El maraquero del Teatro Juares: Una trágica historia de amor
Omar Garmendia
Cronista
El cronista Eligio Macías Mujica consigna en su libro Sol en las bardas, un curioso incidente sucedido en Barquisimeto en 1914, en la época de Diógenes Torrellas Urquiola, presidente del estado Lara.
Por aquel tiempo había llegado a Barquisimeto, como era costumbre en esa época, una compañía de zarzuelas con la presencia de la tiple española de notoriedad mundial de nombre Matilde Rueda, junto con un elenco compuesto por una constelación de estrellas de las tablas que se presentaba en el vetusto Teatro Juares.
Fue Matilde Rueda quien para ese año dio a conocer en Barquisimeto el joropo Alma Llanera de Pedro Elías Gutiérrez, considerado hoy como el segundo himno de nuestra patria. La maja española, de espectacular belleza, en su número musical hacía las veces de una llanera ataviada de alpargatas ceñidas en sus pequeños pies y la negra cabellera dividida en dos crinejas en cuyos extremos pendían dos trenzas rojas y como el Arauca vibrador su cuerpo cimbreaba dentro del faldón y la cota.
Resulta que para efectos del espectáculo se requería de una presencia más autóctona musicalmente hablando, por lo que se solicitó la intervención de un buen tocador de maracas. La responsabilidad recayó en Virgilio Rivero, músico del barrio de Paya, quien acompañó y compartió con la Rueda la descarga de aplausos y vítores del joropo de las garzas y del sol.
Virgilio era un maestro de ágiles manos con las maracas, hasta el punto que la misma tiple Matilde Rueda tenía que hacer un alto en el zapateo del joropo con las alpargatas, para deleitarse con el par de aquellos sonoros instrumentos musicales de percusión que iban y venían con ímpetu y empuje. Desde el público lanzaban ramilletes de rosas rojas a la Rueda y esta, llevándoselas al pecho, besándolas y deshojándolas, las esparcía sobre Virgilio, el maraquero de Paya. Y bajo la lluvia de pétalos, solo las maracas sabrían de las furtivas lágrimas de Virgilio, a quien los embrujadores ojos de Matilde se le metieron en el corazón y le calentaron los sesos.
Luego de las presentaciones y éxitos obtenidos, era llegado ya el momento de la despedida. La noche de la última función fue para Virgilio como una puñalada en el corazón enamorado del maraquero. Al caer el telón y a la salida del Teatro Juares, la diva solicitó del músico la promesa de ir a la estación del Ferrocarril Bolívar para acompañarla en su adiós a la ciudad.
La flor de sus tormentos
El maraquero no durmió esa noche y pasó la madrugada rondando el hotel La Francia donde se hospedaba la flor de sus tormentos. No había comido, el corazón le latía presuroso, la garganta seca, de vez en cuando apuraba un trago de aguardiente como brindando por la mujer largamente anhelada.
Al amanecer, los artistas, despidiéndose con teatrales gestos, tomaron el camino hacia la estación del tren. Virgilio, escudriñando desde el ángulo de una esquina, no se atrevió a seguirla desde que la vio salir del hotel, risueña y zalamera. La fue observando con la mirada a lo lejos hasta que se perdió en la distancia. Luego quedó solo y a su paso por el Teatro Juares sintió la inmensa sensación de pena y desventura al transitar por ese sitio de tantas experiencias gratas y se llevó a la cara las manos que una vez electrizaron las maracas en el Juares, plenas de pétalos y besos enviados con las puntas de los dedos.
Al fondo el Hotel La Francia de Barquisimeto. A la izquierda se aprecia parcialmente la fachada del Teatro Juares
A lo lejos, muy a lo lejos, oyó el silbato del tren que se alejaba y entre sollozos, como si un latigazo lo hubiera estimulado, se llevó la diestra a la cintura y casi sin mirar el revólver que portaba turbó el silencio de la madrugada con un disparo que le voló los sesos. Luego vinieron las carreras, la policía y los curiosos hasta el fondo de una casa y debajo de un árbol hallaron el cuerpo exánime y doloroso en medio del charco de sangre.
Dicen que días después, cuando supo por la prensa del trágico acontecimiento, Matilde Rueda rió la ocurrencia. Desde entonces ya no se escuchan en el Juares unas maracas como las del maraquero de Paya, que murió de amor prendido a una mariposa de las candilejas.
Fuente; Eligio Macías Mujica (1995). Sol en las Bardas. Barquisimeto: Editorial Río Cenizo