan­do Puer­to Cabel­lo a merced de los españoles por poco más de una déca­da, mostrán­dose como una plaza fuerte inex­pugnable, al menos has­ta mil ochocien­tos veintitrés. 

La guer­ra toma un giro deci­si­vo el 24 de junio de 1821, tras la vic­to­ria en Carabobo. El gen­er­al Latorre se refu­gia en Puer­to Cabel­lo con su mer­ma­do ejérci­to, al amparo de la ciu­dad amu­ral­la­da. Los real­is­tas todavía con­ser­van dos bas­tiones estratégi­cos: Mara­cai­bo y Puer­to Cabel­lo, de allí que se esta­ba lejos de ten­er el con­trol total del ter­ri­to­rio nacional. 

El 24 de julio de 1823, los patri­o­tas propinan der­ro­ta a la flota españo­la en la Batal­la del Lago, obligan­do al gen­er­al Morales, a capit­u­lar y en carác­ter de Capitán Gen­er­al de la Cos­ta Firme entre­gar Mara­cai­bo y el castil­lo de San Car­los, embar­cán­dose para la Habana. Quedará tan solo Puer­to Cabel­lo –el últi­mo bastión de Castil­la, como lo denom­i­nara el recor­da­do cro­nista don Miguel Elías Dao- en manos realistas.

Resulta­ba imper­a­ti­vo, entonces, la expul­sión de los españoles de este últi­mo reduc­to, cuyo coman­dante aho­ra era el gen­er­al Sebastián de la Calza­da, tarea en la que el gen­er­al Páez, héroe defin­i­ti­vo de Carabobo, pone todo su empeño a par­tir de mayo de 1822, al sitiar a la ciu­dad, opera­ciones que se ini­cian con la toma de El Vigía, Bor­bu­ra­ta y el arra­bal o pueblo exterior. 

Los real­is­tas, sin embar­go, se encon­tra­ban a buen res­guar­do en la ciu­dad amu­ral­la­da y la for­t­aleza de San Felipe, ya que como en el pasa­do el sis­tema for­ti­fi­ca­do idea­do por los hom­bres de la Com­pañía Guipuz­coana, prob­a­ba ser por demás efectivo. 

La ciu­dad amu­ral­la­da en pin­tu­ra de Pedro Castil­lo, quien hacia 1829 recreó para el Gral. Páez el asalto a la plaza fuerte

Habría que recor­dar, por otra parte, que Puer­to Cabel­lo esta­ba divi­di­da en dos por­ciones: Puente afuera o el arra­bal, que cor­re­spondía al pueblo exte­ri­or; y Puente aden­tro o la ciu­dad amu­ral­la­da, sep­a­ra­da de la primera por un canal unido a través de un puente. Des­de el pun­to de vista defen­si­vo, de cara al arra­bal se encon­tra­ba el sec­tor de La Esta­ca­da, flan­queadas por los balu­artes El Príncipe al Este y La Prince­sa al Oeste, sirvien­do a la defen­sa por el lado Sur; mien­tras que al extremo opuesto El Cori­to y la batería La Con­sti­tu­ción com­pleta­ban los pun­tos artilla­dos. Res­guard­a­ban la plaza fuerte, el castil­lo San Felipe y el mirador de Solano; gran parte del extremo Este de la plaza, se encon­tra­ba rodea­d­os de manglares y ter­renos fangosos. 

A medi­da que tran­scur­ren los meses los siti­adores van ganan­do ter­reno sobre el ene­mi­go; a prin­ci­p­ios del mes de octubre, los patri­o­tas logran la cap­tura de la batería de El Trincherón a oril­las del manglar, toman con­trol de la boca del río San Este­ban y así el sum­in­istro de pro­vi­siones y agua potable, y con­struyen baterías en Los Cocos que le per­mite eje­cu­tar fuego pesa­do sobre los muros de la ciu­dad, todos ele­men­tos que van dibu­jan­do el desen­lace final. El gen­er­al Páez debe acel­er­ar la toma de la ciu­dadela, pues noti­cias lle­gadas des­de Curazao y San Thomas, anun­cian una expe­di­ción coman­da­da por Labor­de, con­stante de 2.500 hom­bres y 10 buques de guer­ra, próx­i­ma a salir des­de la Habana. 

