Crónicas

Anécdotas que no conocías en la historia de Venezuela 

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisperozop@hotmail.com
@LuisPerozoPadua

La his­to­ria de Venezuela es gen­erosa en hechos extra­or­di­nar­ios, está ates­ta­da de even­tos asom­brosos, de hitos fasci­nantes donde el mis­te­rio que los envuelve despier­ta gran interés en todo tipo de públi­co. En esta ínfi­ma selec­ción, solo ano­ta­mos algunos de ellos.

Una de estas his­to­rias curiosas es la del ben­eméri­to gen­er­al Juan Vicente Gómez, quien era un emped­ernido afi­ciona­do al cine pro­duci­do en Hol­ly­wood. Según una pub­li­cación del The New York Time del 4 de diciem­bre de 1932, se ase­gu­ra que este pres­i­dente vene­zolano veía al menos tres cin­tas pelícu­las al año.

El his­to­ri­ador Simón Alber­to Con­salvi, quien hal­ló la nota peri­odís­ti­ca, señala que el dic­ta­dor tenía en el come­dor de Miraflo­res un proyec­tor; asimis­mo, vis­ita­ba fre­cuente­mente el teatro de Mara­cay para dis­fru­tar del cine estadounidense.

Enfa­ti­za Con­salvi, que a Gómez le encanta­ban los filmes de West­ern y entre sus artis­tas favoritos fig­ura­ban Lau­rel y Hardy, Buster Keaton y Dou­glas Fairbanks.

Los noticieros eran sus preferi­dos, pues se man­tenía al día de los acon­tec­imien­tos mundi­ales de may­or reper­cusión y de las andan­zas de las fig­uras fun­da­men­tales de la políti­ca mundi­al como Hitler, Mus­soli­ni, Stal­in y Churchill.

Juan Vicente Gómez, de visi­ta los hangares de Mara­cay 1928. Luis Felipe Toro ArchivoFotografíaUrbana

Un presidente momificado

Fran­cis­co Linares Alcán­tara, ini­ció su car­rera mil­i­tar a los 20 años, lle­gan­do a gen­er­al tras grandes haz­a­ñas en la Guer­ra Fed­er­al. Llegó a la Pres­i­den­cia de Venezuela entre 1877–1878, real­izan­do un gob­ier­no de aper­tu­ra políti­ca luego de los primeros siete años de Anto­nio Guzmán Blan­co, a quien sirvió leal­mente como pres­i­dente interi­no durante el lla­ma­do septe­nio. Liberó pre­sos políti­cos, y per­mi­tió la lib­er­tad de pren­sa. El Con­gre­so le dio el títu­lo de Gran Demócrata.

Fran­cis­co Linárez Alcántara

Durante la reac­ción antiguz­mancista ini­ci­a­da en 1878, el Con­gre­so pro­pone la refor­ma a la Con­sti­tu­ción de 1864 para alargar su manda­to pres­i­den­cial. No obstante, su dece­so repenti­no, ocur­ri­do a finales de 1878, estu­vo rodea­do de un mis­te­rio sepul­cral: se dijo en un prin­ci­pio que con­tra­jo una bron­quitis que se agravó; otra ver­sión que se mane­jó fue que sufrió una indi­gestión por com­er lechosa en la madru­ga­da; hay otras ver­siones que indi­can que será el pro­pio Guzmán Blan­co quien ordenó enve­ne­narlo. Su cadáver fue momi­fi­ca­do por el recono­ci­do médi­co alemán Dr. Got­tfried Knoche y traslada­do al Pan­teón Nacional el 9 de diciembre.

Got­tfried Knoche, llegó a Venezuela a medi­a­dos de 1840. Luego de reval­i­dar su títu­lo en la Uni­ver­si­dad de Cara­cas, ejer­ció en el Hos­pi­tal San Juan de Dios en La Guaira. Según las cróni­cas, allí, ini­ció sus exper­i­men­tos con cadáveres en una sala sec­re­ta en El Ávi­la, aque­l­los que nadie reclam­a­ba, y que pos­te­ri­or­mente embalsamaba.

Petrificado por casi 40 años

La fama adquiri­da por el enig­máti­co Dr. Got­tfried Knoche pro­du­jo que, en 1845 la famil­ia de Tomás Lan­der, un polémi­co peri­odista y escritor, miem­bro de la Diputación Provin­cial de Cara­cas; “cosi­atero”; fun­dador del per­iódi­co El Vene­zolano, entre otros; gran teóri­co del Lib­er­al­is­mo Amar­il­lo; anti­mil­i­tarista, pero sobre todo, un patri­o­ta con­suma­do, a con­tratar sus ser­vi­cios para momi­ficar su cadáver, el cual fue colo­ca­do en la sala prin­ci­pal de su casa, sen­ta­do frente a su escrito­rio con su tra­je negro y su pluma en la mano en posi­ción de estar escri­bi­en­do. Allí per­maneció por 38 años, has­ta que, en 1884, el pres­i­dente Anto­nio Guzmán Blan­co ordenó trasladar sus restos al Pan­teón Nacional.

