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Cuando Bolívar quiso fusilar a Miranda

 

Rafael Simón Jiménez
Historiador

Uno de los capítulos más cuestionados y controversiales en la fructífera vida política y militar del Libertador Simón Bolívar, es el que tiene que ver con su actuación protagónica en los acontecimientos que culminan con la detención y entrega a las autoridades españolas del precursor de nuestra Independencia, general Francisco de Miranda, luego de la capitulación que marca el fin de la denominada primera República venezolana en 1812


En primer lugar era cono­ci­do que había sido el joven Simón Bolí­var, durante su mis­ión diplomáti­ca cumpl­i­da en Lon­dres y luego de los acon­tec­imien­tos de abril de 1810 que mar­caron el ini­cio de nue­stro pro­ce­so eman­ci­pador, quien más había insis­ti­do al ya renom­bra­do patri­o­ta, res­i­dente en esa ciu­dad, para que regre­sara a Venezuela a par­tic­i­par de la ges­ta que recién se ini­cia­ba y por la que Fran­cis­co de Miran­da llev­a­ba ya décadas de pro­mo­ción y de luchas, incluyen­do sus dos fra­casadas incur­siones por las costas vene­zolanas que habían sido repu­di­adas y com­bat­i­das por los man­tu­anos de Cara­cas, cuyos vásta­gos aho­ra encabez­a­ban el movimien­to des­ti­na­do a pon­er fin al dominio español en sus colonias.

Uno de los capí­tu­los más cues­tion­a­dos y con­tro­ver­siales entre Simón Bolí­var y Fran­cis­co de Miranda

Bolí­var visi­ta a Miran­da en su res­i­den­cia, cen­tro de ref­er­en­cia de todos los pio­neros de la lib­er­tad lati­noamer­i­cana, y se delei­ta en su bib­liote­ca, llena de tomos de los más renom­bra­dos autores clási­cos y de la ilus­tración. El pre­cur­sor era ya hom­bre de renom­bre mundi­al, que declar­a­do ene­mi­go de la monar­quía Españo­la, había par­tic­i­pa­do en los dos más trascen­dentes pro­ce­sos lib­er­tar­ios de su tiem­po: la inde­pen­den­cia norteam­er­i­cana y los suce­sos de la Fran­cia rev­olu­cionar­ia, soste­nien­do amis­tad y rela­ciones con lo mas dis­tin­gui­do del mun­do políti­co, mil­i­tar e int­elec­tu­al, por lo que el bisoño Bolí­var que­da pren­da­do de su leyen­da y su per­son­al­i­dad y logra con­vencer­lo de venir a Venezuela a hac­er real­i­dad su sueño de inde­pen­den­cia amer­i­cana y su proyec­to inte­grador de lo que él llam­a­ba la Colombeia.

Miran­da regre­sa a Cara­cas y es elec­to diputa­do por el Pao al con­gre­so con­sti­tuyente de 1811, la ebul­li­ción de acon­tec­imien­tos que se han suce­di­do en Cara­cas no per­mite pre­v­er que ape­nas se está ini­cian­do un pro­ce­so que será largo, cru­el, doloroso y destruc­ti­vo y que durara más de dos décadas para mate­ri­alizarse. A la declaración de Inde­pen­den­cia, asum­i­da el 5 de julio de 1811, se opo­nen impor­tantes provin­cias y los par­tidar­ios del rey, encabeza­dos por una may­oría del clero, desa­tarán una vorágine de con­frontación en una autén­ti­ca “guer­ra civ­il” donde se enfrentan vene­zolanos con­tra vene­zolanos. El ejec­u­ti­vo cole­gia­do pre­vis­to en la primera Con­sti­tu­ción vene­zolana, así como las for­mas fed­erales de gob­ier­no, se mues­tran inefi­caces para pro­por­cionar la unidad y la reac­ción con­tun­dente que per­mi­ta der­ro­tar la reac­ción realista.

