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Carlos Meyer Baldó, el piloto venezolano que combatió con el Barón Rojo en la I Guerra Mundial

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisperozop@hotmail.com
@LuisPerozoPadua

 La haz­a­ña de este zuliano, lo plan­ta como inte­grante del cir­co volante del míti­co Barón Rojo durante la Primera Guer­ra Mundial

Pocas his­to­rias son tan apa­sio­n­antes e inspi­rado­ras como la proeza del pilo­to zuliano Car­los Mey­er Baldó, con­sid­er­a­do un As de la aviación ale­m­ana inte­grante del escuadrón de caza del leg­en­dario Barón Rojo, quien dirigió 58 misiones en las que der­ribó 80 aviones, un hito nun­ca alcan­za­do por nadie.

¿Pero cómo llegó un vene­zolano a for­mar parte de la Corte del míti­co pilo­to alemán cono­ci­do como el Barón? ¿Cuál fue la proeza que lo hizo mere­ce­dor de inscribir su nom­bre en los anales de la historia?

 

 

 


Car­los Mey­er Baldó,
el vene­zolano que sirvió en la Primera Guer­ra Mundial
y fun­dador de la fuerza arma­da venezolana

 

 

 

 

 

 

La his­to­ria de Car­los Otto Mey­er Baldó hunde sus raíces en una famil­ia de ori­gen ale­m­ana-vene­zolana. Su padre Johannes Lud­wig Karl Mey­er Groeve, era un com­er­ciante naci­do en Lesum, Ale­ma­nia con exten­sos pre­dios de café en las ser­ranías and­i­nas. Había lle­ga­do a Mara­cai­bo como emplea­do de la H.L. Boul­ton Jr. & Cia. y pos­te­ri­or­mente para Stein­vorh & Cia.

Su madre, María Amelia Baldó Jara, era ori­un­da de Cúcu­ta, pero de famil­ia vene­zolana. Con­tra­jeron nup­cias el 7 de agos­to de 1888.

El pilo­to vene­zolano Car­los Mey­er Baldó

Car­los Otto nació en la cap­i­tal zuliana el 21 de abril de 1895. Era el quin­to hijo y el primer varón de una famil­ia de nueve her­manos. El 24 de abril de 1896 se reg­is­tra su bau­ti­zo con el nom­bre de Karl Otto en el tem­p­lo de San­ta Lucía de Mara­cai­bo. Y será en la auro­ra del siglo XX, cuan­do trasladan su res­i­den­cia a Cara­cas, para luego, en 1908, estable­cerse en Hamburgo.

Ya en Ale­ma­nia, Car­los Otto Mey­er Baldó se dedicó a los estu­dios en la rama de admin­is­tración y com­er­cio, pero el estal­li­do de la Gran Guer­ra tor­ció sus deseos y, con 19 años, se enlistó Regimien­to de Caballería Drag­ones No.9 (Drag­oner-Reg­i­ment König Karl I von Rumänien (1. Han­nover­sches) Nr.9) para com­bat­ir con­tra los rusos en el frente de Pru­sia oriental.

En ver­a­no de 1916, después de dos años en el frente de batal­la, ingresó en la Escuela de Aviación Mil­i­tar ale­m­ana, pre­sen­tán­dose como alum­no (Flugschüler), en el Depar­ta­men­to de Avi­adores Susti­tu­tos Nr.3 (FEA 3, Flieger Ersatz Abteilung Nr.3) en la cuidad de Gotha, donde recibió su entre­namien­to como pilo­to (Flugzeugführer) a bor­do de aviones como el Alba­tros B.III, graduán­dose como tal a prin­ci­p­ios de 1917, al recibir la cod­i­ci­a­da Insignia Flugzeugführerabzeichen.

Nos cuen­ta su bió­grafo, el inves­ti­gador Clemente Bal­ladares Castil­lo, que la may­oría de los miem­bros de la caballería ale­m­ana se pasaron a la aviación mil­i­tar, y Mey­er Baldó no fue la excep­ción. Primero fue pilo­to egre­sa­do en febrero de 1917 para los escuadrones de obser­vación, estu­vo en el frente occi­den­tal con la unidad FAE201.

