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De Barquisimeto a Cabudare

Félix Martínez Vásquez
Escritor

Venga, introdúzcase en el túnel del tiempo y acompáñeme en este fabuloso viaje. En nuestra memoria siempre hay un pasado que quiere volver al presente


Voy de Bar­quisime­to a Cabu­dare, lo haré cam­i­nan­do y así espero regre­sar. Ini­cia­ré mi recor­ri­do des­de el zan­jón de Bar­rera. Me ubi­co en el año de 1949; pero la magia de los recuer­dos puede hac­erme saltar a los dece­nios del futuro, has­ta lle­gar al agi­ta­do y com­pli­ca­do siglo XXI. En la calle 17, bajo al fon­do del zan­jón y camino has­ta la calle 14. Sal­go de él y camino has­ta la calle 12. Bajo al pro­fun­do Bar­ran­co cer­ca del Anti-Tuber­cu­loso y andan­do con difi­cul­tad, llego has­ta el sec­tor lla­ma­do Las Dos Vías.

Subo has­ta la calle, hacia el sur aparece el exten­so Valle del Tur­bio, tomo rum­bo hacia el Este, bus­co el sec­tor Cruz Verde, para tomar el camino que me lle­vará al río Tur­bio y andar por el viejo camino de Tara­bana, que me con­ducirá a Cabu­dare, entran­do por su parte Oeste. Dicen que en la baja­da hacia el río aparece un míti­co per­son­aje, a quien lla­man Som­brero Blanco.

Espero encon­trar­lo por allí, dicen que posee el don de la ubicuidad, que lo han vis­to en la Cruz Verde y al mis­mo tiem­po, otros dicen que esta­ba sen­ta­do bajo la fron­dosa cei­ba de El Cara­balí. No ten­go suerte, llegué al camino de Tara­bana y el hom­bre no apareció.

Paso del río Tur­bio por el camino real denom­i­na­do Samurobano, que iba des­de Bar­quisime­to a Cabu­dare. En la grá­fi­ca, dos vehícu­los Ford Mod­e­lo T. Se obser­va a Don Daniel Yepes Gil, recosta­do en uno de los auto­mo­tores. C. 1920

Me aden­tro en pre­dios de la Hacien­da Tara­bana y su caserío, y me deten­go a obser­var la antigua fábri­ca, que fue el primer cen­tral azu­carero de la región, propiedad de los Yepes Gil; prosi­go has­ta el trapiche de San Mar­cos y hay molien­da. En una vie­ja máquina trit­u­ran la caña de azú­car, para extraer su jugo. Lo que que­da de la caña, se usa como com­bustible para encen­der grandes hornos, sobre los cuales se alzan enormes pailas de cobre, donde va a parar el jugo extraí­do de la caña. Un tra­ba­jador, descal­zo y sin camisa, usan­do sola­mente un cor­to pan­talón, mueve con una larga pale­ta de madera, el hirviente néc­tar de la caña, has­ta obten­er el tem­ple nece­sario para hac­er el papelón. Sobre una hoja de tárta­go, me obse­quian una por­ción de esa dulce pas­ta, todavía a alta tem­per­atu­ra. Mel­cocha, la llam­a­ba “el chi­vo Rodríguez” y es un ver­dadero man­jar de dioses.

Prosi­go mi ruta y entro a Cabu­dare, por el Oeste, estoy en el puente Lib­er­ta­dor. Mi inten­ción es lle­gar has­ta el mon­u­men­to de La Cruz, subi­en­do por la aveni­da Lib­er­ta­dor y bajar luego por la calle Juan de Dios Ponte o calle Com­er­cio, para empren­der el regre­so a Bar­quisime­to. Cer­ca del puente, a mi izquier­da aparece la capil­la del Nazareno; pero está cer­ra­da. A mi derecha, una casa de adobes con pare­des blan­cas, puer­tas y ven­tanas de col­or verde, es la pulpería de Don Ben­i­to Escalona.

