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La caída del Fortín Solano

Luis Heraclio Medina Canelon
M.C. de la Academia de Historia del Estado Carabobo

En el año bicentenario de la toma de Puerto Cabello vale la pena recordar la efeméride del 17 de mayo: la caída del Fortín Solano


Entre los años 1763 y 1771 el gob­er­nador de la provin­cia de Venezuela José Solano, con­sideran­do insu­fi­ciente para la defen­sa de Puer­to Cabel­lo con sólo el Castil­lo San Felipe, los balu­artes menores y la ciu­dad amu­ral­la­da ordenó con­stru­ir un nue­vo fuerte en uno de los cer­ros que rode­a­ban la ciu­dad, a una altura de unos cua­tro­cien­tos met­ros del niv­el del mar, es lo que se llamó indis­tin­ta­mente “El Mirador de Solano” o el “Vigía de Solano” por dom­i­nar des­de esas alturas del cer­ro el Vigía toda la bahía. 

El semaforo de señales uti­liza­do para con ban­deras de col­ores comu­ni­carse entre el Solano y el Castil­lo San Felipe

Aunque no llegó a ser con­stru­i­do en la total­i­dad de su proyec­to, en su mejor momen­to llegó a estar dota­do de has­ta dieciséis cañones. Para el año de 1822 no esta­ba pro­vis­to de artillería, pero era un obstácu­lo en la toma de la ciu­dad y el puer­to. Sus fun­ciones para ese momen­to eran prin­ci­pal­mente de vigía, es decir, de obser­vador des­de lo alto de la mon­taña para infor­mar a la ciu­dad y el castil­lo más deba­jo de lo que ocur­ría tan­to en el mar como en las inmediaciones. 

Para esto se valía de un “semá­foro de señales” es decir, un alto poste con trav­es­años, dota­do de ban­deras de dis­tin­tas for­mas y col­ores, que, por medio de unas claves pre­vi­a­mente con­venidas, se comu­ni­ca­ba con los de deba­jo, alertán­do­los de cualquier movimien­to por mar o tierra.

En el Castil­lo San Felipe, había un semá­foro igual para comu­ni­carse con el Vigía. Tam­bién des­de el Solano podían salir los sol­da­dos para hos­tilizara a cualquier ene­mi­go en los alrededores.

Después de Carabobo, a prin­ci­p­ios de mar­zo 1822 el gen­er­al José Anto­nio Páez ini­cia el sitio o ase­dio de Puer­to Cabel­lo. Uno de los enclaves que tiene que tomar es el Mirador o Fortín Solano.  El fuerte real­ista se encuen­tra defen­di­do por una guar­ni­ción de unos cuarenta sol­da­dos bajo las órdenes del capitán Raimun­do Cavo Montero.

Después de var­ios meses en su posi­ción, Cavo Mon­tero y sus hom­bres debían ser rel­e­va­dos y se tenía que lle­var pro­vi­siones al Fortín, para lo cual el cin­co de mayo sal­ió una fuerte par­ti­da de sol­da­dos des­de la ciu­dadela, con bas­ti­men­tos y los susti­tu­tos, pero fueron inter­cep­ta­dos por tropas de Páez y oblig­a­dos a retirarse. 

Así las cosas, la dotación del Fortín esta­ba debil­i­ta­da, de los cuarenta sol­da­dos, diez esta­ban enfer­mos o heri­dos y se les esta­ban aca­ban­do la comi­da, la pólvo­ra y las nece­sarias piedras de sílice para poder dis­parar los fusiles de chis­pa que se usa­ban en la época. 

Entonces el 10 de mayo, Páez con una fuerza de mil tre­cien­tos infantes y cien­to cin­cuen­ta jinetes pone sitio al fortín, que es rodea­do por todas partes, abrien­do picas por los montes que rode­a­ban el fuerte. 

Los fos­os hacian inex­pugnable el fortin.

El día once copan todos los caminos de acce­so y comien­zan el ataque. Día y noche los patri­o­tas dis­paran con­tra el fortín, sin que sus defen­sores exhaus­tos puedan casi defend­er­se. Ape­nas aso­man la cabeza viene una andana­da de tiros de los siti­adores que están prác­ti­ca­mente deba­jo de los muros. El capitán Cavo Mon­tero lo describe así:

