Los arreos de carga en el tráfico caraqueño de mediados del siglo XIX
Mario R. Tovar G
Historiador y escritor
“La historia de Venezuela tiene mucho de teatro,
algunas veces de drama, pero casi siempre de comedia
y de sainete”.
Dr. Ramón J. Velásquez (1991)
Le correspondió al recordado abogado, escritor, político, director del Diario El Nacional y expresidente del país, Dr. Ramón J. Velásquez, recopilar a través de una interesante columna, que durante muchos años salió publicada semanalmente en el Diario El Nacional de Caracas, titulada: “Memorias de Venezuela”, surgida para abordar variados temas referidos a crónicas sobre pasajes del siglo XIX y principios del XX, donde el Dr. Velásquez tuvo la responsabilidad de seleccionar los textos y redactar las notas explicativas de estos trabajos durante cuatro años consecutivos; trabajos posteriormente editados en 1991 en un libro de cuatro tomos por José Agustín Catalá, bajo el sello Ediciones Centauro de Caracas.
Este orden de ideas, sea propicia la ocasión para reseñar una de estas amenas crónicas encartada en el Nacional con fecha del 22 de abril de 1966, titulada: “Los Burros y el Tráfico Caraqueño de 1884”, encartada en: (Memorias de Venezuela: Tomo III; 1991, pp. 67–69), referido a una curiosa denuncia hecha por un importante grupo de vecinos de la ciudad capital a través de una comunicación dirigida al entonces gobernador de Caracas Augusto Bello, el día 20 de septiembre de 1884, por los ciudadanos: M. A. Díaz, Luís A. Pacheco, Luís A. Landaeta, Guillermo Barnola, M. A. Martín, Pedro P. Azpúrua García, entre otras personas que suscriben la denuncia en relación al problema que los afecta, debido a:
“(…) La larga estadía en que permanecen los carros y aún los burros cargados al frente de las casas de comercio y particularmente al de los establecimientos de consignación, que reciben los frutos y en vez de hacerlos descargar “in continente” en sus almacenes o depósitos, para que allí ocurran sus relaciones a negociarlos, se limitan a tomar la muestra en la puerta, muestra que recorre la plaza entera buscando el consignatario al mejor postor a quien vender el artículo, sin cuidarse nadie de que las calles (cuadras de esquina a esquina muchas veces), se hallan intransitables en todo ese espacio de tiempo, tres, cuatro, seis horas, hasta días enteros, por los carros llenos de maíz, de papelón, de aguardiente, etc. (…)”
Aunado a ello refieren los denunciantes, haber visto lamentables incidentes tales como la caída de algún invidente, de señoras y niños que habían pretendido pasar por el lugar; viéndose también afectados los vecinos de estas calles, otros arrieros y sus conductores de carros a quienes se les obstaculiza transitar libremente por el lugar.
Dentro de este contexto, aducen los denunciantes un punto no menos importante, en relación con el maltrato infringido a burros, bueyes, y mulas quienes, soportando su carga durante tan larga operación comercial, sufriendo los rigores del sol, el peso de la carga y la privación del alimento durante su estadía por los alrededores de estos comercios.
Desde muy temprano se iniciaba el arreo de mulas y burritos campaneros, con su carga diaria hacia el mercado y su característico sonido de los cascos sobre el empedrado, a los que se unían el pregón del panadero y los del frutero en una sinfonía de bienvenida al nuevo día (Escenas del día a día caraqueño. En twitter @GFdeVenezuela)
En tal orden de ideas, el 8 de octubre del referido año en cuestión, el gobernador N, Augusto Bello, toma cartas en tan delicado asunto dictando una resolución provisional, mientras salía la ordenanza definitiva sobre la materia y en tal sentido, resuelve que:
“Los carros, bestias y cualesquiera otros vehículos, sólo podrán detenerse al frente de las casas de comercio y de consignación, el tiempo indispensable para cargar o descargar las mercancías o frutos, quedando terminantemente prohibida la estación en dichos lugares, bajo la pena de multa de cincuenta bolívares (Bs. 50), que sufrirá en cada caso el contraventor”.
Finalmente, para estacionar los carros vacíos destinados al tráfico dentro de la ciudad, se designaron las entonces avenidas Sur y Oeste de las plazas de “El Venezolano” y de “Abril”, quedando los prefectos y jefes de policía del distrito, al cuidado del cumplimiento de esta resolución.
Impensable que más de un siglo después de haber ocurrido este engorroso asunto, el mismo fenómeno seguiría presentándose en las diferentes calles, avenidas, barrios y urbanizaciones de Caracas y las principales ciudades del país; ahora con el actual parque automotor, movido por combustible fósil obtenido del petróleo y altamente contaminante; modernos vehículos cuyos imprudentes conductores, generan anualmente innumerables accidentes con lamentables pérdidas humanas, materiales y arrollamientos, entre otras funestas secuelas e impidiendo además el libre tránsito de carga, peatones y pasajeros, tal como lo refieren puntualmente las crónicas de antaño y hogaño.
Fotografías: Mercado San Jacinto de Caracas. Autor A. Muller-Marty (1925), tomada de la página en Facebook: Así era Caracas y de arrieros de la ciudad capital, tomadas del sitio en Facebook: Fundación del Museo del Transporte Guillermo José Schaell. Créditos para sus autores y propietarios