Gilberto Antolínez, sabio intelectual yaracuyano
Mario R. Tovar G.
Historiador
“Hubo asimismo una sedimentación de culturas de diferentes orígenes, unas que venían de los Andes y otras del Orinoco y Río Negro. Es allí donde viene el culto a la madre.”
Gilberto Antolínez
Tal como lo apunta el reconocido escritor venezolano Horacio Biord, en una publicación de la UCAB (2000), Gilberto Antolínez, nació en San Felipe, estado Yaracuy, el 23 de agosto de 1908 y muere en Caracas a la edad de 90 años, hace 23 años, el 05 de mayo de 1998. A este respecto, afirma Biord que Gilberto Antolínez es uno de los precursores de la antropología académica en Venezuela.
Sus primeros escritos, anteriores a la creación de la Escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela, se enmarcan en un ambiente de gestación de la misma, en el cual destacan las labores del Grupo de Caracas de la Sociedad Panamericana de Geografía e Historia, las investigaciones llevadas a cabo tanto por el Museo de Ciencias Naturales de Caracas como por la Sociedad de Ciencias Naturales “La Salle”. Un poco más tarde, también, en 1947, la instalación de la Comisión Indigenista para la elaboración de políticas indigenistas y la atención de los Pueblos indígenas.
Aunado a ello, nos recuerda Horacio Biord que el primer libro de Antolínez fue “Hacia el Indio y su Mundo”, publicado originalmente en 1946 y luego re-editado en 1972. Aparte de este libro, su obra ha permanecido dispersa en periódicos y revistas y, en algunos, casos inédita, lo cual ha dificultado enormemente su consulta. La edición de las obras completas de Gilberto Antolínez constituye un acierto que se ha hecho posible gracias al trabajo de compilación de Orlando Barreto, quien además de la recopilación ha escrito el prólogo que acompaña a cada uno de estos volúmenes.
Gilberto Antolínez
Dentro de este contexto, los volúmenes publicados reúnen trabajos escritos y/o publicados principalmente en la década de 1940, en revistas y periódicos de Venezuela y algunos (en la década de 1970) en la revista América Indígena, del Instituto Indigenista Interamericano, con sede en la Ciudad de México.
La ponderación de los trabajos antropológicos de Antolínez debe considerar, ante todo, que fueron escritos por alguien con una formación autodidacta y en una época en la que apenas se difundían en Venezuela las investigaciones antropológicas académicas. Enjuiciarlos con una óptica actual, además de un craso anacronismo, excluiría la posibilidad tanto de una justa valoración de sus interpretaciones, así como de aprovechamiento de los datos, muchos de ellos de gran valor.
Asimismo, puntualiza Horacio Biord que la obra de Antolínez tiene fundamentalmente un interés historiográfico, pues permite estudiar el desarrollo de la Antropología y de sus disciplinas conexas (lingüística, etnohistoria, arqueología, folklore, etc.) en Venezuela, muchas de sus contribuciones constituyen documentaciones de primera mano, recogidas en trabajos de campo pioneros de esta metodología.
Por lo demás, recalca Biord que en estos volúmenes se reúnen diversos artículos sobre mitología, toponimia, religiosidad popular, etnohistoria, literaturas indígenas, arqueología, etnología, etnografía, folklore y el culto a María Lionza.
Quizás sean los trabajos sobre estos dos últimos temas los que revistan mayor utilidad a los investigadores contemporáneos. Finalmente, enfatiza Horacio Biord que especial mención merecen sus ensayos sobre los Panare o E’ñepa (Antolínez 1998: 529–583), del entonces Distrito (hoy Municipio) Cedeño del Estado Bolívar. Antolinez fue uno de los primeros etnógrafos modernos en visitarlos y uno de los primeros en documentar el etnónimo e’ñepa, que transcribe “eñas-pua”.
El presente etnográfico de estos escritos es la década de 1940 y, sin duda, ofrecen un interés muy particular, pues en esa época los panares habían recibido todavía mínimas presiones aculturativas y sobre ellos se había escrito muy poco.
Por otro lado, el fallecido cronista de San Felipe, Raúl Freitez, reseñaba en su página de Facebook: “Bitácora del Cronista”, que Antolínez fue un ser solitario, culto, meditabundo; poeta al fin, sumergido en un mundo de apreciaciones culturales, arañando papeles con signos del pasado y presente.
Y con seguridad fue feliz durante el tiempo que unió sus ideales y existencia con Pálmenez Yarza, unidos por el amor y la poesía, por las letras y el estudio de las etnias americanas. Y así la recordó el poeta: “Ay, su boca dulce y expresiva de un raro entorno, de un raro movimiento trepidatorio al hablar. Su boca eslavona o escandinava de Greta-Garbo, de mujer azotada por indescifrable fatum: boca de tarde en tarde cruel: dulce labio de grana y de gemido, para mi sed señero, muelle y vivo”.
