Invasión Mexicana a Venezuela: la toma de Capatárida
Efraín Jorge Acevedo
Twitter: @efrainjorge
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En un artículo pasado hablábamos de la “hazaña” de Rafael Simón Urbina López cuando comandó el asalto sangriento de un grupo de revolucionarios venezolanos a la isla de Curazao y la inmediatamente posterior invasión fallida a Venezuela; hoy toca hablar de otra aventura de Urbina que se convirtió también en un suceso muy particular en la historia de Venezuela.
Después del desastroso final de la aventura que comenzó en Curazao, Urbina logró escapar de Venezuela y exiliarse en Colombia y Panamá; en 1930 se trasladó a México. Y aquí es necesario hablar del contexto político de México en aquella época y su relación con la Venezuela gobernada por Juan Vicente Gómez.
Rafael Simón Urbina.
Foto: Colección de Venezuela Inmortal
Después del triunfo de la Revolución Mexicana, México fue gobernado por los diferentes caudillos revolucionarios que se repartieron y/o alternaron en el poder, tanto a nivel nacional o federal como a nivel regional o estatal.
En el año 1929, el caudillo que en ese momento gobernaba México con mano dura, el general Plutarco Elías Calles, fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) para que fuera el partido político del gobierno; ese partido con el paso de los años cambiaría de nombre dos veces y acabaría llamándose Partido Revolucionario Institucional (PRI), el famoso partido que gobernaría México de manera ininterrumpida durante más de 70 años, en lo que el prestigioso intelectual hispano-peruano Mario Vargas Llosa llamaría “la dictadura perfecta”.
Y es que efectivamente el régimen era una dictadura disfrazada de democracia, en la que todos los procesos electorales eran farsas que terminaban en fraude electoral para asegurar que el partido del gobierno siempre ganara y que la oposición apenas obtuviera pequeñas parcelas de poder; y además se usaba la represión violenta y violatoria de los derechos humanos para neutralizar cualquier amenaza contra el régimen (algo de lo que tristemente los venezolanos sabemos bastante).
Presidente de Venezuela, general Juan Vicente Gómez
Pero ese régimen mexicano que se envolvía en la bandera del nacionalismo, además de presumir falsamente de ser “demócrata” también se vinculaba, en aquellos tiempos, con el socialismo marxista, de manera relativamente moderada, por lo que pretendía patrocinar a las fuerzas izquierdistas de toda Hispanoamérica, incluyendo a la incipiente izquierda venezolana.
Por eso el régimen revolucionario mexicano se declaró enemigo a muerte de Juan Vicente Gómez, a quien denunciaba como un déspota reaccionario, retrógrado y anti-revolucionario, que oprimía al pueblo venezolano. El régimen mexicano lo comparaba con Porfirio Díaz, el dictador mexicano que gobernó muchísimos años, y que precisamente la lucha para derrocarlo fue la razón del inicio de la Revolución Mexicana.
En 1923 se rompieron las relaciones diplomáticas entre México y Venezuela, a raíz de un incidente en principio menor cuando el gobierno de Gómez no permitió desembarcar en el puerto de La Guaira a una compañía mexicana de teatro, ya que el régimen gomecista la consideraba “un disfraz encubierto para los enemigos del régimen”.
Por todo eso no es de sorprender que Rafael Simón Urbina haya ido a México a buscar apoyo para sus planes de derrocar a Gómez.
El régimen revolucionario mexicano acogió favorablemente a un Urbina que se había hecho famoso mundialmente con su audaz asalto a Curazao. A Urbina se dio empleo en el Departamento de Agricultura y Cría, y después en la Secretaría de Comunicaciones, dos Ministerios del Gobierno Federal (nacional) mexicano.
Tejiendo lazos para sus tropelías
Urbina se hizo amigo de importantes personajes del régimen mexicano, como el general Saturnino Cedillo (caudillo regional que gobernaba el Estado mexicano de San Luis Potosí), el general Arturo Bernal (Gobernador del Distrito Norte del Territorio Federal de la Baja California en 1930), y el general Pérez Treviño. El gobierno mexicano comenzó a financiar en secreto a Urbina para que adquiriera armamento para lanzar otra invasión a Venezuela.
La fuerza invasora zarpa de Veracruz, México, pero fuentes de la empresa América Cables Inc informan a Gómez de la invasión que va en dirección a Venezuela.
El 2 de octubre de 1931, en horas del mediodía, Urbina con pistola en mano tomó el barco; ordenó a su corneta un toque marcial de llamada a su oficialidad, y procedió a organizar su equipo de mando. Enarbolaron la bandera argentina y cambiaron el color de la nave: en lugar del amarillo que tenía, la pintaron de rojo y negro, y sustituyeron el nombre de “Superior” por el de “Elvira”.