Camino hacia El Molino, hacienda de Don Daniel Yepes Gil, con asiento en el Valle del río Turbio
Camino hacia El Moli­no, hacien­da de Don Daniel Yepes Gil, con asien­to en el Valle del río Turbio

Con­tin­uan­do mi cam­i­na­ta veo a una anciana bar­rien­do el frente de una casa con una esco­ba de amar­goso. A esa seño­ra, la conoz­co. Es Car­men, la esposa de Don Abelar­do Castel­lanos, pre­gun­to por su esta­do de salud; pero no obten­go respues­ta. Un transeúnte me dice que no oye, que está sor­da. Al lado de la casa está des­col­ori­do y lleno de pol­vo el DODGE 28 que Don Abelar­do con­ducía en sus via­jes a Bar­quisime­to, subi­en­do la emp­ina­da cues­ta de San­ta Rosa. El auto es de col­or negro con tapicería roja y es el mis­mo que el poeta Adelis Colom­bo, men­ciona en su Cabu­dare de Ayer, “y aquel Dodge 28, en el que tan­to paseé, que lin­do era mi pueblo aquel de mi niñez…”. El auto, ya expiró su vida útil al igual que la de Don Abelar­do, quien fal­l­e­ció hace tres días. Veo ade­lante la vie­ja casona de los Piñero. Con Don Miguel y Don Diego y la descen­den­cia: Gui­do, Eddy y Hugo; pero no debo deten­erme el camino está al frente y todavía no perci­bo el mon­u­men­to de La Cruz. Con­tinúo mi ruta, ade­lante apare­cen las pulperías de Pabli­to y Chico Pérez, con sus viejos estantes casi vacíos, no hay casi nada que vender. La situación está mala y no hay cir­cu­lante. No hay dul­ces criol­los, ni las con­ser­vas de coco que hacen las her­manas Meleán, ni los “besi­tos “de leche de la niña Riquil­da ni las cucas de María Bravo. 

Ade­lante hay un anun­cio que dice, Bar­bería Poto­sí, allí me deten­go. Es la bar­bería más vie­ja de Cabu­dare y ahí está él. Es Jesús María Agüero, el pop­u­lar “Loco Lin­do” un ver­dadero mae­stro uti­lizan­do las tijeras “Bar­ril­i­to” y el molesto Zig Zag. Al verme me pre­gun­ta por mi her­mano Rafael Daniel, le digo que fal­l­e­ció recien­te­mente, dos grue­sas lágri­mas brotan de sus ojos, casi cubier­tos por la ter­ri­ble catara­ta. Un fuerte abra­zo, mar­ca mi des­pe­di­da, pre­sien­to que esta será la últi­ma vez que nos veamos.

Aveni­da Lib­er­ta­dor de Cabu­dare. En primer plano el puente Patiño o San Nicolás, con­stru­i­do en 1865

Ade­lante aparece la vie­ja casona de las her­manas Meleán, debo entrar a salu­dar­las. Al lle­gar a la sala las veo sen­tadas en un pequeño ban­co. Hay una ame­na con­ver­sación entre la niña María y la niña Gra­ciela, son­ríen al verme y me pre­gun­tan por Arman­do. Hace tiem­po que nada sé de él. Me con­ducen has­ta una habitación y entramos en ella. La oscuri­dad de la amplia habitación es ape­nas inter­rump­i­da por la luz de un cabo de vela que alum­bra la ima­gen de San Judas Tadeo. Allí se sen­ta­da en un sil­lón está la niña Isabel, con más de noven­ta años de edad, es la may­or de las her­manas. Su mira­da parece estar per­di­da en el infini­to, pues el tiem­po le arrebató la luz de sus ojos. Tomo entre mis manos las suyas del­gadas y frías, le digo quien soy y una leve son­risa aparece en su ros­tro. Me pre­gun­ta por la salud de mi padre. Un fuerte olor a men­tol inun­da el recin­to. Sobre la arru­ga­da frente de la niña, cubier­ta con men­tol está adheri­da una hoja de Sal­va Real, dice que esto le cal­ma el dolor de cabeza. 

