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El obispo Montes de Oca desafió a la dictadura y fue desterrado

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisalbertoperozopadua@gmail.com
IG/TW: @LuisPerozoPadua

 

“…mien­tras tan­to pien­so tra­ba­jar aquí con los católicos 
de lengua españo­la (unos cua­tro mil). 
Les diré misa, les predi­caré, los con­fe­saré, les haré la hora santa: 
seré el misionero de mis com­pa­tri­o­tas en Trinidad, 
ya que no puedo ser­lo en Valencia”
Obis­po Montes de Oca

Con los primeros rayos de sol lle­ga­ba el padrecito a la temi­ble y lúgubre cár­cel del Castil­lo Lib­er­ta­dor de Puer­to Cabel­lo a vis­i­tar a los pre­sos políti­cos. Les llev­a­ba pan de tri­go recién hornea­do, que­so fres­co, fru­tas, revis­tas que no tuvier­an con­tenido políti­co, ‑y bajo la manga‑, artícu­los de pren­sa bien com­prim­i­dos para ocul­tar­los entre la esto­la de su ves­ti­men­ta, así como car­tas de los seres queridos.

 A los cen­tinelas tam­bién les obse­quia­ba panecil­los y siem­pre, siem­pre pero siem­pre, los con­mina­ba a comul­gar al tiem­po que les recal­ca­ba que las tor­turas y los cas­ti­gos «eran obra del demo­nio» y que toda acción en detri­men­to de los dere­chos del hom­bre sería con­de­na­da «el día del juicio final» del cual nadie escaparía. Cuan­do le impedían el acce­so al castil­lo, se planta­ba en La Plan­chi­ta y des­de allí ofi­cia­ba la misa domini­cal para ben­de­cir a los con­fi­na­dos políti­cos y tam­bién a sus verdugos.

 

 


Mon­señor Sal­vador Montes de Oca, 
naci­do en Caro­ra esta­do Lara, 
el 21 de octubre de 1895, 
fue el segun­do obis­po de Valencia

 

 

 

 

 

 

«El padrecito» como le llam­a­ban los guardias del rég­i­men gomecista, encar­nó la peli­grosa labor de aux­il­iar car­i­ta­ti­va­mente a los pre­sos políti­cos y sus famil­ias, prac­ti­can­do la «espir­i­tu­al­i­dad de Encar­nación», apren­di­da por su padre espir­i­tu­al Ague­do Felipe Alvara­do, obis­po de Barquisimeto.

Pero las vis­i­tas clan­des­ti­nas a las maz­mor­ras del gob­ier­no tiráni­co no eran aje­nas para el cru­el man­damás, que no solo espi­a­ba de cer­ca «al obis­po», sino que conocía cada man­io­bra en procu­ra de los dester­ra­dos y los pro­scritos. Los ten­tácu­los de Juan Vicente Gómez habían pesca­do des­de hace mucho tiem­po, el alto esta­men­to reli­gioso en Venezuela.

Esa acción de mon­señor Sal­vador Montes de Oca solo era el comien­zo de su entre­ga total por el reina­do de Jesu­cristo, por su amor inque­brantable al Min­is­te­rio Sac­er­do­tal y por la defen­sa a ultran­za de la Doc­t­ri­na Católica.

A medi­da que enve­jecía la dic­tadu­ra gomecista, las pocas lib­er­tades cívi­cas iban con­striñén­dose. En cada esta­do se plan­ta un señorío feu­dal impuesto por el Ben­eméri­to, todos afec­tos a su ínti­mo cír­cu­lo som­brío, quienes pron­to impo­nen el miedo y el páni­co como políti­ca de Esta­do. A pesar de esto, Gómez per­mite la creación de cua­tro nuevas dióce­sis, en Venezuela: Coro, Cumaná, San Cristóbal y Valen­cia (1922).