Y en esos andares por la sierra, por montañas y selvas intrincadas inmortalizó sus recuerdos: “En Orinoco (Pámenes) llegó a creer que yo podía sacrificarla en los petroglifos de Cerro Sedeño, donde tuvo culto el Dios (sic) Amavilaca, o sacrificarla a los antepasados de los indios Panare. ¿Quién sabrá qué va a decidir de pronto esta cabecita hermosa y torturada?” (Retratos y figuras. pp.83–85)
Pero ese amor era compartido. Y en este punto hay que recalcar que Antolínez preservó el recuerdo indígena de los pueblos que para él jamás fueron parte del olvido sino más bien su amor de toda la vida, porque él sabía que nuestro pasado debe ser reconocido por todos e interesarnos intensamente, pues, como cita de Cicerón el historiador Martín Rubio: “Si ignoras lo que ocurrió antes de que tú nacieras, siempre serás un niño”, y por esa razón, como Maestro masón, Antolínez dominó el arte de la palabra y las letras al servicio del pueblo en su eterna lucha contra “la mentira, la ignorancia y la ambición”, para que el olvido no se apropiara de los recuerdos.
A nuestro Antolínez indigenista, escritor, amante de la sencillez y de las letras, hoy rendimos un justo homenaje, no con flores que se marchitan, ni comentarios fatuos que rápidamente devorará la brisa, sino con la admiración de un pueblo que honra al paisano que, aunque ausente, pervive en el alma de los poetas; el tiempo se ha encargado de devolverle el reconocimiento y la admiración de sus conciudadanos, sobre todo del pueblo yaracuyano que agradece y honra su ejemplo.
Culmina reseñando el recordado periodista y cronista de San Felipe, Raúl Freytez que Gilberto Antolínez, anciano y abrigado de soledad y recuerdos, falleció el 5 de mayo de 1998 a la edad de 90 años, en Caracas en su residencia de la urbanización Carlos Delgado Chalbaud, en la vereda 63 de Coche. Sólo sucumbió su cuerpo, pues su memoria sigue intacta en el corazón de sus coterráneos.
El legado indígena en Yaracuy
“Hubo asimismo una sedimentación de culturas de diferentes orígenes,
unas que venían de los Andes y otras del Orinoco y Río Negro. Es allí donde viene el culto a la madre.”
Gilberto Antolínez
Para los interesados en la temática sobre nuestras raíces aborígenes, siempre es grato sumergirse en la amena lectura del libro: “La Diosa de la Danta”, del reconocido investigador yaracuyano Gilberto Antolínez; obra editada por la Uney, producto de la rigurosa compilación y prólogo del escritor Orlando Barreto, que nos permite adentrarnos en el maravilloso mundo de las diferentes culturas indígenas asentadas en el pasado en los fértiles valles y enigmáticas montañas de la geografía yaracuyana.
Es por ello que dicho texto debería ser de obligatoria lectura en todas nuestras escuelas y liceos, como una forma de valorar el aporte indígena legado a nuestra sociedad y que lastimosamente ha sido reiteradamente apartado de la historia regional, así como de los planes y programas educativos vigentes; situación que esperamos sea enmendada en breve tiempo.
Tras avanzar en tan interesante lectura, centro mi interés en la parte del texto titulada: “Conversaciones con Gilberto Antolínez”, donde éste aporta importantes datos referidos al origen indígena de ciertos lugares yaracuyanos tales como:
“Cocuaima, gran heroína de Urachiche, que en voz caribe significa “cocuyo grande (o de ojos muy grandes); mientras que la voz Chivacoa, significaba varias cosas para los caquetíos: era el nombre de una pulguita, del coloradito, pero también significaba animal pequeñito, vida pequeñita. Por su parte, el nombre de Cocorote es caquetío, pero de origen caribe, cuyo significado es “pavita muertera”.
En relación al valle de Yaracuy, éste significa en lengua caribe: “Río de las Palmas Mapora” y de igual procedencia derivan los vocablos: Yurubí, Mayorica, Yumare y Mayurupí, ya que, según su autorizada opinión, el ochenta por ciento de nuestros ríos, quebradas y lugares del Yaracuy, provienen de voces caribes, porque ellos fueron grandes navegantes, quienes se asentaron en nuestros manantiales, ríos y después en nuestras montañas.
De igual manera, afirma Antolínez, que Tamanavare es un nombre caquetío; mientras que Boraure y todos los nombres que tienen la sílaba “Bo”, eran nombres sagrados, porque son los únicos que quedan de las primitivas poblaciones indígenas anteriores a los Jirajaras.
Finalmente, Gilberto Antolínez reseña que María Lionza constituía una divinidad para los Jirajaras, representando en su imaginario a una madre, agua, tierra y luna, al tiempo que era una especie de venus, muy querida por los hombres y jóvenes, quienes la relacionaban a una enorme serpiente o con la danta, cuya imagen inspiró luego al reconocido escultor venezolano Alejandro Colina, para inmortalizar a la diosa madre montada sobre ella; mítico culto que ya traspasa nuestras fronteras.
