CrónicasSemblanzas

José Antonio Páez en Filadelfia

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisperozop@hotmail.com
IG/TW: @LuisPerozoPadua

Un car­ru­a­je abier­to escolta­do por el may­or Robert Pat­ter­son y una guardia de hon­or for­ma­da por los Filadelfia Greys (Tam­bién cono­ci­do como Cuer­po de Vol­un­tar­ios de Infan­tería Lig­era) lle­varon al gen­er­al José Anto­nio Páez, pres­i­dente de Venezuela aho­ra refu­gia­do, has­ta las puer­tas del Inde­pen­dence Hall el 2 de octubre de 1850. Una de las fig­uras mil­itares más pop­u­lares del momen­to había regre­sa­do para recibir una bien­veni­da ofi­cial de la ciu­dad donde había lle­ga­do en el exilio diez sem­anas antes.

Así ini­cia la extra­or­di­nar­ia y casi descono­ci­da cróni­ca de Fran­cis James Dal­lett, escri­ta para The His­pan­ic Amer­i­can His­tor­i­cal Review Vol. 40, No. 1. Feb., 1960, intere­san­tísi­mo artícu­lo que gra­cias al escru­ti­nio rig­uroso del inves­ti­gador vene­zolano Fabián Capec­chi, tradu­jo del inglés en tiem­po récord en nue­stro inten­to de reed­i­tar­lo más de medio siglo después. 

El cro­nista, que para el momen­to de la pub­li­cación de este artícu­lo era bib­liote­cario del Ate­neo de Filadelfia, tam­bién describe el estre­cho vín­cu­lo de Páez con los her­manos Dal­let, exi­tosos propi­etar­ios de una de las navieras norteam­er­i­canas más impor­tantes del siglo XIX cuyos lazos com­er­ciales fueron deci­sivos para el com­er­cio exte­ri­or entre Esta­dos Unidos y Venezuela.

Delaware Avenue Port Marketplace,Philadelphia,PA. 1876

En su con­cien­zu­do retra­to del gen­er­al Páez, el autor detal­la que el canoso llanero de sesen­ta años había sali­do recien­te­mente de un rig­uroso encar­ce­lamien­to, pero con «ojos bril­lantes, la frente alta», con­du­jo para reunirse con el alcalde Joel Jones des­de Wal­nut Street Wharf, donde el vapor de Nue­va York había atra­ca­do después de hac­er primero una escala en Tacony para recoger un comité de bien­veni­da de los ciu­dadanos. El alcalde, que tam­bién se encon­tra­ba del­i­ca­do de salud, hizo un esfuer­zo y pro­nun­ció el acos­tum­bra­do salu­do, asis­ti­do por Edmund A. Soud­er, pres­i­dente de la Comisión de Recep­ción, y rodea­do de caballeros de los ayuntamientos.

Los con­ce­jales, de hecho, se habían encon­tra­do con el gen­er­al en el muelle el 26 de julio a su lle­ga­da al país des­de Saint Thomas, y de bue­na gana volvieron para hac­er­lo todo de nuevo.

El héroe vene­zolano respondió en español, lo que fue tra­duci­do por su asis­tente. Luego fue pre­sen­ta­do a los ciu­dadanos promi­nentes y el gen­er­al de pier­nas arqueadas, orgul­loso de sus botas de cuero, fue escolta­do a sus habita­ciones en el Hotel Wash­ing­ton, una plaza al oeste de Ches­nut Street. Poco después de su lle­ga­da, se mostró en el bal­cón y la mul­ti­tud lo aclamó repeti­da­mente afuera. Mul­ti­tudes con­tinúan vitore­an­do a Páez durante sus ocho años de res­i­den­cia for­zosa en los Esta­dos Unidos, el úni­co perío­do de su agi­ta­da vida del que se sabe muy poco.

José Anto­nio Páez (1790–1873) estu­vo en aquel país (EE. UU.) que en su entu­si­as­mo por su actuación como patri­o­ta sudamer­i­cano nun­ca dudó en com­para­r­lo con Wash­ing­ton o Davy Crock­ett. No había entonces sol­da­do en el mun­do que pudiera jac­tarse de más haz­a­ñas per­son­ales, «escritas en su lan­za en casi todas las ciu­dades, pueb­los y en todas las aldeas de Venezuela».

