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Iginio Fréitez registró el testimonio del tiempo

 

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista

A pesar de la edad y del tiempo, reloj que no detiene sus inclementes agujas, este acucioso reportero gráfico no desmaya en su quehacer cotidiano. En su caballo de hierro recorre diariamente la capital del municipio Crespo, en donde, con su aguda visión, inmortaliza los hechos más trascendentales, con el fin de dejar testimonio del época. Es amigo inseparable de EL IMPULSO, en el cual ha tenido la oportunidad de publicar sus crónicas visuales


En su cabal­lo de hier­ro atraviesa la ciu­dad para dis­tribuir  EL IMPULSO, activi­dad que le per­mite bus­car el hecho noticioso

Son 84 años. Dilata­da expe­ri­en­cia y toda una vida entre anéc­do­tas y difí­ciles real­i­dades, entre el com­pro­miso de la pal­abra y cap­tar el mejor momen­to, el ángu­lo acer­ta­do. Así tran­scurre la vida de Iginio Fréitez, sin dec­li­nar un ápice. “Pero fue en Quí­bor…”, sí, se detiene para pen­sar, y se sumerge en un letar­go expec­tante. Luego prosigue: “El 23 de febrero de 1923, cuan­do mi madre me tra­jo al mundo”.

Cuen­ta que des­de muy pequeño llegó a Dua­ca y fue entonces “cuan­do me enam­oré de este puebli­to que tenía sólo dos calles, unas cuan­tas casitas y muy bue­nas fies­tas”. En la Per­la del Norte, Iginio Fréitez cono­ció EL IMPULSO, “un ami­go de papel y letras, con quien he com­par­tido des­de hace 54 años”, con­fiesa sin apologías ni la rig­urosi­dad del mimetismo.

En su ama­do puebli­to, que lo adop­tó como uno de sus mejores hijos, tran­si­ta su vida como un lugareño más, entre pági­nas de per­iódi­cos amar­il­len­tas por las sev­eri­dades del tiem­po y los mejores recuer­dos. Don Iginio se lev­an­ta “con el primer can­tar del gal­lo”, para recibir el per­iódi­co que luego reparte a domi­cilio en su bicicleta. 

 
 
Y recorre las prin­ci­pales calles y avenidas, no como un transeúnte inad­ver­tido, sino como el más críti­co de los veci­nos, pues siem­pre le han pre­ocu­pa­do los prob­le­mas pre­sentes de la ciu­dad. Más, no es un tra­ba­jo sen­cil­lo el escu­d­riñar, con ese ojo, las vicisi­tudes del entorno urbano. Le afec­ta y entris­tece la caren­cia de agua potable de esa población, las calles llenas de hue­cos, la ausen­cia de trans­porte públi­co y la casi nula fuente de tra­ba­jo de la comar­ca, “son hechos que para mí no son insignif­i­cantes, ni mucho menos me man­ten­go indiferente”.
 

La fotografía como testimonio 

Para Iginio Fréitez no es ligero com­pren­der el declive de su ter­ruño y otras muchas situa­ciones adver­sas y de cróni­co olvi­do por las que atraviesa el pequeño pobla­do. Por ello com­prendió que su vida esta­ba ínti­ma­mente lig­a­da al peri­odis­mo fotográ­fi­co. Decidió entonces realizar, en sus años mozos, uno que otro cur­so de fotografía, para cap­tar, por medio de la lente, el momen­to pre­ciso, el hecho noti­cioso y refle­jar cada instante de la cotidianidad.
 
Des­de ese momen­to jamás se sep­a­ró de la cámara fotográ­fi­ca y com­prendió que como no fue inmer­so en los libros, por medio de ese mági­co recur­so, podría reseñar y recoger todo lo que quizá con la escrit­u­ra no podría lograr. Sen­si­ble y esmer­a­do recorre con su cabal­lo de hier­ro cada rincón de la ciu­dad en la búsque­da del momen­to peri­odís­ti­co que a su vez, es memo­ria del tiempo.
 
Con su eter­na com­pañera ha recogi­do momen­tos trascen­den­tales de la vida en Dua­ca, inmor­tal­izan­do eso hechos para las cróni­cas y el devenir históri­co de los cuales desta­can la visi­ta a esa local­i­dad de per­son­ajes impor­tantes. Los pres­i­dentes Wolf­gang Lar­razábal, Rómu­lo Betan­court, Car­los Andrés Pérez, Jaime Lus­inchi y Hugo Chávez Frías, durante su cam­paña elec­toral del 98, entre otros, quienes no escaparon de ser cap­tura­dos como tes­ti­mo­nio del tiem­po por medio de la lente de don Iginio.
 
En su humilde mora­da, muy cer­cana a la Plaza Bolí­var de Dua­ca, tiene un cuar­ti­co lleno de rol­los, líqui­dos para el copi­a­do y rev­e­la­do, miles de fotos y por supuesto, sus diplo­mas que lo cer­ti­f­i­can como pro­fe­sion­al de la fotografía. Pero el reconocimien­to más valioso para este hom­bre tes­ti­mo­nio del tiem­po y apa­sion­a­do del fotope­ri­odis­mo, es el títu­lo con­feri­do por el Cír­cu­lo de Reporteros Grá­fi­cos, organ­is­mo que lo designó como inte­grante hon­o­rario en cor­re­spon­den­cia por su exten­di­da y fruc­tífera labor por espa­cio de 35 años.
 