“El once fui ata­ca­do por los tres caminos que se diri­gen al fuerte colocán­dose los ene­mi­gos a derecha, izquier­da y frente a los dos primeros a tiro de fusil. Des­de este momen­to quedé encer­ra­do, dom­i­na­do por la altura de la derecha y flan­quea­do por las dos; ellos a cubier­to y yo a  des­cu­bier­to pues con las ruinas de las mis­mas casas que ocu­paron con­struyeron trincheras … , hal­lán­dome en el caso de no poder­lo evi­tar por no ten­er Artillería, ni fuerza para hac­er una sal­i­da y destru­ir sus trabajos…Reducidos a no poder sacar la cabeza ni a un los cen­tinelas pues los siti­adores esta­ban colo­ca­dos a medio tiro de Piedra y sin cesar de hac­er fuego de día y noche aun sin ver obje­to, reduci­do ya a no poder coci­nar…” (relación del capitán Ray­mun­do Cavo Mon­tero el 7 de Junio de 1822 en Puer­to Rico)

La situación de los defen­sores era deses­per­a­da: sin med­i­c­i­nas para la cuar­ta parte del per­son­al enfer­mo o heri­do, casi sin ali­mentación y sobre todo sin poder respon­der al fuego, porque casi no tenían pólvo­ra y las piedras para la chis­pa de los fusiles se habían acaba­do o esta­ban inservi­bles. Cova Montero:

“…pidién­dole med­i­c­i­na … pues no había ningu­na que poder­le aplicar porque cuan­do me encar­gué del fuerte sólo encon­tré tres pur­gas, para los bomiti­bos unas de Ylas, aguar­di­ente y vina­gre y mis enfer­mos her­an de calen­turas y pujos, no tuve con­testación algu­na”. “De este modo sub­sistí y los ene­mi­gos cada vez mas se ade­lanta­ban pro­te­gi­dos por sus nuevas obras y por lo espe­so del monte que como VE sabe lle­ga has­ta la mis­ma esta­ca­da: mis enfer­mos se aumenta­ban y ya lle­ga­ban a siete, volví a pedir med­i­c­i­nas y no se me man­daron. Sufrí otro ataque, y los ene­mi­gos sabedores de la fuerza que había y de los pun­tos a que era pre­ciso aten­der siem­pre me car­ga­ban por ellos de suerte que me veía en la necesi­dad de repar­tir los solos trein­ta hom­bres que qued­a­ban en la azotea y en la direc­ción de los tres caminos…. Como los siti­adores nada ignor­a­ban, se burla­ban de mis fue­gos que jamás podían con­trar­restar a los suyos por ser muchos los que me ata­ca­ban y pocos los que defendían pues mas que yo podía opon­er a sosten­er eran de siete a ocho hom­bres tenien­do los ene­mi­gos la ventaja…”

La difi­cul­tad para dis­parar por fal­ta de piedras para chis­pa la describe así: “..sin piedras de chispa…siendo tan malas las que qued­a­ban… y ser pre­ciso para dis­parar un tiro pegar tres o cua­tro rastrillazos…”

Por cin­co veces se pidió aux­ilio al puer­to, sin obten­er el apoyo. Final­mente, el capitán con­vocó una Jun­ta de Guer­ra con sus hom­bres y deci­dieron capit­u­lar, luego de que los siti­adores por tres veces les habían inti­ma­do a la rendición.

El mis­mo día 17, Páez le pro­pu­so una hon­rosa capit­u­lación, que fue acep­ta­da por los real­is­tas sin reser­vas: La guar­ni­ción sal­dría del fortín con sus fusiles al hom­bro y a toque de cor­ne­ta, con­ser­van­do sus obje­tos per­son­ales y serían envi­a­dos a Puer­to Rico. 

Los enfer­mos quedaron a cuida­do de los siti­adores. El fuerte debía ser entre­ga­do en las condi­ciones en que esta­ba, sin destru­irse nada. El Fortín Solano fue entre­ga­do esa mis­ma tarde del 17 de mayo al capitán patri­o­ta San­ti­a­go Mancebo.

Pese a que el capitán real­ista Raimun­do Cavo Mon­tero había man­tenido una hero­ica resisten­cia a un ene­mi­go inmen­sa­mente supe­ri­or, con tropas enfer­mas y casi sin armas y capit­uló de man­era hon­or­able, fue enjui­ci­a­do en Puer­to Rico por traición y fusila­do de man­era injusta.

Con la caí­da del Fortín Solano Páez cerra­ba un eslabón más en la toma de Puer­to Cabel­lo y pun­to final a la larga guer­ra de independencia.

El autor en el fortín

FUENTES:

Alcán­tara Borges, Arman­do. Carabobo Sendero de Lib­er­tad. Sec­re­taría de Cul­tura del Gob­ier­no de Carabobo. 1992

Arcila Farías, Eduar­do. His­to­ria de la Inge­niería en Venezuela. Cole­gio de Inge­nieros de Venezuela. Cara­cas. 1961

González, Asdrúbal. Sitios y Tomas de Puer­to Cabel­lo. Edi­ciones de El Carabobeño. Valen­cia. 1974

 

Luis Medina Canelón

Abogado, escritor e historiador Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Estado Carabobo

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