En 1846 en EEUU, fue bau­ti­za­do un buque con el nom­bre de Páez, un bergan­tín de 225 toneladas con­stru­i­do para la coma­pañía de los her­manos Dal­let Red D Line. Estu­vo en el ser­vi­cio de trans­porte a Venezuela has­ta 1857. Puer­to de Filadelfia, reg­istro de buques, #1–1846 y #166‑1847

Popular en la prensa de Filadelfia

Los ini­cios de la car­rera de Páez fueron bien cono­ci­dos en Filadelfia, a donde regre­saría seis veces durante el exilio con res­i­den­cia en el 99 West de la calle 26, de Nue­va York (casa aho­ra demol­i­da) en donde fomen­tará ‑en secreto‑, toda una cam­paña de pro­pa­gan­da y con­trar­rev­olu­ción, recau­dan­do fon­dos y siem­pre plan­i­f­i­can­do su regre­so a Venezuela. De las vis­i­tas pos­te­ri­ores a Filadelfia, cin­co fueron pri­vadas y la últi­ma inclu­so, fue públi­ca­mente más tri­un­fal que la primera, según descrip­ción de la cor­re­spon­den­cia de John Dal­let 1809–1862, inser­tas en el Press Book, III (copia en micro­film en la Bib­liote­ca de la Uni­ver­si­dad de Pensilvania)

Fue la pren­sa de Filadelfia, con­movi­da por el libro de William Duane: Una visi­ta a Colom­bia en los años 1822 y 1823, la que desar­rol­ló el interés local en Venezuela. Durante años, las noti­cias de Filadelfia se cen­traron en describir el ascen­so a la fama del caudil­lo de los Llanos, quien, durante la Guer­ra de Inde­pen­den­cia, lid­eró su grupo de llaneros a cabal­lo para der­ro­tar a las fuerzas españo­las en cua­tro batal­las sig­ni­fica­ti­vas «matan­do a 39 españoles, con sus propias manos en una de ellas» y quien, después de su gran vic­to­ria en Carabobo, había logra­do la lib­er­tad de Venezuela como parte de la de la Gran Colom­bia de Simón Bolí­var y, luego que se rebeló con­tra el Lib­er­ta­dor, se con­vir­tió en el primer pres­i­dente de la nue­va nación vene­zolana de 1830–1835. Ejer­ció nue­va­mente como pres­i­dente en 1839–1843 y dic­ta­dor en 1846.

Durante ese año de 1846, se le dio su nom­bre a un buque de Filadelfia, era un bergan­tín de 225 toneladas con­stru­i­do para la com­pañía de los her­manos Dal­let Red D Line. El buque estu­vo en el ser­vi­cio de trans­porte a Venezuela has­ta 1857. Puer­to de Filadelfia, reg­istro de buques, #1 de 1846 y #166 de 1857, en Archivos Nacionales.

Sub­raya Dal­lette que Páez alen­tó traer la tec­nología extran­jera y ase­guró trata­dos com­er­ciales para su país y vio con espe­cial favor las inver­siones esta­dounidens­es en Venezuela.

Tras un inten­to en 1848 por parte del Con­gre­so Con­ser­vador de acusar al suce­sor de Páez, el gen­er­al José Tadeo Mon­a­gas quien era Lib­er­al, estal­ló la guer­ra civ­il y duró inter­mi­ten­te­mente has­ta agos­to de 1849, cuan­do el gran llanero capit­uló y fue encar­ce­la­do en una sofo­cante cel­da del castil­lo de Cumaná. Lib­er­a­do en el ver­a­no de 1850, fue exil­i­a­do a St. Thomas y de aquí vino a los Esta­dos Unidos.

Daguer­rotipo de José Anto­nio Páez en 1863. Autor Anón­i­mo. Proce­dente del libro de Alfre­do Boul­ton 20 retratos del Gen­er­al José Anto­nio Páez. Edi­ciones de la Pres­i­den­cia de la Repúbli­ca, 1972

Los venezolanos fueron vitoreados

Un rela­to de la lle­ga­da de Páez a Filadelfia en el bergan­tín Fair­mount puede encon­trarse en la Auto­bi­ografía de José Anto­nio Páez (Nue­va York, reim­pre­sión de 1946) II, p. 479.

