Masacre de Pasto: la maldición infame de Bolívar y Sucre
Efraín Jorge Acevedo
Historiador y escritor
efrainjorge@yahoo.es
X: @efrainjorge
Hay episodios terribles y dolorosamente trágicos de la historia, a la vez que vergonzosos e indignantes, que sacuden los cimientos de la fe en ese culto bolivariano del que se ha alimentado el nacionalismo venezolano, y que invitan a cuestionar lo que durante generaciones nos han enseñado a los venezolanos desde la historiografía oficial venezolana.
En 1819, Simón Bolívar fundaba la República de Colombia, la que en la historiografía se ha denominado tradicionalmente como la Gran Colombia (para diferenciarla de la Colombia actual); Bolívar fundaba la nueva Nación, unificando lo que hasta entonces habían sido (siempre desde el punto de vista del bando independentista o republicano en las Guerras de Independencia) dos Naciones o Repúblicas separadas y distintas, las de Nueva Granada y Venezuela. Ese año Bolívar había conquistado militarmente la mayor parte de Nueva Granada, y desde antes, desde 1817, ya controlaba la mayor parte de Venezuela, y por eso pudo crear la República de Colombia.
En 1821, con su victoria en la Batalla de Carabobo, Bolívar logró conquistar la parte minoritaria pero muy importante del territorio de Venezuela que aún quedaba en manos de los realistas leales a España, con lo que los realistas venezolanos quedaron reducidos a unas pocas plazas en la costa venezolana, que quedaron sitiadas por los independentistas hasta su definitiva caída en 1823.
No pasaría mucho tiempo antes de que Bolívar enviara a su amigo y leal subordinado, el joven general Antonio José de Sucre, a conquistar los territorios de Quito y Guayaquil, que juntos forman el territorio de lo que es la actual República de Ecuador, y que Bolívar aspiraba a anexar a su Gran Colombia, para convertirlos precisamente en el Sur de la nueva Nación; con la victoria decisiva de Sucre en la Batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822, se cumplió el objetivo, y la Gran Colombia quedó constituida por lo que son actualmente las Repúblicas de Venezuela, Colombia (la actual), Ecuador y Panamá.
Pero mientras Sucre lideraba la campaña en las tierras de Guayaquil y Quito, Bolívar libraba su propia campaña en tierras del Sur de Nueva Granada, en el Sur de la Colombia actual, específicamente en lo que actualmente es el Departamento de Nariño; Bolívar pasa por ahí, y encuentra que toda la región está llena de realistas sublevados contra la República de Colombia, contra los independentistas.
Bolívar lucha contra ellos, y hay una batalla importante, que es la Batalla de Bomboná, el 7 de abril de 1822, que tuvo un resultado disputado, porque algunas fuentes dicen que más bien fue como un empate técnico entre ambos bandos, otras dicen que fue una victoria de Bolívar, pero una victoria pírrica, por los pelos.
Lo cierto es que al final de la campaña, Bolívar consigue doblegar más o menos a los realistas, y entonces se reúne con la élites regionales o locales, y pacta unos acuerdos de paz, para pacificar la región, y ya cesada la lucha, y supuestamente pacificado el territorio, Bolívar sigue marchando con su ejército para dirigirse al actual Ecuador, y reunirse con Sucre.
Pero apenas Bolívar da la espalda y se marcha, estalló una rebelión realista en la región, el 22 de octubre de 1822, encabezada por el legendario caudillo realista neogranadino Agustín Agualongo, y por el coronel Benito Remigio Boves, de quién algunos dicen que era nada menos que sobrino del mítico José Tomás Boves.
Ante esta nueva sublevación de los leales a la Corona Española, Bolívar ordena a Sucre, que ya había terminado su trabajo en Guayaquil y Quito, que marche hacia el norte, y que vaya a la región a combatir a esta rebelión realista.