Remem­o­ra don Iginio con ate­so­ra­do orgul­lo, que cuan­do le fue impues­ta esa dis­tin­ción ya tenía 40 años en el noble ofi­cio. Es una cuen­ta que preser­va con la deli­cia que se pro­cede a la clasi­fi­cación de un úni­co tesoro.
 
Iginio Fréitez al momen­to de este repor­ta­je tenía  54 años inin­ter­rumpi­dos repar­tien­do EL IMPULSO en Dua­ca y muchísi­mos años como reportero grá­fi­co. Era cono­ci­do pop­u­lar­mente como el cro­nista de imágenes
 

Cronista de imágenes

Iginio Fréitez tiene don mat­ri­mo­nios y unos cuan­tos hijos. Tra­ba­jó por espa­cio de muchos años en una funer­aria del pobla­do pero se retiró para dedi­carse de lleno a la labor repor­ter­il. Su incli­nación por la fotografía llegó hace muchos años y a raíz de ello, es pop­u­lar­mente recono­ci­do como el cro­nista de imágenes. 
 
Osten­ta un sin­número de grá­fi­cas de años remo­tos, sobre los acon­tec­imien­tos más desta­ca­dos ocur­ri­dos en Dua­ca y sus aledaños. Con­struc­ciones, reha­bil­ita­ciones, demo­li­ciones de grandes y pequeñas infraestruc­turas, están eternizadas por medio de la lente de don Iginio. No hay calles y casas en Dua­ca que no se encuen­tren entre las fotos de este afi­ciona­do, en el buen tér­mi­no de la expresión.
 
Por esa razón, don Iginio, el cro­nista no ofi­cial del munici­pio Cre­spo, le acred­i­tan estable­cer una aprox­i­mación a la Dua­ca de antaño y com­parar el después. Según su apre­ciación, “el pueblo ha cre­ci­do acel­er­ada­mente y los prob­le­mas se han acentuado”.
 
Pero la entre­vista debe cul­mi­nar aquí, debido a que don Iginio debe mar­charse sin más pér­di­da de tiem­po. Debe lev­an­tarse tem­pra­no para recibir el per­iódi­co y luego con­tin­uar la ruti­na de repar­tir­lo, claro está, con la mira­da aten­ta a cualquier acon­tec­imien­to noti­cioso, porque así es el peri­odis­mo ver­az. De eso­vive y ali­men­ta su alma. Con su som­brero parte esmer­a­do don Iginio Fréitez a recor­rer cada cen­tímetro de la Per­la del Norte.
 

Por tres lochas

Don Iginio Fréitez escu­d­riña tiem­pos remo­tos, de cuan­do las don úni­cas calles de Dua­ca eran de tier­ra. Enfa­ti­za que su relación con EL IMPULSO comen­zó cuan­do el doc­tor Juan Car­mona vis­itó el lugar y cono­ció la trayec­to­ria del entonces joven Iginio. 
 
-Fue entonces cuan­do el doc­tor Car­mona envió un emis­ario a mi casa, quien me pre­gun­tó si quería tra­ba­jar para ellos. Yo acep­té las dos prop­ues­tas que con­sistieron en enviar fotos al per­iódi­co y por otro lado, como ganan­cia extra, dis­tribuir EL IMPULSO en la zona, con­tó con los ojos cer­ra­dos, recor­dan­do, como para que ningún detalle escapara de la confesión.
 
Pero antes de ago­tar el tema, volvió sobre otro detalle deter­mi­nante, y agregó con vehe­men­cia, “para el momen­to sólo se repartían 10 ejem­plares con un val­or uni­tario de tres lochas”. Hoy día, al despun­tar el alba, don Iginio recorre en su cabal­lo de hier­ro las angostas calles de Dua­ca en su cotid­i­ana tarea de dis­tribuir EL IMPULSO y reit­era con orgul­lo ser el úni­co que lle­ga a cada espa­cio de la pequeña urbe con la hoja impre­sa, “y antes de las nueve de la mañana ya no me quedan ejemplares”.
 
Afir­ma con ese gesto con­ta­gioso, que “algu­nas per­sonas has­ta me esper­an en la puer­ta de mi casa para com­prar el per­iódi­co, cuestión que no me per­tur­ba pero sí des­cuadra mi itin­er­ario, porque ya no ten­go que con­cur­rir al lugar y eso me colo­ca en penosa desven­ta­ja por si algún acon­tec­imien­to sucede y yo no me entero”.
 
Con ejem­plar cortesía mantiene el buen tra­to con los moradores y, al momen­to de vis­i­tar el ayun­tamien­to de la local­i­dad, activi­dad que real­iza con fre­cuen­cia para efec­tu­ar algún reclamo por la situación del pobla­do, se dirige al despa­cho de la primera autori­dad y fija su posi­ción al respec­to “como ciu­dadano. Y no me puedo que­jar, porque mi voz ha sido respeta­da y mis reclam­os aten­di­dos por todas las autoridades”.
 
Pub­li­ca­do
en GENTE de EL IMPULSO el d
omin­go 1° de abril de 2007
 
 
 

CorreodeLara

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