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Páez y Gómez eran aficionados a las peleas de gallos

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisalbertoperozopadua@gmail.com
IG/TW: @LuisPerozoPadua

Las peleas de gallos en Venezuela forman parte de las tradiciones españolas que llegaron en tiempos de la colonia. Páez y Gómez, así como otras reconocidas figuras de la política, fueron aficionados a las galleras


No había tran­scur­ri­do ni cin­co min­u­tos cuan­do el gal­lo del gen­er­al José Anto­nio Páez se pos­a­ba vic­to­rioso sobre su opo­nente, mostran­do su afi­la­do pico rebosante de san­gre al tiem­po que cacare­a­ba exci­ta­do como anun­cio de que sus enve­ne­nadas espuelas habían agu­jerea­do el cuer­po inerte de su rival en una riña con olor a aguar­di­ente, algar­abía y estrepi­tosos gritos.

Los primeros gal­los que lle­garon a Venezuela fueron traí­dos por los con­quis­ta­dores españoles, porque en la Améri­ca no existían gal­los de pelea. Por con­sigu­iente, la his­to­ria de las peleas de gal­los es tan antigua como el país mis­mo, afir­ma el cro­nista Oscar Yánes, agre­gan­do que ese even­to es una de las tradi­ciones más arraigadas en todo el ter­ri­to­rio nacional.

El his­to­ri­ador Igor Bar­reto, escribe que las primeras peleas de gal­los se realizaron en la isla de Nue­va Espar­ta en el año de 1569, época en que esta prác­ti­ca se eje­cuta­ba en los solares y en las calles.

Tiem­po después, las autori­dades españo­las, en un inten­to de fre­nar las apues­tas y los pleitos, que muchas veces eran a machete y cuchil­los con sal­dos mor­tales y heri­dos de gravedad, estable­cién­dose entonces una reglamentación que para poder realizar una o varias peleas de gal­los, debían solic­i­tar per­miso y asen­tar los nom­bres de los espec­ta­dores, y quienes asistían a estos even­tos violan­do la orde­nación jurídi­ca, eran persegui­dos y a los que logra­ban cap­turar, los con­fin­a­ban entre cua­tro a seis meses en la for­t­aleza de La Guaira.

En el caso de que las autori­dades lla­garan a enter­arse que se realizaron peleas de gal­los clan­des­ti­nas, comen­z­a­ban a inves­ti­gar el lugar y quiénes asistieron. A los impli­ca­dos los con­den­a­ban a tra­ba­jos forza­dos en las for­ti­fi­ca­ciones de Puer­to Cabello.

El gallero más insigne 

Oscar Yánes sostiene que, en el siglo XIX el deporte más pop­u­lar en Venezuela era las peleas de gal­los, por con­sigu­iente, nota­bles per­son­al­i­dades de la colo­nia, espe­cial­mente los man­tu­anos, aupa­ban esta activi­dad y la for­t­alecían con grandes apues­tas «lo que hacía de este deporte un even­to apetecible”.

En aquel entonces — men­ciona el cronista‑, el gallero más sig­ni­fica­ti­vo en la his­to­ria de Venezuela fue el gen­er­al José Anto­nio Páez, indi­can­do que John Gus­tavus Adol­phus Williamson, primer Encar­ga­do de Nego­cios de Esta­dos Unidos en el país, pre­sen­tan­do sus cre­den­ciales ofi­cial­mente el 30 de junio de 1835, apun­tó que el pres­i­dente de la «nue­va Repúbli­ca» lo recibió en su casa de habitación mien­tras prepara­ba unos gal­los de pelea.

Agre­ga como dato curioso que Páez tenía una gallera pri­va­da en la propia casa y que, al momen­to de recibir­lo, se encon­tra­ba sin tra­je ni cor­ba­ta, con una camisa, un chale­co enci­ma y calz­a­ba unas pantuflas.

