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Inés de Hinojosa, una barquisimetana ejecutada en Tunja

 

Omar Garmendia
Cronista y escritor


Esta es la historia de Inés de Hinojosa, que se sitúa por los años de 1571 en Nueva Segovia de Barquisimeto, El Tocuyo, Pamplona y Tunja, que entre la historia y la leyenda ha sido fuente de relatos, crónicas y novelas que se balancean entre la ficción y la realidad. 

Inés de Hino­josa nació en Bar­quisime­to, actu­al Venezuela. Fue eje­cu­ta­da por crimen pasion­al en Tun­ja en 1571

Inés de Hino­josa se nos pre­sen­ta como una mujer del siglo XVI, mar­ca­da por las con­tra­ven­ciones de las nor­mas morales y sociales en la paca­ta vida colo­nial. Cat­a­lo­ga­da como “her­mosa por extremo” y que “nun­ca se había cono­ci­do famosa ni may­or belleza cel­e­bra­da en Indias”, había naci­do en Nue­va Segovia de Bar­quisime­to, en la época de su segun­do asien­to, en 1561.

No existe una numerosa doc­u­mentación o fuente históri­ca que pre­cise la real­i­dad viven­cial de esta mujer, pero que la tradi­ción man­i­fi­es­ta como una suce­sión de hechos atro­ces y ter­ri­bles que sucedieron entre las ciu­dades de Caro­ra y Tun­ja. Con­sid­er­a­do como “el deli­to más atroz que se ha cometi­do en Indias”, el hecho, acon­te­ci­do durante entre los años de 1564 y 1574, mues­tra el perip­lo vital de esta figu­ra femeni­na que rep­re­sen­tó en su época la con­tra­ven­ción de todas las nor­mas morales y sociales del modo de vida colo­nial, una  pres­en­cia  ter­ri­ble y escalofri­ante que vive y tiem­bla todavía en por las calles de Caro­ra y Tunja.

De su padre, don Her­nan­do de Hino­josa, con­quis­ta­dor ávi­do de riquezas, se decía que en un via­je que intenta­ba hac­er hacia España, naufragó en la Vela de Coro y fue sal­va­do por una india caque­tía, quien se lanzó desnu­da al mar y así sal­var a don Her­nan­do, para luego radi­carse en Nue­va Segovia de Bar­quisime­to, sigu­ien­do a las huestes de col­o­nizadores. Tiem­po después con la india tuvo dos hijas, Inés y Jua­na. Con ellas, se encam­inó hacia El Tocuyo luego de la destruc­ción de la ciu­dad por parte de las hogueras incen­di­arias de Lope de Aguirre.

Apostó a su hija en un juego de barajas 

Pala­cio de jus­ti­cia. Tunja

Inés de Hino­josa era ya una her­mosa mujer de unos 15 años que rival­iz­a­ba en belleza con cualquier dama de ese entonces. Don Her­nan­do, ambi­cioso de for­tu­nas, era un jugador emped­ernido, por lo que en unas par­tidas de bara­jas con don Pedro de Ávi­la, hom­bre rico y poderoso y uno de los primeros habi­tantes-fun­dadores de El Tocuyo, don Her­nan­do apos­tó y perdió a su últi­mo y úni­co tesoro, su hija Inés. Don Pedro de Ávi­la, jugador, mujeriego y bebedor, se llevó a Inés para Caro­ra donde poseía cuan­tiosas propiedades y hacien­das y allí se casó con la joven. Inés se llevó con­si­go a su her­mana Jua­na. No pasó mucho tiem­po para darse cuen­ta de lo des­dicha­do que resultó ese mat­ri­mo­nio, donde el hom­bre se interesa­ba sola­mente de sus nego­cios y de sus vicios.

Entre Carora, Pamplona y Tunja

Un día, llegó a Caro­ra un músi­co y bailarín lla­ma­do Jorge Voto, quien era eje­cu­tante de la vihuela y pro­fe­sor de bailes de salón para las damas de cal­i­dad de la sociedad de ese entonces. Luego de abrir una escuela de dan­za, Inés vis­lum­bró la opor­tu­nidad de tomar ven­gan­za de su cru­el con­sorte y entre ella y Jorge hubo un cruce de indisc­re­tas miradas, inflamán­dose en ambos las lla­mas de la pasión. Por lo que un día, deci­dieron que ya era hora de definir sus situa­ciones e Inés resolvió entonces acabar con la vida del estor­boso esposo y para eso urdió un macabro plan para asesinarlo.

Para eje­cu­tar el plan, Jorge Voto simuló que cerra­ba su escuela de baile y emprendió via­je en direc­ción a Pam­plona, en la juris­dic­ción del Nue­vo Reino de Grana­da. Pero luego de tres días de via­je regresó a Caro­ra sin ser vis­to y sin que nadie sospechara algo, pues todo el mun­do suponía que des­de hacía tres días había sali­do para Pam­plona. Dis­fraza­do y sin hac­er rui­do, con capa y capuchón esperó en una esquina a Pedro de Ávi­la, matán­do­lo de unas cuan­tas y cert­eras puñal­adas en el pecho.

Luego del asesina­to, huyó por donde mis­mo se vino. Nadie podía sospechar que alguien del pobla­do hubiese sido el asesino, menos aún de ese músi­co y bailarín foras­tero, a quien suponían los habi­tantes de Caro­ra a muchas leguas de dis­tan­cia, camino a la cordillera. Luego de un tiem­po, Jorge Voto y doña Inés acor­daron reunirse ambos en Pam­plona para allí casarse y pros­eguir con sus vidas. Doña Inés vende todas sus propiedades y se marchó jun­to con su her­mana Juana.

