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El increíble secreto del Dr. James Barry, planeado por Francisco de Miranda

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisalbertoperozopadua@gmail.com
IG/TW: @LuisPerozoPadua

 Practicó la primera cesárea efectiva de la historia, y su secreto no se descubrió hasta después de su muerte


Estu­pe­fac­ta, inmóvil y a pun­to de desvanecerse estu­vo Sophia Bish­op, encar­ga­da de preparar los cuer­pos de una famosa funer­aria ingle­sa, tras obser­var el esta­do del cuer­po del afama­do médi­co irlandés James Bar­ry, aquel 25 de julio de 1865.

Aun per­tur­ba­da, inten­tó cor­rer para deve­lar el macabro des­cubrim­ien­to, pero debido a la gravedad del asun­to, decidió con­tar su hal­laz­go después de amor­ta­jar al renom­bra­do ciru­jano, con­fe­sión que el propi­etario de pom­pas fúne­bres guardó has­ta con­suma­do el funeral.

 

 


El doc­tor James Miran­da Stu­art Barry
era excén­tri­co, pero nadie imaginó
que guard­a­ba un increíble secreto

 

 

 

 

 

 

 

 

Ella había cono­ci­do en vida al médi­co: un hom­bre de una apari­en­cia algo extraña, de 1,50 de estatu­ra, del­ga­do, con una nar­iz grande y cabel­lo rubio ceni­zo. Pero nada la preparó para lo que halló.

Por muchos años, el doc­tor Bar­ry había dado instruc­ciones pre­cisas de que, en caso de morir, no lo exam­i­naran y lo enter­raran con el atuen­do que car­gase al momen­to del dece­so. Ese sería su úni­ca peti­ción tes­ta­men­taria, sin embar­go, su deseo no fue respeta­do o sim­ple­mente fue olvidado.

Había alcan­za­do el ran­go de Inspec­tor Gen­er­al de Hos­pi­tales Mil­itares, el más alto ran­go de un médi­co en el ejérci­to británico.

Un poco después de cumplir 70 años, enfer­mó de fiebre amar­il­la y su salud comen­zó a dete­ri­o­rarse ver­tig­i­nosa­mente, motiván­do­lo a regre­sar a Reino Unido, fal­l­e­cien­do un año después en Lon­dres, el 15 de julio de 1865. 

La temible revelación

Cuan­do la seño­ra Bish­op empez­a­ba a reti­rar las ropas del del­i­ca­do cuer­po del Dr. Bar­ry, notó con estu­por que algo no con­cord­a­ba, y al reti­rar las pren­das ínti­mas, ya sus tem­blorosas manos acus­a­ban lo inimaginable.

Todo su cuer­po ‑los gen­i­tales, los senos aplas­ta­dos y su ros­tro sin vel­lo facial- era indud­able­mente femenino.

Uno de los esca­sos retratos que se con­ser­van de James Bar­ry, el pro­te­gi­do del gen­er­alísi­mo Fran­cis­co de Miranda

Por si fuera poco, las pro­fun­das estrías en la piel de su estó­ma­go eran una señal indis­cutible de que había esta­do embaraza­da a una edad muy tem­prana, algo que Bish­op, madre de 9 hijos, reconocía a leguas.

Por más de 50 años James Bar­ry había vivi­do como hom­bre y doc­tor, 46 de ellos en el ejército.

La rev­elación de Bish­op inmedi­ata­mente fue pro­scri­ta y para desvanecer la increíble his­to­ria, el aver­gon­za­do ejérci­to británi­co impu­so un embar­go sobre el his­to­r­i­al mil­i­tar del Dr. James Bar­ry durante 100 años.

Pero el secre­to se fil­tró y fue pub­li­ca­do por primera vez en un diario irlandés el 20 de noviem­bre de 1904, lo que gen­eró toda clase de opin­iones, rumores y leyen­das, que por supuesto, la acad­e­mia y la mili­cia, aprovecharon para desa­cred­i­tar, puesto eran mun­dos exclu­si­va­mente masculinos.

Era un prodigio

Bar­ry mostró des­de muy tier­na edad su pasión por la med­i­c­i­na, ingre­san­do a la Uni­ver­si­dad de Edim­bur­go en 1809. Era un prodi­gio, pues se recibió de médi­co a los 14 años.

