Crónicas

Episodios asombrosos de la esclavitud

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
luisalbertoperozopadua@gmail.com
IG/TW: @LuisPerozoPadua

Cuan­do las som­bras comen­z­a­ban a arropar Bor­bu­ra­ta, prove­nientes de Bar­quisime­to arrib­aron a aquel pequeño pueblo una comi­ti­va de ter­rate­nientes en bus­ca de nuevos esclavos.

En aque­l­la opor­tu­nidad, Alon­so Bernáldez y Quirós com­pró 1 mucha­cho y una muchacha por 120 pesos; Juan Gar­cía una negra enfer­ma por 35 pesos; Alon­so de León 1 negra y 4 mucha­chos por 290 pesos, y 2 negras con 2 niños por 250 pesos. Asimis­mo, Diego Montes 1 mucha­cho por 50 pesos; Jerón­i­mo de la Par­ra 3 negros chicos y grandes por 250 pesos; y Vicente de Rues­ga 6 negros y negras por 540 pesos, y 1 mucha­cho por 50 pesos.

Calle de La Plan­ta (calle 27 con car­rera 15). Bar­quisime­to. Foto: Ernesto Balestri­ni cap­tura­da en 1938, en sen­ti­do sur-norte. En esa mis­ma acera, a la derecha, se sitúa el Cuar­tel Jac­in­to Lara y detrás esta­ba la Plan­ta Eléc­tri­ca y de Comu­ni­ca­ciones de la ciu­dad. Fotografía iden­ti­fi­ca­da por el cro­nista Car­los Guer­ra Brandt

El cro­nista Ramón Querales, indi­ca que el pira­ta John Hawkins en 1565 vendió 162 esclavos, mer­cancías y géneros por un total de 12.528 pesos y pagó impuestos de “38 pesos, 4 tomines y 6 gra­nos” en Borburata.

En 1665 el alférez real Alon­so Gutiér­rez de Aguilar, veci­no de Bar­quisime­to, desem­peña­ba el ofi­cio de com­er­ciante de taba­co y otros géneros entre Bari­nas y Barquisimeto.

En el puer­to de La Guaira per­mutó las mer­cancías por otros bienes y un escla­vo mula­to que luego llevó a Bar­quisime­to y fue ven­di­do luego al capitán Bar­tolomé López de Mesa, según apun­ta la his­to­ri­ado­ra Avel­lán de Tamayo.

El cro­nista bar­quisimetano Omar Gar­men­dia, asien­ta que en 1632, en com­pra hecha de un escla­vo negro criol­lo de 28 años de nom­bre Juan Amaro, “mae­stro de hac­er azú­car”, por parte de Este­ban de Castil­lo, se especi­fi­ca en el doc­u­men­to el pago en base a una cier­ta can­ti­dad de azú­car cor­re­spon­di­ente a 120 arrobas (1.380 kg) prove­nientes de un trapiche, lo cual se tra­ducía en unos 450 pesos de pla­ta de a ocho reales, can­ti­dad esta que indi­ca­ba la cal­i­dad del escla­vo y sus idóneas condi­ciones físi­cas, pues el pre­cio de tales “piezas” se cal­cu­la­ba como cualquier otra especie comercial.

En 1773 don Anto­nio de Vil­la­lon­ga, veci­no de Bar­quisime­to fir­ma doc­u­men­to por la com­pra de un escla­vo criol­lo mula­to, de 30 años, el cual había sido adquiri­do a com­er­ciante de ori­gen caroreño en aque­l­la ciudad.

En ese mis­mo año se acuer­da la ven­ta de una mula­ta criol­la de unos 30 años de nom­bre María Dion­isia al teniente de jus­ti­cia may­or don Tomás Pací­fi­co de Berroterán, la cual pertenecía a don Juan de Salazar por haber­la com­pra­do a don Gerón­i­mo González de Cas­tro por 250 pesos de pla­ta, apun­ta Avel­lán de Tamaño.

Eran cam­paneros

Según nor­ma­ti­va ecle­siás­ti­ca denom­i­na­da Regla de Coro de la Cat­e­dral de Cara­cas, refren­da­da en 1727, establecía que quien ejercería las labores de cam­panero debía ser un escla­vo de com­pro­ba­da cor­du­ra y obe­di­en­cia. Debía con­tar con un escla­vo susti­tu­to, en caso de enfermedad.

Jóvenes en venta

Cuan­do Ale­jan­dro Hum­boldt llegó a Cumaná en 1799, quedó sor­pren­di­do al obser­var el con­cur­ri­do mer­ca­do de esclavos que se insta­l­a­ba cada mañana en aque­l­la población. Entre sus descrip­ciones nar­ra que, a un extremo de la Plaza May­or, se insta­la una larga galería de madera en donde se exhibía «a una doce­na de jóvenes negros de 15 a 20 años, a lo sumo».

Rela­ta que todos los días al despun­tar la auro­ra, se les entre­ga­ba a los esclavos aceite de coco para que cada uno se untara en el cuer­po para así dar­le a la piel un negro lus­troso. «A cada rato lle­ga­ban los com­pradores y les abrían la boca con fuerza para exam­i­narles la den­tadu­ra y así deter­mi­nar la edad y salud». 

El cen­so de 1844

Un cen­so de esclavos real­iza­do en 1844 apun­ta la can­ti­dad de 21.618 “piezas”, a las cuales debía apli­carse pro­gre­si­va­mente el pro­ced­imien­to de man­u­misión. Tam­bién refiere este cen­so que, en 1834 se pudo ver­i­ficar la exis­ten­cia de 36.000 esclavos.

