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En 1856, el telégrafo deslumbra a los venezolanos

 

Elías Pino Iturrieta
Historiador


Si se considera que las regiones de Venezuela apenas tienen la posibilidad de comunicarse durante la primera mitad del siglo XIX, y que los  gobiernos carecen de los medios para la dominación del territorio, la llegada de elementos capaces de disminuir el desgajamiento territorial y de facilitar avances administrativos debe mirarse con la importancia que de veras merece. Tal vez se juzguen como minucias los pasos que se dan en la materia, si se miran desde la perspectiva del país petrolero de la actualidad, pero fueron un avance trascendental en su tiempo.

La sociedad se ori­en­ta a la homo­genei­dad y puede ajus­tarse con may­or facil­i­dad a los requer­im­ien­tos de una repúbli­ca que todavía carece de base firme, si se intro­duce la posi­bil­i­dad de hac­er más acce­si­ble la cohab­itación de sus habi­tantes, el inter­cam­bio de bienes mate­ri­ales y la reunión de fac­tores políti­cos. De allí la impor­tan­cia del establec­imien­to de un inven­to que aho­ra ha entra­do en desu­so por los avances de la tec­nología, pero que es la may­or demostración de pro­gre­so en 1856.

Ofic­i­na de telé­grafos de Bar­quisime­to. Calle del Com­er­cio 1930. Foto Evaris­to Reyes-Yanez

A medi­a­dos de 1855, el ciu­dadano Manuel de Mon­tú­far cel­e­bra un con­tra­to con el gob­ier­no para la con­struc­ción de una línea telegrá­fi­ca. Después de un acto públi­co en el cual pre­sen­ta los cometi­dos de su Com­pañía y pro­pone un brindis por el éxi­to de los planes en ciernes, ini­cia los tra­ba­jos de con­struc­ción de la línea que va de Cara­cas a La Guaira. Topa con numerosas difi­cul­tades por los acci­dentes del ter­reno que impi­den el trasla­do y la colo­cación de los postes, y se corre el rumor de que la topografía impedirá el com­pro­miso de comu­ni­cación en cuya creación había insis­ti­do el pres­i­dente José Tadeo Mon­a­gas. Para disi­par­los, Mon­tú­far estre­na una primera ofic­i­na de telé­grafos en la cap­i­tal, esquina de la Torre número 172.

Se esmera en los reto­ques de la casa, a la cual adju­di­ca la cal­i­dad de ante­sala de un inven­to rev­olu­cionario. Pone una reja de lan­zas doradas  en el portón, para provo­car la curiosi­dad de los transeúntes. Invi­ta a pasar a los curiosos, para que vean un gran pupitre enter­i­zo que servirá para la escrit­u­ra de los men­sajes que sal­drán en clave de Morse, y para que vean los agu­jeros que se han tal­adra­do en el piso para el paso de mano­jos de cables hacia el sótano. En ese sótano, expli­can los emplea­d­os de la fir­ma,  se ha facil­i­ta­do una dotación de agua des­ti­na­da al refres­camien­to de los equipos. La pren­sa recoge los detalles de la ofic­i­na, y los mis­te­rios  del sis­tema de pun­to y rayas que per­mi­tirá la trasmisión inmedi­a­ta de los men­sajes. Tam­bién se enter­an entonces los caraque­ños de la lle­ga­da de dos “cien­tí­fi­cos” que mane­jarán las opera­ciones. Aca­ban de desem­bar­car del vapor Ten­nesse los señores H. W. Ben­ton y John Cary, proce­dentes de Nue­va York, para encar­garse de los despa­chos de Cara­cas y La Guaira. Se han for­ma­do en las líneas esta­dounidens­es de Erie y Orleans, infor­ma la prensa.

El ser­vi­cio se inau­gu­ra el 20 de mar­zo, medi­ante la comu­ni­cación del flu­i­do eléc­tri­co a través de una batería “quími­ca­mente prepara­da” sobre cuyas car­ac­terís­ti­cas tam­bién se ofre­cen por­menores.  En el acto están pre­sentes un emis­ario del jefe del Esta­do y el gob­er­nador de Cara­cas, jun­to con los munícipes, los accionistas del nego­cio  y un grupo de caballeros de sociedad. Al día sigu­iente, el gob­ier­no orde­na un exa­m­en de las máquinas y una visi­ta for­mal a la ofic­i­na de la esquina de la Torre, cuyos resul­ta­dos se comu­ni­can al pres­i­dente Mon­a­gas. El 2 de junio, la gob­er­nación orde­na la vig­i­lan­cia de las líneas y el establec­imien­to de penas para quienes las dañen o interfieran.

El his­to­ri­ador González Guinán se extiende en el con­tenido del reglamen­to que debe cono­cer el públi­co. Escribe sobre las tarifas:

De las siete de la mañana has­ta las cua­tro de la tarde, por toda comu­ni­cación que no excediese de 20 pal­abras, 30 cen­tavos fuertes, o sean tres reales, y por cada pal­abra de las que pasasen de las 20 primeras, un cen­ta­vo fuerte, no con­tán­dose como pal­abras para hac­er el cóm­puto del pre­cio los nom­bres de los intere­sa­dos y sus direc­ciones, ni la fecha y hora de la comu­ni­cación; pasadas las cua­tro de la tarde, el pre­cio será convencional.

Quizá la baratu­ra de los envíos, pero espe­cial­mente la novedad, provo­can gran entu­si­as­mo en la cap­i­tal. La gente hace cola para estre­narse como usuar­ia. Todos quieren ser los primeros en el des­file de un vín­cu­lo inex­is­tente has­ta la fecha, movimien­to que obliga al señor Mon­tú­far a anun­ciar que se dará pref­er­en­cia a los asun­tos del gob­ier­no, a los intere­ses del com­er­cio  y a situa­ciones de urgen­cia que pre­sen­ten los par­tic­u­lares. Debe­mos recor­dar  que se aca­ba de sofo­car un movimien­to arma­do de los godos, que ha dirigi­do el gen­er­al Trinidad Brache y que parece con­tar con ram­i­fi­ca­ciones no des­cu­bier­tas todavía. En con­se­cuen­cia, tiene prece­den­cia el cuida­do bélico.

Pero la con­duc­ta de los impa­cientes usuar­ios merece una expli­cación ale­ja­da de la triv­i­al­i­dad: por fin están en capaci­dad de lle­gar has­ta  dis­tan­cias jamás super­adas; aho­ra pueden acer­carse,   como nun­ca antes, a la vida de sus seres queri­dos y a los asun­tos de sus alle­ga­dos; pueden estar pre­sentes,  o con­tar con la pres­en­cia de per­sonas y situa­ciones en torno a las cuales había pre­dom­i­na­do una dis­tan­cia insu­per­a­ble; pueden cono­cer indi­vid­u­os extraños y acer­carse a acon­tec­imien­tos sor­pren­dentes de lat­i­tudes remo­tas, que quedan al alcance de la mano por una decisión o por una curiosi­dad per­son­al o famil­iar. Ni hablar de la util­i­dad que el inven­to ofrece a los com­er­ciantes y a todo tipo de emprende­dores, o del arma que sig­nifi­ca para los intere­ses del gob­ier­no y de sus ene­mi­gos. Morse  pro­pone a los vene­zolanos de la época  la alter­na­ti­va de ser dis­tin­tos.

Foto desta­ca­da: Edi­fi­cio de los Telé­grafos y Telé­fonos Fed­erales, Cara­cas, 1924

CorreodeLara

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