Por­menores de la mem­o­rable acción mil­i­tar que ten­drá lugar en la madru­ga­da del 7 de noviem­bre de 1823, la refiere el gen­er­al Páez en su “Auto­bi­ografía”, por lo que nos per­miti­mos tran­scribir­lo en extenso: 

“El hecho que voy a referir me hizo con­ce­bir esper­an­zas de tomar la plaza por asalto. Fue, pues, el caso que dán­doseme cuen­ta de que se veían todas las mañanas huel­las humanas en la playa, camino de Bor­bu­ra­ta, apos­té gente y logré que sor­prendiesen a un negro que a favor de la noche vade­a­ba aquel ter­reno cubier­to por las aguas. Infor­móme dicho negro de que se llam­a­ba Julián, que era escla­vo de Don Jac­in­to Iztue­ta, y que solía salir de la plaza a obser­var nue­stros puestos por orden de los siti­a­dos. Dile lib­er­tad para volver a la plaza, le hice algunos rega­los encar­gán­dole nada dijese de lo que le había ocur­ri­do aque­l­la noche, y que no se le impediría nun­ca la sal­i­da de la plaza con tal de que prometiera que siem­pre ven­dría a pre­sen­társeme. Después de ir y volver muchas veces a la plaza, logré al fin atraerme el negro a mi devo­ción, que se quedara entre nosotros, y al fin se com­pro­metiera a enseñarme los pun­tos vade­ables del manglar, por los cuales solía hac­er sus excur­siones noc­tur­nas. Mandé a tres ofi­ciales ‑el Capitán Marce­lo Gómez, y los tenientes de Anzoátegui, Juan Albor­noz y José Hernán­dez- que le acom­pañasen una noche, y éstos volvieron a las dos horas dán­dome cuen­ta de que se habían acer­ca­do has­ta tier­ras sin haber nun­ca per­di­do pie en el agua. / Después de haber prop­uesto a Calza­da por dos veces entrar en un con­ve­nio para evi­tar  más der­ra­mamien­to de san­gre, le envié al fin inti­mación de rendir la plaza, dán­dole el tér­mi­no de vein­tic­u­a­tro horas para decidirse, y ame­nazán­dole en caso de neg­a­ti­va con tomar­la a viva fuerza y pasar la guar­ni­ción a cuchil­lo. / A las veinte y cua­tro horas me con­testó que aquel pun­to esta­ba defen­di­do por sol­da­dos viejos que sabían cumplir con su deber, y que en el últi­mo caso esta­ban resuel­tos a seguir los glo­riosos ejem­p­los de Segun­to y Numan­cia; mas que si la for­tu­na me hacía pen­e­trar en aque­l­los muros, se suje­tarían a mi decre­to, aunque esper­a­ba que yo no quer­ría man­char el bril­lo de mi espa­da con un hecho dig­no de los tiem­pos de bar­barie. Cuan­do el par­la­men­to sal­ió de la plaza, la tropa for­ma­da en los muros nos desafi­a­ba con gran algazara a que fuése­mos a pasar­la a cuchil­lo. / Me resolví, pues, a entrar en la plaza por la parte del manglar, y para que el ene­mi­go no crey­era que íbamos a lle­var muy pron­to a efec­to la ame­naza que habíamos hecho a Calza­da, puse quinien­tos hom­bres durante la noche a con­stru­ir zan­jas, y tor­cí el cur­so del rio para que creye­sen los siti­a­dos que yo pens­a­ba úni­ca­mente en estrechar más el sitio y no en asaltar por entonces los muros de la plaza. / En esta ocasión escapé mila­grosa­mente con la vida, pues estando aque­l­la mañana muy tem­pra­no inspec­cio­nan­do la obra, una bala de cañón dio con tal fuerza en el mon­tón de are­na sobre el cual esta­ba de pie, que me lanzó al foso con gran vio­len­cia, pero sin la menor lesión cor­po­ral. / Final­mente, casi seguro de que el ene­mi­go no sospech­a­ba que me disponía al asalto, por el día dis­puse que todas nues­tras piezas des­de las cin­co de la mañana rompier­an el fuego y no cesaran has­ta que yo no les envi­ase con­tra­or­den. / Era mi áni­mo lla­mar la aten­ción del ene­mi­go al frente y fati­gar­lo para que aque­l­la noche lo encon­tráse­mos desapercibido y ren­di­do de cansancio.