Car­los Otto Mey­er, as de com­bate venezolano

Proba­da hidalguía 

Durante su ser­vi­cio Car­los Mey­er Baldó se desem­peña con temer­ario val­or al sobrevolar a escasa alti­tud los obje­tivos asig­na­dos, a fin de cumplir con su mis­ión. En varias oca­siones los dis­paros des­de tier­ra impactaron su aeron­ave sin may­ores con­se­cuen­cias para él, su obser­vador o el avión.

Las per­fora­ciones en la tela o en la madera eran recu­bier­tas con parch­es en for­ma de escara­pelas ali­adas, como sím­bo­lo del ries­go enfrenta­do y de la hidal­guía demostra­da durante el cumplim­ien­to del deber. En esta unidad recibió su primera men­ción de hon­or en la Fuerza Aérea (Luft­stre­itkräfte), com­par­ti­da con el Tte. Palz.

Car­los Mey­er Baldó jun­to a sus com­pañeros de escuadra

La élite selecta 

Cuan­do vivía en Ham­bur­go Car­los y su famil­ia estrecharon amis­tad con los Lûb­bert, cuyos hijos com­bat­ieron hom­bro a hom­bro con nue­stro biografiado.

El may­or de ellos, Eduard, entró primero en el escuadrón más famoso de todos los tiem­pos: el Jas­ta 11, mejor cono­ci­do como el Cir­co Volante del Barón Rojo, por los vivos col­ores con que esta­ban pin­ta­dos los 14 aviones que com­ponían la escuadrilla.

Lam­en­ta­ble­mente Eduard fue der­rib­a­do en mar­zo y su capitán (el barón Man­fred Richtofen) bus­ca­ba repon­er los pilo­tos que perdía, por lo que a prin­ci­p­ios de julio Car­los Mey­er Baldó pasó a inte­grar aque­l­la selec­ta elite de pilo­tos de combate.

Car­los Mey­er fuman­do detrás de Man­fred Richtofen, con la ven­da en la cabeza. Fran­cia, 1917

Haz­a­ñas victoriosas

En una de las incur­siones aéreas, el escuadrón del Barón Rojo es fer­oz­mente ata­ca­do por los británi­cos y Car­los es der­rib­a­do; pese a sus heri­das ater­riza su biplano Alba­tros D.V en el aeró­dro­mo del escuadrón.

Tras su recu­peración ini­cia­rá las may­ores vic­to­rias aéreas de este vene­zolano úni­co en Lati­noaméri­ca: el 31 de julio a la 1 p. m., der­ri­ba un avión de obser­vación inglés RE8 del teniente A. J. Long­ton y el artillero Thomas Car­son de la Real Fuerza Aérea, sobre Flan­dern, Bél­gi­ca, durante la Ter­cera Batal­la de Ypres.

El 14 de agos­to der­ri­ba un Sop­with Camel que según archivos pos­te­ri­ores acred­i­tan ese día el suce­so. Para aquel entonces, los men­ciona­dos even­tos eran con­sid­er­a­dos una haz­a­ña asombrosa.

Reseña Bal­ladares que el 3 de sep­tiem­bre de 1917 Car­los Mey­er Baldó tuvo el hon­or de escoltar per­sonal­mente al Barón Rojo en su vic­to­ria número 61.

Doce días después, con su ami­go Georg von der Osten, com­parte un der­ri­bo donde cap­turan a los trip­u­lantes de un biplano DH4 de obser­vación. “A Georg se le había atas­ca­do su ame­tral­lado­ra y antes de que los ingle­ses escaparan a un ban­co de nubes, Car­los los embiste. En diciem­bre Mey­er pasará al segun­do escuadrón más cele­bre de la Gran Guerra.”

