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El negocio de los indios

Elías Pino Iturrieta
Historiador

En 1736, por encar­go del rey de España, los ofi­ciales Jorge Juan y Anto­nio de Ulloa realizaron un via­je ultra­mari­no de averiguación, con el obje­to de infor­mar en for­ma sig­ilosa sobre la situación de las colo­nias amer­i­canas. La monar­quía tenía la inten­ción de ren­o­varse, de ser más morig­er­a­da, de romper con un con­jun­to de prác­ti­cas per­ju­di­ciales para los vasallos.

Los agentes redac­taron un pre­cioso tex­to que hoy cir­cu­la bajo el títu­lo de Noti­cias sec­re­tas de Améri­ca, de cuyas pági­nas provienen los ejem­p­los de explotación de los indios peru­anos que apare­cen en esta cróni­ca. El doc­u­men­to está reple­to de ref­er­en­cias sobre el tema, pero aho­ra solo nos ocu­pare­mos de casos referi­dos al com­er­cio manip­u­la­do por los corregidores.

De izquier­da a derecha: Anto­nio de Ulloa y Jorge Juan

Una manip­u­lación que comen­z­a­ba en la casa de los ten­deros mes­ti­zos, pues los cor­regi­dores toma­ban a crédi­to las mer­cancías y usual­mente se olvid­a­ban de can­ce­lar­las, o las paga­ban cuan­do les parecía. Los ten­deros jamás los acus­a­ban por temor a repre­salias, o porque se podían resar­cir de las pér­di­das nego­cian­do con los indios viajantes.

Con las mer­caderías que no paga­ban, o que adquirían a pre­cios irriso­rios, los cor­regi­dores obtenían ganan­cias escan­dalosas. Lo que valía cin­co pesos era nego­ci­a­do con los indios por cuarenta, o por más, sin que existiese la posi­bil­i­dad de evi­tar el tra­to. Ater­ror­iza­dos por el poder de los fun­cionar­ios, los “clientes” se qued­a­ban con los obje­tos nego­ci­a­dos por la autoridad.

Pero, si ya esta­mos ante una injus­ti­cia fla­grante, la situación se hace más odiosa cuan­do nos enter­amos de los pro­duc­tos que dom­ina­ban el tráfa­go. Aque­l­los rús­ti­cos esta­ban oblig­a­dos a com­prar varas de ter­ciope­lo y de tafetán que podían costar cin­cuen­ta pesos. O medias de seda, cuan­do solo en oca­siones las usa­ban de lana. O can­da­dos para las puer­tas de unos ran­chos sin puer­tas, o de unos domi­cil­ios vacíos. O nava­jas de afeitar, sobre las cuales Juan y Ulloa hacen la sigu­iente advertencia:

Son inútiles entre quienes no solo care­cen de bar­ba, mas ni tienen un vel­lo en parte algu­na del cuer­po. Se debe recor­dar que, en lo exte­ri­or, los indios no son como nosotros los españoles.

O plumas para escribir y papel blan­co, que eran pres­en­cias baldías en el seno del anal­fa­betismo y en la ruti­na de quienes ni siquiera entendían el castel­lano. O libros de come­dias y de ora­ciones que no podían uti­lizar por razones obvias.

O paque­tes de bara­jas cuyas fig­uras y reglas de juego desconocían. O caje­tas de taba­co que no les llam­a­ban la aten­ción, porque “des­pre­cia­ban el asun­to de tra­gar y botar humo por la boca”. Los indios ape­nas requerían lien­zos de algo­dón, habit­ual­mente man­u­fac­tura­dos en Quito, así como bayetas y som­breros resistentes, pero jamás venían en la val­i­ja de los traficantes.

Con los comestibles pasa­ban igual apuro, pues los cor­regi­dores los llen­a­ban de pro­duc­tos como aceitu­nas, aceite de com­er, botel­las de vino y boti­jas de aguar­di­ente. Según se lee en Noti­cias sec­re­tas de Améri­ca:

Son cosas que los indios no con­sumen, ni aun las prue­ban, ocasión para que sal­gan a vender por diez o doce pesos entre los mes­ti­zos o pulper­os, lo que les han car­ga­do por seten­ta u ochen­ta pesos.

Debido a los con­tac­tos de los cor­regi­dores en la Audi­en­cia, o entre los sec­re­tar­ios del vir­reina­to, pocos casos como los descritos se pre­sen­taron ante la jus­ti­cia. Los pro­ce­sos sobre la mate­ria que pudieron ser aten­di­dos por los jueces:

…lle­gan tan defor­ma­dos y des­fig­u­ra­dos, que las situa­ciones son causa de irrisión y todo da mucha pena y es una burla.

Aho­ra veamos la con­clusión de los ofi­ciales Juan y Ulloa sobre el tema:

Su Majes­tad debe infor­mar a sus min­istros, para que reme­di­en estas tiranías y cos­tum­bres pér­fi­das, con­tra números incon­ta­bles de vasal­los, y para que deter­mi­nen el cas­ti­go de los cor­regi­dores, quienes más bien pare­cen agentes del demo­nio que del dis­cre­to gob­ier­no de Su Majestad.

Se sabe que el rey recibió las novedades, pero tam­bién se sabe cómo con­tin­uaron en el Perú las per­fidias denun­ci­adas por los pro­bos fun­cionar­ios. La Coro­na, pese a las bue­nas inten­ciones que llegó a con­fe­sar cuan­do ordenó la sig­ilosa explo­ración, se hizo de la vista gor­da ante el pre­do­minio de los “agentes del demo­nio” denun­ci­a­dos por sus emis­ar­ios de confianza. 

Las Noti­cias sec­re­tas de Améri­ca son la evi­den­cia de una posi­bil­i­dad de rec­ti­fi­cación que ape­nas se asomó en la corte, de un exa­m­en mis­eri­cor­dioso que no cupo en la sen­si­bil­i­dad de quienes no tuvieron la entereza de obser­var el infier­no que habían estable­ci­do en sus colonias.


Pub­li­ca­do en Prodavinci.com

CorreodeLara

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