Ante la gravedad de los acon­tec­imien­tos que se suce­den unos tras otros, incluyen­do alza­mien­to de esclavos, rea­gru­pamien­to de tropas real­is­tas, cri­sis en las finan­zas del nov­el esta­do y el ter­re­mo­to de 1812, se decide des­ig­nar a Miran­da en base a su larga car­rera mil­i­tar como jefe de los ejérci­tos de la Repúbli­ca y se le encomien­da el ejer­ci­cio de una dic­tadu­ra comiso­ria con poderes plenos que le per­mi­tier­an der­ro­tar a los ene­mi­gos de la Inde­pen­den­cia y sal­var la Repúbli­ca. Y en esa real­i­dad de fuerte force­jeo mil­i­tar con las tropas real­is­tas que coman­da el san­guinario Domin­go Mon­teverde, se pro­ducirá un acon­tec­imien­to que involu­cra a Bolí­var y que deter­mi­nará el colap­so mil­i­tar de la Repúbli­ca: la pér­di­da del Castil­lo de Puer­to Cabel­lo, que amén de pun­to clave para las comu­ni­ca­ciones y apro­vi­sion­amien­to de las tropas, res­guard­a­ba el may­or depósi­to de muni­ciones y pertre­chos de guer­ra de las tropas lib­er­ta­do­ras, y el cual se pro­du­jo por un des­cui­do inex­cus­able del joven coro­nel Bolí­var. Miran­da al enter­arse del desas­tre mil­i­tar pro­nun­cia en francés su céle­bre frase: “…Venezuela está heri­da en el corazón”, mien­tras Simón Bolí­var, sabién­dose respon­s­able de esa situación entra en esta­do de depre­sión y en car­ta al gen­er­alísi­mo le expre­sa que no se siente en condi­ciones de “man­dar ni a un solo soldado”.

Miran­da, aún dispone de medios béli­cos sufi­cientes para resi­s­tir, pero la desmor­al­ización de las tropas, las con­tin­uas deser­ciones y los alza­mien­tos de negros en las costas del litoral, lo agra­vian de áni­mo, por lo que a fin de evi­tar la pro­lon­gación de la con­tien­da, con su cos­to de vida y ruina mate­r­i­al, decide pre­via con­sul­ta con los rep­re­sen­tantes de los otros poderes públi­cos, solic­i­tar a Mon­teverde un armisti­cio, para lo cual comi­siona a su sec­re­tario de guer­ra José de Sata y Bussy y al teniente coro­nel Pedro Aldao, como plenipo­ten­cia­r­ios para nego­ciar los tér­mi­nos de un acuer­do que sus­pen­da las hos­til­i­dades. Mon­teverde, acep­ta nego­ciar y luego de obje­ciones, prop­ues­tas y nuevas nego­cia­ciones se fir­ma la capit­u­lación el 25 de julio de 1812.

El acuer­do incumpli­do en su total­i­dad por el zángano de Mon­teverde, preserv­a­ba la lib­er­tad, bienes y los movimien­tos de los jefes patri­o­tas, autor­iz­a­ba el inter­cam­bio de pri­sioneros, y otras cláusu­las mag­nán­i­mas; sin embar­go un sec­tor de jóvenes ofi­ciales encabeza­dos por Simón Bolí­var y del cual for­man parte Miguel Peña, De las Casas, Mon­til­la, Castil­lo, Carabaño y Valdés entre otros, acu­san a Miran­da de traidor y de quer­er escapar del país lleván­dose el rema­nente de los cau­dales públi­cos, por lo que el futuro Lib­er­ta­dor pro­pone su cap­tura y fusil­amien­to como escarmien­to por su con­duc­ta. Manuel de las Casas, jefe de la guar­ni­ción de la Guaira, se opone al fusil­amien­to pero acep­ta apre­sar­lo y entre­gar­lo a las autori­dades Españo­las. La madru­ga­da del 31 de julio de 1812, cuan­do tenía pre­vis­to par­tir al amanecer, el pre­cur­sor es des­per­ta­do por el grupo de com­plota­dos, a quienes al recono­cer­los les espe­ta: “bochinche, bochinche, esta gente solo sabe bochinche”.

Bolí­var jamás se arre­pin­tió de haber apre­sa­do a Miran­da, por el con­trario man­tu­vo resen­timien­to con de las Casas, porque en vez de per­mi­tir­les fusilar­lo por traidor, optó por entre­gar­lo a los jefes españoles, lo que de todas man­eras le sig­nificó su dece­so 4 años mas tarde en la prisión del arse­nal de la Car­ra­ca. Wil­son y O’Leary, sus ede­canes Irlan­deses, dan fe en sus memo­rias de que el Lib­er­ta­dor ni en sus días finales renegó de su posi­ción frente al pre­cur­sor de la Inde­pen­den­cia Americana.

Tomado de eneltapete.com

CorreodeLara

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