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Alí Lameda, el venezolano condenado a prisión y tortura en Corea del Norte

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisperozop@hotmail.com
@LuisPerozoPadua

Los fuertes golpes en la puer­ta inter­rumpieron su lec­tura y, sobre­salta­do cam­inó ráp­i­da­mente para exam­i­nar quién era. Al abrir, pudo obser­var a var­ios uni­for­ma­dos que con vio­len­cia lo redu­jeron e inmovilizaron. 

El 24 de sep­tiem­bre de 1967, Alí Lame­da asis­tió a una cena ofre­ci­da a los emplea­d­os del Depar­ta­men­to de Pub­li­ca­ciones Extran­jeras y tres días después nueve agentes de la policía irrumpieron en su aparta­men­to. “Me dijeron que había sido puesto bajo arresto como ene­mi­go del Pueblo Democráti­co de la Repúbli­ca de Corea”, tes­ti­monió Lameda.

Había naci­do en Venezuela, especí­fi­ca­mente en un puebli­to ter­roso denom­i­na­do como Caro­ra, en esta­do Lara, el 12 de junio de 1924, for­mán­dose como muchos de su gen­eración, en la bib­liote­ca del int­elec­tu­al don Cecilio Zubil­la­ga Perera.

Alí Lame­da, el comu­nista tor­tu­ra­do en Corea del Norte

Luego de su regre­so de Colom­bia, donde había esta­do estu­dian­do med­i­c­i­na, Lame­da ingresó como activista al Par­tido Comu­nista de Venezuela, donde destacó por su interés en la literatura.

Para 1940 lo encon­tramos en Checoslo­vaquia, donde vivió cin­co años, estu­dian­do el idioma y, tra­ducien­do al español libros de difer­entes autores checoslo­va­cos y poet­as franceses.

Cuan­do retornó a la patria, comen­zó a tra­ba­jar en los per­iódi­cos El Nacional y Con­tra­pun­to, y en simultá­neo, escribe sus primeros libros. Estando en Cuba, en 1957, como del­e­ga­do políti­co de Berlín, recibe la noti­cia de haber sido galar­don­a­do con el pre­mio Casa de las Améri­c­as de Cuba por su libro “El gran cacique”.

En los cír­cu­los diplomáti­cos y cul­tur­ales de Berlín ori­en­tal era cono­ci­do como un notable escritor y miem­bro dis­tin­gui­do de uno de los par­tidos comu­nistas sudamer­i­canos. Es allí cuan­do, en 1965, entra en con­tac­to con fun­cionar­ios del gob­ier­no de Corea del Norte.

Emprendió via­je a Corea del Norte por primera vez aquel año de 1966, tras invitación del rég­i­men de Kim Il Sung, pues había tra­duci­do algu­nas de las con­fer­en­cias de Kim al español. Lame­da sen­tía una fuerte empatía por Kim Il-Sung, un hom­bre que pro­fesa­ba una ardorosa lucha con­tra Esta­dos Unidos y el capitalismo.

El rég­i­men lo hon­ró con un depar­ta­men­to gra­tu­ito en el Hotel Inter­na­cional de Pyongyang, en donde con­vivía con su pare­ja sen­ti­men­tal. Además, le asig­naron un vehícu­lo con chofer, una vida soña­da que él cal­i­ficó como de gran confort.

En Pyongyang, Lame­da estu­vo a car­go de la sec­ción españo­la del Depar­ta­men­to de Pub­li­ca­ciones Extran­jeras, que esta­ba bajo el con­trol direc­to del Min­is­te­rio de Asun­tos Exte­ri­ores. Allí cono­ció a difer­entes altos fun­cionar­ios del gob­ier­no, incluyen­do al pro­pio Kim Il Sung.

Alí Lame­da era un intelectual

Arresto del caroreño

Pero los priv­i­le­gios de Lame­da fueron reti­ra­dos después de que las autori­dades nor­core­anas inter­cep­taran una car­ta que escribió a su famil­ia detal­lan­do las difi­cul­tades de la vida cotid­i­ana de los nor­core­anos comunes y corrientes.

Cumplió 12 meses de prisión, sin saber ni por un segun­do las razones for­males de su arresto. Cuan­do quedó en lib­er­tad, fue inmedi­ata­mente a su aparta­men­to, com­par­tió sus penas con su pare­ja y la acom­pañó al aerop­uer­to para que saliera del país. Regresó a su res­i­den­cia para empacar y seguir sus pasos. Le esta­ban esperan­do. “Pre­gun­té por qué me detenían por segun­da vez y me respondieron: ‘Ya sabes por qué’”.

