CrónicasSemblanzas

Algunas anécdotas asombrosas sobre el carácter de José Antonio Páez

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisperozop@hotmail.com
@LuisPerozoPadua

Tras haber sido el hom­bre clave en la Guer­ra de Inde­pen­den­cia de Venezuela con su genio mil­i­tar inna­to y furia en el cam­po de batal­la, José Anto­nio Páez, le dio un vuel­co a su vida, trans­for­man­do la bravu­ra en auto­con­trol, acep­tan­do que en tiem­pos de paz no podía seguir sien­do el mis­mo. Sus con­tem­porá­neos lo veían con descon­fi­an­za porque era un hom­bre tosco y pre­po­tente pese haber sido pres­i­dente de Venezuela.

La pren­sa de la época cal­i­fi­ca­ba al gen­er­al José Anto­nio Páez, que para entonces era el pres­i­dente de Venezuela, de «viejo ladrón» sin reca­to ni miedo. Pero Páez, vis­i­ble­mente inco­moda­do respondía al respec­to: «Has­ta los exce­sos de la pren­sa deben ser acata­dos, porque ella es de ordi­nario el órgano gen­uino de la opinión».

Daguer­rotipo de José Anto­nio Páez en 1863. Autor Anón­i­mo. Proce­dente del libro de Alfre­do Boul­ton 20 retratos del Gen­er­al José Anto­nio Páez Edi­ciones de la Pres­i­den­cia de la Repúbli­ca, 1972

Rev­ela el acu­cioso peri­odista Andrés Cañiza­lez, que el 27 de abril de 1839 fue san­ciona­da en el Con­gre­so de Venezuela una nue­va Ley de Imprenta, con la cual se dero­ga­ba la de 17 de sep­tiem­bre de 1821. Una de las dis­posi­ciones refren­dadas que may­or polémi­ca lev­an­tó tenía que ver con la respon­s­abil­i­dad del impre­sor –además del autor– sobre aque­l­lo publicado.

La ley se pro­mul­gó pese a la obje­ción del gen­er­al Páez, pres­i­dente de la repúbli­ca en ese entonces. Para Páez, resulta­ba una restric­ción inde­bi­da el cas­ti­go de los impre­sores: sien­do abso­lu­ta­mente libre a todo vene­zolano la fac­ul­tad de pub­licar sus pen­samien­tos por medio de la pren­sa, todo obstácu­lo que se pon­ga al impre­sor, bien ame­dren­tán­dole, bien hacien­do recaer sobre él las mul­tas y pri­siones, por el hecho de haber lle­va­do a efec­to la impre­sión, es una evi­dente coartación del dere­cho amplio de que gozan los vene­zolanos para pub­licar por la pren­sa sus ideas.

Una vez los regi­dores del Cabil­do de Puer­to Cabel­lo lo sac­aron de sus casil­las y Páez les ofre­ció «unas patadas y unos cara­ja­zos». Esas expre­siones se citaron tex­tual­mente en un juicio públi­co. En lugar de argu­men­tar su com­por­tamien­to y jus­ti­ficar su acti­tud vio­len­ta y despro­por­ciona­da, no solo se retrac­tó, sino que prometió públi­ca­mente que: «de con­tin­uar con estos actos vol­un­tar­iosos y groseros, estoy dis­puesto a pagar con prisión». Era un acto real­mente inau­di­to para quienes lo conocían, porque para el cen­tau­ro llanero, el hecho de ced­er era sinón­i­mo de cobardía.

José Anto­nio Páez, 1871. Toma­da en Buenos Aires por el fotó­grafo Chris­tiano Junior, 159 de la Calle Florida

Cier­to día el gen­er­al Páez llegó a una reunión de ganaderos con uni­forme mil­i­tar. Uno de los pre­sentes le reclamó el atuen­do y le increpó que en ese lugar «no se iba a pelear» y que se trata­ba de un encuen­tro ofi­cial al que podía haber ido con otro atuen­do, más mod­er­a­do. En lugar de apelar a su orgul­lo, José Anto­nio Páez pidió dis­cul­pas y se retiró. Más tarde regresó con el más humilde de sus ropas de civil.

En otra opor­tu­nidad, le pidió a su min­istro de Hacien­da, San­tos Miche­le­na, un ade­lan­to de su suel­do como pres­i­dente de la Repúbli­ca, al tiem­po que el min­istro le respondió: «no será posi­ble, gen­er­al, porque ni ust­ed ni yo ten­emos autor­ización de prestar dinero del Tesoro Públi­co». Páez lo miró con asom­bro y apeló a recitar uno de sus dichos llaneros, resignán­dose apaci­ble­mente con aque­l­la respues­ta que en otros tiem­pos cal­i­fi­caría como ofen­si­va y altanera.

A Páez le encanta­ban los jue­gos de azar: gal­los, car­tas, y todo lo que gener­ara apues­tas. Un día quiso par­tic­i­par en una «colea­da de novil­los» y no pudo porque los alcaldes pro­hi­bieron el fes­te­jo. En lugar de echar mano de su condi­ción de primer man­datario nacional, el gen­er­al se sometió a la decisión.

Juan Manuel Cagigal

En 1839, Juan Manuel Cagi­gal*, fun­dador de la Acad­e­mia de las Matemáti­cas, (y quien inspiró el nom­bre del Obser­va­to­rio Naval vene­zolano, crea­do por decre­to del pres­i­dente Juan Pablo Rojas Paúl el 8 de sep­tiem­bre de 1888) escribió una vez un artícu­lo de opinión en con­tra de Páez, que lo enfure­ció notable­mente. Páez usó su poder como pres­i­dente para des­ti­tuir­lo del car­go de pro­fe­sor en la Acad­e­mia de Matemáti­cas, que era de carác­ter mil­iar. Las autori­dades uni­ver­si­tarias defendieron a Cagi­gal quien tam­bién tenía el ran­go de coman­dante de Armas, dicien­do que el Poder Ejec­u­ti­vo no tenía ningún poder sobre ese car­go. Páez acep­tó los argu­men­tos y pub­licó en Gac­eta Ofi­cial la anu­lación de la des­ti­tu­ción, y, en una nota mar­gin­al, sugir­ió al Con­gre­so Nacional, una pen­sión para Cagi­gal «por los ser­vi­cios hon­or­ables a la nación, cuyos recur­sos se descon­tarán de mis asi­gna­ciones como general».

* Nació el 10 de agos­to de 1803 y su dece­so ocur­rió en Yaguara­paro, el 10 de febrero de 1856. Inge­niero, mil­i­tar, matemáti­co y peri­odista vene­zolano. Se le con­sid­era el fun­dador de los estu­dios matemáti­cos y de inge­niería en Venezuela. Fundó el primer obser­va­to­rio astronómi­co del país.


Fuente: Andrés Cañiza­lez. Páez y la lib­er­tad de opinar. Glob­al Amer­i­cans Con­trib­u­tor. Julio de 2020

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