Gen­er­al José Anto­nio Páez

Reuní, pues, mis tropas y ordené que se desnudasen quedan­do sólo con sus armas. / A las diez de dicha noche, 7 de Noviem­bre, se movieron de la Alca­bala 400 hom­bres del Batal­lón Anzoátegui y cien lanceros, a las órdenes del May­or Manuel Cala y del teniente coro­nel José Andrés Elorza, para dar el asalto en el sigu­iente orden: / El teniente coro­nel Fran­cis­co Far­fán debía apoder­arse de las baterías Prince­sa y Príncipe con dos com­pañías a las órdenes del capitán Fran­cis­co Domínguez y cin­cuen­ta lanceros que, con el capitán Pedro Rojas a la cabeza, debían al oír el primer fuego car­gar pre­cip­i­tada­mente sobre las corti­nas y balu­artes, sin dar tiem­po al ene­mi­go a sacar piezas de baterías para rec­haz­ar con ellas el asalto. / Una com­pañía al man­do del capitán Lau­re­ano López y veinte y cin­co lanceros, a las órdenes del capitán Joaquín Pérez con su com­pañía apoder­arse de la batería del Cori­to. El capitán Gabriel Gue­vara con otra com­pañía atacaría la batería Con­sti­tu­ción. El teniente coro­nel José de Lima con veinte y cin­co lanceros ocu­paría la puer­ta de la Esta­ca­da que era el pun­to por donde podía entrar en la plaza la fuerza que cubría la línea exte­ri­or. Forma­ba la reser­va con el may­or Cala la com­pañía de cazadores del capitán Valen­tín Reyes. Las lan­chas que yo tenía apos­tadas en Bor­bu­ra­ta debían aparentar un ataque al muelle de la plaza. / No fal­tará quien con­sidere esta arries­ga­da operación como una temeri­dad; pero debe ten­erse en cuen­ta que en la guer­ra la temeri­dad deja de ser impru­dente cuan­do la certeza de que el ene­mi­go esta desapercibido para un golpe ines­per­a­do, nos ase­gu­ra el buen éxi­to de una operación, por arries­ga­da que sea. / Cua­tro horas estu­vi­mos cruzan­do el manglar con el agua has­ta el pecho y cam­i­nan­do sobre un ter­reno muy fan­goso, sin ser vis­tos a favor de la noche, y pasamos tan cer­ca de la batería de la Prince­sa que oíamos a los cen­tinelas admi­rarse de la gran acu­mu­lación y movimien­to de “peces” que aque­l­la noche man­tenían las aguas tan agi­tadas. Pasamos tam­bién muy cer­ca de la proa de la cor­be­ta de guer­ra Bailen, y logramos no ser vis­tos por las lan­chas españo­las des­ti­nadas a ron­dar la bahía. / Dióse pues el asalto, y como era de esper­ar, tuvo el mejor éxi­to: defendióse el ene­mi­go con deses­peración has­ta que vio era inútil toda resisten­cia, pues tenían que luchar cuer­po a cuer­po, y las medi­das que yo había toma­do, les quita­ban toda esper­an­za de reti­ra­da al castil­lo. / Ocu­pa­da la plaza, la línea exte­ri­or que había sido ata­ca­da por una com­pañía del batal­lón de granaderos que deje allí para engañar al ene­mi­go, tuvo que rendirse a dis­cre­ción. / Al amanecer se me pre­sen­taron dos sac­er­dotes dicién­dome que el gen­er­al Calza­da, refu­gia­do en una igle­sia, quería rendirse per­sonal­mente a mí, y yo inmedi­ata­mente pasé a ver­lo. Felic­itóme por haber puesto sel­lo a mis glo­rias (tales fueron sus pal­abras) con tan arries­ga­da operación, y ter­minó entregán­dome su espa­da. Dile las gra­cias, y tomán­dole famil­iar­mente del bra­zo, fuimos jun­tos a tomar café a la casa que él había ocu­pa­do durante el sitio. / Estando yo en la parte de la plaza que mira al castil­lo, y mien­tras un trompe­ta toca­ba par­la­men­to, dis­paró aquel cua­tro cañon­a­zos con metral­la, matán­dome un sar­gen­to; pero luego que dis­tin­guieron el toque que anun­cia­ba par­la­men­to, izaron ban­dera blan­ca y sus­pendieron el fuego. A poco oí una espan­tosa det­onación, y volvien­do la vista a donde se alz­a­ba la espe­sa humare­da, com­prendí que habían vola­do la cor­be­ta de guer­ra Bailen; sur­ta en la bahía. Man­i­festé mi indi­gnación a Calza­da por aquel acto, y este atribuyén­do­lo a la temeri­dad del coman­dante del castil­lo, coro­nel Don Manuel Car­rera y Col­i­na, se ofre­ció a escribir­le para que cesara las hos­til­i­dades, puesto que la guar­ni­ción de la plaza y su jefe esta­ban a merced del vence­dor. Con­testó aquel coman­dante que estando pri­sionero el gen­er­al Calza­da, deja­ba de recono­cer su autori­dad como jefe supe­ri­or. Entonces, devolvien­do yo su espa­da a Calza­da, le envié al castil­lo, des­de donde me escribió poco después dicién­dome que Car­rera había recono­ci­do su autori­dad al ver­le libre, y que en su nom­bre me invita­ba a almorzar con él en el castil­lo. Fia­do como siem­pre en la hidal­guía castel­lana, me dirigí a aque­l­la for­t­aleza donde fui recibido con hon­ores mil­itares y con toda la gal­lar­da cortesía que debía esper­ar de tan valientes adver­sar­ios”.[5]