El rostro de Páez 
en una pomada

En 1853, durante la encar­neci­da lucha de los con­ser­vadores en con­tra de la dic­tadu­ra de José Gre­go­rio Mon­a­gas, ensa­yaron una estrate­gia para pro­mover la figu­ra de su líder, el gen­er­al José Anto­nio Páez.

Encar­gan a Fran­cia, un lote de tar­ros de porce­lana que con­tienen poma­da, pero que en el exte­ri­or se imprim­irá la ima­gen del glo­rioso héroe de la Inde­pen­den­cia. Ordenaron 14 doce­nas y media, que fueron envi­a­dos a Venezuela en un navío proce­dente de Le Havre.

José Anto­nio Páez

Como no se tra­ta de una loción para la piel, sino de una rec­eta para la curación de otros males de aquel entonces, los miem­bros del par­tido Lib­er­al protes­taron ipso facto.

«La intro­duc­ción de seme­jantes artícu­los se opone abier­ta­mente a la moral públi­ca», sen­ten­cia entonces el sec­re­tario de Esta­do del Despa­cho de Hacien­da, instruyen­do la per­se­cu­ción y con­fis­cación de la mer­cancía «antes de que cun­da la pla­ga». Argu­menta­ban que la inten­si­dad de la alar­ma se debió a un ante­ri­or con­tra­ban­do de pañue­los peli­grosos que entró a Cara­cas por el puer­to de La Guaira «que tienen impre­sos o inscritos la efi­gio del men­ciona­do José Anto­nio Páez con­tra el dominio del gran par­tido Lib­er­al en la República».

Duelo a muerte

Mucho se ha escrito sobre el his­to­ri­ador y expres­i­dente de la Repúbli­ca José Gil For­toul, naci­do en Bar­quisime­to, en la calle Lib­er­ta­dor Nro. 71 (hoy Car­rera 19 entre 22 y 23), el 29 de noviem­bre de 1861, uno de los int­elec­tuales más deslum­brantes del siglo XX. Eru­di­to del dere­cho, las letras, y la filosofía; un peri­odista agu­do, un políti­co y diplomáti­co brillante.

Como hom­bre públi­co, fig­uró en la admin­is­tración del poder políti­co durante el manda­to del dic­ta­dor tachirense Juan Vicente Gómez, desem­peñán­dose como min­istro de Instruc­ción Públi­ca, senador, pres­i­dente del Con­gre­so Nacional, pres­i­dente de la Repúbli­ca entre 1913 y 1914, y direc­tor de El Nue­vo Diario en 1931.

Fue además miem­bro cor­re­spon­di­ente de la Acad­e­mia Nacional de la His­to­ria y miem­bro fun­dador de la Acad­e­mia de Cien­cias Políti­cas de Venezuela.

Será en 1908 cuan­do Gil For­toul desafi­ará en París al céle­bre escritor guatemal­te­co Enrique Gómez Car­ril­lo, “con fama de con­suma­do esgrim­ista, y quien había con­segui­do dis­uadir a Gumersin­do Rivas, direc­tor de “El Con­sti­tu­cional”, influyente ami­go del gen­er­al Cipri­ano Cas­tro, pres­i­dente de Venezuela, para que nom­brara cón­sul en una ciu­dad por­tu­ar­ia de Ale­ma­nia a un com­er­ciante de apel­li­do Brook.

El nom­bramien­to se efec­tuó, pero no fue del agra­do de Gil For­toul, quien, como miem­bro del tren min­is­te­r­i­al para ese entonces, se negó a solic­i­tar el exe­quatur al susodi­cho, pues se sospech­a­ba que había de por medio algunos intere­ses de nego­cios sucios detrás de esa des­i­gnación. Gómez Car­ril­lo inten­tó dis­uadir a Gil For­toul, que, entre dis­cu­siones subidas de tono acom­pañadas de agre­siones ver­bales de parte y parte, deci­dieron ambos pasar a los hechos y batirse a duelo.