Su madre y su tío, el noble David Steuart Ersk­ine, tuvieron que inter­venir en su favor en varias opor­tu­nidades, ya que el ros­tro aniña­do e imberbe del estu­di­ante hacían creer a los pre­cep­tores que era mucho más joven de lo que decía ser.

Al obten­er su licen­cia se alistó como asis­tente de hos­pi­tal para el Ejérci­to Británi­co, par­tic­i­pan­do en la Batal­la de Water­loo y sirvien­do en las colo­nias indias. Así se con­vir­tió en ciru­jano del Ejérci­to y médi­co per­son­al de Lord Charles Som­er­set, gob­er­nador de la Colo­nia del Cabo, Sudáfrica, antes de cumplir 20 años.

Desafió a su época

La vida del Dr. Bar­ry estu­vo per­ma­nen­te­mente salpic­a­da de dis­putas y des­en­cuen­tros con sus supe­ri­ores. Sus enfrentamien­tos con las autori­dades locales y mil­itares eran una con­stante, y en par­tic­u­lar resulta­ba espe­cial­mente lla­ma­ti­vo el que ofrecía el mis­mo tratamien­to a todos sus pacientes, de clase desposeí­das o con sol­ven­cia económi­ca, algo que sin duda era un desafío en la men­tal­i­dad tan cla­sista de la época.

Como ciru­jano del Ejérci­to británi­co había servi­do en var­ios puestos del Impe­rio ‑Ciu­dad del Cabo, Mauri­cio, Mal­ta, Jamaica y Canadá, frentes en donde siem­pre llev­a­ba una bue­na can­ti­dad de libros, colec­ción que iba cre­cien­do ráp­i­da­mente. Era un voraz lector.

El médi­co ciru­jano James Bar­ry jun­to a su per­ro, Psy­che, y su cri­a­do John

Alcanzó la fama al ser el primer ciru­jano que logró realizar una cesárea en la que salvó las vidas de madre e hijo. El niño recibió el nom­bre de James Bar­ry en su hon­or (En ese entonces, la cesárea equiv­alía a una con­de­na de muerte).

En Sudáfrica ideó un plan para mejo­rar el sum­in­istro de agua potable y con ello reducir el impacto de enfer­medades como el cólera y la hepati­tis, reinantes en aquel tiempo.

Hizo lo pro­pio con la lep­ra. Además, los números mar­caron una ten­den­cia bas­tante favor­able entre el prome­dio de inter­ven­ciones quirúr­gi­cas y los sobre­vivientes de sus inno­vado­ras opera­ciones. Logró avances nota­bles en el com­bate de enfer­medades trop­i­cales y en otros tan impor­tantes como la sífilis.

Con­spir­aron en su favor

Mar­garet Ann Bulk­ley era su ver­dadero nom­bre. Había naci­do en Irlan­da del Norte en los últi­mos años del siglo XVIII. Su madre era la her­mana del cel­e­bra­do artista James Bar­ry, un hom­bre excén­tri­co y bien conec­ta­do con la alta sociedad. Tra­ba­ja­ba en la Real Acad­e­mia de Londres.

Impre­sion­a­dos con la capaci­dad men­tal de Mar­garet, dos influyentes ami­gos de Bar­ry, el gen­er­al Fran­cis­co de Miran­da, líder de la rev­olu­ción en Venezuela, y David Stu­art Ersk­ine, 11º conde de Buchan y fer­viente defen­sor de la edu­cación de las mujeres, con­ci­bieron el plan para que Mar­garet pudiera estu­di­ar med­i­c­i­na dis­fraza­da de hom­bre pese a que ésta ya había sido madre, al pare­cer pro­duc­to de la vio­lación de otro tío.

El plan orig­i­nal era que, una vez recibi­da, Mar­garet ejerciera en Venezuela, tier­ra en donde el gen­er­alísi­mo Fran­cis­co de Miran­da lucha­ba por lib­er­ar a su país del pre­do­minio español. Así, comen­zó sus estu­dios con el nom­bre com­puesto de sus men­tores y pro­tec­tores: James Miran­da Stu­art Bar­ry, atavi­a­do con un abri­go que no se quita­ba nun­ca y zap­atos con tacones altos y sue­las grue­sas para aumen­tar su estatu­ra, con la estric­ta mis­ión de dis­im­u­lar su ver­dadero sexo durante todos sus estudios.