Inde­pen­di­en­te­mente de la veraci­dad del rela­to antes tran­scrito, el gen­er­al Páez se coro­na de glo­rias con el tri­un­fo sobre los real­is­tas y la capit­u­lación del gen­er­al Sebastián de la Calza­da, mar­can­do este even­to el fin del dominio his­pano en tier­ra patria. Sin embar­go, el rela­to del negro Julián, escla­vo de los Istue­ta, cuyas huel­las son des­cu­bier­tas en la playa por una patrul­la patri­o­ta, más tarde, rev­e­lando cómo era posi­ble salir y entrar de la plaza vade­an­do los manglares, requiere ser someti­do al tamiz de la his­to­ria, medi­ante las fuentes escritas con­tem­poráneas de los even­tos. Así, la lec­tura de un suel­to apare­ci­do en El Colom­biano, edi­ción del 8 de octubre de 1823, rev­ela que un mes antes de pro­ducirse la toma,  la capit­u­lación era prác­ti­ca­mente un hecho: 

“Remi­tió Calza­da ayer de Puer­to Cabel­lo –podemos leer en ese per­iódi­co caraque­ño– diez pri­sioneros de buques mer­cantes y dos mujeres de Barcelona. Por estos sabe­mos que tan­to el pueblo como la tropa son por la opinión de capit­u­lar; que Istue­ta es de igual sen­timien­to, y que solo Car­rera, Picayo, Brita­pa­ja, Juan Vil­la­lon­ga, Bur­guera, Aris­men­di, Coru­jo y Mieles en con­tra; que tiene carne y men­es­tra para 18 días, y que hari­na sí hay mucho más de 400 bar­riles, que ayer salieron tres paile­botes car­ga­dos de famil­ias para Curazao, y el de Trasmales (sic) lo aguardan con víveres; que en fin no ha queda­do gente algu­na, y que solo el obsti­na­do Car­rera sostiene aque­l­la máquina; que éste ha ofre­ci­do que en caso de que no les ven­ga aux­ilio de la Habana, man­darán a Mar­tini­ca en bus­ca de la escuadra france­sa para que los acom­pañe y nos bata, y que esto se hace dicien­do ‘viva el rey y muera la con­sti­tu­ción’; que es tan malo el tra­to que da a nue­stros pri­sioneros ingle­ses cuyo número es de 30 que el palo sum­ba sobre ellos; que todos los víveres, granadas y balas los trasladan al castil­lo y que de la artillería de la trinchera la ter­cera parte son violentos”. 

