Tocuyito 1899, tras una batalla se asoma la paz
Ulises Dalmau
Cronista — Historiador
El 12 de septiembre de 1899, Tocuyito, acostumbrado a sentir la guerra de cerca durante la Independencia y el paso de montoneras de todo tipo durante el resto de aquel siglo, se estremeció por la invasión de un ejército irregular
Un Comandante de acento andino, baja estatura, barba negra y tupida que contrastaba con su chamarreta azul de campaña, toma el pueblo y con una proclama revolucionaria arenga a los asustados y curiosos moradores en presencia de decenas de guerrilleros del Mocho Hernández que, desde su detención, se habían enconchado en los caseríos aledaños.
Luego de recorrer mil kilómetros durante más de tres meses, enfrentando unas veces y esquivando otras a las fuerzas del Gobierno, se había desviado por la pica de La Mona, evitando una probable emboscada en el camino de Nirgua y sus serranías.
Al llegar, la orden para sus hombres fue acampar, proveerse de agua y comida para la tropa, reclutar a todo aquel capaz de cargar al menos un machete y tomar prisionero a quien se opusiera a la ocupación.
Llegaba desde Los Andes el general Cipriano Castro con su Revolución Liberal Restauradora. Todo había comenzado el 23 de mayo de ese año cuando un grupo de 60 insurgentes comandado por Castro, aprovechando la crisis política generada entre otras cosas por la muerte de Joaquín Crespo, entró por el río Táchira desde Colombia con el propósito de marchar hacia Caracas y derrocar al presidente Ignacio Andrade.
A partir de allí el Gobierno trató infructuosamente de detenerlo en Tononó, Las Pilas, El Zumbador, San Cristóbal, Cordero, Tovar, Parapara y Nirgua; mientras Castro a su paso iba sumando pertrechos, armas, municiones y cientos de soldados a su causa, tanto que a Tocuyito llegó con unos 2.000 hombres.
Así que en la madrugada del 14 de septiembre el presidente, desde La Victoria, ordena a su ejército acantonado en Valencia dar aquí la confrontación crucial y definitiva con los andinos e impedir su avance hacia los valles centrales.
El comando mayor de los restauradores estaba formado por Juan Vicente Gómez, Emilio Fernández, Manuel Antonio Pulido, Pedro María Cárdenas, José Antonio Cárdenas y “Miguelón” Contreras.
La estrategia del Ejército Nacional fue que el propio ministro de Guerra y Marina, Diego Bautista Ferrer, llegara por el camino de Valencia-Nirgua hasta la única altura disponible para plantar la artillería e iniciar un despliegue y ataque, mientras por el camino de Valencia hacia San Carlos ingresaba Antonio Fernández; pero órdenes cruzadas y rencillas entre ambos generales hacen que el intento desde el Alto de Uslar sea abortado, por lo que el enfrentamiento se concentró en el angosto paso sobre el río Guataparo, en el antiguo camino que daba entrada al pueblo.
La feroz batalla comenzó cerca del mediodía, cuando la vanguardia del Ejército Oficial, en franca superioridad numérica, con modernos fusiles de repetición y ametralladoras cruzó el río Guataparo para sorprender al batallón Lara, que estaba apostado como centinela en las primeras casas, lo que obligó a organizar rápidamente un contraataque auxiliado por los batallones Urachiche y Bolívar, e iniciar una persecución hasta más allá del río donde fueron prácticamente masacrados por los de Fernández, quienes tomaron una casa, en el margen de su lado.
Castro se desplazaba entre sus filas dirigiendo el combate y manda una carga del batallón Junín pero las tropas gubernamentales con artillería y ametralladoras repelen cada uno de sus ataques por el centro por lo que al ver comprometida la batalla, ordena al batallón Libertador venirse desde el cementerio de La Puerta con el cañón Krupp ‑capturado en Parapara- en la seguridad de que no se daría el ataque por su izquierda.
Con este cañón ‑el único del que disponían- apuntan con tal providencia de que al primer disparo dan a la pieza de artillería que más les estaba haciendo daño y luego comienzan a destruir la llamada “casa fuerte”. Cuando los del gobierno retroceden y abandonan la ya insegura posición, entra a la carga lo que quedaba de los batallones Libertador, Bolívar, Junín, Lara y el Escuadrón.
Hasta ese momento parte de las tropas del gobierno habían estado concentradas en ese punto, y el resto en el camino rodeado de vegetación, Fernández trató de entrar al pueblo por los flancos lo que ocasionó su desorientación total entre plantas de caña de azúcar. Viendo esto, Castro aprovechó para ordenar la entrada de dos batallones frescos el 23 de mayo y el Tovar, apelando al arrojo y astucia de aquellos gochos que combatieron a la sorpresa, a la escaramuza, a la emboscada; con francotiradores en las orillas del río y entre la tupida maleza; resultando además invencibles cuando embistieron con machetes, cuerpo a cuerpo.
A las 4 de la tarde aproximadamente, se comenzaba a configurar una victoria en lo que algunos llaman la única y verdadera batalla librada por Castro y sus hombres, y otros definen como una masacre; una montonera desordenada en la que la primera línea oficialista en su retirada se encontró de frente con la segunda en medio de la plantación de caña, acribillándose entre ellos por no portar bandera visible y tener muchos reclutas sin uniforme.
Al asomarse la noche, en medio de la lluvia, se escuchan lejanos los últimos ecos de la batalla que tiño de sangre nuestro río. Castro, con su ejército sensiblemente disminuido por la gran cantidad de bajas, heridos y enfermos, terminó con una luxación en un pie por la caída de su mula, y regresa en camilla pero triunfante al centro del pueblo para ser atendido en la antigua Casa de Beneficencia, mientras los soldados del Gobierno han desertado y huyen desordenadamente.
El caudillo andino, recuperándose, pernocta dos veces más en Tocuyito, donde recibe a emisarios que le participan el abandono de la ciudad por las fuerzas gubernamentales y el 16 de septiembre sus hombres toman Valencia sin resistencia alguna; mientras aquí aumentaba la suma de cadáveres encontrados que al final resultó ser más de un millar, esparcidos entre el pueblo, el río, el camino hacia Valencia y los sembradíos circundantes. Aunque los restos de algunos de ellos reposan en lo que era el antiguo cementerio de La Puerta, dicen que llegada una semana, todavía las bandadas de zamuros señalaban con su vuelo bajo la existencia de algún cuerpo insepulto.
Al recién llegado sacerdote Joaquín Urrutia le tocó brindar junto a Regalado Melián y otros al mando del médico Joaquín H. Lamas, el apoyo y primeros auxilios en la atención a decenas de heridos, incluyendo a Eleazar López Contreras herido de bala en su brazo izquierdo y al propio Cipriano Castro, quien el 14 de septiembre de 1900 regresa a Tocuyito como Presidente de la República, junto a su esposa doña Zoila Martínez de Castro, para presenciar en la Iglesia San Pablo una misa de difuntos en sufragio de las almas de los soldados caídos en batalla.
Como homenaje al hecho histórico, en el centro del pueblo se yergue imponente el Monumento a la Victoria de la Revolución Liberal Restauradora que sumado a un pequeño obelisco, en la prolongación de la calle Sucre (antiguo camino Valencia-San Carlos o Camino Real) frente al actual cementerio municipal, recuerdan la batalla con la que Venezuela comenzó a encontrar la paz perdida en aquel terrible y sangriento siglo XIX.