De nue­vo estoy en la calle. Al frente, la vie­ja bot­i­ca, a mi izquier­da la plaza y un camino de tier­ra que con­duce a la calle de La Chan­cle­ta. Atravieso la plaza y me deten­go frente a la entra­da del tem­p­lo San Juan. Perci­bo un fuerte olor a cam­bur maduro, es la señal que me indi­ca que estoy cer­ca de la pulpería de Don Pedro Lamai­da. Veo el Cen­tro de Salud y una vie­ja y empolva­da car­retera que con­duce a Bar­quisime­to, vía Cubas. Veo la casa de la famil­ia Gudiño y recuer­do que por allí hay un sitio que lla­man Bar­ran­cas. Miro al sur y apare­cen el botiquín de Juan Bra­vo y la bode­ga de Don Viche, al fon­do el viejo cemente­rio. Allí reposan los restos de mis her­manos: Blan­ca Auro­ra, Ligia y Luis Guillermo.

BREVE DESCRIPCIÓN DE LA FOTO: Aparece el tem­p­lo de San Juan, a su izquier­da la Casa Cur­al y la pulpería de Don Pedro Lamai­da. Al frente del tem­p­lo, la plaza Bolí­var y en diag­o­nal, ¡el botiquín de Juan Bra­vo y la bode­ga de Don Viche! ¡Qué fotografía! Foto: Colec­ción CorreodeLara

Por la acera izquier­da, prosi­go rum­bo al este. Ahí está el mer­ca­do y la Casa de Gob­ier­no, no sé si ahí está el poder munic­i­pal o la autori­dad civ­il; pero así la lla­man. Paso por el Cine Juares, solo fun­ciones noc­tur­nas, el local no tiene techo. A las puer­tas de cine, está el negro Var­gas. Es el encar­ga­do del cine y el que mane­ja el viejo proyec­tor de pelícu­las. Me invi­ta para que asista a la fun­ción de hoy, se lla­ma “Allá en el Ran­cho Grande”, dice que es muy bue­na y que en ella hay un con­tra­pun­teo entre Tito Guízar y Loren­zo Barce­la­ta. Decli­no la invitación y prosi­go, ya veo el mon­u­men­to de La Cruz. Unos met­ros más ade­lante me con­si­go con el pár­ro­co, el padre Fer­nan­do Fal­cón, lo salu­do y le pido la ben­di­ción. Noto movimien­to en una vie­ja casona, están mudan­do la Escuela Eze­quiel Bujan­da a su nue­va sede. Ando y por fin llegué a La Cruz. Respiro hon­do y doy media vuelta, miró hacia el Oeste por allí, toman­do la calle Juan de Dios Ponte o Com­er­cio, debo regre­sar para tomar el camino de Tara­bana y volver a Bar­quisime­to. Me sien­to cansa­do y de nue­vo un mun­do de recuer­dos se api­lan en mi memoria.

Me deten­go en el mon­u­men­to de La Cruz y miro hacia el Este, veo solo pas­to y monte. El viejo camino que va a Los Ras­tro­jos y la car­retera negra que va a Sarare y a los llanos occi­den­tales. Giro media vuelta, diri­jo mi mira­da hacia el Oeste y a mi izquier­da aparece una de las últi­mas vivien­das del sec­tor, voy hacia ella. Toco la vie­ja puer­ta y aparece una mujer. Es la Seño­ra María Cama­cho, esposa de Pablo Bar­rios. Salu­do y pre­gun­to por Pablo, me dice que no está, que anda alfa­bet­i­zan­do. Enseñan­do a leer y a escribir a niños y adul­tos. Anda por un sec­tor que lla­man Las Cojobas. Este hom­bre es un após­tol, es una gran figu­ra del Mag­is­te­rio Cabu­dareño; pero nun­ca ha recibido un reconocimien­to por su labor.