El comodoro Read, super­in­ten­dente del Astillero de la Mari­na, quien jun­to al vet­er­a­no mil­i­tar Pat­ter­son, fue uno de los dos prin­ci­pales per­son­ajes de la ciu­dad que recibió al gen­er­al Páez con todos los hon­ores en sus grandes insta­la­ciones en el río Delaware en el segun­do día de la visi­ta, luego de una para­da en la Bib­liote­ca del Ate­neo en Wash­ing­ton Square. El edi­fi­cio de la bib­liote­ca de piedra arenis­ca roja, con su dec­o­ración inte­ri­or dora­da, un ícono arqui­tec­tóni­co reciente, alber­ga­ba una de las bib­liote­cas más dis­tin­guidas de la ciu­dad. La lec­tura, el aje­drez y el tabaquis­mo prob­a­ble­mente amainaron durante la algar­abía criol­la mien­tras los vene­zolanos ano­ta­ban solem­ne­mente sus nom­bres en el reg­istro: el gen­er­al, su hijo Ramón y los caballeros de la comitiva.

Los vis­i­tantes fueron lle­va­dos a las escue­las públi­cas y luego a otro acti­vo arqui­tec­tóni­co de Filadelfia, el Girard Col­lege, el tem­p­lo del Renacimien­to griego crea­do por el arqui­tec­to Thomas U. Wal­ter, a quien Páez cono­ció siete años antes durante la estadía de Wal­ter en Venezuela para dis­eñar el rompe­o­las en La Guaira. Girard Col­lege fue la estruc­tura más her­mosa del día y le dio un énfa­sis espec­tac­u­lar a la moda del dis­eño clási­co que Páez tam­bién vio en las obras hidráuli­cas en Fair­mount, otra para­da en el recor­ri­do planea­do por los con­ce­jales. Don­d­e­quiera que iban los vene­zolanos, los mira­ban y vitoreaban.

La car­ga de la división de Páez decidió la batal­la de Carabobo

Un daguerrotipo del llanero 

Cuen­ta Dal­lette, que el artista litográ­fi­co, Albert Newsam, ideó un graba­do antiguo de 1829 que rep­re­senta­ba al gen­er­al Páez con indu­men­taria mil­i­tar y lo red­ibu­jó para una litografía de Duval. Inclu­so la galería de daguer­roti­pos de Root aprovechó la pop­u­lar­i­dad del vis­i­tante vene­zolano para some­ter­lo a una sesión, y puso a Páez en su vidri­era en com­pañía de Jen­ny Lind.

Durante esa sem­ana, el entreten­imien­to pri­va­do estu­vo a car­go de Charles Swift Riche y los her­manos John Dal­let y Hen­ry Car­pen­ter Dal­let, tres com­er­ciantes de Filadelfia ded­i­ca­dos al com­er­cio con Venezuela, cuya amis­tad con Páez se remonta­ba a años.

El George Washington del sur

El martes 8 de octubre, el gen­er­al Páez recibió la visi­ta de John Dal­let y su ami­go David Sands Brown, propi­etario de Wash­ing­ton Cloth Mills en Glouces­ter de New Jer­sey, quienes invi­taron al grupo a vis­i­tar su fábri­ca al día siguiente.

A 9:30 de la mañana sigu­iente, Brown esta­ba en el hotel con tres car­ru­a­jes y «llevó a todos al muelle y los puso a bor­do de uno de los grandes veleros cubier­tos con ban­deras» que los llevó río aba­jo has­ta los moli­nos. Páez y su comi­ti­va recor­rieron los moli­nos de guin­ga, exam­i­naron la maquinar­ia, bebieron el «cham­pán de $20 (el mejor del país)» y reci­bieron un dis­cur­so de Joseph R. Chan­dler, el rep­re­sen­tante de la ciu­dad en el Con­gre­so, que, como era de esper­ar, nom­bró Páez como el «Wash­ing­ton del sur».

Y muy a pesar de que para ese momen­to «el inglés del gen­er­al vene­zolano era rudi­men­ta­rio, se mostró muy con­movi­do». El Sr. Brown, involu­cra­do en la importación vene­zolana de pro­duc­tos sec­os y lujosos, posi­ble­mente tenía un ojo puesto en el futuro y el regre­so de Páez al timón de su descar­ri­a­do país.

El com­er­cio de Venezuela con Esta­dos Unidos (importa­ciones y exporta­ciones) ascendió a $2.997.000 en 1851 y aumen­tó a $3.601.381 en 1854. Fuente: Ofic­i­na de Com­er­cio Exte­ri­or de Esta­dos Unidos, informe sobre las rela­ciones com­er­ciales de los Esta­dos Unidos con todas las naciones extran­jeras, 1855–1856. Wash­ing­ton: 1856, I, 627.