La policía había escon­di­do un micró­fono en el aparta­men­to de Lame­da. Las críti­cas que le dirigió el gob­ier­no prob­a­ble­mente fueron la base de su segun­do arresto. “¿Qué esper­a­ban que le dijera cuan­do regresé de un año de deten­ción en tan malas condi­ciones físi­cas… con el cuer­po cubier­to de lla­gas y sufrien­do hemorragias?”

Tras un juicio de opere­ta, en el que no se le per­mi­tió defen­sa algu­na, fue sen­ten­ci­a­do a 20 años de tra­ba­jos forza­dos, acu­sa­do de sab­o­ta­je, espi­ona­je y de intro­ducir infil­tra­dos a Corea —solo había lle­va­do a su mujer, de Ale­ma­nia del Este—; y encer­ra­do en una cel­da de cas­ti­go en el cam­po de pri­sioneros de Sari­won, donde estu­vo esposa­do por tres sem­anas y dur­mió en el piso sin cobi­ja ni ningún tipo de lecho, en tem­per­at­uras heladas. Trans­feri­do a las edi­fi­ca­ciones del cam­po de pri­sioneros, fue encer­ra­do en cel­das sin cale­fac­ción, sufrió con­gelación de los pies y se le cayeron las uñas, apun­ta la peri­odista Mila­gros Socorro.

“Fui tor­tu­ra­do”

“El ham­bre era usa­da como for­ma de con­trol”, le con­fesó Lame­da a Amnistía Inter­na­cional, organ­is­mo que recogió su tes­ti­mo­nio. “Lo que nos daban a los pri­sioneros era no más de 300 gramos de comi­da al día. Las condi­ciones de la prisión eran atro­ces. No nos cam­biábamos de ropa en años, como tam­poco los platos donde comíamos. El lugar carecía de insta­la­ciones san­i­tarias mín­i­mas. Luego esta­ba el ais­lamien­to total de los pre­sos, los jóvenes guardias que venían recién asig­na­dos al cam­po expresa­ban su asom­bro ante tales condiciones”.

Uno de los cus­to­dios le rev­eló a Lame­da que se encon­tra­ba con­fi­na­do en un cam­po de con­cen­tración de Sari­won, donde entre seis y ocho mil pri­sioneros, algunos cul­pa­dos de deli­tos “bur­gue­ses” tan pecu­liares como ser fumador, quienes tra­ba­ja­ban como esclavos 12 horas diarias en el ensam­bla­je de partes de vehícu­los rústicos.

Cier­to día, un médi­co le previ­no que se encon­tra­ba en una sec­ción espe­cial del cam­po donde esta­ban retenidas 1.200 per­sonas enfer­mas, quienes cada dos días, eran lle­va­dos a un descam­pa­do o paredón para sim­u­lar que serían fusila­dos, agonía que se pro­longa­ba en medio de la incer­tidum­bre de saber si ese sería el últi­mo día que estarían vivos.

A Lame­da nun­ca se le per­mi­tió ningún tipo de comu­ni­cación con el exte­ri­or y era difi­cilísi­mo cruzar pal­abras con los cus­to­dios o el per­son­al médi­co. Tam­poco le per­mi­tieron jamás, dispon­er de un libro ni papel y mucho menos un lápiz. Y la comi­da con­sistía en un tazón de sopa y un poco de arroz al día.

Alí Lame­da, luego de quedar en lib­er­tad, regresó a su natal Venezuela

“La comi­da de la cár­cel era apropi­a­da solo para ani­males. Por meses, los pre­sos éramos pri­va­dos de comi­da acept­able. En mi opinión, es preferi­ble ser gol­pea­do, si es posi­ble, que ver un diente reduci­do a pol­vo y sopor­tar una golpiza. Pero estar con­tin­u­a­mente ham­bri­en­to es peor. Ellos no me gol­pearon ni tor­tu­raron tan­to como a otros. Sin embar­go, en una ocasión un guardia me dio una pal­iza, me pateó con sus botas y me pisoteó los pies descal­zos que tenía ter­ri­ble­mente hin­cha­dos por no haber­lo salu­da­do o algo así. Yo no fui tor­tu­ra­do. Pero si por tor­tu­ra enten­demos infli­gir dolor de man­era sis­temáti­ca, si el ham­bre ter­ri­ble y un esta­do con­tin­uo de asco por los mugri­en­tos recin­tos están bajo esa defini­ción, entonces sí. Fui tor­tu­ra­do”, prosigue la tran­scrip­ción del informe de Amnistía Inter­na­cional pub­li­ca­do en 1979 en el diario esta­dounidense The Wash­ing­ton Post.

