Crónicas

El reloj de la Catedral y el corsario

Luis Heraclio Medina Canelon
M.C. de la Academia de Historia del Estado Carabobo

En cada calle y cada esquina de nues­tra ciu­dad hay una his­to­ria extra­or­di­nar­ia; la his­to­ria del primer reloj de la Cat­e­dral es una de ellas.


El prin­ci­pal tem­p­lo de Valen­cia, al prin­ci­pio algu­na choza de pal­mas, fue edi­ficán­dose poco a poco, con el tran­scur­rir de los sig­los, y empezó a ten­er la for­ma que hoy cono­ce­mos en los tiem­pos de la inde­pen­den­cia.  Es en 1818, época del gob­ier­no del gen­er­al Pablo Moril­lo, cuan­do Valen­cia empieza a ten­er un aspec­to de ciu­dad, con la con­struc­ción de su primer puente, un mod­er­no cemente­rio, el empe­dra­do de su primera calle e impor­tantes mejo­ras en la Igle­sia Matriz, hoy Cat­e­dral, que incluyeron una mod­i­fi­cación de la facha­da, una cúpu­la y repara­ciones en la torre norte y la con­struc­ción de la torre sur, es decir, la de la esquina, donde habría de colo­carse un reloj.

La Igle­sia Matriz de Valen­cia, antes de 1818 sin tu torre sur ni reloj

 

Ya final­iza­da la guer­ra, se insta­la en Valen­cia un curioso per­son­aje: Charles Hop­n­er, un norteam­er­i­cano nat­u­ral­iza­do, que años antes había sido “cor­sario” es decir, una especie de pira­ta autor­iza­do por los gob­ier­nos, en un tiem­po de Méx­i­co y en otra opor­tu­nidad por el de Colom­bia, para que en el mar le hiciera la guer­ra a los buques españoles.

El mecan­is­mo se dañó antes de ser insta­l­a­do y tardó más de dos años en ser puesto en funcionamiento

Hop­n­er se casa con Luisa Páez, la her­mana del Catire Páez y madre de Carme­lo Fer­nán­dez, el famoso pin­tor. Final­iza­do su tiem­po como cor­sario decidió estable­cerse como hacen­da­do, para lo cual en 1825 pactó un nego­cio con la Igle­sia Matriz:  Hop­n­er daría un reloj por un val­or de un mil pesos y recibiría de la igle­sia un ter­reno en Macapo, cer­ca de Tinaquil­lo por un val­or de quinien­tos pesos más quinien­tos pesos en efectivo. 

Pero el nego­cio fue mal des­de el prin­ci­pio: El reloj vino a lle­gar en 1828, pero a su arri­bo le dañaron una de sus piezas que hubo que encar­gar­la a Esta­dos Unidos y el repuesto no llegó sino dos años después. Se cor­rió el rumor de que el cor­sario, volvien­do a sus mañas de bribón había traí­do un reloj usa­do, de poco val­or, desmon­ta­do de otra igle­sia y daña­do y no nue­vo como era lo con­venido. La insta­lación del reloj se costeó por medio de una suscrip­ción públi­ca y por fin se inau­guró el 8 de setiem­bre de 1831, día de la Nativi­dad de Nues­tra Seño­ra la Vir­gen María, a las 3 de la tarde. Por primera vez en Valen­cia se escuch­a­ba des­de el edi­fi­cio más alto de aquel pequeño pueblo cada hora y cada media hora sus cam­panas seña­lan­do el tran­scur­so del tiempo.

Por otra parte, los ter­renos cedi­dos a Hop­n­er esta­ban ocu­pa­dos por unos pisa­tar­ios que se nega­ban a aban­donar­los. Hubo peleas en tri­bunales por las irreg­u­lar­i­dades en el nego­cio, has­ta que un día, a medi­a­dos de la déca­da de los años 30 del siglo XIX, cuan­do el ex cor­sario tran­sita­ba por los potreros de Macapo fue asalta­do por una par­ti­da de campesinos que le dieron muerte. 

El reloj de Hop­n­er con­tin­uó dán­dole el tiem­po a los valen­cianos por unos ochen­ta años, con sus nat­u­rales paradas para repara­ciones, has­ta que ya para 1909 ya no aguanta­ba más arreg­los y fue susti­tu­i­do por uno mod­er­no adquiri­do por el ejec­u­ti­vo del esta­do Carabobo.

Una vez desmon­ta­do, el viejo reloj fue traslada­do a la Casa Páez, que por aque­l­los tiem­pos era un museo-bib­liote­ca y allí estu­vo para ser admi­ra­do por los vis­i­tantes, pero Juan Vicente Gómez designó como pres­i­dente del esta­do a uno de los más bár­baros de sus secuaces, su pri­mo San­tos Matute Gómez, quien elim­inó el museo y con­vir­tió la casa Páez en Cuar­tel de Policía y cen­tro de tor­turas, donde fueron asesina­dos entre otros el promi­nente empre­sario Joaquín Mar­iño, tatarani­eto del prócer San­ti­a­go Mar­iño. Los obje­tos históri­cos del museo, entre ellos char­reteras y botones de oro, armas de los próceres, doc­u­men­tos y el reloj de Hop­n­er desa­parecieron para no ser más nun­ca vistos.

Luis Medina Canelón

Abogado, escritor e historiador Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Estado Carabobo

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