Vuel­van Caras, Páez el cen­tau­ro llanero

A su regre­so a Filadelfia, los vis­i­tantes fueron a cono­cer la Pen­i­ten­cia­ría del Este en los car­ru­a­jes de Brown y vis­i­taron tam­bién una Logia masóni­ca. La noche ter­minó en casa del Sr. Riché en Clin­ton Street y el hero­ico recep­tor de la hos­pi­tal­i­dad de Filadelfia se des­pidió a las nueve de la mañana siguiente.

Desafor­tu­nada­mente, el gen­er­al había olvi­da­do des­pedirse de dos de sus prin­ci­pales anfitri­ones, quienes tam­bién se quedaron con una cuen­ta paga­da de músi­ca públi­ca por val­or de $40, ya que las autori­dades se negaron a trans­mi­tir­le a Páez aque­l­la nue­va invitación. Cua­tro meses después, en febrero de 1851, el gen­er­al Páez hizo una para­da en Filadelfia, pero solo durante la noche, para enmen­dar sus modales, iba de camino a Wash­ing­ton para cumplir con la solemne invitación del pres­i­dente Mil­lard Fill­more, a un ban­quete en la Casa Blan­ca, rela­to que con­tin­uará en la segun­da y últi­ma entre­ga de esta excep­cional cróni­ca: Páez en Filadelfia.

 Parte II y final

El viejo gen­er­al, atavi­a­do con su uni­forme de gala, exhi­bi­en­do la Orden de los Lib­er­ta­dores de Venezuela, crea­da por Simón Bolí­var en octubre de 1813, para rendir trib­u­to «y enal­te­cer las haz­a­ñas glo­riosas de quienes se con­sagraron con­scien­te­mente al ser­vi­cio ince­sante de la lib­er­tad y la jus­ti­cia, com­bat­ien­do sin tregua, sin fati­ga y sin desalien­to a los opre­sores», llegó pun­tu­al a la cena de la Casa Blan­ca como invi­ta­do de hon­or del pres­i­dente de los Esta­dos Unidos Mil­lard Fill­more, ban­quete orga­ni­za­do para 36 per­son­al­i­dades entre jefes de Esta­do, primeros min­istros, con­gre­sis­tas y rep­re­sen­tantes diplomáticos.

La fasci­nante descrip­ción de la dis­tin­gui­da cer­e­mo­nia se encuen­tra inser­ta en la obra de Fran­cis James Dal­lett, escri­ta para The His­pan­ic Amer­i­can His­tor­i­cal Review Vol. 40, No. 1. Feb., 1960, rela­to inédi­to, escrito en inglés, que tradu­jo para este servi­dor el inves­ti­gador vene­zolano Fabián Capecchi. 

En esta segun­da y últi­ma entre­ga de Páez en Filadelfia, según la cróni­ca de Fran­cis James Dal­lett, desta­camos que el héro de Carabobo y las Que­seras del Medio, días después tuvo el hon­or de ser agasa­ja­do en la sede del Con­gre­so de los Esta­dos Unidos, invi­ta­do espe­cial de Hen­ry Clay senador por Ken­tucky, y Daniel Web­ster por Mass­a­chu­setts, quienes dom­i­naron la políti­ca nacional des­de el final de la Guer­ra de 1812 la déca­da de 1850. Aunque ninguno sería nun­ca pres­i­dente, el impacto colec­ti­vo que crearon en el Con­gre­so fue mucho may­or que el de cualquier pres­i­dente de la época, con la excep­ción de Andrew Jack­son. Hubo un prob­le­ma que se cernía sobre la nación durante su tiem­po en el poder: la esclav­i­tud. Tuvieron éxi­to con­tin­uo en man­ten­er la paz en Esta­dos Unidos al for­jar una serie de compromisos.

Ese mis­mo año, la ciu­dad de Bal­ti­more le brindó a Páez una recep­ción públi­ca, propia para un jefe de Esta­do, con una colos­al y bul­li­ciosa para­da mil­i­tar, en gran parte insti­ga­da por los Brunes, com­er­ciantes navieros del com­er­cio venezolano.