La situación que se vivía den­tro de la ase­di­a­da plaza era insostenible, resul­tan­do obvio que el com­er­ciante Istue­ta esta­ba tra­ba­jan­do a favor de la capit­u­lación o, al menos, acti­va­mente promoviéndola.

Ejérci­to vir­reinal en América

Las pér­di­das sufridas por los real­is­tas: Cien­to cin­cuen­ta y seis muer­tos y cin­cuen­ta y nueve heri­dos, cin­cuen­ta y seis ofi­ciales y más de quinien­tos sol­da­dos pri­sioneros, inclu­i­dos la guar­ni­ción del castil­lo. Las pér­di­das patri­o­tas –según Páez y lo que parece poco verosímil- diez muer­tos y trein­ta y cin­co heri­dos, hacién­dose con un botín de guer­ra con­stante de sesen­ta piezas de artillería de todos los cal­i­bres, sei­scien­tos veinte fusiles, tres mil quin­tales de pólvo­ra y seis lan­chas cañon­eras, más tarde devueltas a sus propi­etar­ios en aten­ción a los tér­mi­nos de la capitulación. 

El 10 de noviem­bre vence­dores y ven­ci­dos, rep­re­sen­ta­dos por el coro­nel Manuel Car­rera y Col­i­na, nego­cian los tér­mi­nos de la capit­u­lación acordán­dose, entre otros pun­tos, que al aban­donar la guar­ni­ción real­ista la for­t­aleza de San Felipe, se “ver­i­ficara con ban­dera desple­ga­da, tam­bor batiente, dos piezas de cam­paña con vein­ticin­co dis­paros cada una y mechas en encen­di­das, lle­van­do los señores jefes y ofi­ciales sus armas y equipa­je, y la tropa con su fusil, mochi­las, cor­rea­jes, sesen­ta car­tu­chos y dos piedras de chis­pas por plaza, debi­en­do a este acto cor­re­spon­der las tropas de Colom­bia con los hon­ores acos­tum­bra­dos de la guerra”. 

El trans­porte con des­ti­no a la Habana del gen­er­al Sebastián de la Calza­da, jefes, ofi­ciales y tropas españo­las se le encomien­da al Capitán de Fra­ga­ta J. Mact­lan al man­do del bergan­tín “Pich­in­cha” y acom­paña­dos de la cor­be­ta “Boy­acá” y otras.

La flotil­la de Mact­lan estará de vuelta en el puer­to hacia la ter­cera sem­ana de diciem­bre de 1823, trayen­do informes de hal­larse Cuba en un esta­do de la may­or con­fusión y con­ster­nación. A los buques colom­bianos no se les per­mi­tió ini­cial­mente la entra­da al puer­to, aunque más tarde les dejarían entrar con sus ban­deras enar­bo­ladas, “pero los botes eran con­tin­u­a­mente ape­drea­d­os, e insul­ta­dos por los habitantes”. 

El Gob­er­nador de la isla recibió cortés­mente a los ofi­ciales, pero les intimó al mis­mo tiem­po que no les podía per­mi­tir andar libre­mente en tier­ra porque la situación inter­na en aquel momen­to no era la mejor. De la Calza­da había sido puesto pre­so a su lle­ga­da a la isla, mien­tras que Car­rera y Col­i­na recibiría con­sid­er­a­dos tratos.

José Fran­cis­co Bermúdez, gen­er­al del Ejérci­to Libertador

Sea como fuere, la toma de la plaza fuerte de Puer­to Cabel­lo fue una mem­o­rable acción, que vestiría de glo­ria al gen­er­al Páez, sus ofi­ciales y sol­da­dos. El gen­er­al Fran­cis­co de Paula San­tander, en su condi­ción de Vicepres­i­dente de la Repúbli­ca, decretó hon­ores a los vencedores. 

