El tesoro del Tirano Aguirre en el cerro Manzano
Omar Garmendia
Cronista y escritor
Dentro de las manifestaciones folclóricas del estado Lara y en especial de Barquisimeto, desde los tiempos de la conquista en el siglo XVI, se dice que en las noches frías de luna llena se escuchaban los lastimeros gritos de Elvira de Aguirre, en medio de fuegos que como luciérnagas fantásticas salían de la tierra y se perdían entre los peñones del cerro Pudibana
Ancianos y labriegos de antaño comentaban que se escuchaban relinchos de caballos y estrépitos de ultratumba que indicaban que era el alma en pena de Lope de Aguirre, llamado el Tirano, el sanguinario, el loco, el rebelde, que se aparecía con sus vasallos marañones.
Desde que hicieron su llegada las huestes de marañones dirigido por Lope de Aguirre y sobre todo desde la muerte de este, innumerables leyendas y mitos comenzaron a propagarse por toda la comarca barquisimetana. Infinidad de páginas se han escrito sobre el sangriento periplo aventurero del violento y arrebatado conquistador que desde el Perú y por todo el río Marañón o Amazonas llegó un día a las apacibles costas de la isla de Margarita un lunes por la tarde del 20 de junio de 1561 en dos bergantines, comandado uno por Martín Pérez y el otro por el propio Lope de Aguirre, los cuales fondean en las playas de Paraguachí para desde ahí iniciar la aterradora matanza de indios y cristianos hasta caer abatido en Nueva Segovia de Barquisimeto.
Lope de Aguirre indudablemente ha debido hacerse de tesoros producto del pillaje y el escamoteo en sus ensangrentadas incursiones por los caminos y asaltos a pueblos indígenas y aun españoles
El plan de Aguirre era salir de Margarita para llegar por tierra firme al Virreinato de Santa Fe para desde allí dirigirse hasta el Perú. Estuvo unos treinta días en la isla y se embarca a finales de agosto con 150 hombres, 20 negros y 200 indios, junto con el padre Pedro Contreras como capellán de la partida. El 7 de septiembre lanza anclas en el puerto de Borburata, el cual lo consigue vacío, pues sus pobladores habían huido por temor a los marañones.
Del puerto sale para Nueva Valencia, donde llega enfermo a causa de lo penoso del viaje y los malos caminos. Al igual que Borburata, a Valencia la consigue desierta. Luego de reponerse de sus quebrantos, en 20 o más días se dirige hacia Nueva Segovia de Barquisimeto, adonde habría de llegar el miércoles 22 de octubre de 1561, donde terminarían sus días infernales de fuego y muerte.
Oro y riquezas del Tirano Aguirre
El punto central de la leyenda del Tirano Aguirre se asienta en la existencia de un elusivo tesoro, hasta ahora nunca encontrado, consistente en espesos contingentes de relumbrosos doblones, centelleantes joyas y piezas de orfebrería cuajadas de perlas y pedrerías preciosas. Estos imaginados peculios figurarían en los oscuros inventarios de los jefes de la expedición de Aguirre y que desde mucho antes de la llegada del Tirano a nuestras costas, se había labrado la fama de la posesión de inmensos recursos monetarios depositados en los baúles viajeros de repujadas bisagras.
Lope de Aguirre indudablemente ha debido hacerse de tesoros producto del pillaje y el escamoteo en sus ensangrentadas incursiones por los caminos y asaltos a pueblos indígenas y aun españoles. Arcaicas crónicas atestiguan las aventuras y las riquezas obtenidas desde la expedición de Pedro de Ursúa en el Perú y en los ignotos y desesperantes torrentes amazónicos.
Desde la isla de Margarita al desembarcar la tarde del lunes 20 de junio de 1561 en las playas de Paraguachí y en tratos engañosos con sus habitantes, Aguirre les entregó un capote de grana con franjas y pasamanos de oro y una copa de plata sobredorada y anunció que traían desde el Perú muchas joyas y barretas de oro y plata a trueque por comida, armas, ropa y otros bastimentos.
En una oportunidad, Fernando de Guzmán, general y jefe de la expedición, le regala a Elvira, hija de Aguirre y con consentimiento de este, un vestido de brocado y prendas valiosas que habían saqueado del bergantín de Pedro de Orsúa. En la toma del pueblo en Margarita llegaron a una casa donde estaba la caja real y extrajeron todo lo que había en ella, incluidas las perlas, además de destruir los libros de las cuentas reales.
¿Y dónde está el tesoro?
¿Qué se hicieron todas esas prendas, joyeles, alhajas, pedrerías, perlas y los relumbrados pesos y doblones de oro que proclamaban las pretéritas crónicas, memoriales, audiencias y juicios sobre las expediciones del Tirano Aguirre? En las relaciones enviadas a las Audiencias de Santo Domingo y Santa Fe de Bogotá nada se dice. En la derrota de Lope en Nueva Segovia de Barquisimeto se menciona que las insignias, banderas y arcabuces de los marañones fueron recibidos por Gutierre de la Peña como botín de guerra y parte de los despojos mortales de Aguirre fueron distribuidos por varias partes de la provincia.
Vista esta situación, caben aquí muchas suposiciones y conjeturas al respecto. ¿Dentro de ese botín de guerra estaría incluido el codiciado tesoro? ¿Fue este tesoro repartido entre la soldadesca o, en su defecto, por los jefes y comandantes militares? Nada se dice si esas riquezas fueron enviadas al rey Felipe II y queda la sospecha del silencio encubridor sobre su existencia y procedencia. ¿Dónde están esas riquezas provenientes del saqueo y pillaje?
