Los caminos de la sal
Omar Garmendia
Cronista y escritor
Desde los tiempos prehispánicos la sal ha sido una sustancia que ha acompañado a los habitantes de estas tierras en sus necesidades culinarias, económicas y comerciales. Era objeto de intercambio entre las tribus por maíz y otros alimentos o bienes para su subsistencia
Los grupos aborígenes que habitaban en lo que hoy conforman los estados Falcón, Lara, Yaracuy e incluso Portuguesa, utilizaban la sal como el único método de conservación de los sustentos alimentarios y además como especie de “moneda” de uso y valor de comercialización y trueque.
Hasta los inicios de siglo XVI con la llegada de los conquistadores españoles, los caquetíos establecidos en el litoral caribeño de las costas noroccidentales del actual estado Falcón extraían el condimento salino de la península de Paraguaná, Mitare, Guaranao, Adícora y sus cercanías para luego comercializarla y cambiarla por productos agrícolas o de otra índole desde la sierra de San Luis, siguiendo por los caminos de las serranías de Buena Vista y Churuguara hasta llegar a los caquetíos del Valle del Turbio, para luego hacer su periplo comercial salinero con los Xaguas que permutaban por maíz, tabaco, yuca, batata, auyama y figuras de oro y cobre con los caquetíos. En el caso de los caquetíos de Variquecemeto, al estar lejos del mar, la sal, oro y tabaco los obtenían por vía comercial (Rojas, 2002: 104).
Sal de la tierra
Había por lo menos tres tipos de sal obtenidos por distintos métodos y procedencias: la de la tierra, la vegetal y la marina. La sal de la tierra era de uso común entre las etnias indígenas andinas y del centro y oriente del país. Luego, la comerciaban en los llanos, sur de Venezuela, Andes y hasta en Colombia, lo cual queda corroborado durante la expedición de Felipe de Hutten en 1542 al sur del río Opia con importantes tráficos de sal terrestre, probablemente procedente de las tierras altas de Cundinamarca, realizados por indígenas guaypíes (Cunill, 2022: 3).
En las comunidades alejadas del mar la sal era un bien escaso y de rápido consumo, por lo que recurrían a la sal terrestre, la cual el florentino Galeotto Cei (Florencia, 29 de abril de 1513-Florencia, 1579) desde El Tocuyo menciona y describe su procedencia, elaboración y uso que se extraía a cinco leguas de allí, en los llanos de Quíbor.
«…a 5 leguas de esta ciudad hay un pedazo de tierra salada que será como de una legua, de la cual los indios cogen y destilan en ollas y de la lejía que sacan de ella, llenan ollas y la cuecen tres días con sus noches sin apagar la candela de debajo, que es de madera recia. Y recogiéndose en el dicho tiempo, cuaja un pan de color de tierra con el cual los naturales se han sustentado de sal, y los españoles la comen a falta (de otra) y salan con ella la carne, y hazen mejor cocina que con la sal de mar».
(Cei, Galeotto, en Cunill: 3)
Galeotto Cei, quien acompañó a Américo Vespuccio durante algunos de sus viajes por América, escribió el libro «Viaggi e relazione delle Indie-1539–1553» o Viaje y descripción de las Indias (1539–1553). A Cei le tocó vivir los acontecimientos primigenios de su participación en la fundación de El Tocuyo.
Señala que la hacen de la tierra salitrosa superficial, que calientan al fuego en agua colocándola en vasijas adecuadas hasta que cristaliza y luego cuelan con agua de lluvia.
Al agregarle una cantidad determinada de la tierra pulverizada se elaboraban unas panelas grandes y pequeñas de color terroso, con vetas de color blanco y negro, duras como piedras, que luego intercambiaban por maíz a otros indios y cristianos.