Obra poética de su esposa Pálmenes Yarza
“Llévame a la montaña por sus piedras antiguas:
allí un día mi madre me entregó a la mañana apareando murmullos de aguas y cantigas.”
Poema Entreveo la Ciudad
Su esposa, Pálmenes Yarza
La reconocida escritora Pálmenes Yarza nace en Nirgua en 1916. Fueron sus padres Manuel Yarza y Berta Tortolero, quienes desde muy joven la trasladan a Valencia; lugar donde pierde a su padre cuando contaba apenas los 4 años y cursa sus estudios primarios en la Escuela Federal Peñalver de esa ciudad.
Durante 1933 se gradúa de maestra después de haber cursado sus estudios en la Escuela Normal de Caracas, tras lo cual pasa ejercer la docencia en Valencia, La Victoria, Antemano y Caracas. En 1934 cuando apenas contaba con dieciocho años de edad, pierde a su madre.
Posteriormente en 1936, irrumpe en la poesía venezolana, nada más y nada menos que de la mano de Andrés Eloy Blanco, quien hace el prólogo de su primer texto poético titulado: “Pálmenes Yarza”; dedicado enteramente a la memoria de su padre. Entretanto, durante 1942 publica su segundo libro titulado: “Espirales”, se inscribe en el Instituto Pedagógico de Caracas, de donde egresa en 1946 en la especialidad de Castellano, Literatura y Latín.
Años después ingresa a la Universidad Central de Venezuela, graduándose de Licenciada en Letras en 1984. Por otra parte, su tercera obra es publicada en 1947 bajo el título de: “Instancias”, año en que también ejerce en Cuba el cargo de Agregado Cultural, bajo el gobierno del Presidente Rómulo Gallegos, responsabilidad que desempeña hasta 1950, cuando retorna al país para publicar su volumen denominado “Ara”.
Desde 1959 la Revista Lírica Hispana publica su Selección Poética y ejerce el periodismo en diversos diarios y revistas durante varios años, tanto en el país como en el exterior, tales como: El Nacional, El Universal, EL Heraldo, El Globo, Últimas Noticias, Revista Nacional de Cultura, Azor de España, Diario de la Marina, Carteles y El Mundo de Cuba y Norte de México, donde publica diversos géneros literarios tales como: crítica, periodismo, ensayo y cuentos infantiles, entre otros.
Entre su variada obra literaria también destacan sus publicaciones: Elegías del Segundo(1961), Fábula de la Condena (1972), Contraseñas del Tiempo, obra poética entre 1962–1969 (1974), Recuento de un Árbol y Otros Poemas (1975), Poemas. Incorporaciones de la Isla (1976), Obra Poética 1936–1976 (1977), Borradores al Viento (1988), Memoria Residual (1994), Al Paso del Tiempo (1995), Páginas de Acopio en Mesa Revuelta, Antología Poética (1999), Expresiones (2002).
En relación a su obra Antología Poética, reimpresa en 2004, por Monte Ávila Editores Latinoamericana, dentro de su Colección Básica de Autores Venezolanos, la prologuista de la obra Judit Gerendas, entre otros aspectos nos señala lo siguiente: “(…) La poesía de Pálmenes Yarza intenta captar la imagen del presente, el momento clave, y a la vez reencontrar el ámbito del pasado, el tiempo perdido.
Se va produciendo un contraste rítmico entre espacio y tiempo y, en lograda cadencia, se evoca el mundo rural, el mundo de la infancia, a la vez que se atrapa, por momentos, el instante dentro de las entrañas del tiempo, en un asedio a la hora, al minuto, al parpadeo del segundo, en un ir y venir dentro de Cronos, el que todo devora (…).
El pasado, eso que tanto busca la poeta y que tanto se le escapa, se representa también mediante la vegetación y las paredes recubiertas por la arena, la cual tapa al tiempo, superponiéndose al antiguo mundo, que de esta manera queda sumergido, y sólo el trabajo de la arqueología poética puede recuperarlo (…) Se ha reencontrado con el pasado y, con los elementos aportados por la ruina y la soledad, ha entretejido su texto y entrado en diálogo con el mundo”.
Tras su jubilación como docente, Pálmenes Yarza combina su trabajo literario con labores comunitarias de alfabetización en el barrio Barola de Carrizal, por iniciativa propia y sin recibir a cambio ninguna remuneración alguna por ello. Además, ha sido condecorada por varias instituciones, tanto literarias como educativas.
Su nombre figura en varias antologías de poetas venezolanos publicados en varios países y hasta el año 2004, vivía dedicada a sus actividades intelectuales a pesar de su delicada salud. Por su indiscutible trayectoria, esta ilustre nirgüeña de noble estirpe merece ser leída por todos y reconocida como una yaracuyana integral, quien en “Escepticismo” de su obra Expresiones (2002), reflexivamente nos dice: “Podemos para siempre existir pétreos sobre nosotros mismos o perdernos en giro como guijas aventadas”. Sabias palabras de poeta.