Par­tien­do de tales datos, se afir­ma en la Memo­ria de gob­ier­no cor­re­spon­di­ente a 1845: «De la com­para­ción de una u otra suma resul­ta que la esclav­i­tud de la Repúbli­ca se ha dis­minui­do en el espa­cio de diez años en más de 14.000 indi­vid­u­os, sien­do de esper­arse que al cabo de otro dece­nio esté casi extin­gui­da la esclav­i­tud en Venezuela».

Defen­sores del rey

En 1815, después de servir dos años en el ejérci­to del rey, el escla­vo Ramón Piñero real­iza una peti­ción de lib­er­tad en los sigu­ientes términos:

«Yo he servi­do con mucho amor y fidel­i­dad a mi Rey, y no quiero perder la gra­cia que su sober­ana clemen­cia con­cede a los que como yo han defen­di­do los dere­chos con el arma en la mano…».

La his­to­ri­ado­ra Inés Quin­tero refiere que el escla­vo Piñero deja tes­ti­mo­nio que la guer­ra lo encon­tró cuan­do tra­ba­ja­ba en el hato San Diego perteneciente a su señor Juan de Rojas, en los llanos cen­trales de Cal­abo­zo, ter­rate­niente que había sido pre­so por las fuerzas patri­o­tas al negarse a entre­gar sus esclavos, así como el gana­do y cosecha, ale­ga­to que vio­la­ba el Decre­to de Guer­ra a Muerte expe­di­do por el Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var en junio de 1813.

Frente a ese esce­nario, Piñero y otro escla­vo de nom­bre Miguel, escaparon y se enlis­taron en las filas del ejérci­to de José Tomás Boves, ani­ma­dos por la ofer­ta de lib­er­tad si toma­ban las armas en favor de la causa realista.

Juan José Ledes­ma, tam­bién sirvió en los ejérci­tos de su majes­tad con el gra­do de jefe de división, bajo el man­do direc­to de Boves entre 1813 y 14. Ori­un­do de San Rafael de Oritu­co, pertenecía a los bienes de don Pedro Ledes­ma, recono­ci­do patri­o­ta des­de la géne­sis de la Independencia.

Don Pedro entregó a su escla­vo cuan­do comen­zaron a con­for­marse las divi­siones repub­li­canas en defen­sa de la plaza de ori­ente al man­do del gen­er­al San­ti­a­go Mar­iño. Allí, el negro Juan José oblig­a­do sirvió un tiem­po, pero logró deser­tar para incor­po­rarse al Ejérci­to Real­ista en octubre de 1813, «para seguir la sagra­da causa del Rey en defen­sa de sus jus­tos dere­chos con­tra los insur­gentes de esta provincia».

Ser­vi­cio a la República

El 10 de enero de 1826, Anas­ta­sio Sosa, envió cor­re­spon­den­cia al inten­dente depar­ta­men­tal de la ciu­dad de Cara­cas a fin de hac­er valer los ser­vi­cios presta­dos al Ejérci­to Lib­er­ta­dor para con­seguir su car­ta de libertad.

Llegó de man­era clan­des­ti­na a la ciu­dad escapa­do de la hacien­da de su amo Domin­go Sosa, con asien­to en Choroní. Había real­iza­do des­de 1825, un largo perip­lo para con­seguir, por escrito, los tes­ti­mo­nios de sus supe­ri­ores Juan José Lien­do y La Rea y Fran­cis­co de Paula Alcán­tara, ambos recono­ci­dos ofi­ciales del ejérci­to republicano.

Anas­ta­sio se unió al Ejérci­to en 1816, cuan­do vio atrav­es­ar las estre­chas calles de Choroní a los 600 patri­o­tas sobre­vivientes del com­bate de Los Agua­cates el 14 de julio de ese año dieciséis, al man­do del gen­er­al de división Gre­gor Mac­Gre­gor y el coro­nel Car­los Sou­blette, quienes iban de pueblo en pueblo reclu­tan­do per­son­al para for­t­ale­cer las tropas patri­o­tas, exponién­doles a los esclavos el con­tenido del Decre­to de Lib­er­tad emi­ti­do por Bolí­var a su lle­ga­da a Carú­pano junio.

Después de pelear en un sin­número de encuen­tros con el gen­er­al Manuel Piar, Anas­ta­sio es heri­do de gravedad por segun­da vez y se le licen­cia para gozar de una pen­sión sin ten­er que incorporarse.

Ini­cia su larga querel­la que tor­pedea su antiguo dueño has­ta que el Con­gre­so de la nue­va repúbli­ca se pro­nun­ció en favor de la Ley de Man­u­misión, favore­cien­do al escla­vo Anas­ta­sio con su lib­er­tad y obvi­a­mente a su amo, que después de realizar la eval­u­ación para el justi­precio recibió 115 pesos por un escla­vo de 48 años, cuyo val­or era de 230 de no haber esta­do lisi­a­do con una «… que­bradu­ra que padece en la ingle derecha…» lo cual le reba­ja­ba el val­or a la mitad.

Así Anas­ta­sio con­sigu­ió su ansi­a­da lib­er­tad, mien­tras su mujer e hijos per­manecieron como esclavos de don Domin­go Sosa en Choroní.


Ref­er­en­cias
Avel­lán de Tamayo, Nieves (2002). La Nue­va Segovia de Bar­quisime­to. T. II. 3ra. Ed. Cara­cas: Acad­e­mia Nacional de la Historia.
Querales, Ramón (2003). La comar­ca man­cil­la­da. Bar­quisime­to: Fon­do Edi­to­r­i­al Río Ceni­zo. Con­ce­jo Munic­i­pal de Iribarren.
Gar­men­dia, Omar (2021). Esclavos de Bar­quisime­to. www.CorreodeLara.com
Quin­tero, Inés (2008). Mas allá de la guer­ra. Fun­dación Bigott.

CorreodeLara

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