Mon­u­men­to La Cruz de Cabu­dare. Colec­ción CorreodeLara

Más ade­lante, la tien­da La Coro­mo­to, de Don Miguel San­doval. Allí está, midi­en­do y cor­tan­do un metro de lien­cil­lo para un cliente, es Car­ras­co, un viejo man­dadero del pueblo. Paso por la casa de los Rojas. Aquí hay his­to­ria que nar­rar, por eso me deten­go allí. Veo a Pom­pey­i­to, ensayan­do con su trompe­ta una mar­cha fúne­bre para la pro­ce­sión del Jueves San­to; pero allí tam­bién está su padre, uno de los hom­bres de may­or respeto en el pueblo. El hom­bre tiene múlti­ples fac­etas. Es un buen ciu­dadano, mae­stro de escuela, cro­nista, his­to­ri­ador y poeta de alta fac­tura, es él, es Don Héc­tor Rojas Meza. Es padri­no de bautismo de mi her­mana Luz de la Coro­mo­to, fal­l­e­ci­da recien­te­mente a la edad de 84 años. Hace muchos años, pub­licó parte de su obra lit­er­aria en un poe­mario lla­ma­do ARPEGIOS” Porque tú, madre del alma/ — [] sub­limán­dote abne­ga­da / de tus fae­nas olvi­das / y haces tuyo el amor. No lo puedo evi­tar, de nue­vo se me arrugó el corazón. Tam­bién veo a Pablo, encen­di­en­do una vela. Esa famil­ia, cus­to­dia la sagra­da ima­gen de La Humil­dad y Pacien­cia, la mis­ma que los lunes San­to, recorre en pro­ce­sión algu­nas calles del pueblo. 

Camino y pasan­do a la acera derecha, voy rum­bo al Oeste, llego a la pulpería de Don Pedro Miguel Guédez, otro gran cabu­dareño, quizás sea mi pari­ente; pero nun­ca lo sabré. Don Pedro, tiene encen­di­do su viejo radio de tubos, mar­ca Tele­funken y se oye esta melodía: Cuan­do lle­ga el amor / y enciende su lla­ma en un corazón / se olvi­dan las penas / y se vuelve todo un sueño / soñan­do a cada instante / con tan­tas cosas bel­las. Es la voz del cabu­dareño, Adelis Colom­bo, inter­pre­tan­do un tema de su cosecha, Cuan­do el amor lle­ga. Don Pedro Manuel, tam­bién lle­va sobre sus hom­bros una gran respon­s­abil­i­dad, es cus­to­dio de la ima­gen de Jesús en la Cruz y del Sepul­cro. La ima­gen de Jesús Cru­ci­fi­ca­do recorre las calles del cen­tro del pobla­do en solemne pro­ce­sión los Jueves San­to. Luego, Cristo es baja­do de la Cruz y su cuer­po es colo­ca­do en un sepul­cro. La cer­e­mo­nia es impre­sio­n­ante. El Viernes San­to salen en pro­ce­sión por las calles; La San­ta Cruz, Jesús en el Sepul­cro y las imá­genes de La Dolorosa y San Juan.

MONUMENTO LA CRUZ CABUDARE 18-12-1973. Archi­vo Diario EL IMPULSO

Escribiré a futuro unas líneas para nar­rar la con­mem­o­ración de la Sem­ana San­ta en mi ter­ruño. Reto­mo la acera izquier­da, veo al señor Remi­gio Valles, con un paño quitán­dole el pol­vo a su camione­ta de “tabli­tas”, con ella hace via­jes de ida y vuelta a Bar­quisime­to. Pero algo extraño sucedió que me con­funde. Hace días, una hija de Don Remi­gio, se comu­nicó con­mi­go y dijo que su padre nun­ca tuvo una camione­ta “de tabli­tas”. Tal vez, exista con­fusión cuan­do empleo la expre­sión “de tabli­tas”. Era una camione­ta, cuyas puer­tas venían cubier­tas con lis­tones de madera. La recuer­do, si exis­tió y via­jé en ella. En 1949, padecí de una ter­ri­ble fiebre, decían que era una fiebre palúdi­ca. Me trasladaron a Bar­quisime­to has­ta el con­sul­to­rio del Dr. Men­doza Man­zanil­la, en la car­rera 20 y luego fui traslada­do a la res­i­den­cia de mis her­manas, las Vélez, cer­ca del Puente Bolí­var. Estos trasla­dos, así como mi regre­so a Cabu­dare se hizo en esa camione­ta y el con­duc­tor era Don Remi­gio Valles. Del otro lado de la acera está la sede de la escuela Eze­quiel Bujan­da, una pléyade de egre­gias fig­uras del mag­is­te­rio, lab­o­ran allí. Los edu­cadores: Héc­tor Rojas Meza, Fran­cis­co José (Coché) Rojas, Mar­bel­la de Madrid, Reina Calderón de Fer­rer, Pablo Bar­rios, César Per­al­ta y Emigdio José Ramos.