“De hecho, los golpes fueron usa­dos como un modo de per­suasión durante los inter­roga­to­rios. Des­de mi cel­da podía oír los gri­tos de otros pre­sos. Pron­to apren­des a dis­tin­guir cuan­do un hom­bre llo­ra de miedo, dolor o locu­ra. No podía cam­biarme de ropa en lo abso­lu­to, de man­era que un pre­so con tal lim­itación pron­to está cubier­to de sucio, vivien­do en esas cel­das asquerosas, que tam­bién eran húmedas. En los primeros ocho meses de mi deten­ción estuve enfer­mo con fiebre. Creo que a ratos perdía la con­cien­cia. Las cel­das eran extremada­mente pequeñas, quizás dos met­ros de largo por uno de ancho y tres de alto. Allí no hay dere­chos para los pre­sos, ni vis­i­tas, ni cig­a­r­ril­los, ni comi­da, ni opor­tu­nidad de leer un libro o per­iódi­co. Tam­poco de escribir”.

Un cas­ti­go de Fidel Castro

“Cuan­do en 1967 fui detenido en Corea, la direc­ción del Par­tido Comu­nista de Cuba, por boca de su primer sec­re­tario, había con­de­na­do y estigma­ti­za­do a la direc­ción del PCV, acusán­dola de traido­ra, reformista y pusilán­ime, y de haber ven­di­do suci­a­mente la rev­olu­ción vene­zolana. Con esto se ini­ció una soez y gigan­tesca balum­ba de insul­tos y anatemas con­tra los diri­gentes comu­nistas de Venezuela, a quienes se les acusó, inclu­so, de haberse apropi­a­do de no sé cuán­tos mil­lones de dólares —obtenidos como gan­ga y limosna en var­ios país­es social­is­tas, entre ellos Cuba— y de haberse con­ver­tido en agente a suel­do del impe­ri­al­is­mo yan­qui. Para algunos diri­gentes de Cuba, Venezuela era una especie de provin­cia cubana donde había que repe­tir a toda cos­ta la rev­olu­ción que ya tri­un­faría en la isla”, con­fesó Alí Lame­da a su cuña­do, el peri­odista Car­los Díaz Sosa, en una entre­vista pub­li­ca­da por El Nacional, el 20 de abril de 1975.

El pres­i­dente de Venezuela Luis Her­rara Cam­píns. Derecha. Lo acom­paña el poeta Alí Lame­da, al cen­tro. Jun­to al peri­odista y edu­cador Car­los Gau­na, a la izquierda

Gestión de Caldera y CAP

El 27 sep­tiem­bre de 1974, el rég­i­men de Kim Il Sung dejó en lib­er­tad a Lame­da, que ya esta­ba al bor­de de la muerte, tras insis­ti­das peti­ciones del pres­i­dente de Ruma­nia, Niko­lai Ceaus­esco, man­datario que esta­ba en con­ver­sa­ciones con su homól­o­go vene­zolano Car­los Andrés Pérez, ges­tio­nan­do lo con­cerniente a la lib­eración del caroreño.

Antes, cuan­do Rafael Caldera era pres­i­dente de la Repúbli­ca, recibió la visi­ta ofi­cial del cita­do man­datario rumano, y uno de los temas como “pri­or­i­dad de Esta­do” fue la solic­i­tud del Gob­ier­no vene­zolano para ges­tionar la lib­er­tad de Lameda.

“Los gob­ier­nos de Caldera y de Car­los Andrés Pérez habían puesto a Alí Lame­da como condi­ción para ini­ciar los diál­o­gos dirigi­dos al establec­imien­to de rela­ciones diplomáti­cas con el rég­i­men de Kim Il-Sung, arreg­lo que este desea­ba a toda cos­ta”, escribe Socorro.

El man­datario de la nación core­ana Kim Il Sung jun­to a Fidel Cas­tro durante una recep­ción espe­cial el 9 de mar­zo de 1986. Foto: Estu­dios Revolución

Olvidó el comunismo

Alí Lame­da volvió a Venezuela en enero de 1976, tras 17 años de ausen­cia. Una vez estable­ci­do, retomará su colum­na en el diario El Nacional, para incor­po­rarse más tarde al ser­vi­cio diplomáti­co como agre­ga­do cul­tur­al en las emba­jadas de Checoslo­vaquia, Paraguay, Gre­cia y la Repúbli­ca Democráti­ca Ale­m­ana, donde en 1983 le cor­re­spondió orga­ni­zar los actos del bicen­te­nario del nacimien­to del Lib­er­ta­dor Simón Bolívar.

Una vez en Venezuela, se excluyó del PCV, y nun­ca más volvió a involu­crarse con algo que tuviera que ver con el comu­nis­mo. Fal­l­e­ció en Cara­cas en noviem­bre de 1995.

Fuente: John Sharkey. Poet Relates Horrors Of Stay in N. Korean Jail. The Washington Post. July 1, 1979
Milagros Socorro. Alí Lameda, tortura terrible. Publicado en elestimulo.com. El 10 de enero, 2015

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