El Batal­lón Anzoátegui pasó a lla­marse “Valeroso Anzoátegui de la Guardia”, el regimien­to de caballería Lanceros de Hon­or fue denom­i­na­do en lo ade­lante “Lanceros de la Vic­to­ria”, a los Jefes, ofi­ciales y tropas que par­tic­i­paron en el ataque y ocu­pación de la plaza se les con­cedió el uso de una medal­la “que lle­varán del lado izquier­do del pecho, pen­di­ente de una cin­ta carnecí (sic), con esta inscrip­ción: Vence­dor en Puer­to Cabel­lo año 13º, de oro para los jefes y ofi­ciales, y de pla­ta para los sol­da­dos; mien­tras que la mis­ma medal­la mon­ta­da en dia­mantes le cor­re­spondió a los Gen­erales en Jefe José Anto­nio Páez y José Fran­cis­co Bermúdez. Final­mente, la medal­la de los lib­er­ta­dores de Venezuela, le será con­ce­di­da a todos los jefes, ofi­ciales y tropa de la división del ejérci­to y a los de mari­na, que con­cur­rieron al sitio de Puer­to Cabello.

La toma de Puer­to Cabel­lo pon­drá pun­to final a la pres­en­cia españo­la en nue­stro ter­ri­to­rio, con impacto sig­ni­fica­ti­vo en tér­mi­nos políti­cos y económi­cos, pues el cen­tro-occi­dente con­tará con una cómo­da sal­i­da al mar lo que con­sti­tuye el pun­to de arranque de un extra­or­di­nario desar­rol­lo comercial.

El viejo sis­tema de for­ti­fi­ca­ciones, sin embar­go, más que ven­ta­jas aho­ra rep­re­senta­ba una pesa­da car­ga, de allí que des­de 1831 se viniera hablan­do de la demoli­ción de algunos de sus ele­men­tos, espe­cial­mente las obras exte­ri­ores de la plaza, para for­mar una sola ciu­dad unien­do el pueblo inte­ri­or y exterior: 

“Pero las obras de Puer­to Cabel­lo deben demol­erse –leemos en un viejo doc­u­men­to cita­do en la obra de Asdrúbal González- no sólo porque no tienen ningún obje­to útil, sino porque son muchos y gravísi­mos los males que han oca­sion­a­do y oca­sio­n­an a la nación. Durante la guer­ra de la inde­pen­den­cia, dicha plaza se ha rebe­la­do dos veces con­tra nues­tras armas, sirvien­do en el cur­so de ella de asi­lo a nue­stros ene­mi­gos y de foco a las hos­til­i­dades que se nos hacían. Ya no había un pal­mo de tier­ra de la antigua Colom­bia en que sus bravos no res­pi­rasen el dulce ambi­ente de la lib­er­tad, cuan­do los muros de Puer­to Cabel­lo oponían todavía a nues­tras armas una resisten­cia obsti­na­da. La his­to­ria  aquí tam­bién nos dirá la san­gre y sac­ri­fi­cios de todo género, con que se com­pró el día de glo­ria que dio su ren­di­ción al Caudil­lo actu­al de nues­tras armas y a los valientes que le acom­pañaron. Des­de entonces, la exis­ten­cia de estas for­t­alezas ha ame­naza­do con­stan­te­mente la seguri­dad públi­ca…”.[6]

Rev­olu­ción de Las Reformas

La Rev­olu­ción de las Refor­mas (1835) pon­drá nue­va­mente sobre la palestra públi­ca  la con­ve­nien­cia de destru­ir algu­nas for­ti­fi­ca­ciones a niv­el nacional, sien­do que el 8 de mar­zo de 1836 el Sena­do y la Cámara de Rep­re­sen­tantes dic­tan un Decre­to al respecto. 

Se orde­na así la con­ser­vación de la batería de El Cori­to en Puer­to Cabel­lo (Art. 1), señalán­dose, además, que las for­ti­fi­ca­ciones que no se men­ciona­ban en el decre­to “serán apli­cadas a otros usos del ser­vi­cio para que sean útiles, demolién­dose todo lo que pudiera servir para ofend­er a las pobla­ciones, y empleán­dose los mate­ri­ales de las partes demol­i­das en otras obras públi­cas, o vendién­dose a par­tic­u­lares por cuen­ta del Gob­ier­no” (Art. 2). 

La ciu­dad verá, entonces, desa­pare­cer poco a poco los ele­men­tos de lo que otro­ra fuera un bien dis­eña­do sis­tema de for­ti­fi­ca­ciones, pro­ducién­dose el cega­do del foso que dividía el arra­bal de la ciu­dad amurallada.