Era esa sal amarga al gusto, al decir de Cei, que servía para hacer salazones de carne y así conservarla para su consumo posterior junto con otros alimentos:
«La sal se tiene en grandísima estima, entre los indios y los cristianos, que allí se trae del mar, pero no alcanza ni para medio día. Los indios la fabrican muy artificial, en aquellos llanos que distan de aquí 5 leguas que llaman llanos de Quíbor, y la hacen de una tierra superficial, salitrosa, cociéndola y colocándola con agua, hasta que se cuaja en ciertas vasijas, como veréis al margen, poniéndolas sobre tres piedras en lugar de trébedes, dándole fuego por debajo; la cuelan con agua de lluvia en aquella tierra, después la cuecen, poniéndole un poco de aquella tierra hecha polvo y hacen así ciertos panes de la suerte que veréis al margen; son del color de la tierra, veteados de blanco y negro, duros como piedras y lo hacen pequeños y grandes y los venden, a cambio de maíz, a indios y cristianos. Es sal que amarga un poco, fea a la vista, pero para salar cualquier clase de carne es perfecta, y salándola bien la deja roja como carmesí».
(Cei, Galeotto, en Cunill, op.cit: 3)
Desde la segunda mitad del siglo XVI la producción de sal de la tierra fue perdiendo importancia, luego que el traslado y comercialización de la sal traída del mar fue consolidándose y extendiéndose, logrando mayor aceptación y gusto por los naturales de las regiones.
Sin embargo, la sal de la tierra continuó perdurando y recurriendose a ella por parte de Los conquistadores y viajeros al penetrar tierra adentro en los remotos parajes de la provincia. Los indígenas cámagos traficaban durante la segunda mitad del siglo XVI esta sal que ellos producían en las salinas de Quíbor hasta los vendedores de la ciudad de El Tocuyo (Cunill, op.cit.: 3).
Sal vegetal
La sal vegetal era utilizada por aquellas etnias situadas muy alejadas de la costa del mar, especialmente las de sabanas y tierras llaneras de Portuguesa y Barinas.
Fray Pedro Simón en 1627 (y más tarde por Humboldt en el siglo XIX), la describe como desagradable y pésima al gusto por parte de españoles y criollos, pues se trataba de una sal elaborada con cenizas de palma quemada, enea y yerbas de varias clases mezcladas con orina, lo que resultaba amarga, desabrida y deplorable, utilizada, por lo tanto, exclusivamente por los indígenas:
«No alcanzan estos indios sal, por estar lejos del mar, ni tener en toda su tierra salinas; y así, usan de quemar cogollos de palma, y haciendo lejías de aquella ceniza, las cuajan con fuego y se hace un modo de salitre blanco en panes de la forma de la vasija en que las cuajan, y les sirve de mala sal, porque es amarga y desabrida».
(Pedro Simón, F., en Cunill: 4)
Sal marina
Los indígenas caquetíos asentados en las costas litorales noroccidentales de lo que hoy conforma el estado Falcón se dedicaban a la extracción de los recursos salineros de la península de Paraguaná y regiones cercanas a Coro.
Desde allí traficaban el producto, así como conchas marinas y caracoles, por los llamados caminos de la sal, dirigiéndose por las selváticas regiones de la sierra de San Luis hasta los montes ondulados de Churuguara y Buena Vista hasta el río Tocuyo, serranías de Parupano, Bobare, Matatere, valles de los ríos Turbio y Yaracuy, Acarigua, río Cojedes y hasta el piedemonte andino, para intercambiarla por productos agrícolas con los caquetíos de Variquecemeto.
Los caminos
Los primeros caminos utilizados por los españoles desde los tiempos de Nikolaus Federmann fueron las feraces veredas de las que hacían uso los indígenas, que sirvieron de marcha y recorrido por esos territorios ignotos e inexplorados.
Eran los antiguos caminos que desde tiempos inmemoriales recorrían los indígenas para llevar la sal y otros productos para el intercambio comercial entre las etnias de la región.
Desde tiempos prehispánicos tales vías interconectaban extensos territorios que desde los pueblos gayones y El Tocuyo atravesaban los Andes venezolanos y llegaban hasta Colombia y Perú en un red de intercambio económico-social, que los españoles aprovecharon para su empresa colonizadora y de dominación (García y Rodríguez, 2010).
Los antiguos caminos que hollaron los expedicionarios de Federmann en 1530 se dirigían desde Carora hasta el valle de Quíbor y de ahí hasta el valle del río Barquisimeto y El Tocuyo.
Los viajeros que salían de El Tocuyo hasta Coro seguían una vía directa por el valle del río Curarigua, sin necesidad de pasar por Quíbor. En 1776 el obispo Mariano Martí recorrió este camino en su visita pastoral a Barbacoas (Querales, 2013, p. 173).