Avi­ador Car­los Mey­er Baldó — naci­do en Mara­cai­bo — Edo Zulia. As de com­bate de la Aviación Ale­m­ana com­pañero del famoso Barón Rojo durante la Primera Guer­ra Mundial

Otro grupo famoso del Cir­co Volante del Barón Rojo fue el Jas­ta 4 con su capitán Ernst Udet (el segun­do As alemán) quien abrigó una fra­ter­nal amis­tad con Mey­er Baldó. En este grupo aéreo, en el ver­a­no de 1918, sobre sue­lo francés Car­los trip­u­lará el mejor biplano de esos tiem­pos, el Fokker D.VII con su emble­ma par­tic­u­lar en el fuse­la­je El box­er babeante logran­do tres der­ri­bos más con­tra dos Spads galos, un Camel norteam­er­i­cano donde sobre­vive el pilo­to y un globo aerostáti­co inglés, según nos nar­ra su biógrafo.

El joven Car­los Mey­er Baldó

Mey­er Baldó con­sigu­ió un récord de 7 der­ri­bos durante la guer­ra: cua­tro der­ri­bos con­fir­ma­dos y tres no con­fir­ma­dos. Actual­mente se bus­ca recono­cer un quin­to der­ri­bo que está en el diario de guer­ra del “Cir­co Volante”

Invi­ta­do especial

Antes del cese de las hos­til­i­dades de la Gran Guer­ra, Car­los ingre­sa a la escuela de entre­namien­to JS2; allí lo alcan­za el Armisti­cio del 11 de noviem­bre de 1918, trata­do que se fir­mó en Le Franc­port, cer­ca de Com­piégne, decretán­dose la vic­to­ria de las Fuerzas Ali­adas sobre el Impe­rio alemán en el con­flic­to que se extendió por 4 años y que dejó casi 10 mil­lones de com­bat­ientes muertos.

El 21 de abril 1918, sería la últi­ma vez que el biplano rojo de Man­fred Von Richthofen (el barón Rojo), con 25 años recién cumpli­dos, sur­cara los cie­los de Fran­cia. Las fuentes ofi­ciales afir­man que fue el capitán cana­di­ense Roy Brown quien der­ribó el Fokker, aunque otros dicen que fue el sol­da­do de infan­tería aus­traliano William John “Snowy” Evans quien acabó con la vida del Barón Rojo al dis­parar des­de tier­ra una bala del cal­i­bre 7,70 mm. y der­rib­ar­lo en Vaux-sur-Somme.

El barón Rojo fue enter­ra­do con todos los hon­ores mil­itares, e inclu­so los escuadrones ali­a­dos le rindieron hon­ores y, en una de las coro­nas con­mem­o­ra­ti­vas que lle­garon a enviar­le podía leerse: “A nue­stro ene­mi­go galante y dig­no”, y en su láp­i­da, que se encuen­tra en el mis­mo lugar donde cayó, se inscribió un sen­ti­do epitafio: “Aquí yace un valiente, un noble adver­sario y un ver­dadero hom­bre de hon­or. Que des­canse en paz”.

Años más tarde, en 1925 le hicieron un memo­r­i­al en Berlín, y Car­los Mey­er Baldó fue uno de los invi­ta­dos especiales.

Entre los reconocimien­tos de nue­stro As vene­zolano, aparte de su insignia de pilo­to, desta­can la cruz Hanseáti­ca por su val­or y dis­ci­plina en la caballería, copa a la Vic­to­ria en el Aire y dos cruces de Hierro.

Erich Lowen­hart con un puro; fredrich Shaf­fer, Erns Udet al volante, Car­los Mey­er Baldó en el asien­to pos­te­ri­or y el ayu­dante Boden­schat. Agos­to de 1918 (Via Greg van Wyngarden)

Regresó a la patria

Car­los Mey­er Baldó retornó a su hog­ar en Wans­beck para diri­gir el nego­cio cafe­talero de su padre, ya con 60 años con la salud bas­tante dete­ri­o­ra­da y quien fal­l­e­ció en diciem­bre de 1921.