Gen­er­al José Anto­nio Páez. Exhibido en el Smith­son­ian Amer­i­can Art Muse­um de Esta­dos Unidos. Pieza de John J. Peoli, 1890

Deslumbró con el violín

En noviem­bre de 1852, Páez retor­na a Filadelfia en una estancia de diez días, esta vez con otro hijo, Manuel. Esta fue una visi­ta pri­va­da, o casi como lo per­mitía la per­son­al­i­dad extrav­a­gante del expresidente.

Apun­ta Dal­lett que el anciano, que llegó sin anun­cia­rse, invitó a la sob­ri­na de Riché al teatro, cenó con John Dal­let en Parkin­son’s Gar­dens, un restau­rante pop­u­lar, y el sex­to día de su visi­ta fue el invi­ta­do de hon­or a un baile ofre­ci­do en el 705 de Pine Street por Hen­ry C. Dal­let. En la ale­gría de la noche, José Anto­nio «bailó y coqueteó mucho» y luego, para diver­sión de sus ami­gos, «agar­ró el vio­lín de uno de la orques­ta y tocó para luego deslum­brar a los invitados».

Rumores de conspiración

Páez pasó dos años de rel­a­ti­va tran­quil­i­dad, pero los rumores sobre sus activi­dades políti­cas abund­a­ban en Nue­va York, que tenía una comu­nidad vene­zolana con­sid­er­able, inclu­i­do otro expres­i­dente, José María Var­gas. Con­stan­te­mente, los informes de inteligen­cia informa­ban que el viejo gen­er­al plane­a­ba con­stru­ir dos grandes vapores esta­dounidens­es para invadir a Venezuela.

En enero de 1854, el gob­ier­no vene­zolano anun­ció en la pren­sa esta­dounidense que tenía una «fuerza sufi­ciente lista en todos los pun­tos para sofo­car cualquier inten­to», pero cuan­do Páez arribó a Filadelfia al mes sigu­iente declaró abier­ta­mente que su pres­en­cia en aque­l­la ciu­dad era «para orga­ni­zar una expe­di­ción fil­i­bustera», según se lee en car­ta de John Dal­let, escri­ta el 22 de febrero de 1854, en Filadelfia, dirigi­da a John Boul­ton, en La Guaira (Pren­sa tipográ­fi­ca, Libro III, 224).

El naviero John Dal­let se negó a que el leg­en­dario gen­er­al le abor­dara el tema. Los informes del inten­to de recau­dar fon­dos y/o muni­ciones pre­ocu­paron al gob­ier­no vene­zolano, y como espía don Ramón Azpúrua fue envi­a­do apresurada­mente a Wash­ing­ton, con cre­den­ciales diplomáti­cas fir­madas por el pres­i­dente Monagas.

John Dal­lett, exi­toso naviero con intere­santes con­tratos en Venezuela

Invadirían Venezuela

A prin­ci­p­ios de sep­tiem­bre de 1854, el vapor Ben­jamin Franklin, de propiedad y trip­u­lación esta­dounidens­es, fue equipa­do en Nue­va York con 10 cañones trein­ta y dos, así como muni­ciones sufi­cientes para un enfrentamien­to naval de envergadura.

Como las tropas rev­olu­cionar­ias de Páez habían sido der­ro­ta­dos deci­si­va­mente en una batal­la con las tropas del gob­ier­no el 27 de julio en Bar­quisime­to, no parecía prob­a­ble que se estu­viera ges­tando ningún otro inten­to de invasión. Ramón Azpúrua, sin embar­go, aparente­mente sabía que el des­ti­no del vapor era Venezuela, e hizo que las autori­dades esta­dounidens­es lo embargaran.

Tam­bién noti­ficó al cón­sul vene­zolano en St. Thomas para que dis­pusiera la incautación del bergan­tín rápi­do (clíper) Catharine Augus­ta, «fuerte­mente arma­do y trip­u­la­do», que se había escab­ul­li­do silen­ciosa­mente de Nue­va York antes que el vapor.  No obstante, no se des­cubrió nada irreg­u­lar a bor­do del Ben­jamin Franklin en Nue­va York y el 19 de sep­tiem­bre par­tió hacia St. Thomas.

Diez días después llegó a ese puer­to en com­pañía del bergan­tín que había sufri­do daños. En la isla apoy­a­ban la teoría de que estas dos embar­ca­ciones forma­ban parte de una expe­di­ción del gen­er­al Páez que se suponía los seguía en otro vapor. Las autori­dades en un prin­ci­pio no per­mi­tieron el desem­bar­co de los dos buques y les ordenaron aban­donar el puer­to, pero cuan­do se cono­ció el niv­el de averías del Catharine Augus­ta, se le con­cedió per­miso para que hiciera las repara­ciones nece­sarias, acom­paña­da del vapor Ben­jamin Franklin.

