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Un párroco de Duaca, y su admiración por el campeón Rocky Marciano

Alexander Cambero
Periodista, escritor y poeta

Monseñor Alessandro Zaini llegó a Venezuela en el intermedio del siglo XX. Ya no eran tan profusos los viajes desde su tierra hasta nuestras orillas occidentales, un cristiano recién recibido de sacerdote, emprendía un periplo por escenarios desconocidos para alguien nacido en Milán, la opulenta ciudad estaba en los genes de su pasado, como en un pesebre lombardo, allí brillaba la historia familiar


Sobre un costa­do del este Trenti­no, Alto Adi­gio y Véne­to. En el bra­zo sur toda la Emil­ia Romaña, mien­tras el piede­monte es el fortín donde se encuen­tra Turín. Para el joven pres­bítero era salir de una zona de con­fort para acer­carse has­ta lo impre­deci­ble. Una oril­la llena del esplen­dor económi­co del norte ital­iano, mien­tras Améri­ca sig­nifi­ca­ba un lugar mági­co por descubrir. 

En Améri­ca  

Mon­señor Alessan­dro Zaini

El sac­er­dote lle­ga has­ta Urachiche en el esta­do Yaracuy. Un almanaque mar­ca­ba el año 1954 con letras grandes en azul plo­mo sobre una mesa rús­ti­ca de una habitación austera. Ráp­i­da­mente se inte­gra a todo una real­i­dad vin­cu­la­da con la fae­na agrí­co­la y pecuar­ia. Su gestión es pro­fun­dizar la fe con méto­dos modernos. 

Cuan­do parecía que su apos­to­la­do duraría mucho tiem­po, recibe un men­saje del Obis­po de la Dióce­sis de Bar­quisime­to Mon­señor Críspu­lo Benítez Fonturvel, quien en una cor­ta misi­va le indi­ca que había sido traslada­do a Dua­ca, como Vic­ario aux­il­iar en respal­do del ama­do padre José Orení, con gravísi­mos que­bran­tos de salud. Al lle­gar lo primero que hizo fue vis­i­tar al pár­ro­co en su lecho de enfermo. 

Una cor­ta reunión con­ver­sa­da en un buen ital­iano. Almorzaron jun­tos, surgien­do entre ellos una gran empatía. De algu­na for­ma se encon­traron dos mod­e­los de ori­entación sac­er­do­tal católi­ca. Orení le gusta­ba recor­rer los caseríos en mula. Su pop­u­lar­i­dad era impre­sio­n­ante, los cre­spens­es adora­ban aquel evan­ge­lista  lleno de gen­uino amor. Cuan­do muere Dua­ca se des­bor­dó en lágrimas. 

Para entrar al tem­p­lo para par­tic­i­par de las pom­pas fúne­bres, tuvieron que esper­ar por horas, las colas parecían inter­minables. Cada par­ro­quiano con­ta­ba una his­to­ria con él, susti­tuir­lo fue una empre­sa difí­cil para el joven Alessan­dro Zai­ni, este par­ticipó en la eucaristía que encabezó el Obis­po de la Dióce­sis de Bar­quisime­to Mon­señor Críspu­lo Benítez Fonturvel.  Con el tiem­po fue ganán­dose el respeto de la feli­gresía. Su dinamis­mo impu­so un esti­lo más moderno. 

Su vozarrón impre­sio­n­ante acom­paña­ba al gran orador cris­tiano. Para muchos jamás exis­tió alguien con may­or tal­en­to para dar una misa. Asimis­mo ini­ció los tra­ba­jos de ampliación de la casa par­ro­quial, al igual que la con­struc­ción de la parte mod­er­na del Cole­gio Padre Díaz, sin duda su obra cumbre.

