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Mi tía habla de los primeros adecos

 

Los historiadores sabemos el provecho que podemos sacar de las fuentes privadas. Suelen ser más libres, si se comparan con los documentos públicos. El sigilo de los sobres sellados permite que la verdad circule sin cortapisas, o un tipo de verdad que ilustra sobre situaciones de interés general.


La ausen­cia de fis­gones, espe­cial­mente si son poderosos o influyentes, hace que las opin­iones via­jen bajo la pro­tec­ción de una con­fi­an­za que no puede tomarse may­ores lib­er­tades si está suje­ta a miradas ines­per­adas, o a inspec­ciones peli­grosas. No hay nada que cuidar, o poca cosa, cuan­do se escribe a los her­manos, a los sobri­nos o a los com­padres sobre los suce­sos del con­torno. Por con­sigu­iente, la con­fi­den­cial­i­dad propia de la cor­re­spon­den­cia remi­ti­da a una per­sona de con­fi­an­za, o a un cír­cu­lo famil­iar, ofrece una can­tera de infor­ma­ciones inval­orables para la explo­ración del pasado.

Se hace la obser­vación con el obje­to de invi­tar­los a leer una car­ta que escribe María Elisa Par­di, mi tía y mad­ri­na, sobre temas aparente­mente super­flu­os que intere­san a su famil­ia mien­tras el país siente los tirones de la lla­ma­da rev­olu­ción de octubre. 

La pre­sen­té en un sim­po­sio de 1988 sobre el golpe de esta­do con­tra Med­i­na Angari­ta, pero la saco otra vez de la domés­ti­ca gave­ta por la util­i­dad que tiene para quienes quier­an saber cómo se pien­sa en la época sobre un movimien­to políti­co que ha gen­er­a­do no pocas dis­putas, entonces y en la actu­al­i­dad; o cómo pien­sa un tipo deter­mi­na­do de per­sona que debió ser numeroso. La misi­va no es por­ta­do­ra de una ver­dad abso­lu­ta, des­de luego, sino de los pare­ceres de cier­to tipo de per­sonas, la “gente de orden”, gra­cias a los cuales se lle­ga a un acer­camien­to dig­no de aten­ción sobre las reac­ciones provo­cadas por los ade­cos fundacionales.

Coro­ne­les Mario Var­gas (a la izquier­da), y Car­los Del­ga­do Chal­baud (a la derecha), escoltan al pres­i­dente Rómu­lo Gal­le­gos en su toma de pos­esión jun­to a Rómu­lo Betan­court. Del­ga­do Chal­baud ‑quien mira a Gal­le­gos en la foto, lo suced­erá tras un golpe de Estado

Mi famil­ia mater­na, la par­entela Par­di que después se muda a otras regiones, se establece en Boconó en 1868, más o menos, para dedi­carse al cul­ti­vo del café. Proviene de la isla ital­iana de Elba y en breve le sopla buen vien­to, pues la pros­peri­dad la acom­paña en el nue­vo siglo: varias hacien­das de café en las cer­canías del pueblo y en otro pobla­do de las prox­im­i­dades, Cam­po Elías; una casa amplia en la esquina de la plaza Bolí­var, cer­ca de la igle­sia de San Ale­jo, del Con­ce­jo Munic­i­pal y la pre­fec­tura; dos o tres locales para alquilar y rela­ciones con los indi­vid­u­os de impor­tan­cia, entre ellos muchos ital­ianos tam­bién lle­ga­dos de Elba que se con­vierten en fig­uras este­lares del lugar. Algunos de los Par­di, ya vene­zolanos de primera gen­eración, lle­gan a vin­cu­larse con los ofi­ciales godos que com­bat­en los exce­sos del lib­er­al­is­mo, o mil­i­tan bajo la ban­dera amar­il­la más pop­u­lar o ple­beya. En el seno de ese hog­ar nace y muere muy anciana mi tía y mad­ri­na María Elisa Par­di, quien nun­ca se lle­ga a casar y se con­vierte en maes­tra de primeras letras en una escuela de niñas y en pilar de las devo­ciones reli­giosas. En Boconó le dicen “la niña María”. Tiene alter­ca­dos con su her­mana may­or, mi abuela Tere­sa Par­di de Itur­ri­eta, porque acep­ta ser comadre y con­fi­dente del gen­er­al Rafael Mon­til­la, el Tigre de Guaitó, un indi­vid­uo de baja estofa.

Ante de entrom­e­ter­nos en la misi­va, acu­d­amos a un frag­men­to de Copei en el trienio ade­co, un libro de Rodol­fo José Cár­de­nas en cuyas pági­nas describe el atuen­do de las per­sonas que acom­pañan al pres­i­dente Rómu­lo Gal­le­gos en su toma de pos­esión. Es el siguiente:

“Fue una sem­ana de pom­pas, jol­go­rios, sedas, con­dec­o­ra­ciones, con­vites y moji­gan­gas, los ade­cos con mucho, liquiliqui, y las nuevas empin­goro­tadas seño­ras lucien­do cos­tosas pieles con los trein­ta y dos gra­dos del mediodía caraque­ño. Los invi­ta­dos cul­tos que tam­bién los había son­reían ante aquel der­roche de mamar­rachadas y aquel sin­fín de extrav­a­gan­cias trop­i­cales. Más de un invi­ta­do aus­tero se pre­gunt­a­ba dónde esta­ba, pues parecía imposi­ble que el señor Rómu­lo Gal­le­gos, tan afama­do como hom­bre recata­do, fuera el cau­sante de tan­ta payasa­da, donde el histri­on­is­mo de los licores y de los ban­quetes resulta­ba páli­do ante la albadan­ería que se refle­ja­ba en los dedos ensor­ti­ja­dos, manos obr­eras cal­losas casi reventa­ban los aros car­ga­dos de piedras, y los zap­atos de charol indi­ca­ban a la legua que su ocu­pante era primer­i­zo en ese cam­i­nar arle­quini­ano sobre las espe­sas y nuevas alfombras”.