El 12 de septiembre del año 1530 el oficial alemán de la Casa de los Welser Nikolaus Federmann emprendió un viaje de expedición que lo llevaría desde la ciudad de Coro hasta las fértiles comarcas del valle del río Turbio, convirtiéndose así en el primer europeo en contemplar las hermosas tierras de los Caquetíos.
Dicho viaje quedó documentado en las memorias o diario del alemán, Historia indiana, (Indianische Historia), publicada en 1557. Federmann, salió de Coro con 110 españoles a pie, 16 a caballo y 100 “naturales caquetíos” de la zona. Atravesó la sierra de San Luis, pasó por donde actualmente se encuentra Churuguara, atravesó el río Tocuyo cerca de Siquisique, intentó subir las impenetrables serranías de Parupano pero desistió y tomando el curso del río Tocuyo, que corre por las sabanas de Carora, avanzó durante cuatro días hasta Arenales o Atarigua hasta llegar a Coary a tres millas apenas del Valle de Barquisimeto al cual llega el 1° de noviembre, después de 50 días de haber salido de Coro (Aspectos históricos del Valle de Barquisimeto y de su secular vocación agrícola, 1999).
Existe mucha discrepancia, dubitaciones y aun contradicciones en torno a la ruta seguida por Federmann. En ese dramático periplo el teutón atravesó tierras ancestrales de diferentes naciones indígenas y que hablaban diferentes lenguas: jirajaras, ayamanes, cayones, ajaguas y caquetíos.
El 15 de septiembre llegó al territorio de los Xedeharas (jirajaras) en lo que actualmente es la sierra de San Luis, al sur de la ciudad de Coro, estado Falcón. El 23 de septiembre llega a Hittoua, último pueblo jirajara, al sureste de la actual Churuguara (aunque algunos historiadores lo ubican en Urucure).
Tres días después, el 26 de septiembre, llega a la primera aldea ayamán, enemigos naturales de los jirajaras. Luego de esto prosigue el viaje al día siguiente hasta llegar a otro pueblo ayamán donde permanece cinco días.
El 1º de octubre atraviesa el río Tocuyo y el doce de octubre de 1530, Federmann visitó al último pueblo de la nación de los Ayamanes, donde comienza otra nación, la de los Cayones, en las serranías de Bobare.
Continúa su periplo hacia los paisajes y territorios de los caquetíos asentados en los valles del Turbio y Yaracuy, así como los cuybas y caquetíos de Acarigua, los guaycaríes de los llanos del río Cojedes, los cyparicotes de la Sierra de Aroa y los caquetíos de la costa del Golfo Triste, donde desembocan los ríos Aroa y Yaracuy (Rojas, 2002: 69).
Este es, en líneas generales, el paisaje y los testimonios de los antiguos caminos comerciales de la sal en relación con los pueblos que habitaron los telúricos ámbitos de Falcón y Lara, en los germinales días de las nuevas realidades.
Referencias
Aspectos históricos del Valle de Barquisimeto y de su secular vocación agrícola (1999). Barquisimeto: Unidad del Cronista Municipal. [Documento en línea] Disponible: https://musguito.net.ve/valle_del_turbio/valledelturbio.org.ve/Aspectos_Historicos.pdf Consulta: 06-06-2022.
Cunill Grau, Pedro (2022). El sentir de las sales. Geohistorias de la sensibilidad en Venezuela. [Documento en línea] Disponible: https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org Consulta: 02-06-2022.
García Yépez, Janette y Rodríguez Rojas, Pedro. (2010). El Tocuyo: región Histórica. Desde las redes interregionales indígenas a las redes comerciales hispánicas, en Terra, 26 (40), 121–146. [Documento en línea] Disponible: http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1012-70892010000200006&lng=es&tlng=es.) Consulta: 06-06-2022.
Querales, Ramón (2013). Del siglo XVI al siglo XXI. 500 años de resistencia del pueblo ayamán. Barquisimeto: Editorial Horizonte.
Rojas, Reinaldo (2002). De Variquecemeto a Barquisimeto. Siete estudios históricos, Barquisimeto: Fondo Editorial de la Fundación Buría.