La Cruz sobre la tumba de la hija del tirano Aguirre

 

Jorge Ramos Guerra
Historiador

No fue ficción, las andanzas del español Lope de Aguirre, natural de Guipuzcoa, de donde llegará a buscar fortuna, hasta que le masacraran su familia, convirtiéndolo en “tirano” y enfrentándose al propio Rey Felipe II, para liberarse de su Imperio, con criminalidad, que hizo historia y de ello da cuenta la novelista en Venezuela, con Arturo Uslar Pietri y Miguel Otero Silva, este lo llamaría “Príncipe de la libertad” por aquella proclama libertaria al monarca español


Lope de Aguirre fue un azote, muy ale­ja­do de la Jus­ti­cia y más cer­ca de irra­cional­i­dad,  que ter­mi­naría sus días, un 27 de octubre de 156I, a pocos años de la fun­dación de Nue­va Segovia de Bar­quisime­to por Juan de Vil­le­gas en 1561. Allí, acosa­do mataría a Elvi­ra, su pri­mogéni­ta, para que no la lla­marán “la hija del tira­no Aguirre”.

De la his­to­ria a la leyen­da de Lope de Aguirre, el camino es largo y de ambas conocí por boca del his­to­ri­ador Fran­cis­co Cañiza­les Verde y del cro­nista Este­ban Rivas Marchena. El primero, llegó a pro­pon­er­le al gob­er­nador Mar­i­ano Navar­ro, una estat­ua ante su inédi­to planteamien­to de eman­ci­pación y el segun­do nos llevó al Cen­tro de His­to­ria larense, a con­tem­plar la cruz que Aguirre había puesto sobre la tum­ba de su hija, que moti­va la grá­fi­ca que ilus­tra está his­to­ria, de cuyo paradero descono­ce­mos sin descar­tar, que ter­mi­nara sirvien­do de hoguera para un san­co­cho de chivo. 

Lo cier­to es que, existía, dán­dole a cono­cer con detalles, el Rev Her­mano Basilio, quien la reci­biera de rega­lo para el Museo que dirigía  en el Cole­gio La Salle, por el  entonces gob­er­nador de Lara, coro­nel Car­los Morales en 1953, has­ta que lle­gara al Cen­tro de His­to­ria, medi­ante comu­ni­cación del lasal­lista, dirigi­da a su pres­i­dente Críspu­lo Benítez Fonturvel, fecha­da el 12 de aba­jo de 1967, donde describe, de acuer­do a los his­to­ri­adores Telas­co Mac Pher­son y David Anzo­la, su paradero, des­de que la con­ser­vara el pres­bítero José Macario Yépez en el tem­p­lo la Con­cep­ción, cuan­do era su pár­ro­co, ha medi­a­do del siglo XIX, a pocos met­ros de donde fue sepul­ta­da la joven Elvi­ra, has­ta que la vimos, en 1990, con la duda de su orig­i­nal­i­dad, por lo que hoy le con­vierte en leyen­da y a la His­to­ria voy Vic­to­riosa o vencida.

CorreodeLara

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