Sucre, al frente de una fuerza del Ejército grancolombiano, choca con los rebeldes realistas neogranadinos en la Primera Batalla de la Cuchilla de Taindalá, el 24 de noviembre de 1822, y Sucre es derrotado por el sobrino de Boves. Pero luego se produce una segunda batalla, en el mismo sitio, la Segunda Batalla de la Cuchilla de Taindalá, el 23 de diciembre de 1822, y en esa batalla Sucre consigue ganar; derrota a los rebeldes realistas de la región, dispersando su ejército y obligando a su jefe, el coronel Benito Remigio Boves, a huir a las montañas de Sebondoy, con rumbo al río Amazonas.
Y aquí es donde viene lo polémico, la tragedia infame y monstruosa que la historiografía oficial ha querido silenciar desde siempre, pues es un misil poderoso que impacta en el corazón del culto bolivariano.
Incluso los biógrafos de Bolívar y Sucre, y los historiadores en general, aceptan, en base a la evidencia histórica, que Bolívar le ordenó a Sucre ejecutar una terrible venganza en contra de los habitantes de la ciudad de San Juan de Pasto, la capital de la región realista sublevada.
Bolívar había acumulado mucho odio contra la gente de la región, por su obstinada resistencia contra las fuerzas independentistas, y la rebelión realista después de los acuerdos de paz firmados con las élites locales, le provocó un estallido de rabia, uno de esos célebres estallidos de furia de Bolívar, y esta vez no se iba a aplacar sino solamente con sangre, y por eso le ordena a Sucre que ejecute esa venganza contra la ciudad de Pasto.
Entonces, el 24 de diciembre de 1822, el propio día de la Noche de Navidad (por lo que el suceso será conocido como la Navidad Negra de Pasto); Sucre entra con su ejército a la ciudad de Pasto, alrededor de las 3 de la tarde, y encuentra que la ciudad ya había sido abandonada por las fuerzas realistas.
Las fuerzas realistas, se habían preparado para resistir, levantando incluso barricadas defensivas en las calles, pero precisamente después de haber sido derrotados por Sucre en la batalla del día anterior, decidieron más bien replegarse, o sea retirarse, y abandonar la ciudad para evitar que la urbe sufriera un desastre por una batalla en las calles, pero más bien fue peor el remedio que la enfermedad.
Los soldados independentistas o patriotas del Batallón Rifles llevaron a cabo una carnicería; los soldados, borrachos luego de hartarse de alcohol, tumbaron las puertas de las casas y entraron por la fuerza, masacrando familias enteras, incluyendo mujeres, niños y ancianos. A casi todas las mujeres las violaron, incluyendo niñas de 10 años, y ancianas también; a las mujeres las violaban dentro de sus propias casas, o las arrastraban afuera a la calle para violarlas.
Los soldados de Sucre agarraban a grupos de mujeres y las violentaban en la vía pública, como en una plaza de la ciudad (actualmente llamada Plaza de Nariño) donde agarraron a un grupo de mujeres y las ultrajaron, las violaron en plena plaza, con el espectáculo grotesco de las mujeres tendidas en el suelo, desnudas o semidesnudas (despojadas por la fuerza de sus ropas, que quedaban destrozadas), mientras los soldados se turnaban sobre ellas para violarlas salvajemente, en medio de los terribles gritos de las pobres víctimas, y, en muchos casos, después de violarlas las degollaban también, asesinándolas sin compasión.
Se vivieron otras escenas dantescas, como por ejemplo a una madre a la que le quitaron su criatura de los brazos, y la madre, tratando de defender a su hijo, al final los soldados la degollaron y al niño lo lanzaron al aire y después lo ensartaron con una bayoneta; los salvajes soldados hicieron de esto un bárbaro y cruel juego, y entonces a muchos niños los arrojaron al aire para ensartarlos con lanzas y las bayonetas de sus rifles, para que así dejaran de llorar.
Producto de la mentalidad de la época, había madres que preferían que sus hijas fueran violadas por soldados blancos, para que no fueran violadas por soldados negros (lo que era una humillación peor), y por eso las llevaban de la mano y se las entregaban a los soldados blancos.
