El monstruo de Camoruco
Luis Heraclio Medina Canelón
Abogado — Historiador
Si leemos las crónicas, periódicos y revistas del siglo XIX nos haremos una idea de que el pasado que vivieron nuestros ancestros era una especie de jardín del edén, donde “todo era un remanso de paz, interrumpido solamente por el cantar de los turpiales en los floridos apamates”. Quizás sería por el carácter de aquellos escritores, por la censura de las dictaduras o acaso por el estilo literario imperante en la época que todo lo que se escribía era esa sinfonía de nostalgias romanticonas … pero en la sociedad en la que vivieron nuestros tatarabuelos no todo era así, más bien se vio conmocionada por los más terribles crímenes que los cronistas silenciaron.
Afortunadamente existen la tradición oral y los expedientes judiciales y que reposan en diversos archivos. El crimen en una sociedad es uno de los elementos que nos permite conocer cómo era en ese tiempo la vida de aquella gente, pero la mayor parte de las veces este tema es soslayado por cronistas e historiadores.
El suceso que conmocionó a la sociedad valenciana ocurre una noche, a mediados de 1883. Todavía no estaba concluido el Paseo de Camoruco o Avenida Guzmán Blanco, no se habían construido ni el ferrocarril, ni el monolito de la plaza Bolívar.
Hacia el norte, en las afueras de Valencia, quedaba la enorme posesión conocida como “Camoruco” propiedad de la familia Osio, una de las más antiguas de la ciudad, quienes allí tenían su casa de habitación y algunas otras viviendas y bienhechurías. La heredad era atravesada por un camino rodeado de frondosos árboles que conduce a Puerto Cabello (que hoy es la Avenida Bolívar Norte).
Una amena conversación entre los Osio y unos vecinos es interrumpida por una llovizna y la familia va a guarecerse al interior de su casa. Casi han entrado a la quinta, están en el estrecho portón, cuando una fuerte detonación rompe la quietud de la noche. Una andanada de perdigones de plomo de grueso calibre impacta a la señora María del Carmen Malpica de Osio esposa de Don Miguel Osio Sandoval. Doña Carmen, perteneciente también a una de las familias más antiguas de Valencia, los Malpica, muere instantáneamente perforada por los proyectiles que luego hieren a don Miguel, en un hombro y en el cuello. La niña de la familia que lee algo junto a ellos escapa milagrosamente cuando otros guáimaros (proyectiles) impactan alrededor.
Todas las sospechas del crimen caen inmediatamente sobre un solo hombre: Francisco Sánchez Muñoz, quien desde hace tiempo y de manera pública ha hecho varias amenazas de muerte en contra de Osio. Muñoz había sido demandado por Osio ante los tribunales por cuestiones de arrendamiento, pero el demandado no había acudido a defender sus derechos ante la ley, por lo que había sido sentenciado una semana antes del crimen.
Ante diversos testigos Muñoz había hablado de matar a Osio para resolver de esa manera el asunto. Varios testigos han visto a Sánchez Muñoz merodeando la casa de las víctimas desde pocos días antes, incluso cortando unas ramas, las cuales fueron colocadas por el asesino para no dejarse ver en el lugar desde donde se hizo el disparo. Otros testigos vieron a Sánchez Muñoz cuando huía del lugar del crimen después del tiro con un arma larga en sus manos.
Cuando las autoridades inspeccionan el lugar del atentado en la parcela inmediata encuentran el lugar preparado por el criminal: el sitio está cubierto de las ramas cortadas con anterioridad y colocó una orqueta para apoyar su arma fijamente y disparar “por mampuesto”, para asegurar acertar el disparo.
¿Pero quién era Francisco Sánchez Muñoz? Hoy en día diríamos que era un psicópata, un hombre que no entendía la diferencia entre el bien y el mal. Desde niño se caracterizó por su crueldad: disfrutaba clavándole agujas en el pecho a las gallinas y pollos del corral de su papá, sólo para verlas en su sufrimiento y agonía. En su casa tuvieron que tenerlo amarrado a un palo para controlarlo, pero las autoridades intervinieron para que se liberara de sus ataduras al muchacho.
Antes del asesinato Sánchez Muñoz cometió una serie de desafueros a lo largo de Camoruco, Tocuyito y La Laguna (Lago de Valencia) sin que las autoridades hicieran algo más que recibir la mera denuncia. Apenas una vez le ordenaron vivir fuera de Valencia.
