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Embeleso y singularidad del paisajismo larense

Freddy Torrealba Z.
Historiador y escritor

Cada cor­ri­ente pic­tóri­ca es una per­cep­ción e inter­pretación del entorno por medio de los sen­ti­dos u otra for­ma como lo exige el arte abstrac­to. Se tra­ta de un pro­ce­so sub­or­di­na­do a la relación con la real­i­dad exis­tente en con­cre­to que la pin­tu­ra abstrac­ta mod­i­ficó radicalmente.

El artista en su inten­to por refle­jar deter­mi­na­da real­i­dad por medio de las artes plás­ti­cas se vale de los recur­sos tradi­cionales o los nuevos condi­ciona­do a la evolu­ción con el uni­ver­so físi­co donde se desenvuelve.

El paisajis­mo es arte pic­tóri­co que sus­ci­ta una respues­ta inmedi­a­ta del espec­ta­dor a difer­en­cia del arte abstrac­to. Se le cap­ta e inter­pre­ta con rapi­dez por lo con­cre­to sin laber­in­tos evasivos. 

Un paisaje es una por­ción de ter­reno de una local­i­dad o región obje­to de la luz solar proyec­ta­da sobre el mis­mo que cuan­do se le obser­va varia con­stan­te­mente según la hora. La mis­ma condi­ciona en parte la pin­tu­ra local estando pre­sente mucho antes de la lle­ga­da del con­quis­ta­dor español en aque­l­las piezas rupestres y de cerámi­ca for­jadas por el nativo.

En ese orden de ideas el paisajis­mo vino a ser la for­ma de abor­dar dicha real­i­dad por medio del uso del col­or con énfa­sis en la luz, la colum­na ver­te­bral de la escuela del impre­sion­is­mo en boga a par­tir del final del siglo XIX en Europa. Los cam­bios sus­ci­ta­dos por la cien­cia y téc­ni­ca, entre otros la Rev­olu­ción Indus­tri­al, reper­cu­tirán en el arte que toca el paisajis­mo con su car­ga de realismo. 

Así ten­emos que el Paisajis­mo Larense es la con­tin­uación de la relación estéti­ca del hom­bre de estos ter­ri­to­rios con la luz y la geografía des­de tiem­pos ances­trales. Pre­lim­i­n­ar­mente se tra­ta del indí­ge­na artí­fice de las prísti­nas pin­turas al aire libre y la arte­sanía de las loceras, cuya mate­ria primea era la tier­ra arcil­losa. Una pro­lon­gación del pasa­do en comu­ni­cación con el pre­sente y viceversa.

Ren­o­vación y geografía larense 

Pre­lim­i­n­ar­mente, en 1936 en el esta­do Lara imper­a­ban las man­i­festa­ciones del real­is­mo, neo­clási­co y román­ti­co con sus temas históri­co, reli­gioso, cos­tum­brista y retra­to. A par­tir de ese ese año el panora­ma se mod­i­fi­ca cuan­do irrumpe el pin­tor Rafael Monas­te­rios for­ma­do en Europa en las nuevas man­i­festa­ciones de la plástica.

Al asumir como direc­tor de la Escuela de Artes Plás­ti­cas desar­rol­la ampli­a­mente lo apren­di­do que se exten­derá por el lap­so de los próx­i­mos años. Es decir que en 1936 el paisajis­mo es la pin­tu­ra en boga en Lara con acen­to del impre­sion­is­mo que tardó en lle­gar a la región más de 3 décadas. 

Por lo que Monas­te­rios tiene el méri­to de intro­ducir leves e cam­bios en la plás­ti­ca larense en momen­tos de tran­si­ción políti­ca de la dic­tadu­ra gomecista a la democ­ra­cia lib­er­al. Es el inspi­rador de la escuela del Paisajis­mo larense.

Por otra parte, ten­emos que la geografía larense la con­for­man una var­iedad de paisaje con aridez, escasez de flo­ra o abun­dante veg­etación. Ello está pre­sente en el Valle del Tur­bio, la plani­cie que ocu­pa Bar­quisime­to, mon­taña Tere­paima y Valle de Quí­bor. En esos espa­cios es apre­cia­ble un sin­gu­lar cro­ma­tismo moti­vador de esta for­ma de arte visual.

Pueblo de San­ta Rosa, Rafael Monasterios

El azul gris de Rafael Monasterios

En su via­je a Europa éste se nutre de los cam­bios e inno­va­ciones de la plás­ti­ca en país­es europeos, entre estos la cor­ri­ente del impre­sion­is­mo. Por lo que el tema de la luz está pre­sente en su for­ma­ción estéti­ca que condi­ciona la con­for­ma­ción de su esti­lo y técnica. 

Es un artista influ­i­do por la fuerza arrol­lado­ra del mod­ernismo que se desar­rol­la en el siglo XIX tras la Rev­olu­ción Indus­tri­al. El arte vin­cu­la­do a la téc­ni­ca y cien­cia fenó­menos de los que se con­vierte en su portador.

A su regre­so al país despl­ie­ga esos conocimien­tos recibidos en España y Fran­cia cuan­do va al encuen­tro de la lumi­nosi­dad de la geografía larense. Entonces tra­ba­ja ese azul gris que siem­pre pre­sen­ta obje­ti­va­mente en sus crea­ciones, muy pro­pio del paisajismo.

