Páez era apasionado a los toros coleados
Emilio Acosta
Historiador y escritor
CEO de Venezuela Provincial
El cónsul británico en Caracas Sir Robert Ker Porter, recogió varias anécdotas en Venezuela en su obra «Diario de un diplomático británico en Venezuela, 1825–1842».
Una de ellas es sobre la afición de José Antonio Páez por los toros coleados, cita el 24 de noviembre del año 1827:
«Llegó un edecán del general Páez con la noticia de que todavía no han podido llegar a Valencia, y que su jefe no puede venir aquí porque tuvo un accidente con un toro. Creo haber mencionado en uno de mis memoranda diarios la pasión que tienen los nativos (particular de los llanos) por galopar detrás de un toro y cuando caballo y toro van a gran velocidad, el jinete agarra al animal por la cola y le da un tirón en el momento en que el caballo lo sobrepasa, y es tan fuerte y rueda por el suelo en un instante. Lo he presenciado frecuentemente (…). El juego es peligroso, y a veces hombre y caballo mueren corneados. La indisposición del general proviene de una de estas locuras. En el instante crítico la doble resistencia, las 2 criaturas (debería decir las 3) cayeron al suelo. Siendo Páez muy activo, fue el primero en ponerse de pie y en lanzarse sobre el desconcertado toro, que estaba tirado en la tierra. Sin embargo este, al verse así agredido y castigado por lo que el general llevaba en la mano, se levantó repentinamente con feroz violencia y, en 1 segundo, se desembarazó del general, que una vez más fue a besar a su madre tierra. Entonces la bestia arremetió contra S.E. y se vengó a cornadas en la parte carnosa de la persona del jefe. Claro que en un clin d’oeil, le quitaron el toro de encima y se lo llevaron a rastras, rabioso y decepcionado, echando espuma por la boca. El Jefe Superior de Venezuela, como todos sus compatriotas, no puede resistir a esta clase de diversión, ni escarmienta nunca. Hace unas semanas, cuando le acompañaba a Los Teques, pasamos un rebaño de bueyes y toros por la carretera. En medio de nuestra conversación, en traje de gala y «montado como iba», espoleó su caballo y repentinamente se lanzó sobre el rebaño y en un santiamén una noble bestia estaba patas arriba por ser dueña de una cola, y el general contento con su manía de llanero».