Después de la escuela, aparece el viejo caserón de la famil­ia Cama­cho. Allí está la seño­ra Ata­la, con su descen­den­cia: Pedro, Jose­fa, Coro­mo­to y Riquildita. Tam­bién está ya entra­da en años la niña Riquil­da Casamay­or. Es cos­tur­era de alta fac­tura y además, cus­to­dia de la sagra­da ima­gen de Jesús en el Huer­to, ven­er­a­da ima­gen que sale en pro­ce­sión el Domin­go de Ramos. Ade­lante está la casa de la famil­ia Aldana, entro al recin­to a salu­dar, hay visi­ta y me tropiezo con Don Ricar­do Basti­das y un del­ga­do joven que se lla­ma Darío, Dar­ií­to; así lo lla­man y es cul­tor y admi­rador de los dios­es, Baco y Dion­i­sio. Debo ori­en­tarme, no me puedo extraviar de mi ruta. Paso a la otra acera. Estoy en calle Juan de Dios Ponte o calle Com­er­cio, como la denom­i­na Waldino Fer­rer, camino de Este a Oeste, estoy para­do en la esquina sureste, a tan solo unos tre­scien­tos met­ros del puente Lib­er­ta­dor, que algunos lla­man Puente Patiño.

Don Héc­tor Rojas Meza acom­paña al Nazareno de Cabudare

A mi izquier­da aparece la casa de la famil­ia Madrid. Allí está Don Abelar­do, su esposa la seño­ra Mar­bel­la y su pro­le: Arman­do, Antoni­eta (Toña) y Lil­ian. Viene en camino un niño varón, como decían los antigu­os escri­bi­entes del Reg­istro Civ­il, el nom­bre de Gilber­to se men­ciona para la nue­va criatu­ra, no sé si así ocur­rirá. Al lado, un viejo y enorme caserón. Su solar ter­mi­na en un añe­jo portón que está en la otra calle , hacia el sur y cuyo nom­bre no recuer­do. Allí nací y var­ios de mis her­manos tam­bién. Allí estu­vo, en su eta­pa final, la bot­i­ca de mi padre. Un expen­di­do de Med­i­c­i­nas, como lo indi­ca un viejo cer­ti­fi­ca­do, expe­di­do en Cara­cas, por la autori­dad com­pe­tente en el año de 1926. Mi padre, Félix Martínez Irazábal y su cuña­do el Dr. Manuel Fer­rer, fueron los primeros bot­i­car­ios (Así los llam­a­ban) de Cabu­dare. Fer­rer, muere joven. El palud­is­mo se lo llevó y no dejó descen­den­cia. Mi padre en 1950 sufre un der­rame cere­bral y el expen­di­do de med­i­c­i­nas desa­parece. Mi her­mano may­or, Rafael Daniel nació en esa casa. Algo ten­go que decir de él.