Su admiración por Rocky Marciano 

Aquel sac­er­dote: severo para mane­jar la dual­i­dad de pas­tor de almas y direc­tor de un cole­gio, que ini­cia­ba el despe­je, le encanta­ban los deportes, así fue como un buen día se apare­ció con unos guantes de box­eo para hac­er peleas con alum­nos y albañiles que tra­ba­ja­ban en las obras. Con serenidad se los colo­ca­ba para esper­ar a sus opo­nentes. Muchos se mostra­ban nerviosos de enfrentarse con el pár­ro­co del pueblo, este con gran esti­lo se movía en el impro­visa­do ring mar­ca­do por sacos vacíos de cemento. 

Su pega­da era demole­do­ra. Avan­z­a­ba y retro­cedía con maestría, su esgri­ma boxís­ti­ca bus­ca­ba emu­lar, sal­van­do la enorme dis­tan­cia, al campeón mundi­al pesa­do de raíces ital­ianas Rocky Mar­ciano, no oculta­ba las sim­patías por el mastodonte blan­co naci­do en Brock­ton, Mass­a­chu­setts, Esta­dos Unidos, el  1 de sep­tiem­bre de 1923.  Cuan­do para­ba habla­ba en ital­iano, mien­tras el copioso sudor mostra­ba el esfuer­zo. Su agili­dad era suma­mente noto­ria, mien­tras su rival caía tal como cuan­do Mar­ciano der­ribó a Roland La Starza, en un match épi­co entre paisanos. 

Muham­mad Ali fight­ing Rocky Marciano

Era increíble su for­t­aleza para seguir toda una tarde real­izan­do este tipo de activi­dad. Luego de ducharse volvía como sac­er­dote, has­ta el ring impro­visa­do, como para indicar que las cosas regresa­ban a la real­i­dad. Durante meses prosigu­ieron prac­ti­can­do martes y jueves. Siem­pre invic­to como el queri­do Rocky Mar­ciano, el úni­co campeón invic­to que ha cono­ci­do la cat­e­goría pesa­da en el boxeo. 

No había quien le aguan­tara la pega­da. Mien­tras Mar­ciano sum­a­ba vic­to­rias has­ta lograr cuarenta y nueve, de estas cuarenta y tres por nocaut, Zai­ni lo record­a­ba con un ído­lo imbat­i­ble des­de su primera vic­to­ria ante Lee Eper­son, has­ta la últi­ma en la cual destrozó a Archie More el 21 de sep­tiem­bre de 1955. Sin olvi­dar cuan­do noqueó al viejo campeón Joe Louis- El bom­bardero de Detroit- quien defendió vein­ticin­co veces durante trece años su cetro. Ese due­lo escenifi­ca­do en el Madi­son Square Gar­den de Nue­va York, llenó de expec­ta­ti­vas al mun­do del boxeo. 

Cuan­do Mar­ciano lo der­ribó en el octa­vo asalto, lloró al ver caer a su ído­lo de juven­tud. Este graníti­co box­eador se con­vir­tió en el orgul­lo de los ital­ianos del plan­e­ta. De ahí que has­ta en Dua­ca, un hom­bre de sotana y cruz, lo hon­rara tam­bién con puños de hierro.

El hom­e­na­je al campeón 

31 de agos­to de 1969. Ya reti­ra­do el otro­ra glad­i­ador tenía inten­ción de via­jar un día antes de su cumpleaños has­ta su casa. Un ami­go le pide que retrase su vue­lo para que pue­da dar un dis­cur­so en un restau­rante de Iowa. Al ter­mi­nar sus com­pro­misos sociales se dispo­nen a realizar el vue­lo que lo lleve has­ta su casa, abor­da una avione­ta de un solo motor, el cli­ma llu­vioso com­pli­ca las cosas. 

Al pasar por enci­ma de New­ton, se estrel­lan con­tra un árbol murien­do instan­tánea­mente.  La noti­cia corre como pólvo­ra en las redac­ciones de los diar­ios. En Dua­ca el pár­ro­co Alessan­dro Zai­ni. Lo men­ciona en la misa de aquel día. Una sem­ana después real­iza un rosario en su hon­or. Todo un campeón tam­bién en corazón de un afi­ciona­do que usó los guantes en hom­e­na­je al inolvid­able prodi­gio de los ensogados. 

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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