Los dos episo­dios a los que hemos hecho ref­er­en­cia, por supuesto, no serán los úni­cos de impor­tan­cia que verá la ciu­dad. Otros tienen lugar, muy espe­cial­mente, después de con­clu­i­da la guer­ra de inde­pen­den­cia. Sin embar­go, aque­l­los resaltan por las con­se­cuen­cias resultantes. 

El ataque inglés al man­do del más tarde Almi­rante Knowles jus­ti­ficó con cre­ces la con­clusión de las obras de for­ti­fi­cación durante el siglo XVIII, pero la con­tin­ua ame­naza que rep­re­senta­ba su carác­ter de plaza inex­pugnable –con la sola excep­ción de la haz­a­ña patri­o­ta de 1823- ani­mó al gob­ier­no a ordenar mucho de su destruc­ción en el siglo XIX dan­do lugar a pin­torescos cam­bios en el desar­rol­lo urbano local, de los que emerge final­mente una pujante ciu­dad portuaria.

Nota: Los tex­tos cita­dos (“”) con­ser­van su ortografía orig­i­nal, a menos que se indique lo contrario

[1] Anón­i­mo, Diario de la expe­di­ción a la Guira y Puer­to Cav­al­los en las Indias Occi­den­tales, bajo el man­do del Comodoro Knowles según car­ta de un Ofi­cial a bor­do del “Bur­ford” a un ami­go suyo en Lon­dres, p. 8.

[2] A.G.I. Sec­ción Audi­en­cia de Cara­cas, lega­jo 838A, cita­do por David R. Chacón Rodríguez en La defen­sa de las costas vene­zolanas de La Guaira, Pun­ta Bra­va y Puer­to Cabel­lo frente al ataque inglés de 1743, p. 44.

[3] Anón­i­mo, Diario de la expe­di­ción a la Guira y Puer­to Cav­al­los en las Indias Occi­den­tales, bajo el man­do del Comodoro Knowles según car­ta de un Ofi­cial a bor­do del “Bur­ford” a un ami­go suyo en Lon­dres, pp. 27–29.

[4] Juan Manuel Zap­a­tero, His­to­ria de las For­ti­fi­ca­ciones de Puer­to Cabel­lo, p. 96.

[5] Auto­bi­ografía del Gen­er­al José Anto­nio Páez, Tomo I, pp. 211–214.

[6] Asdrúbal González Servén, Sitios y Toma de Puer­to Cabel­lo, p. 339.


Bib­li­ografía:
ANÓNIMO (1744). Diario de la expe­di­ción a la Guira y Puer­to Cav­al­los en las Indias Occi­den­tales, bajo el man­do del Comodoro Knowles según car­ta de un Ofi­cial a bor­do del “Bur­ford” a un ami­go suyo en Lon­dres, impre­so por J. Robinson.
CHACÓN RODRÍGUEZ, David R. (1991). La defen­sa de las costas vene­zolanas de La Guaira, Pun­ta Bra­va y Puer­to Cabel­lo frente al ataque inglés de 1743. Bazan-Arma­da Repúbli­ca de Venezuela,  LA VOZ, San Fernando.
GONZÁLEZ SERVÉN, Asdrúbal (1974). Sitios y Toma de Puer­to Cabel­lo. “El Carabobeño”, Valen­cia, Venezuela.
NECTARIO MARÍA, Hno. (1971). Der­ro­ta Ingle­sa en Puer­to Cabel­lo 1743. Edi­ciones del Con­ce­jo Munic­i­pal de Puer­to Cabel­lo, Madrid.
PÁEZ, José Anto­nio (1987). Auto­bi­ografía del Gen­er­al José Anto­nio Páez. Bib­liote­ca de la Acad­e­mia Nacional de la His­to­ria. Fuentes para la His­to­ria Repub­li­cana de Venezuela. Cara­cas. Segun­da Edi­ción. 2 Tomos.
VIVAS PINEDA, Ger­ar­do (1998). La aven­tu­ra naval de la Com­pañía Guipuz­coana de Cara­cas. Fun­dación Polar, Caracas.
ZAPATERO, Juan Manuel (1977). His­to­ria de las For­ti­fi­ca­ciones de Puer­to Cabel­lo. Ban­co Cen­tral de Venezuela, Caracas.

CorreodeLara

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