Rafael Monas­te­rios, el paisajista barquisimetano

Por ende, esa búsque­da y fijación de la lumi­nosi­dad en sus obras no es algo casu­al. Es la per­cep­ción y respues­ta a la real­i­dad del paisaje trop­i­cal y larense que proce­sa su agu­do sen­ti­do de la vista

Tier­ra, luz y col­or con­for­man esta cor­ri­ente plás­ti­ca con sus especi­fi­ci­dades. El larense se car­ac­ter­i­za por el matiz azul gris del que le dotó Rafael monas­te­rios y que lo ha iden­ti­fi­ca­do históri­ca­mente como una marca.

Monas­te­rios es filosó­fi­ca­mente un pos­i­tivista movi­do por la matriz idea del Pro­gre­so social que aparece en Europa tras la rev­olu­ción Indus­tri­al. Esos acon­tec­imien­tos en la cien­cia, téc­ni­ca e indus­tria ten­drán sus efec­tos en la pintura.

Uno de sus ele­men­tos es la luz que asim­i­la durante sus estu­dios en Fran­cia y España y que pos­te­ri­or­mente apli­cará a su regre­so a Venezuela en las aulas de clase.

Sus conocimien­tos del fenó­meno atmos­féri­co de la luz, lo lle­vará a per­catarse de la pecu­liari­dad del mis­mo en la región larense con su pecu­liar azul.

Así pues, los paisajes con­ce­bidos por Rafael Monas­te­rio son los primeros en cumplir con ese cometi­do artís­ti­co a par­tir de la ter­cera déca­da del siglo XX.

Paisaje del Pan­teón. Rafael Monasterios

El nati­vo de San­ta Rosa es atra­pa­do por el embe­le­so y deslum­bramien­to de la luz trop­i­cal que la mese­ta de Bar­quisime­to diari­a­mente ilu­mi­na inten­sa­mente a sus habi­tantes des­de tiem­pos pre­colom­bi­nos cuan­do el indí­ge­na deam­bu­la­ba semi­desnudo por sus amplios y vír­genes ter­ri­to­rios. Es uno de los des­cubri­dores y exal­ta­dores del col­or azul gris en esta fran­ja del ter­ri­to­rio larense que for­ma parte de su clima.

Esa for­ma de luz que Monas­te­rios usa cuan­do se tra­ta de obras moti­vadas en esa plani­cie por enci­ma del niv­el del mar. Lo hará por la vía prác­ti­ca de su rica obra y la enseñan­za en la Escuela de Artes Plás­ti­cas Martín Tovar y Tovar de la que fue su primer direc­tor a par­tir de 1936 por el lap­so de cin­co años. Ese cro­ma­tismo impera en la atmós­fera de la plani­cie bar­quisimetana y prox­im­i­dades que Monas­te­rios cap­tó y refle­jó en sus creaciones.

Su com­pro­miso estéti­co es en parte con el paisaje region­al que pre­sen­ta con una sin­gu­lar pale­ta de col­ores fríos prin­ci­pal­mente com­bi­na­dos con los cáli­dos. Los fríos cotid­i­ana­mente cuel­gan y se mueven con­stan­te­mente en el cielo local.

Tri­no Oroz­co y José Requena

En Tri­no Oroz­co tam­bién es noto­ria esa ten­den­cia, pero con vari­ables nove­dosas que le inyectan especi­fi­ci­dad al cuadro. Com­bi­na el azul con el amar­il­lo inten­so deslum­brante un poco al esti­lo de los primeros impre­sion­istas europeos.

Pero sus paisajes larens­es se ajus­tan a ese tratamien­to a difer­en­cia de otras de sus obras pro­duci­das en difer­entes regiones del país.

Es el for­mador de var­ios pin­tores en la Escuela de Artes Plás­ti­cas Martín Tovar y Tovar, entre estos Este­ban Castil­lo que tomó el camino de la abstracción.

Paisaje larense, Tri­no Orozco

José Reque­na es el suce­sor de Monas­te­rios en 1941 cuan­do éste renun­cia a la direc­ción de la EAP. En la onda del aca­d­e­mi­cis­mo es un con­suma­do paisajista con una bril­lante obra y trayectoria.

Sus crea­ciones tienen la par­tic­u­lar­i­dad de mati­zar con el col­or rosa­do los paisajes como ocurre en la obra Hacien­da de Curarigua de 1977. Así rompe los rig­urosos esque­mas estable­ci­dos por la escuela de donde procedía.

Tuvo la lucidez de per­catarse de las difer­en­cias con­sus­tan­ciales del paisaje larense com­pro­b­a­ble cuan­do se apre­cian sus crea­ciones. En ese sen­ti­do el críti­co Rafael Montes de Oca Martínez nos explica:

En acatamien­to de la con­cep­ción del arte como un juego. entonces Reque­na jue­ga tam­bién al des­cubrim­ien­to de ese sin­gu­lar col­or azul que car­ac­ter­i­za al cielo larense. Una real­i­dad conc­re­ta que expre­sa artís­ti­ca­mente. El tema tiene más tela por cor­tar que abor­dare­mos luego.

CorreodeLara

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