En el canal YouTube, hay una serie de videos ded­i­ca­dos a Cabu­dare. En uno de ellos, Cabu­dare de Ayer III, aparece el mae­stro y cro­nista Casamay­or hablan­do sobre la edu­cación en Cabu­dare. Dice que, en tiem­po pasa­dos, no había cen­tros de edu­cación media en el pueblo. Pero que un joven de apel­li­do Martínez, estu­di­a­ba Secun­daria en Bar­quisime­to. Se iba todos los días a pie, cruz­a­ba el Tur­bio, sub­ía por la cues­ta de Tara­bana para lle­gar has­ta el Cole­gio La Salle. Así obtu­vo su anhela­do cer­ti­fi­ca­do que lo acred­ita­ba como bachiller de la Repúbli­ca. Ese esfuer­zo no fue en vano. Rafael Daniel se fue a la cap­i­tal a la gran Cara­cas, en su car­rera de estu­di­ante, obtu­vo más de diez títu­los uni­ver­si­tar­ios, todos con máx­i­mo hon­ores. Esto es increíble. Pero más increíble es que frisan­do los 80 años de edad, en la ilus­tre Uni­ver­si­dad Cen­tral de Venezuela (La casa que vence las som­bras) recibió el títu­lo de doc­tor en Filosofía, men­ción Suma Cum Laude. En la larga his­to­ria de nues­tra máx­i­ma Casa de Estu­dios, solo se han otor­ga­dos cua­tro títu­los de esta dis­ci­plina con esa distinción.

Este cabu­dareño es uno de ellos, ha sido el últi­mo en lograr­lo. Rafael Daniel, ya no está con nosotros. Se marchó a la edad de 94 años, en la ciu­dad de Pam­patar. Me sien­to mal, sufro de una fuerte car­diopatía isquémi­ca y estos recuer­dos me debil­i­tan; pero todavía hay camino que recor­rer para volver a Bar­quisime­to. Sal­go a la calle y en diag­o­nal está la res­i­den­cia de la famil­ia Par­ra. Allí está la pare­ja con­for­ma­da por Ana Berta y su esposo Don José. Apare­cen algunos de sus hijos: Luisa, Rodri­go, Agusti­na, Otilio, Andrés y otros que no conoz­co. En esa casa, ocur­rieron dos hechos que alter­aron la paz del pueblo, pero hoy no los con­taré. Tam­bién apare­cen las res­i­den­cias de Don Clemente Hernán­dez y la de Felipe Ponte. Este últi­mo, el primer enfer­mero de Cabu­dare, que­do en deu­da con él, debí dedi­car­le unas líneas, lo haré próximamente.

Don Felipe Ponte, el enfer­mero más antiguo de Cabu­dare, al centro

Sigo hacia el puente y tropiezo con Don Vidal Hernán­dez, me recla­ma. Dice que lo ten­go olvi­da­do. Cer­ca de VARA Y VE, con­si­go a la vie­ja Amalia, una especie de Ver­a­gacha; pero cabu­dareña. Va con lento andar, lle­va un pie descal­zo y sobre la cabeza un rol­lete azul, sobre el cual se alza una caja llena de ramas secas, chamizas. Apoya un hom­bro sobre la pared para cam­i­nar, su visión es escasa. Va al cen­tro, bus­can­do un buen samar­i­tano que la provea de ali­men­tos y agua. Andan­do, llego a la pulpería de Don Pedro Car­ril­lo, mi padri­no de bautismo. Pido la ben­di­ción y me ofrece un refres­co que cam­bio por un vaso de agua. 

Al frente, casi ocu­pan­do la vie­ja calle que va hacia el sur, está una vie­ja can­cha de jugar bolos. Se cel­e­bra una par­ti­da entre Cruz Mario Per­láez y Nay­ibe Bor­jes. Tam­bién está Zar­ján, a quien todos lla­man, “el chi­vo Bor­jes”, le pre­gun­to por su her­mana, Arcy Eno­bis, responde que está mal de salud. Cer­ca de la can­cha, hay un destar­ta­l­a­do ran­cho de bahareque. Allí vive una vie­ja “Comadrona” del pueblo con su hija. Esta últi­ma se lla­ma Vic­to­ria y la anciana Micaela Melén­dez. Ella cortó mi cordón umbil­i­cal y lo enter­ró en el patio del ran­cho. Lo hizo para ahuyen­tar a un mal espíritu que rond­a­ba el patio en las noches y no la deja­ba dormir. Por fin, alcan­zo el puente Lib­er­ta­dor, tomo la ruta hacia Bar­quisime­to; pero en ese tran­si­tar algo está por suceder.