Los soldados entraron a caballo a la Iglesia de San Francisco, y asesinaron a todos los que estaban asilados ahí, mujeres, niños; a un anciano fraile lo agarraron, le pusieron la cabeza en una pila bautismal, y se la machacaron hasta que saltaron los sesos. Saquearon las iglesias, se robaron las alhajas, saquearon todo lo de valor en edificios públicos y residencias privadas.
La tragedia duró tres días, se entregó la ciudad a los soldados para que hicieran todas esas barbaridades durante tres días. Al final se acumularon entre 400 y 500 civiles muertos, por la medida pequeña; y los cadáveres se acumulaban en las calles pudriéndose, pues nadie se atrevía a recogerlos.
Hay un testimonio que denota la responsabilidad que tuvo Sucre en aquella horrenda tragedia, que fue que después de los mencionados tres días de asesinatos masivos, violaciones y saqueos, el coronel independentista neogranadino José María Córdova se acerca a su superior, Sucre, y empieza a discutir con él, y a rogarle, prácticamente, que parara aquella locura, porque hasta este coronel independentista o patriota estaba indignado y asqueado por todo lo que lo que estaba viendo, y entonces discutió con Sucre y le reclamó que parara aquello.
Después de mucha insistencia fue que Sucre aceptó mandar, casi que, a regañadientes, a un grupo de soldados comandados por Córdova para detener a los otros soldados que participaban en los crímenes y desarmarlos, forzándoles a parar la orgía de sangre, violencia sexual, rapiña y destrucción.
En las cartas que escribió Sucre días después de la tragedia, no se muestra ningún remordimiento, sino que al contrario le expresa a Bolívar que está satisfecho porque los soldados están contentos; le decía que el ánimo de los soldados está alto, y uno solo puede pensar con ironía que, claro, estarían contentos de hartarse de violar, de matar, de saquear, en esta terrible barbaridad.
Sin duda fue un monstruoso y abominable crimen que se cometió contra el pueblo de la ciudad de Pasto, y que con toda razón ha marcado la memoria colectiva de los nativos de la urbe durante generaciones, haciendo que hoy día aún se recuerde con dolor y rencor la barbaridad cometida contra sus ancestros, y que se odie y desprecie la memoria de Bolívar y Sucre, como queda patente en representaciones artísticas incluso en sus famosos Carnavales regionales.
Y no es para menos, porque seguramente se trató de uno de los mayores crímenes de guerra contra población civil que se cometieron en las Guerras de Independencia Hispanoamericanas; y que nos invita a los venezolanos a hacer una profunda y dolorosa reflexión sobre las figuras históricas de Bolívar y Sucre, más allá del adoctrinamiento que desde la historiografía oficial nos han hecho durante muchas generaciones.
Debo confesar con vergüenza, que desconocía esos hechos tan horrendos, que aún ‑asumiendo el contexto de la época en que ocurrieron y la guerra que se vivía, son reprensibles; ni siquiera comprable con las atrocidades cometidas por los nazis en el primer quinquenio de 1940.
Por otra parte, agradezco a uds. ‑El Correo de Lara- por enseñarnos parte de una historia vergonzosa no relatada.
Excelente artículo rememorativo de la realidad que en general representó la tan cacareada “guerra de independencia”. Una brutal guerra civil fue lo que realmente aconteció entre dos grupos sociales de una misma población española, independientemente de que fuesen criollos, peninsulares, canarios o pardos.
Si algo tenía el Mariscal Sucre era su magnanimidad; tanto así que en Ayacucho, haciendo prisionero al Virrey José de la Serna, le perdonó la vida a él, a toda su familia y a todos los prisioneros. Inclusive le preguntó al Virrey si deseaba quedarse en Perú o devolverse a Europa, quien decidió irse. En ninguna de las acciones de Sucre, la historia descubre eventos como los narrados acá, sino todo lo contrario. No reescriban cosas que imaginan o cuentos de camino. Revisen los informes de los realistas en sus batallas de la campaña del sur liderada por Sucre y en todas describen lo magnanimo del Gran Mariscal de Ayacucho.