Si aparta­mos los juicios de val­or y recor­damos que la descrip­ción no se refiere a un des­file de modas, sino a un suce­so de nat­u­raleza políti­ca, con­ven­dremos en destacar la exis­ten­cia de una mudan­za que lle­ga has­ta los salones que solo traspasa­ba un tipo de vene­zolanos. Aho­ra muchos otros son con­vi­da­dos, o se sien­ten con­vi­da­dos a lugares inac­ce­si­bles des­de antiguo para quien no perteneciera a un grupús­cu­lo que segu­ra­mente obser­va de lejos y con repug­nan­cia lo que está pasando.

El Teniente coro­nel Mar­cos Pérez Jiménez a las pocas horas del Golpe de Esta­do con­tra el Pres­i­dente Rómu­lo Gal­le­gos el 24 de noviem­bre de 1948, trans­mi­tió por radio un men­saje a la nación

La car­ta de mi tía y mad­ri­na, escri­ta en Boconó el 20 de mar­zo de 1946, com­pen­dia la sen­sación de antipatía y zozo­bra que provo­ca­ba la legión de advenedi­zos. Dice a una her­mana res­i­den­ci­a­da en Barquisimeto: 

“Por aquí las cosas están como por allá, aunque más alivi­adas porque uno conoce a las per­sonas. Digo yo que uno las conoce, porque ya no son los de antes. Imagí­nese que Tere­sio no quiere hac­er los man­da­dos por ir a la casa del par­tido, y que Isaías tra­ba­ja en el taller cuan­do le parece, porque tiene que oír a la hora que sea los dis­cur­sos de los ade­cos. Por eso no me entregó los mue­bles a tiem­po, pero no se le puede recla­mar porque eso no es democ­ra­cia. Lo que está de moda es el botiquín que se lla­ma La Demócra­ta, lleno de esa gente. Es un espec­tácu­lo a juro, cuan­do vamos a oír misa. Abren el botiquín has­ta tarde y sepa que allá hacen la lista para con­ce­jales. Un teniente fulano de tal estu­vo en días pasa­dos brin­dan­do con ellos, como para ani­mar­los a seguir en la tarea. Ya se grad­uaron todos de bachilleres sin haber pisa­do la escuela, pero leen pape­les en la plaza todos los días del mun­do, y todas las noches tam­bién. Imagí­nese que Mateo dice que esto es como el paraí­so de los bichos, y el infier­no de la gente bue­na. Lo peor es que has­ta en la famil­ia está pen­e­tran­do el veneno, pues Fran­cis­co y Ana Jose­fa se mueren de la tribu­lación de ver que unos ade­cos están son­sacan­do a Rafael José para echar bro­mas. Ayer Etelv­ina me pidió el salón para un baile y me dio pena ten­er que decir­le que no, por miedo de que la bar­ra invente meterse sin per­miso. Ust­ed sabe que se ha per­di­do el freno”.

Segu­ra­mente muchas famil­ias tradi­cionales sien­ten entonces en muchos pueb­los que se ha per­di­do el freno. Los depen­di­entes están estable­cien­do a su man­era un tipo diver­so de relación con los patrones. Los arte­sanos hacen los horar­ios y atien­den los pedi­dos del cliente en la medi­da de sus necesi­dades. La gente humilde hace políti­ca sin temor frente a las narices de los señores. Los organ­is­mos de rep­re­sentación dejan de ser el monop­o­lio de unos escogi­dos. Hay bares fre­cuen­ta­dos por una ines­per­a­da legión de suje­tos deseosos de par­tic­i­par en los asun­tos públi­cos. Has­ta los mil­itares los acom­pañan a veces en el jol­go­rio. Ya no impor­tan las cre­den­ciales esco­lares, ni la par­ti­da de nacimien­to, para par­tic­i­par en los nego­cios de la comu­nidad. Aún en las mejores famil­ias puede cundir el ejem­p­lo de la canal­la. Las fies­tas de sociedad no pueden ser como antes, se teme.

Tal vez la car­ta de María Elisa Par­di refle­je algo más que la pre­ocu­pación par­tic­u­lar de su casa y de su estirpe, para tra­ducir el miedo a los sobre­saltos que pro­duce la mod­i­fi­cación del rol de las masas en la cotid­i­an­idad. El miedo que no se sen­tía des­de el tiem­po de las guer­ras civiles, el miedo de no saber qué puede pasar mañana, el miedo a la par­doc­ra­cia dueña de la calle. Ese miedo de la tía y mad­ri­na, que otra vez ven­ti­la descarada­mente su sobri­no y ahi­ja­do, ¿no se mul­ti­pli­ca entonces por mil?

POR Elías Pino Iturrieta
Historiador


Foto­por­ta­da: Rómu­lo Gal­le­gos, uno de los miem­bros fun­dadores de AD, ganó las primeras elec­ciones libres de Venezuela en 1947. Fotografía toma­da de la cuen­ta ofi­cial de Acción Democráti­ca en Twit­ter (@ADemocratica) Pub­li­ca­do en Prodavinci.com

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