Calle Colom­bia de Valen­cia. Toma­da por E. Zamo­ra (hijo). 1930. Postal impre­sa en Ale­ma­nia. Puede verse la cat­e­dral con su tor­res y cúpu­las. Colec­ción Juan José Perdomo

Debido a su abne­gación e inque­brantable defen­sa de los pos­tu­la­dos de la Igle­sia allanan el camino para que Montes de Oca, con tan solo 32 años de edad, fuera orde­na­do como segun­do obis­po de Valen­cia, esta­do Carabobo, el 20 de junio de 1927, pero lejos de creer que aque­l­la des­i­gnación sería un edén en la Tier­ra, encuen­tra en su pon­tif­i­ca­do un camino sem­bra­do de espinas.

Y las acciones del obis­po pron­to comen­zaron a tur­bar a los per­son­eros gomecis­tas que llev­a­ban a Mara­cay los cuen­tos de «tro­pelías del padrecito», quien esper­a­ba a los pre­sos políti­cos fuera del recin­to carce­lario, recogién­do­los en su automóvil cuan­do eran lib­er­a­dos. Uno de ellos fue Andrés Eloy Blan­co que, en su dis­cur­so al tomar la Pres­i­den­cia de la Asam­blea Con­sti­tuyente de 1947, refir­ió el episo­dio con notable rev­er­en­cia y gratitud.

Retó a Gómez

Tras la muerte de Joaquín Mar­iño, un pre­so políti­co con­fi­na­do en los sótanos de la Casa Páez, luego de ser arresta­do por La Sagra­da (policía de Gómez) por pre­sun­ta­mente difundir pro­pa­gan­da comu­nista de su imprenta, esce­nario fab­ri­ca­do por los esbir­ros, mon­señor Montes de Oca ini­ció los prepar­a­tivos para el sepelio.

 Mar­iño ofi­cial­mente se había sui­ci­da­do col­gán­dose de las tren­zas de sus zap­atos, pero sus famil­iares des­cubrieron en el cuer­po vis­i­bles sig­nos de tor­tu­ra cuan­do abrieron el ataúd al sospechar que algo tur­bio sucedía porque la gob­er­nación había orde­na­do que nadie abriese la urna, y para tal fin asig­naron guardia permanente.

Cuan­do el Gob­ier­no supo que mon­señor esta­ba frente a los ofi­cios reli­giosos, inmedi­ata­mente le comu­ni­caron que por tratarse de un sui­ci­da la Igle­sia no podía rendirle entier­ro cris­tiano, orden que por supuesto, el obis­po ignoró desafian­do abier­ta­mente al rég­i­men pues esta­ba recono­cien­do que Mar­iño había sido asesinado.

Juan Vicente Gómez en el entier­ro de su her­mano, Juan Crisós­to­mo Gómez (1923) Luis Felipe Toro Archi­vo Fotografía Urbana

Pero las «pen­dencieras acciones» de Montes de Oca parecían ser cada vez más inso­lentes para el gome­cis­mo, suce­di­en­do que, durante la Sem­ana San­ta de 1929, al momen­to de realizar el rit­u­al de visi­ta a los tem­p­los del Jueves San­to, mon­señor exhortó a una gran mul­ti­tud de fieles que le rode­a­ba, orar por la lib­er­tad de los pre­sos políti­cos que sufrían el hor­ror en las cárce­les del país. La osa­da aren­ga públi­ca del obis­po de Valen­cia provocó indi­gnación inmedi­a­ta en el gobierno.

Otro fue el caso cuan­do el gob­er­nador de Valen­cia, Hugo Fon­se­ca (padre del expres­i­dente de Fedecá­maras Hugo Fon­se­ca Viso), quien se había divor­ci­a­do de su esposa tenía pen­sa­do con­traer nuevas nupcias.