Miran­da en La Car­ra­ca, la prisión en Cádiz donde murió. La obra de Arturo Miche­le­na de 1896 está exhibi­da en la Galería de Arte Nacional en Caracas

Capturado Miranda,
el plan se torció

Después de obten­er un títu­lo de médi­co en 1812, el doc­tor Bar­ry se con­vir­tió en miem­bro del Cole­gio Real de Ciru­janos (efec­ti­va­mente fue la primera mujer ciru­jana en la historia).

Pero una revuelta en Venezuela gen­eró que la noche del 30 al 31 de julio de 1812, un grupo de mil­itares lid­er­a­dos por Simón Bolí­var, Miguel Peña y Manuel María de las Casas, arrestaran al gen­er­alísi­mo Fran­cis­co de Miran­da, a quien acus­a­ban de traición, entregán­do­lo a los real­is­tas. Fue con­duci­do a una maz­mor­ra de la for­t­aleza de Cádiz, en España, en donde fal­l­e­cerá 14 de julio de 1816.

Este esce­nario, obvi­a­mente, trastocó los planes de Mar­garet, dado que una mujer ciru­jano no tenía cabi­da en una guer­ra a muerte como la que se desar­rol­la­ba en Venezuela y menos sin la figu­ra pro­tec­to­ra de Miranda.

De este modo ter­mi­naron los días de Mar­garet Ann Bulk­ley en un plan dis­eña­do para recibir for­ma­ción académi­ca, lo que ter­minó por ser una más­cara de por vida que le arrancó su ser, pero no sus deseos de superación.

Los restos mor­tales del Dr. Jame Bar­ry están inhu­ma­dos en el cemente­rio Ken­sal Green de Lon­dres y la láp­i­da lle­va el nom­bre y el títu­lo con el que fue cono­ci­do la may­or parte de su vida

Flo­rence Nightin­gale, (enfer­mera) quien coin­cidió con él en la guer­ra de Crimea, declaró: «Tras su muerte me dijeron que era una mujer. Debo decir que se trata­ba de la criatu­ra más endure­ci­da que me haya encon­tra­do nun­ca en el ejército».

Pos­te­ri­or a su defun­ción, el viejo baúl reple­to de libros con el que había via­ja­do por el mun­do fue ven­di­do como una curiosi­dad, y el nue­vo propi­etario des­cubrió, en el inte­ri­or de la tapa, un col­lage de imá­genes de revis­tas de moda femeni­na. Esto, por supuesto, auna­do a lo que ya se sabía, gen­eró dudas y pesquisas, que ter­mi­naron por rev­e­lar lo cierto.

Con el paso del tiem­po, serían los his­to­ri­adores los que recono­cerán a Mar­garet Ann Bulk­ley como la primera médi­co ciru­jana y des­cubrirían sus proezas para burlar los pre­juicios de su momen­to histórico.


Fuente: Anto­nio Capil­la Vega. La his­to­ria del ciru­jano británi­co James Bar­ry. El Ibéri­co. El per­iódi­co español en Reino Unido.
Brynn Hol­land. The Extra­or­di­nary Secret Life of Dr. James Bar­ry. His­to­ry. March 24, 2017

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

2 comentarios en «El increíble secreto del Dr. James Barry, planeado por Francisco de Miranda»

  • Una his­to­ria sen­cil­la­mente sen­sa­cional, espec­tac­u­lar que habla muy bien del género femeni­no en tier­ra de hombes machis­tas, des­de entonces por lo que la dura lucha del sexo “débil” has­ta los tiem­pos actuales no le ha sido fácil. Su fuerza moral y su empeño por demostrar el val­or y adquisi­ción de conocimien­tos solo ha sido el pro­duc­to del der­ri­bo de muros, que su con­sorte le vino imponien­do a través del tiem­po; su espa­cio se lo ha gana­do a pnta de empeño, per­se­ver­an­cia e inteligencia…

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