Casi al mis­mo tiem­po apare­ció Páez en Nue­va Orleans, lo que for­t­ale­ció el rumor de que embar­caría des­de ese puer­to para unirse al «escuadrón». Esto nun­ca lo hizo, pero su ausen­cia de Nue­va York has­ta el final del año fue evi­den­te­mente un movimien­to cal­cu­la­do para fomen­tar el malestar en Venezuela. En cualquier caso, la noti­cia llegó a Saint Tomas en noviem­bre, argu­men­tan­do que la insur­rec­ción en Venezuela, con ayu­da de aque­l­los bar­cos, había fra­casa­do por com­ple­to y quedaron «en una pos­tu­ra muy ridícula».

Traza Dal­lett que, tras el fra­ca­so de la expe­di­ción, el viejo gen­er­al volvió a Nue­va York, y era vis­to en las fies­tas donde aparecía ele­gan­te­mente vesti­do con casaca negra y chale­co blan­co con botones dora­dos, pan­talón negro y las omnipresentes botas de charol. Tenía una bue­na figu­ra y aho­ra habla­ba francés e inglés, bas­tante bien, y tenía un exce­lente conocimien­to del italiano.

«Su porte mar­cial, modales fran­cos y aire de genial­i­dad”, atra­jeron siem­pre al pueblo esta­dounidense que pub­licó la primera biografía de Páez en cualquier libro de ref­er­en­cia, que tararea­ba el piano Marche de Nuit de L. M. Gottschalk, ded­i­ca­do en 1856 al gen­er­al don José Anto­nio Páez, y luego recordó com­prar el libro Esce­nas sal­va­jes de Suraméri­ca o vida en los Llanos de Venezuela, de su hijo Ramón cuan­do los redac­tores sac­aron una edi­ción americana».

«Defensor de la libertad constitucional» 

En 1858 llegó el momen­to que Páez había esper­a­do y planea­do durante ocho años. Las fac­ciones políti­cas en Venezuela se unieron con éxi­to para der­ro­car a José Gre­go­rio Mon­a­gas, quien sucedió a su her­mano en la pres­i­den­cia, para luego ale­jarse del lib­er­al­is­mo y for­mar el par­tido Oligárquico.

La oposi­ción for­mó un gob­ier­no rev­olu­cionario, que en un curioso cam­bio de roles se con­vir­tió en el par­tido Lib­er­al, y el cen­tau­ro llanero fue lla­ma­do a regre­sar como su líder.

Venezuela saltó repenti­na­mente a las noti­cias. La revista Harper’s New Month­ly pub­licó ráp­i­da­mente un artícu­lo sobre la vida en Cara­cas en la edi­ción de julio y una ima­gen del gen­er­al Páez, toma­da de una fotografía de Brady, se pub­licó en Harper’s Week­ly el 30 de octubre.

Retra­to de José Anto­nio Páez (1790–1873), Pres­i­dente de Venezuela entre 1855 y 1865

Tres días antes, Páez había lle­ga­do a Filadelfia, donde se alo­jó en la casa de Girard durante la noche en su camino a Wash­ing­ton. El día 29, el viejo gen­er­al acom­paña­do por Pedro José Rojas, pres­i­dente de la comisión vene­zolana del­e­ga­da para invi­tar su regre­so, y por el gen­er­al Her­rán, min­istro neogranadi­no, fue pre­sen­ta­do al pres­i­dente norteam­er­i­cano James Buchanan por Lewis Cass, quien fungía como sec­re­tario de Estado.

Aque­l­la noche, el pres­i­dente Buchanan des­pidió a Páez en el nom­bre de los Esta­dos Unidos, «su segun­do hog­ar», le dijo al estrechar su mano «ust­ed es un defen­sor de la lib­er­tad con­sti­tu­cional», al tiem­po de expre­sar­le su deseo de que Venezuela con­sol­i­dara sus lib­er­tades «bajo tan emi­nente líder».

