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Brindis de Salas en Barquisimeto (1897)

Omar Garmendia
Cronista y escritor

Varios músicos célebres visitaron Barquisimeto por los años finiseculares del siglo 19. Entre ellos Brindis de Salas, célebre violinista de color, llamado el “Paganini Negro” y “Rey de las Octavas”


 
Su ver­dadero nom­bre era Clau­dio José Domin­go Brindis de Salas y Gar­ri­do, naci­do en La Habana, Cuba, en 1852 y muer­to en Buenos Aires, Argenti­na, el 1 de junio de 1911.
 
Aunque de cuna humilde, logró con­quis­tar en las grandes cap­i­tales euro­peas y amer­i­canas un puesto de renom­bre. En Cara­cas se pre­sen­tó en el teatro Guzmán Blan­co y en Bar­quisime­to estu­vo en el año de 1897 y causó pro­fun­da impre­sión y entu­si­as­mo y fue recibido en la casa del doc­tor Eliodoro Pine­da, her­mano del doc­tor Anto­nio María Pine­da, el sabio del hos­pi­tal La Cari­dad, rodea­do de poet­as, músi­cos e intelectuales. 
 
El vio­lin­ista Fran­co Med­i­na fue su ami­go en Bar­quisime­to y aprovechó fér­tiles y valiosas enseñan­zas de su arte y vir­tu­o­sis­mo. Per­mí­taseme la digre­sión de comen­tar que con esto se cor­rob­o­ra que la casa de Eliodoro Pine­da era un cen­tro cul­tur­al de primera clase, donde lle­ga­ban grandes artis­tas y per­son­ajes impor­tantes. Casa las­ti­mosa­mente demol­i­da. Esa era una ver­dadera casa con historia.
 
La fama de Brindis de Salas, niño prodi­gio que a los diez años ya se pre­senta­ba como con­certista ante el públi­co, era cono­ci­do y aplau­di­do en casi todas las grandes cap­i­tales euro­peas. Atavi­a­do con impeca­ble frac y guantes blan­cos, atraía la aten­ción por su cor­rec­to y apa­sion­a­do estilo.
 
Las per­sonas qued­a­ban embe­le­sadas al escuchar las octavas que salían de su vio­lín Stradi­var­ius y casi que hip­no­ti­zadas cuan­do veían el movimien­to vig­oroso del arco, al cual le colo­ca­ba en la pun­ta un bril­lante, cuyos destel­los deja­ban una estela de luz en la semi­oscuri­dad del escenario.
Casa de Las Mapo­ras, ubi­ca­da en la Car­rera 17 esquina de la Calle 22 de Bar­quisime­to, res­i­den­cial del Dr Eliodoro Pineda
 
Se había casa­do con una barone­sa ale­m­ana y tuvo dos hijos, vio­lin­istas igual que él. Llegó a ser rico, poderoso y cono­ció la fama en todos los país­es que vis­itó. Los gob­ier­nos de España, Fran­cia, Italia Por­tu­gal y Aus­tria, le otor­garon con­dec­o­ra­ciones y títu­los. Fue nom­bra­do Caballero de Brindis y Barón de Salas, además de la cin­ta de la Legión de Hon­or. Otro detalle del vio­lin­ista Brindis de Salas: habla­ba siete idiomas.
 
Durante su época artís­ti­ca, Brindis de Salas actuó en las más grandes salas de concier­tos del mun­do, París, Berlín, Lon­dres, Madrid, Milán, Flo­ren­cia, San Peters­bur­go, Viena, Méx­i­co, Buenos Aires, fue con­dec­o­ra­do con la Cruz de Car­los III del rey de España, la Orden del Cristo del rey de Por­tu­gal, fue nom­bra­do Caballero de la Legión de Hon­or por la Repúbli­ca de Fran­cia y la Cruz del Águila Negra del Emper­ador de Ale­ma­nia, hacién­do­lo barón y así toman­do la ciu­dadanía ale­m­ana, donde se casó, tuvo 2 hijos, y obtu­vo la nacional­i­dad. En la ciu­dad de La Habana, Cuba, el Con­ser­va­to­rio de Músi­ca lle­va por nom­bre “Brindis de Salas”.
 
Según relatos era un hom­bre alto, ele­gante, caballeroso, amable, pul­cro y sim­páti­co, de con­ver­sación agrad­able. Había sido toca­do por la glo­ria y la fama; fue un negro úni­co que der­rochó el dinero a manos llenas.
 
Sin embar­go, después de mucho tiem­po vivien­do fuera de su tier­ra natal, comen­zó a sufrir ataques de depre­sión y nos­tal­gia que lo lle­varon a aban­donarlo todo. En unos pocos años la esposa ale­m­ana le pidió el divor­cio cuan­do Brindis de Salas quiso con­tin­uar su car­rera de con­certista trotamundos.
 
Estando en Buenos Aires, Argenti­na, tuvo un ataque depre­si­vo a causa de su com­ple­jo de que nadie lo quería por su col­or negro. Se entregó al aban­dono. Vaga­ba por las calles de la ciu­dad, pobre y solo. Quién sabe qué motivos tan ínti­mos lo lle­varían esa lam­en­ta­ble situación.
 
Un día entró en una casa de empeños y dejó ahí su más pre­cioso tesoro: el Stradi­var­ius. El ten­dero, des­deñán­do­lo por creer­lo un vagabun­do más, le ofre­ció unos quince pesos por el instru­men­to, con el propósi­to de que lo recu­per­ara en un mes.
 
Brindis de Salas, con­certista y músi­co excep­cional, triste y lloroso, se des­pidió de su ama­do vio­lín con infinidad de besos y cari­cias, para luego salir del local. No volvió a vérse­le más, has­ta que a los días apare­ció muer­to en el fon­do de una alcan­tar­il­la en una calle de Buenos Aires. Brindis de Salas usa­ba una especie de corsé para sacarse el pecho. Cuan­do lo encon­traron muer­to lo iden­ti­fi­caron por el corsé ya mugriento.
 
Este sin­gu­lar artista de raza negra que estu­vo en Bar­quisime­to, cuya increíble y triste his­to­ria hemos nar­ra­do aquí, dejó por muchos años una impre­sión de emo­ciona­da mar­avil­la, no muy ale­ja­da, quizás, de la leyen­da que acom­paña­ba su exóti­co apellido.

CorreodeLara

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