La orden fue precisa: “Si se aproxima otro buque, sea quien sea, izaremos la bandera blanca y cuando le tengamos a tiro les volaremos con nuestras bombas”. Los jóvenes braceros chicleros se vieron convertidos de pronto en soldados, aplaudían la revolución venezolana, vitoreaban a Urbina y se multiplicaba el grito de “¡Viva Villa!”, refiriéndose al legendario caudillo revolucionario mexicano Pancho Villa.
El plan de los expedicionarios era arribar por las playas de Puerto Cabello, tomar la ciudad, liberar a los presos del Castillo Libertador para allí acuartelarse y pelear contra el Ejército. Después de cinco días de navegación se descompuso una caldera y el “Elvira” aminoró su marcha a ocho millas por hora.
El combustible comenzó a agotarse y Urbina ordenó que se volviera la proa hacia las costas venezolanas más próximas. Planearon arribar a La Vela de Coro, donde justamente dos años antes Urbina y Machado habían encabezado la famosa invasión desde Curazao.
Zamuros comen carne mexicana
Al aproximarse a las costas divisaron un vapor de turismo que confundieron con una nave de guerra fondeada en el puerto. Iniciaron entonces un lento esfuerzo por bordear la Península de Paraguaná y desembarcar en Puerto Gutiérrez, cercano al pueblo de Capatárida.
Gómez recurrió de nuevo a su leal y letalmente eficaz general León Jurado, Presidente (Gobernador) del estado Falcón, para que aplastara la invasión. El general Jurado respondió con un telegrama que se hizo famoso, y que decía: “Mañana los zamuros corianos comerán carne mexicana”.
A la 1 de la madrugada del 12 de octubre de 1931, el telegrafista del pueblo de Capatárida, Aleifredo Padrón, informaba al general Jurado (que estaba en Coro) de que Urbina y sus mexicanos habían desembarcado en Puerto Gutiérrez.
En la misma madrugada del 12 de octubre el “Elvira”, el barco de los invasores llegó a puerto, ya seco, sin una gota de combustible y prácticamente “las olas lo empujaron a la costa”. Echaron los botes al agua y desembarcó un grupo dirigido por Julio Hernández, José Cano, y el mexicano Torres Guerra con 30 hombres portando modernas ametralladoras. Urbina envió enseguida 30 hombres más al mando del guatemalteco José Solórzano. Al mismo tiempo, las autoridades eran informadas por sus guardias costeras que las tropas invasoras eran numerosas, bien equipadas, y que supuestamente los hombres procedían de las famosas huestes de Pancho Villa.
La fuerza invasora revolucionaria consiguió ocupar el pueblo de Capatárida. Cuenta Bhilla Torres de Molina: “Capatárida parecía desierta y silenciosa; los mexicanos, jóvenes robustos, simpáticos y alegres, recorrían las calles con despreocupada curiosidad. Miraban las ventanas tratando de descubrir en los postigos los rostros escurridizos de las muchachas que les observaban con admiración y coquetería”.
Pero ya el general Jurado se había puesto en marcha para enfrentarlos con una fuerza de 1.000 soldados del Ejército Nacional Venezolano.
Cuando los rebeldes marchaban hacia Coro, Jurado los interceptó y se produjeron sangrientos combates; los invasores fueron totalmente derrotados, y la promesa de Jurado a Gómez se cumplió, pues muchos mexicanos se convirtieron en comida para los zamuros de las tierras falconianas.
Urbina huyó de nuevo con parte de los rebeldes y, después de esconderse en la Sierra falconiana, logró llegar a Colombia, como había ocurrido dos años antes con la invasión desde Curazao.
Gómez no es como
lo pintan sus enemigos
El barco de los invasores fue capturado por la Armada Venezolana, y el arsenal de armas fue confiscado por el gobierno venezolano. Los prisioneros mexicanos fueron llevados a Caracas, donde Gómez los recibió, los hizo pasear por la ciudad, les dio dinero y los envió a su país en el mismo barco en el que llegaron, diciendo: “Para que allí vean que Gómez no es como lo pintan sus enemigos”.
Tanto la prensa mexicana como la venezolana reseñaron la fallida invasión. El gobierno mexicano negó su complicidad en la invasión, intentando evitar su responsabilidad de cara a la comunidad internacional.
Dos años después se rebajó la tensión y el régimen revolucionario mexicano acordó con el régimen de Gómez el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Venezuela y México, aunque los gobernantes mexicanos no dejaron de sentir antipatía por la figura de Gómez hasta su muerte el 17 de diciembre de 1935.
Por su parte Urbina no dejó de protagonizar sucesos sangrientos y polémicos, el último sería el asesinato del presidente Carlos Delgado Chalbaud, en 1950, que le costaría la vida.