Al día sigu­iente, el pres­i­dente y los miem­bros de su gabi­nete asistieron a una cena ofre­ci­da por la ofic­i­na del Sec­re­taría de Esta­do norteam­er­i­cana al gen­er­al Páez y a la comisión vene­zolana, vela­da que al finalizar inter­vi­no el sec­re­tario de Mari­na para anun­ciar que se enviaría un buque de guer­ra, el USS Cale­do­nia, para escoltar el regre­so del gen­er­al Páez a su país.

Hijo predilecto

El 3 de noviem­bre de 1858, José Anto­nio Páez y toda la comisión criol­la fueron recibidos en el Salón Inde­pen­den­cia de la ciu­dad de Filadelfia. Su alcalde, Alexan­der Hen­ry, recibió el Decre­to del gob­ier­no vene­zolano agrade­cien­do a su ciu­dad, «con la cor­dial­i­dad de una madre que recuer­da la bon­dad de su hijo predilec­to», por lle­var a Páez a su seno ocho años antes. El alcalde Hen­ry pro­nun­ció durante aquel recor­da­do acto un dis­cur­so muy sen­ti­men­tal, señal­a­do públi­ca­mente como el más largo de toda su carrera.

En la noche del jueves 4 de noviem­bre, víspera del regre­so del gen­er­al Páez a Nue­va York, los comi­sion­a­dos vene­zolanos fueron invi­ta­dos a una cena solemne en la casa Girard como reconocimien­to al recibimien­to brinda­do al exilio en 1850. Cuarenta caballeros se sen­taron en aque­l­la mesa. Además de los señores del com­er­cio vene­zolano, el alcalde y el gen­er­al Pat­ter­son, la ciu­dad estu­vo rep­re­sen­ta­da por los jue­ces Cad­walad­er, Shar­swood y Lewis, y el coro­nel J. Ross Snow­den, direc­tor de la Casa de la Moneda.

Nar­ra Dal­lett que, Beck Brass Band pro­por­cionó todos los aires prin­ci­pales de la Travi­at­ta, Il Trova­tore, Lucia di Lam­mer­moore y otras óperas alter­nan­do con can­ciones patrióti­cas como Hail Colum­bia, Yan­kee Doo­dle y la Marsellesa.

«El Señor José María Rojas, Con­gre­sista vene­zolano y edi­tor de per­iódi­co, se desem­peñó como Mae­stro de Cer­e­mo­nias en el salón come­dor engalana­do con ban­deras. Pro­cedió a una serie de brindis, bebi­en­do por los pres­i­dentes de los dos país­es, por la «Cuna de la Inde­pen­den­cia» (pror­rumpió muy breve­mente el alcalde Hen­ry con la copa en alto), por los Vol­un­tar­ios de Filadelfia, el Poder Judi­cial y el Cole­gio de Abo­ga­dos, por las damas de Filadelfia.

El coro­nel Snow­den habló en el noveno y últi­mo brindis, «por: La Mon­e­da de los Esta­dos Unidos», un parén­te­sis en donde sin duda todos los pre­sentes bebieron con fervor.

Los her­manos Dal­let le hicieron lle­gar una nota a José Anto­nio Páez poco antes de que partiera de Filadelfia, ofre­cién­dole pon­er a su dis­posi­ción «para el regre­so de ust­ed y su famil­ia y los señores de la Comisión todos los camarotes de cualquiera de nues­tras naves.»

Quizá no sabían con certeza del arreg­lo para que un vapor vene­zolano con­du­jera a casa a Páez y la comi­ti­va plenipo­ten­cia­ria, pero lo supier­an o no, hicieron el gesto de enviar a Páez a casa en un bar­co de Filadelfia, porque así había ocur­ri­do cuan­do el viejo gen­er­al llegó a Filadelfia.

Unos días después la pren­sa de Filadelfia pub­licó que el gen­er­al Páez había caí­do de su cabal­lo mien­tras pasa­ba revista a las tropas del esta­do de Nue­va York. Igual­mente pub­li­caron que, el viejo gen­er­al se des­pidió de Esta­dos Unidos, el 2 de diciem­bre a bor­do del USS Cale­do­nia, con el acom­pañamien­to de una impo­nente escol­ta mil­i­tar en un acto sin prece­dentes para jefes de Esta­do en Nue­va York.


Fuente: The His­pan­ic Amer­i­can His­tor­i­cal Review. Vol. 40, No. 1 (Feb. 1960), pp. 98–106 (9 pages) Pub­lished By: Duke Uni­ver­si­ty Press. Tex­to tra­duci­do del inglés por el inves­ti­gador Fabián Capecchi

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