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César Peralta: además de la instrucción la escuela debe graduar ciudadanos

Juan José Peralta
Periodista

En su largo pere­gri­nar por las escue­las larens­es, el pro­fe­sor César Per­al­ta se ocupó de la edu­cación de un modo que hoy lla­maríamos inte­gral, al com­ple­men­tar las enseñan­zas bási­cas pre­vis­tas en los pro­gra­mas ofi­ciales, con la capac­itación para el tra­ba­jo y la for­ma­ción social, moral y cívi­ca como llam­a­ban en bachiller­a­to a esta mate­ria elim­i­na­da sin explicación


Muy impor­tantes son el lengua­je y la arit­méti­ca, la gramáti­ca y las cien­cias nat­u­rales, la geografía en sus dimen­siones region­al, nacional y uni­ver­sal, decía. Y de la His­to­ria para cono­cer los pro­tag­o­nistas de los hechos del pasa­do y sus errores para no volver­los a come­ter, tam­bién la for­ma­ción ciu­dadana, comenta­ba al destacar la impor­tan­cia de la edu­cación. Además de la instruc­ción, la escuela debe grad­uar ciudadanos.

César Per­al­ta Alvara­do, mi padre, fue un edu­cador a tiem­po com­ple­to toda su vida y se destacó por la enseñan­za en áreas rurales. Hijo del gen­er­al Sil­ve­rio Per­al­ta Ramos y María Euge­nia Alvara­do Pai­va, nació el 3 de febrero de 1908 en Urachiche, esta­do Yaracuy. Se ufan­a­ba de su cumpleaños con el nata­l­i­cio del mariscal de Ayacu­cho, Anto­nio José de Sucre. En este pobla­do rodea­do de rica veg­etación y que­bradas de aguas cristali­nas y pozos de ale­gres baños, ameniza­dos por los can­tos de los pájaros tran­scur­rió su infan­cia feliz, cursó los primeros años esco­lares y se vino a Bar­quisime­to para seguir estu­dios y lle­gar a bachiller.

El abne­ga­do mae­stro Per­al­ta cumplió labores de enseñan­za en Edu­cación de Adul­tos con jor­nadas noc­tur­nas de alfa­bet­i­zación, además de fun­dar escue­las 

De 19 años se fue a Cara­cas con la inten­ción de con­tin­uar en la uni­ver­si­dad y comen­zó a tra­ba­jar en la Cerve­cería Cara­cas como elec­tricista y carpin­tero, ofi­cios apren­di­dos des­de tem­pra­no. Allá lo sor­prendieron los suce­sos encabeza­dos por la juven­tud uni­ver­si­taria con­tra el tira­no gen­er­al Juan Vicente Gómez en 1928 y la fer­oz repre­sión de la policía gomecista con­tra los jóvenes le obligó regre­sar a Bar­quisime­to donde se ini­ció como mae­stro de escuela, con inten­ción de volver a la cap­i­tal cuan­do se aplacaran los alboro­tos políti­cos. Aquí des­cubrió su pasión por la enseñanza

En 1930 lo enviaron a El Tocuyo y de allí a la bucóli­ca población de tem­pera­men­to para­mero de Bar­ba­coas donde nece­sita­ban un edu­cador. En este frío pobla­do de los Andes larens­es, de gen­tiles y cor­diales gentes, donde la que­bra­da del vino es rega­lo divi­no en pla­cen­tero valle con gra­to y hela­do pozo, nacieron sus primeros hijos, Clara, Tere­sa y Gregorio.

Allí se per­cató que la enseñan­za rur­al debe ser más com­ple­ta pues muchos de los campesinos no con­tinúan estu­dios, per­manecen en el cam­po, ded­i­ca­dos a labores agrí­co­las y pecuar­ias. Además de la instruc­ción bási­ca de los pro­gra­mas comen­zó a enseñar­les carpin­tería, eban­is­tería, elec­t­ri­ci­dad y plom­ería a los varones y entre las hem­bras pro­movió las man­u­al­i­dades, corte y cos­tu­ra. Insis­tió en cono­cer la His­to­ria de Venezuela y val­o­rar la pres­en­cia de los héroes larens­es en la ges­ta eman­ci­pado­ra, Jac­in­to Lara, Pedro León Tor­res y sus seis her­manos, José Trinidad Morán, Flo­ren­cio Jiménez y otros próceres, ejem­p­lo de gal­lardía y valor.

Per­al­ta dio espe­cial impor­tan­cia a los val­ores en la for­ma­ción ciu­dadana: respeto, respon­s­abil­i­dad, pun­tu­al­i­dad, tra­ba­jo, hon­esti­dad, sol­i­dari­dad y apego a las leyes. Prin­ci­p­ios éti­cos, lib­er­tad, democ­ra­cia y familia.

En este labo­rioso pobla­do cono­ció a Jose­fi­na Giménez Zam­bra­no, mi madre, de quien se enam­oró de sus ojos verdes, su sen­cillez y labo­riosi­dad, se casaron en 1930 y pro­cre­aron a Sil­ve­rio José (1936) y César de Jesús (1937), los may­ores. De allí lo man­daron a los cujisales gratos de Bobare, envuel­to en las vari­adas xeró­fi­las que le cam­biaron el paisaje y de allí pasó a las escue­las de Bar­quisime­to donde nació Euge­nia Jose­fi­na (1942).