Violaciones, daños a propiedades, violencia y amenazas contra las personas se contaban entre sus desmanes. En el expediente figuran la violación de las niñas Cristina y Elena Rojas en Los Guayos, la seducción de Adelaida Tellechea, Petronila Marrero, Teotiste Juárez, Socorro González y Petra Moriles. A Adelaida la envenenó o por lo menos le suministró el arsénico para que ella misma se envenenara. A Petronila la desapareció y se presumía que la había asesinado y ocultado su cuerpo. También fue cómplice en el asesinato a tiros de Joaquín Acosta. Asimismo, hirió a balazos a Mariano Ospino porque le reclamó que pasaba a caballo por sobre sus sembradíos en Prebo. También hirió a machetazos a Máximo Castillo, comisario de San José. A Eduardo Rodríguez lo hirió sin motivo aparente y a Saturnino Ospino le disparó con un rémington, amenazando de muerte a su hermano Manuel Ospino. También le disparó con revólver a Pedro Vizcarrondo y amenazó a un señor de apellido Staal.
Igualmente, en aquellos tiempos en que los registros inmobiliarios todavía eran muy elementales, vendió terrenos que no le pertenecían. Finalmente, también había sido denunciado porque en una oportunidad acabó con una misa en la iglesia de Naguanagua al entrar a caballo dentro del templo, revólver en mano profiriendo amenazas.
Como si fuera poco, en el juicio también declaran Petronila Marrero, Teotiste Juárez, Socorro Golilles y Petra Moriles, quienes aseveran que Sánchez Muñoz les pidió le ayudaran a “deshacerse” de Osio porque lo quería arruinar.
¿Pero cuál era el poder de Sánchez Muñoz para actuar impunemente? No era un hombre especialmente rico; el único bien que le conocemos es una pulpería en el sector de Los Sauces. En una oportunidad el presidente del estado, Venenacio Pulgar, dijo que no se preocuparan por él “que mandaría a ese vagabundo para el castillo”, pero evidentemente no hizo nada. ¿sería Sánchez Muñoz una ficha político-militar de las que tanto se necesitaban en esos tiempos de guerras civiles? No lo hemos encontrado como militar de algún renombre.
El juez que llevó el proceso originalmente fue el doctor Alejo Machado, a quien recordamos como segundo rector de la Universidad de Valencia y son mencionados como testigos personajes que nos resultan familiares de las viejas crónicas, como Luis Taborda, Lorenzo Araujo, Manuel Taborda.
Sánchez Muñoz fue condenado en 1884 a la pena máxima que se podía aplicar según le ley en aquellos tiempos: a apenas diez años de presidio cerrado, es decir, con trabajos forzados dentro del establecimiento. Es ilegal condenar a un reo a una pena mayor a la pena máxima, aunque haya cometido muchos delitos consecutivos.
Le perdemos la pista al siniestro Sánchez Muñoz hasta seis años después, al encontrarlo en la “Memoria” que presenta al Congreso de la República el Ministro de Relaciones Interiores en 1890, donde da cuenta de que Francisco Sánchez Muñoz había sido condenado por el tribunal del Estado Falcón a dos años de presidio cerrado por el delito de “quebrantamiento de condena”, es decir, que se fugó del penal donde purgaba la primera pena y por esa fuga se le condena a una nueva pena de dos años que pagaría en el mismo penal, es decir, en la llamada “Penitenciaría de Occidente” conocido comúnmente como Castillo de San Carlos de la Barra de Maracaibo.
Así son las cosas como diría Oscar Yanes.
Nuestro agradecimiento a Juan Bello Osio, descendiente de las víctimas de esta historia, por la colaboración prestada.
Fuentes:
“Informe de la Acusación y Sentencia en la causa seguida contra el feroz asesino Francisco Sánchez Muñoz por los Crímenes de Camoruco”. Valencia. Imprenta del Comercio 1884
“Memoria que presenta al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela el Ministro de Relaciones Interiores. Edición Oficial. Tipografía El Cojo. Caracas 1890
“Memoria de la Alta Corte Federal al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela en 1889”. Caracas. Imprenta y Litografía del Gobierno Nacional. 1889
Mujica Sevilla, Guillermo. “De Azules y de Brumas”. Alcaldía de Valencia. Valencia 1997
Buena investigación, excelente escrito de un hecho poco conocido, incluso en nuestro ámbito familiar. Detalles importantes para quienes escudriñamos en nuestra historia familiar, como mi sobrino Juan Ernesto y mi persona. Miguel Gerónimo Osío Sandoval fue mi tatarabuelo.
Ing. Miguel Gerónimo Osío Sandoval.
Gracias por su comentario. Muy contento de que les haya gustado.