José Gil For­toul en 1931

El due­lo se for­mal­izó en un sitio aparta­do del Bois du Boulogne en París, y en pocos min­u­tos se resolvió el envite con dos heri­das ases­tadas por Gil For­toul a Gómez Car­ril­lo, una en el pecho, propina­da con extra­or­di­nario conocimien­to y peri­cia con un “pun­ta­zo” cal­cu­la­do para que no pasara de la der­mis y otra heri­da de adver­ten­cia en el hom­bro, demostran­do con esto supe­ri­or­i­dad técnica.

De la inten­sa y escalofri­ante jor­na­da, dom­i­na­da por la supe­ri­or­i­dad téc­ni­ca de Gil For­toul, ambos salieron heri­dos, “pero Gil For­toul pre­cisó mejor la esto­ca­da y resultó vence­dor, sin necesi­dad de quitar­le la vida a su contendor.

Dan­do por ter­mi­na­do el com­bate por parte de los padri­nos, los duelis­tas se ale­jaron uno del otro sin salu­darse y nun­ca más volvieron a diri­girse la pal­abra. Cuan­do Gil For­toul pro­tag­o­nizó este due­lo de 1908 recién había cumpli­do 47 años.

Telegrama notifica el bloqueo 

El 22 de diciem­bre de 1902, el coman­dante de la flota británi­ca remi­tió a las autori­dades vene­zolanas el sigu­iente telegra­ma: «Por la pre­sente se noti­fi­ca que un blo­queo ha sido declar­a­do para los puer­tos de La Guaira, Caren­ero, Guan­ta, Cumaná, Carú­pano y las Bocas del Orinoco, y se hará efec­ti­vo des­de y después del 20 de diciembre».

Sin embar­go, las hos­til­i­dades habían ini­ci­a­do el 9 de diciem­bre, cuan­do una flota angloger­mana arribó intem­pes­ti­va­mente a La Guaira, fonde­an­do sus navíos en posi­ción de com­bate para cap­turar a los bar­cos de la arma­da venezolana.

La flota inva­so­ra con­ta­ba con 325 cañones y sus bar­cos poseían nove­dosos ade­lan­tos tec­nológi­cos capaces de destru­ir ráp­i­da­mente las defen­sas venezolanas.

Curas malportados

Durante sus vas­tas y min­u­ciosas vis­i­tas pas­torales por la Dióce­sis de Venezuela, (1771–1784), el obis­po Mar­i­ano Martí advir­tió que algunos curas vivían en pecado.

En la pequeña población de Río Tocuyo (perteneciente al hoy esta­do Lara) el pár­ro­co esta­ba amance­ba­do con una par­da; todo el mun­do sabía que vivían y dor­mían solos en la mis­ma casa.

“El prob­le­ma era que, por estar con la par­da, no cumplía con sus fun­ciones, no asistía a los mori­bun­dos, tam­poco iba a los entier­ros, pero sí a las bodas.”, apun­ta la his­to­ri­ado­ra Inés Quintero.

Al cono­cer este “abom­inable” suce­so, el obis­po Martí ordenó trasladar el cura al con­ven­to de Coro a leer gramáti­ca y moral, mien­tras que la par­da fue envi­a­da a casa de su padre, bajo vig­i­lan­cia de las autoridades.

Otro caso escan­daloso será el de Pedro Sánchez, vic­ario de Mara­cai­bo, a quien se le había vis­to sen­ta­do en las pier­nas de mujeres; se le acus­a­ba de ten­er amis­tad sospe­chosa con una doña de la local­i­dad y de asi­s­tir a los bailes en tra­je de seglar.

“Y, como si esto no fuese sufi­ciente, tam­bién prac­ti­ca­ba el con­tra­ban­do y le debía dinero al Diez­mo. Por órdenes del obis­po fue reclu­i­do en el Con­ven­to de San Fran­cis­co.”, ano­ta Quintero.

Estas his­to­rias y muchas otras fueron reg­istradas por el obis­po en su libro secre­to, guarda­do celosa­mente bajo llave.

En 1969 la Acad­e­mia Nacional de la His­to­ria pub­licó en var­ios tomos (7 volúmenes) de todos los doc­u­men­tos de la visi­ta pas­toral del alto prela­do naci­do en España en 1721.


Fuente:
El Desafío de la His­to­ria. Año 1 Número 2. 2010
Inés Quin­tero. No es cuen­to, es His­to­ria. Vol­u­men II. Cara­cas 1999.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

Un comentario en «Anécdotas que no conocías en la historia de Venezuela »

  • Muchas gra­cias por tan impor­tantes infor­ma­ciones de la his­to­ria, trans­mi­ti­da de man­era sen­cil­la e interesante.

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