Al poco tiem­po Jorge Voto e Inés de Hino­josa, ya casa­dos, emprendieron el via­je hacia la ciu­dad de Tun­ja, situ­a­da en la semi­ári­da, seca y fría comar­ca de la región de la Inten­den­cia de Boy­acá, cen­tro cul­tur­al de primer orden para las artes, la poesía y la músi­ca. Allí, habrían de cul­mi­nar los defin­i­tivos acon­tec­imien­tos del desen­lace de los amores tor­men­tosos de los involu­cra­dos en esta relación amorosa, declar­a­da como “el deli­to más atroz que se ha cometi­do en Indias”, como lo cal­i­ficara el pres­i­dente de la Real Audi­en­cia de San­ta Fe Andrés Díaz Ven­ero de Ley­va, de acuer­do con la causa lle­va­da en tribunales.

Un agujero entre las camas

Jorge Voto quiso ampli­ar sus nego­cios has­ta San­ta Fe de Bogotá, cap­i­tal del Reino, ausen­tán­dose has­ta por tres meses segui­dos. La soledad y el hastío en doña Inés en ese tiem­po de sep­a­ración de su mari­do se hicieron pre­sentes.  Y he aquí que Pedro Bra­vo de Guzmán, opu­len­to y pre­po­tente encomendero de Chi­vatá, cuya res­i­den­cia qued­a­ba frente a la de Inés de Hino­josa, quedó pren­da­do de la her­mo­sura de la dama y a poco entablaron una relación de amores. Don Pedro Bra­vo de Guzmán com­pró la casa ady­a­cente a la de doña Inés y procuró que su habitación quedara jun­to la de la erotó­mana dama, pared de por medio. Arri­maron y jun­taron las camas a la pared de cada casa y entre las col­gaduras y corti­na­jes abrió don Pedro un dis­im­u­la­do boquete para así jun­tarse los dos en la noche y en el día.

Pero sucedió que a la doña Inés de Hino­josa le parecía que el agu­jero entre los camas­trones ya lo veía su mari­do, por lo cual vivía de sobre­salto en sobre­salto. Previnien­do sus apren­siones apuró la res­olu­ción de dar­le muerte a Jorge Voto, obstácu­lo que impedía la sat­is­fac­ción de su sed de pasión. Luego de una bien urdi­da tra­ma, en com­pli­ci­dad con Hernán Bra­vo, her­mano de Pedro Bra­vo de Guzmán y de Pedro de Hun­gría, sac­ristán de la igle­sia, la noche, el 17 de agos­to de 1571, orga­ni­zaron un ban­quete con vihuela y bailes ofre­ci­do a Jorge Voto.

A medi­anoche, luego de haber­lo col­ma­do de vino, fue lle­va­do por Pedro Bra­vo has­ta una pequeña que­bra­da que qued­a­ba en las cer­canías, al norte de la ciu­dad, con el pre­tex­to de que unas damas requerían su pres­en­cia. Allí, se le embistieron los dos cóm­plices y acabaron con la vida de Jorge Voto con espadas.Al día sigu­iente, al des­cubrirse el cadáver, sába­do 18 de agos­to de 1571, la casa de doña Inés se llenó de curiosos arremoli­na­dos a ver y comen­tar las malas nuevas. Man­daron a lla­mar al Jus­ti­cia May­or, quien comen­zó de inmedi­a­to a hac­er inter­roga­to­rios, acciones que pron­to lle­varon a des­cubrir a los autores mate­ri­ales. Al final doña Inés con­fesó todas las patrañas del exter­minio maquina­do des­de Caro­ra y que lle­ga­ba al clí­max con la per­pe­tración del crimen bajo la autoría int­elec­tu­al de la san­guinar­ia farsante en la Tun­ja colonial.

En el pro­ce­so segui­do en el caso, al fin se dic­tan las sen­ten­cias: a don Pedro Bra­vo de Guzmán se le con­de­na a la decap­itación en la Plaza May­or y su her­mano Hernán es ahor­ca­do en el mis­mo sitio. En medio de la con­fusión, huyen Pedro de Hun­gría y Jua­na en velo­ces cabal­los. No se supo más de ellos. A Inés de Hino­josa se le con­denó a la hor­ca y fue col­ga­da en el árbol de arrayán frente a la ven­tana de su casa. Des­de entonces a la calle se le lla­ma “Calle del Árbol”.

Aún hoy, se dice que, en las calles de Tun­ja, se escucha el lamen­to del fan­tas­ma de doña Inés de Hino­josa. Los valientes que se aven­tu­ran a tran­si­tar a altas horas de la noche por la ‘Calle del Árbol’, dicen haber vis­to el espec­tro col­ga­do del arrayán, con el pelo negro al vien­to y que una lengua de can­dela sale de esa calle has­ta perder­se en la Cat­e­dral de Tun­ja. Tam­bién cuen­ta la leyen­da que el per­ro negro de doña Inés de Hino­josa per­maneció durante var­ios días aul­lan­do bajo el árbol has­ta que murió.

Han pasa­do casi cin­co sig­los des­de el día en que la más her­mosa mes­ti­za veni­da de tier­ras vene­zolanas, recibió todo el peso de la jus­ti­cia al ser ahor­ca­da por sus deli­tos. La dimen­sión del escán­da­lo se puede medir por el hecho de que el pres­i­dente de la Real Audi­en­cia de Santafé, don Andrés Díaz Ven­ero de Lei­va, la más alta autori­dad del Vir­reina­to, haya via­ja­do a Tun­ja a encar­garse per­sonal­mente del caso criminal
Por­ta­da: Fotografía toma­da de Álbum IV Cen­te­nario. Foto Ewert, Tun­ja, 1939

CorreodeLara

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