Avan­zo por Tara­bana, cru­zo el Tur­bio y comien­zo a subir la emp­ina­da cues­ta que me lle­vará a Samu­rubano y a La Cruz Verde. En la cima de la cues­ta, hay una gran roca que bor­dea el angos­to camino y ahí está él. De eso no hay duda, es el míti­co Som­brero Blan­co, al fin ten­dré la opor­tu­nidad de cono­cer­lo. Para­do sobre la roca, su figu­ra luce impre­sio­n­ante. Usa ropa negra con som­brero blan­co y sobre su cuel­lo lle­va ata­da una pañuele­ta roja, cuyas pun­tas se mueven gra­ciosa­mente por la fuerte brisa que viene del valle. Paso frente a él y me salu­da. Me pre­gun­ta hacia dónde voy y me pide le acom­pañe a su casa para obse­quiarme un vaso de agua fil­tra­da, invitación que acep­to sin vac­ilar. Cam­i­namos un cor­to tre­cho y entre car­dones y tunas, aparece un pequeño ran­cho de bahareque, entramos en él. Sobre una mesa, hay dis­eca­dos: sapos, ranas, pájaros y cule­bras. Me dice que no están muer­tos y que él sabe cómo regre­sar­los a la vida.

Caserío Tara­bana, camino real Bar­quisime­to-Cabu­dare. Foto Améri­co Cortez, cro­nista de Cabudare

Esto me ate­moriza, creo que este suje­to anda desqui­ci­a­do. Me ofrece el vaso con agua, me dice que ayer, llenan­do la pimp­ina para recoger­la, en la oril­la del Tur­bio, lo mordió una mapanare, rabo frito. Me dice que per­maneció todo el día, tira­do en la are­na, sin vida; pero que en la noche, usan­do mági­cos poderes, volvió a la vida. Otra vez sen­tí miedo y le man­i­festé que me iba, tenía que apresurar mi regre­so a casa. El suje­to se ofrece a acom­pañarme has­ta la Cruz Verde.

Comen­zamos a andar, colo­ca una de sus manos sobre uno de mis hom­bros y me pre­gun­ta si yo estu­dio. Mi respues­ta es afir­ma­ti­va y esto me dijo: “La Edu­cación des­pre­cia lo cotid­i­ano y enve­ne­na el alma. Ale­ja al hom­bre de lo ter­re­nal y lo ele­va en bus­ca del conocimien­to. La edu­cación le roba al niño su inocen­cia. Al hom­bre lo engrandece, lo vuelve sober­bio y quiere pare­cerse a Dios”. Estas pal­abras me infundieron más miedo. De pron­to, una fuerte brisa hace caer al camino mi vie­ja y desteñi­da gor­ra que uso para pro­te­germe del sol, me aga­cho y la reco­jo; pero al lev­an­tarme, mi extraño acom­pañante no está, había desa­pare­ci­do. Muy asus­ta­do llegué a casa.

Pla­neo volver a Cabu­dare otra vez; pero por el camino de Samu­rubano, jamás. La próx­i­ma vez, tomaré el camino de los indí­ge­nas y bajaré has­ta San­ta Rosa, me san­tiguaré frente a la Div­ina Pas­to­ra, y pros­eguiré, porque por allí, ¡lle­garé a Cabudare…!

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

Un comentario en «De Barquisimeto a Cabudare»

  • Exce­lente doc­u­mentación soy de Lara bar­quisimetana y me encan­ta cono­cer de nue­stro bel­lo esta­do, hoy día muy lejos de mi ama­da Venezuela ?? espero sigan pub­li­can­do estas his­to­rias que enrique­cen el acer­vo cul­tur­al de nues­tra her­mosa región … felicitaciones

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