Voraz con­sum­i­dor de noti­cias, se hacía lle­var los per­iódi­cos des­de Bar­quisime­to adonde estu­viera y era capaz de leerse has­ta los obit­u­ar­ios, dis­ci­plina enseña­da a sus alum­nos a quienes ponía a escu­d­riñar en ejer­ci­cios de lec­tura. El gob­ier­no del gen­er­al Med­i­na Angari­ta retomó la edu­cación rur­al y Per­al­ta fue como direc­tor a los pobla­dos de los Andes larens­es, con­solidó la escuela en Humo­caro Alto y fundó la Manuel Ramón Yépez de Humo­caro Bajo, mi apaci­ble pobla­do natal, rodea­do de verdes mon­tañas de casas al esti­lo colo­nial, de atrac­tivos paisajes andi­nos y la bon­homía de su gente, además del Peñón, emblemáti­co mon­u­men­to nat­ur­al, orgul­lo humo­careño. La may­oría de sus cor­diales pobladores viv­en de la activi­dad agrí­co­la. Fuera de la unión conyu­gal, de sus via­jes a Bar­quisime­to nacieron Ligia e Iván. En esa época el direc­tor vivía en la escuela y así nací, entre olores a tiza y madera de lápiz de pun­ta recién saca­da, entre jol­go­rios del recreo y el can­to de los him­nos para entrar a clases.

Fundador de escuelas

De nue­vo emprendió otra ruta cuan­do en 1948 lo man­daron a Cabu­dare, a la escuela Eze­quiel Bujan­da y allí esta­ba cuan­do el 3 de agos­to de 1950 el ter­re­mo­to que asoló a esta región cen­tro occi­den­tal sacud­ió a varias pobla­ciones. En 1951 fue traslada­do de nue­vo a la cap­i­tal larense y luego de lab­o­rar en varias escue­las fundó la Pablo José Álvarez hoy con pri­maria y bachiller­a­to en la calle 44 donde fun­ciona actual­mente. Tam­bién cumplió labores de enseñan­za en Edu­cación de Adul­tos con jor­nadas noc­tur­nas de alfa­bet­i­zación, donde además de enseñar el abecedario y la escrit­u­ra a gente tra­ba­jado­ra les habla­ban de val­ores y prin­ci­p­ios: ciu­dadanía, respon­s­abil­i­dad, respeto, hon­esti­dad, sol­i­dari­dad, apego a las leyes, éti­ca, famil­ia, lib­er­tad y democracia.

Tras tan­tos años al ser­vi­cio de la edu­cación y for­ma­ción de nuevas gen­era­ciones, jubi­la­do regresó a Bar­ba­coas donde fundó un liceo sub­sidi­a­do por la comu­nidad y otra escuela. Fue un pre­ocu­pa­do por la nat­u­raleza y en sus clases se inspiró en la edu­cación ambi­en­tal, en la preser­vación de la bio­di­ver­si­dad y la pro­mo­ción de la siem­bra de árboles en pueb­los y ciu­dades, como en las calles de Cabu­dare, donde sobre­viv­en las som­bras de algunos sem­bra­dos con alum­nos en las jor­nadas de con­ser­vación. Com­bat­ió la tala y la que­ma de la veg­etación, en espe­cial en los nacientes de las cor­ri­entes de aguas, enseñan­zas igual a los estu­di­antes para el cui­do de ríos y que­bradas, en las zonas altas larenses.

Calle Don Domin­go Mén­dez de Cabudare

La siembra como conciencia

En la vejez sem­bra­ba en potes las semi­l­las de agua­cates, man­gos, tamarindos, limones y almen­drones que el queri­do Rafael Ángel salía a vender en una car­retil­la. “Hay que facil­i­tar­le a la gente la siem­bra, en espe­cial de fru­tales, se jus­ti­fi­ca­ba. Se debían sem­brar en las calles para la som­bra y los tiem­pos de ham­bre”. Después tuvo dos hijos más, mi cole­ga Zai­da Prin­ci­pal y Ger­ar­do Prin­ci­pal. Edu­cadores fueron su esposa Che­fi­na, como la llam­a­ba, quien le acom­pañó en el hog­ar y la gestión educa­ti­va, heren­cia voca­cional trasmi­ti­da a hijos y nietos, con­tin­u­adores en la labor de la enseñan­za, en par­tic­u­lar en estos tiem­pos tan difí­ciles para la docen­cia donde se han vio­len­ta­do los sagra­dos prin­ci­p­ios de la edu­cación y adul­ter­ado los con­tenidos con capri­chos y falsedades, se con­vir­tió a la escuela en sim­ple trámite de esco­lar­i­dad donde los estu­di­antes pasan de un gra­do a otro sin saber leer ni escribir. Se ha descono­ci­do el val­or y la impor­tan­cia de los edu­cadores y su fun­ción prin­ci­palísi­ma en la for­ma­ción de los ciu­dadanos para su crec­imien­to per­son­al y el desar­rol­lo del país.

En su casa siem­pre hubo apoyo a quienes mostraran interés y sal­ió de Humo­caro For­tu­na­to Col­menárez con una beca para estu­dias agronomía en Cos­ta Rica y el humilde René Galeno llegó des­de Ospino para grad­uarse de médi­co en la UCLA, entre otras. Entre tan­tos val­ores dejó la pasión por la lec­tura, el peri­odis­mo y la his­to­ria jun­to a la pre­ocu­pación por el ambi­ente y la ecología. Me sem­bró ciudadanía.

César Per­al­ta es recor­da­do con car­iño en las pobla­ciones donde ejer­ció el mag­is­te­rio con ver­dadera vocación de ser­vi­cio y murió en Bar­quisime­to el 20 de febrero de 1996, de 88 años recién cumpli­dos, labor nun­ca recono­ci­da por las autori­dades educa­ti­vas del país y la región, pero a él siem­pre le bastó el apre­cio de quienes tuvieron la for­tu­na de ser sus alum­nos y com­pañeros en la gestión her­mosa de for­mar ciudadanos. 

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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