Retornó a Venezuela en 1926, y se estable­ció en la res­i­den­cia mater­na de los Baldó en El Paraí­so, Cara­cas, dedicán­dose a los nego­cios famil­iares, pero ya el café no era un rubro impor­tante, sino el petróleo.

Para entonces, Venezuela era gob­er­na­da por el dic­ta­dor Juan Vicente Gómez. Su hijo, Flo­ren­cio Gómez Núñez, uno de los for­jadores del cuer­po aéreo del Ejérci­to vene­zolano (en 1920), tendió puentes para cono­cer y estable­cer amis­tad con el pilo­to que ya era una cele­bri­dad en Europa.

Avion Fokker Dr I de Erns Udet, donde apare­cen Julius Ben­der, Heinz Maushake, Egon Koepsh. Car­los Mey­er Baldó señala a Hein­rich Drek­mann. Junio de 1918. (Greg van Wyn­gar­den vía F Capecchi)

Influ­en­ci­a­do por la lle­ga­da de la Mis­ión Ale­m­ana a Venezuela, en 1931 Mey­er Baldó decidió ingre­sar a la Aviación Mil­i­tar Vene­zolana, por lo que se entre­vistó con su ami­go Flo­ren­cio Gómez Núñez, quien inter­cedió ante el Ben­eméri­to presidente.

Mey­er tenía 14 años sin volar y al dic­ta­dor le pare­ció mejor enviar­lo a Esta­dos Unidos, Nue­va York, para actu­alizar conocimien­tos. A finales de ese mis­mo año volvió y el gob­ier­no lo des­igna subin­spec­tor e instruc­tor, además le recono­ció el ran­go mil­i­tar de teniente alcan­za­do en Alemania. 

Los Gómez prefer­ían con­tar con Mey­er como ejem­p­lo para los avi­adores vene­zolanos y que no volara ya a sus 37 años, pero sus cre­den­ciales le valieron para con­vencer al gen­er­al Gómez de volar aviones civiles.

Algunos miem­bros del Jas­ta 4 Julius Ben­der, Johannes Jessen, Erns Udet, el man­dril Bet­ty, Car­los Mey­er Baldó y el per­ro Spad. Julio de 1918. His­tor­i­cal Avi­a­tion Col­lec­tion Uni­ver­si­ty os Texas, Dal­las (vía greg van Wyngarden)

Su últi­mo vuelo

Aquel 27 de noviem­bre de 1933, con un cielo enrareci­do el teniente Car­los Mey­er Baldó, acom­paña­do por el mecáni­co Héc­tor Arias, abor­daron un biplano Stear­man C‑3B, y sobre el fir­ma­men­to de la ciu­dad de Mara­cay, Mey­er efec­tuó varias man­io­bras, lo que defor­mó el plano supe­ri­or dere­cho de la aeron­ave, cau­san­do rompimien­to de una de sus alas. La aeron­ave entró en bar­rena y cayó en espiral. 

Ambos trip­u­lantes perecieron con el impacto reg­istra­do en pre­dios de la hoy Aveni­da Las Deli­cias. Mey­er tenía 38 años.

La noti­cia de su muerte llegó has­ta el Gob­ier­no alemán que para ese entonces era del par­tido Nazi. El min­istro de la aviación ale­m­ana, Her­mann Göer­ing, quien fue su “Kam­er­ad” y últi­mo coman­dante en el “Cir­co Volante”, delegó una comisión a Venezuela.

A su memo­r­i­al, en febrero de 1934, asistieron más de cien per­sonas. Sus restos reposan en el Cemente­rio Gen­er­al del Sur, Cara­cas. El Teatro de la Base Aérea Rafael Urdane­ta, en Mara­cai­bo, lle­va su nom­bre y un bus­to en su hon­or fue deve­la­do en Maracay.

Funer­al de Car­los Mey­er Baldó

Fuente: Clemente Bal­ladares Castil­lo. El teniente Car­los Mey­er Baldó: un vene­zolano en el cir­co volante del Barón Rojo. Fun­dación Polar, 2005

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