El tirano Aguirre con su gente, los marañones, todos arcabuceros, llegan a Nueva Segovia de Bariquiçimeto el 22 de octubre de 1561, con bandera negra con dos espadas sangrantes cruzadas. Al llegar se consigue con el Capitán Gutierre de la Peña y sus tropas que lo estaban aguardando sobre una loma o colina frente al pueblo.
Al toque de armas comenzó la escaramuza. Con las primeras cargas de arcabuces, los del tirano lograron llegar a una casa cercada de paredes y almenada a la redonda, la cual pertenecía a Damián del Barrio. Allí puso su campo de operaciones el Tirano Lope de Aguirre y sus soldados marañones. Aguirre también se llevaba a Elvira, su única hija, una adolescente de 15 años que le había nacido en Cuzco, producto de la unión con la noble quechua Cruspa. Elvira iba al cuidado de una vieja matrona a quien llamaban Cora o “la Torralba”.
El cronista Fulgencio Orellana (El tesoro del Tirano Aguirre. Folklor barquisimetano, 1973), tomando como fuente a Manuel Meléndez, quien a su vez se fundamenta en Oviedo y Baños, afirma que Aguirre en un momento determinado de tregua, cuando todo era alboroto y confusión en el cuartel de Aguirre hizo un alto (salir por un rato, al decir de Orellana). Y se pregunta el cronista: en ese alto que hizo Aguirre ¿qué diligencia fue a hacer? ¿Aprovechó ese momento para ocultar sus riquezas? ¿Confió el secreto a su hija Elvira? ¿Sabía Elvira dónde estaba oculto el tesoro? Todas estas interrogantes quedan sin respuesta.
Un tesoro en el cerro Pudibana
El mismo Orellana en la obra citada rememora que en tiempos pasados hasta 1925 se divisaba desde la ciudad una construcción de tipo indígena en lo alto del cerro Manzano, llamado Pudibana en lengua indígena. Tal edificación era redonda y remataba en una especie de cúpula al decir de los informantes. Las consejas populares manifestaban que debajo de aquella vivienda se localizaba el aludido y resbaloso tesoro.
El cronista Orellana ‑continúa en su escrito- que en las noches oscuras se podía observar ciertas ráfagas de luz que iban de este a oeste y la gente decía que era el alma en pena del Tirano Aguirre y que personas serias y dignas de todo crédito corroboraban en 1911 que una espectral bola de fuego salía de las corrientes del río Turbio y se desplazaba a ras del suelo hasta introducirse en la vivienda aludida. Y así fue por muchos años hasta que un día la redonda edificación fue derribada producto de las excavaciones en pisos y paredes en búsqueda del dichoso tesoro. Pero nunca fue encontrado.
Todos buscaban el tesoro enterrado
Refiere Orellana que, en años más recientes, en 1954, sucedió un hecho que causó gran revuelo, expectación y la natural novelería en la población barquisimetana. Sa trataba del presunto descubrimiento y desentierro del famoso y legendario tesoro del Tirano Lope de Aguirre, que luego de tres siglos de búsqueda infructuosa había llegado por fin a su final. Tal hecho figura en el expediente que reposa en el archivo del Registro Principal del estado Lara. En dichos infolios se indican las actuaciones que un tribunal desarrolló a instancias de un abogado caraqueño con la especial tarea de representar al demandante del tesoro, habilitando para ello al Juzgado Segundo en lo Civil de esta ciudad con el fin de trasladar un tribunal al cerro Manzano para extraer el codiciado tesoro.
A media mañana, una comitiva compuesta por el Juez, el Alguacil, la Secretaria Accidental, el presidente del Concejo Municipal, el Consultor Jurídico de la Cámara y el Síndico se encaminaron al agreste cerro Manzano ubicado al sur de la ciudad, seguidos por una abigarrada muchedumbre deseosa de observar la insólita diligencia tribunalicia.
Luego de subir el empinado y polvoriento camino hacia el altozano, se instala el tribunal debajo de un frondoso caujaro, donde en una pequeña mesa bajo la densa sombra del árbol, la Secretaria Accidental ubica la máquina de escribir en improvisada mesa para así iniciar las actuaciones del caso y que el juez indicara al demandante que señalara el sitio exacto donde se encontraba sepultado el tesoro y comenzar a excavar. El demandante alegaba haber dejado unas señales indicadoras donde se ubicaban unas cajas de hierro y baúles forrados en bronce, descubiertos durante unas faenas agrícolas cuando accionaba un tractor.
En un momento determinado, el demandante cae en cuenta que ha perdido las supuestas contraseñas del oro enterrado. El individuo se desespera y en un correr de acá para allá cayó rodando por la ladera del cerro y se despeñó, lastimado, al fondo de un barranco. Luego de prestados los correspondientes auxilios y conducido el descalabrado herido al Hospital La Caridad, el juez da por suspendida la operación tribunalicia y ordena el arresto del demandante (Orellana, F. 1973, op. cit, p.p. 182–187).
Y hasta aquí llegaron los sueños de encontrar el tesoro del Tirano y todos se encontraron ante la perspectiva de que tales riquezas no existían. Con el tiempo fue pasando esa alucinación al imaginario popular que todos querían olvidar y muy pronto se desistió de la búsqueda implacable de esos caudales obtenidos de mala manera, que manchados de sangre representaron una de las realidades que, para la historia, más que el hecho objetivo del salvajismo y la crueldad de la conquista y colonización, significó uno de los capítulos más alucinantes de los que se conocen de la historia de América.