Señala que el pres­i­dente acari­cia­ba con­stan­te­mente los gal­los, los care­a­ba, les daba de com­er y luego los pesa­ba. Williamson había naci­do en Car­oli­na del Norte en 1793. Fijó su res­i­den­cia en Puer­to Cabel­lo cuan­do le otor­garon, más tarde, el car­go de cón­sul que ejer­ció por ocho años. 

 

Diplomáticos apostadores

En una opor­tu­nidad arrib­aron al puer­to de La Guaira un grupo de diplomáti­cos ingle­ses que venían con la mis­ión de obser­var el nue­vo Gob­ier­no de Venezuela. Páez, envió para estos sus mejores car­ru­a­jes y dio instruc­ciones para que fuer­an trata­dos con la may­or de las con­sid­era­ciones durante el via­je a Caracas.

Pero el rumor que cor­rió ráp­i­da­mente fue que el cuer­po diplomáti­co, en vez de dedi­carse a reparar los asun­tos de Esta­do, se encer­raron una sem­ana en la casa del primer man­datario nacional para jugar y apos­tar a los gallos.

Al ter­mi­nar la exten­u­ante jor­na­da, Páez se sin­tió muy orgul­loso al ten­er como invi­ta­dos a los caballeros ingle­ses, afir­man­do en su Auto­bi­ografía que estos can­cilleres eran per­sonas «muy edu­cadas y elocuentes», adi­cio­nan­do que Páez quedó muy triste porque había per­di­do seis mil pesos. «Yo pens­a­ba que como eran ´musi­ues´ no tenían el tac­to para los gal­los, pero ter­mi­naron dom­i­nan­do el juego más que yo», copia Páez.

Páez fue quien dic­tó el primer Decre­to sobre gal­los, en donde se estable­ció que la máx­i­ma autori­dad en la gallera es el juez, por tan­to, disponía de la sufi­ciente autori­dad para impon­er el orden e inclu­so ordenar la deten­ción inmedi­a­ta y lle­varse para el ras­tril­lo a los alboro­ta­dores o mala­pa­ga, pues tenía a su dis­posi­ción var­ios ofi­ciales de policía. Las deci­siones del juez ‑según reglamen­to de Páez‑, son inapelables, orde­namien­to que aun hoy se mantiene.

Era frecuentada por Gómez

Yánes ase­gu­ra que la gallera más afama­da de Venezuela era la de la esquina de Socar­rá. Otra sería la de Anto­nio Pimentel, ubi­ca­da de Col­iseo a Peinero. Era ami­go per­son­al del Ben­eméri­to y entre­nador de gal­los de los Gómez.

Estas galleras eran esce­nario de vio­len­tos des­en­cuen­tros. Además, no falta­ban los mal­os perde­dores que, al momen­to del ines­per­a­do revés, intenta­ban salir en fuga, lo que alter­a­ba a los tri­un­fadores que inmedi­ata­mente ejer­cían el lengua­je uni­ver­sal para resolver los conflictos.

En aque­l­la Venezuela de 1930, el gen­er­al pres­i­dente Juan Vicente Gómez, jun­to a su com­padre preferi­do vis­ita­ban con fre­cuen­cia la gallera de Pimentel, para dis­fru­tar de largas ron­das de apues­tas a las peleas de gal­los propiedad del Ben­eméri­to, quien si no gan­a­ba la empataba.

Los gal­los de «los gomeros» venían de Puer­to Rico, que en su may­oría eran rega­los de sus aduladores,

Cuan­do el primer gob­ier­no de Rafael Caldera se había proyec­ta­do con­stru­ir una autopista que pasaría jus­to por el hoy Par­que res­i­den­cia Sanabria y por ende jus­to por el medio de la céle­bre gallera de Pimentel, en donde el Ben­eméri­to quedó inmor­tal­iza­do en una fotografía, pero la obra no se pudo eje­cu­tar por la fér­rea oposi­ción de los veci­nos que defendieron aquel pat­ri­mo­nio de la Cara­cas de antaño.

 

CorreodeLara

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