Debido a esto, Montes de Oca escribió una car­ta pas­toral en su per­iódi­co epis­co­pal en la cual con­den­a­ba el mat­ri­mo­nio con divor­ci­a­dos, recor­dan­do a los fieles, las penas canóni­cas en que incur­rían, que habi­en­do recibido ya una vez, dicho sacra­men­to, amparán­dose en el divor­cio civ­il, con­traían nue­vo mat­ri­mo­nio. El vín­cu­lo del mat­ri­mo­nio era indis­ol­u­ble, recal­có el prelado.

El comu­ni­ca­do causó estu­por por la crudeza de la doc­t­ri­na y su lengua­je expuesto sin eufemis­mos, por tan­to, fue pub­li­ca­do por el Diario La Religión en Cara­cas, lle­gan­do obvi­a­mente a una audi­en­cia más amplia. Fue la excusa per­fec­ta para el Gob­ier­no sacar del camino a un sac­er­dote incómodo.

«El argu­men­to legal que se invocó con­tra Montes de Oca, fue que con esa pas­toral, se había rebe­la­do con­tra la sober­anía nacional, al descono­cer el mat­ri­mo­nio civ­il y por tan­to, vio­la­do el jura­men­to que prestara de sosten­er y defend­er la Con­sti­tu­ción de la Repúbli­ca y de obe­de­cer y cumplir las leyes, órdenes y dis­posi­ciones del Gobierno».

Montes de Oca y fray Euge­nio Galilea en Puer­to Cabel­lo. Foto: Hen­rique Avril. Colec­ción José Alfre­do Sabatino

Arrestado y extrañado de la patria 

El 11 de octubre de 1929, el pres­i­dente encar­ga­do de la Repúbli­ca, Juan Bautista Pérez, fir­mó el Decre­to de destier­ro. No había apare­ci­do aun en Gac­eta Ofi­cial, cuan­do ya el obis­po esta­ba sien­do apre­hen­di­do, al ser inter­cep­ta­do cuan­do regresa­ba en automóvil a Valencia.

Fue traslada­do a la sede de la Pre­fec­tura de Cara­cas en donde se le con­finó a una sala ais­la­da, sin comu­ni­cación algu­na por más de catorce horas. Ya en la tarde, fue con­duci­do al puer­to de La Guaira y oblig­a­do a embar­carse en un vapor con des­ti­no a la isla de Trinidad y Toba­go, lle­van­do por úni­co equipa­je lo que vestía y su brevario.

El his­to­ri­ador Luis Her­a­clio Med­i­na asien­ta que Montes de Oca sufrió la encar­niza­da per­se­cu­ción del Gob­ier­no, del esta­men­to ecle­siás­ti­co y has­ta de sus cer­canos. «Dicen que llora­ba en silen­cio por tan­tas traiciones y com­po­nen­das. Nue­stro már­tir obis­po se enfren­tó a tres demo­ni­os: el gome­cis­mo, la mis­ma igle­sia y los nazis que ter­mi­naron fusilán­do­lo en Italia durante la Segun­da Guer­ra Mundial».

El obis­po Sal­vador Montes de Oca, nació en Caro­ra, esta­do Lara, el 21 de octubre de 1895, creyó y hon­ró el san­tu­ario sagra­do de la famil­ia, el hog­ar donde nacen y cre­cen las vir­tudes cris­tianas. Su tes­ti­mo­nio de vida con­sagra­da fue inal­ter­able ante los con­trastes, ambi­ciones, incom­pren­siones e insin­ua­ciones de sus her­manos en la fe.

 Mai­quetía y al fon­do el Puer­to de La Guaira. Cir­ca 1930


Fuente: Luis Manuel Díaz (pres­bítero). La Acción Epis­co­pal de Mons. Sal­vador Montes de Oca, Segun­do Obis­po de Valen­cia (1927–1934). Valen­cia 2021.
Ricar­do Mandry, Dou­glas Morales, Simón Sal­vatier­ra. Montes de Oca, el obis­po már­tir. Uni­ver­si­dad de Carabobo, 1997.
José Hum­ber­to Quin­tero. Para la his­to­ria. Cara­cas: Edi­to­r­i­al Arte, 1974.

CorreodeLara

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