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El primer vuelo en globo en Barquisimeto ocurrió en 1876

 

Omar Garmendia
Cronista y escritor

Lo cierto es que nadie supo cómo fue que un hombre sin letras y sin estudios en 1876, pudiera ejecutar semejante proeza. Había visto algunas imágenes y bocetos en los diarios y revistas y con eso tuvo una idea bastante aproximada de lo que había qué hacer. Alguna vez había leído que en Francia un osado inventor llamado Montgolfier se había elevado en una especie de bolsa o burbuja llena de aire caliente y que había llevado un gallo como único acompañante


Bas­tante tiem­po ocupó Fon­se­ca en su proyec­to. Estudió los glo­bos aerostáti­cos y com­paró las telas apropi­adas para hac­er dis­minuir el peso jun­to con la canas­ta de mim­bre. Min­u­ciosa­mente detal­ló los mate­ri­ales a uti­lizar, des­de los mecates de fique has­ta el tipo y peso del las­tre que debía col­gar des­de el canas­to. Exam­inó el flu­jo de los vien­tos y las brisas del valle del Tur­bio. Para eso pasa­ba largas horas recor­rien­do las oril­las del río y aun ascen­di­en­do hacia las lomas de Tere­paima para obser­var el rum­bo que llev­a­ba el humo de las que­mas de caña.

Llev­a­ba un cuader­no, donde lo úni­co que había eran rús­ti­cos dia­gra­mas, toscos e ingen­u­os dibu­jos, hecho a lápiz. Medi­das, pesos, for­mas, tipos de maderas livianas e inclu­so la man­era de con­fec­cionar el globo, las pun­tadas de fique que había que dar a la tela, que no era más que una lone­ta con uno que otro remien­do inde­ciso y azaroso.

Luego de días y noches de con­fec­ción del arte­fac­to con pre­ten­siones aeronáu­ti­cas, después de efec­tu­adas varias prue­bas de vue­lo sin ocu­pantes con el globo cau­ti­vo por un mecate, redis­eños del horno y del soporte ter­restre para la colo­cación de la leña, los res­pi­raderos del humo y los con­duc­tos del aire caliente, eval­u­ación de posi­bles daños y con­tin­gen­cias, Fon­se­ca decidió que ya era el momen­to ade­cua­do de sacar el armatoste del solarón soli­tario de su casa.

Ima­gen toma­da de: New York Pub­lic Library

Se dirigió a la plaza de Alt­a­gra­cia, yer­mo ade­cua­do para ini­ciar la haz­a­ña de la ascen­sión de su desve­la­do inge­nio. Var­ios días le llevó el claveteo de postes de madera y tablas, jun­to con la colo­cación de algu­nas piedras para con­stru­ir el horno que habría de ali­men­tar con sus resuel­los de aire caliente la embo­cadu­ra del esper­a­do globo aerostáti­co. Con la ayu­da de dos bur­ros, la car­ga de la esfera deforme, cosi­da a reta­zos y tro­zos de alam­bre, una ces­ta hecha de hojas de pal­ma envuelta con una red de cabe­stros y jar­cias fue lle­gan­do a la plaza gris y soñolien­ta, jun­to con la gente arremoli­na­da y curiosos de ofi­cio tratan­do de enten­der lo que tenían ante sus ojos.

Entre var­ios par­ro­quianos alzaron el arti­fi­cio aéreo en el madera­men que servía de soporte para que el globo ini­cia­ra su vue­lo. Un pequeño cer­ro de leña fue encen­di­do en el anafre de piedras deba­jo del inge­nio y la esfera fue abultán­dose, oron­da e impre­cisa. Frente al griterío de los rapaces, las expre­siones de asom­bro de los hom­bres y las señales de la cruz que hacían las mujeres, Fon­se­ca, con deci­di­do gesto de héroe, polainas, cas­quete y anteo­jos de avi­ador, subió a la pre­caria ces­ta y el globo comen­zó a ele­varse lenta­mente, un tan­to incli­na­do por el las­tre de adobes Cuan­do estu­vo esta­bi­liza­do a unos diez met­ros del sue­lo, ordenó que soltaran los amar­res y parte del las­tre. El globo se liberó en direc­ción noroeste, dan­do movimien­tos pen­du­lares de lado y lado, mien­tras Fon­se­ca movía la mano derecha de los adios­es. Las cam­panas del tem­p­lo repi­caron a rebato.

El día del ascen­so, des­de la altura, la plaza de Alt­a­gra­cia se veía ya como un pequeño cuadro de aje­drez y la agu­ja del cam­pa­nario era como un vela­to­rio colo­ca­do sobre una mesa. Las cabezas de la gente cor­rien­do deba­jo del globo ya eran como partícu­las ter­rosas y briz­nas que iban quedan­do atrás. A esa altura Fon­se­ca solo escuch­a­ba el vien­to ulu­lante, el trapo ondu­lante de la esfera, como vela de navío en alta­mar y el trasteo de las cuer­das. Allá aba­jo las casas lucías vacías porque todo el pobla­do había acu­d­i­do a la plaza. Los per­ros ladra­ban y las vacas del huer­to se inqui­eta­ban. Una vie­ja dijo “fin de mun­do”. Nun­ca había vis­to Fon­se­ca la ciu­dad des­de la ver­ti­cal altura, y se sin­tió henchi­do de orgul­lo cuan­do divisó su casa de Alt­a­gra­cia, en medio de los mamones de la tía Chicha y de don Leopol­do. El aljibe de don Tomás refle­ja­ba el sol como un espe­jo tamiza­do. Las calles rec­tas aho­ra parecían hilos entrete­ji­dos en medio de mar­quesinas asoleadas.

Ya había recor­ri­do unas diez cuadras cuan­do el globo comen­zó a descen­der por fal­ta de aire caliente y el vien­to lo empu­ja­ba hacia la per­ife­ria de la ciu­dad. Fon­se­ca, con estu­di­a­da estrate­gia, fue guian­do con las cuer­das la direc­ción del armazón de tela y pal­ma y lo hizo caer en medio del solar de una casa, que qued­a­ba en la calle del Com­er­cio, entre las calles 27 y 28, deslizán­dose sobre la tierra,

 Mien­tras caía el globo, incli­na­do y casi sin aire, arras­trán­dose entre los mon­taraces chap­ar­ros y la escan­dalosa des­ban­da­da de las gal­li­nas, llegó a posarse suave­mente en la espesura de una enra­ma­da, cuan­do la figu­ra de un hom­bre sal­ió cor­rien­do despa­vorido des­de la let­ri­na, con los pan­talones bajos has­ta las pan­tor­ril­las, cuan­do en ese momen­to defe­ca­ba, ante la sobrecoge­do­ra y ater­rado­ra esfera neumática.

Ima­gen de por­ta­da: https://www.fotocommunity.es/photo/globo-aerostatico-jorgeb/17832941

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

Un comentario en «El primer vuelo en globo en Barquisimeto ocurrió en 1876»

  • Exce­lente nar­ración, Prof. emo­cio­nante, me recuer­da la primera vez que los bar­quisimetanos pres­en­cia­ron el encen­di­do del motor de un vehícu­lo por primera vez, allá en la estación del fer­ro­car­ril Bolí­var, o el avión con­stru­i­do por otro bar­quisimetano intrépi­do esta vez en el inte­ri­or de su casa por lo cual no pudo volar,

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